Los golpes bajos del escritor Pedro Salima

Los intelectuales de valía suelen tener elegancia en su prosa y sapiencia en su enfoques. Saben cultivar el lenguaje culto y hacerlo popular, accesible, creíble. Y hacen del lenguaje popular un culto al pueblo, a su esencia, a su raíz. Para poner los granos en la cosecha margariteña basta referirse a la prosa de Gustavo Pereira, la de Regulo Guerra Salcedo y la de ese escritor humilde que el mismo Pedro Salima y sus adláteres ha pretendido negar y oscurecer, me refiero al poeta e investigador de fina pluma José Pérez, cuyo talento reconocen y respetan desde Ramón Palomares a Luis Alberto Crespo, de William Osuna a Miguel Márquez, de Orlando Pichardo a Augusto Hernández.

Salima oculta su viciada actitud fanfarrona del descrédito y del desprecio por todo intelectual y político que luche y emprenda arduas tareas por el gentilicio y la dignidad de los margariteños. En los años noventa fueron tristemente célebres sus artículos obscenos y miserables contra don Jesús Manuel Subero y esa camada de baluartes de la cultura margariteña como Rosauro Rosa Acosta, Cheguaco, Felipe Natera Wanderlinder y Ángel Félix Gómez, entre otros, a los que tildó despóticamente de “vacas sagradas”, adecos rancios, chupamedias de Morel Rodríguez y de coge burras, insinuándoles con total irrespeto hasta sus progenitoras con el único fin de arrebatarles la Asociación de Escritores de Nueva Esparta, lo cual logró a martillazos y porrazos, para convertirla en una Asociación de Escribidores. La historia, señor Salima, no perdona.

Ante el empuje del Comandante Hugo Chávez salió de frasquitero a venderse como el gran revolucionario margariteño junto a su esposa Clorinda Fuentes, llevándose en los cachos a cuanto cristiano discrepara de sus prácticas de izquierdistas ortodoxos, o mejor dicho, de muy feo remedo de izquierdistas trasnochados. Pregúntenle al amigo Gasolina, hoy viviendo en Caracas, barbudo y revolucionario a carta cabal y a Onry Romero, quién fue el primer venezolano que se puso una franela con la cara de Chávez pintada en el pecho un día después del golpe de la intentona del 4 de febrero de 1992. Usted lo sabe, señor Salima. Ese hombre valiente y humilde se llama José Pérez, un intelectual de verdad del cual usted debería aprender el oficio antes de salir a insultar a un ministro como Dante Rivas aplicando la vieja praxis suya con la que tanto ha ofendido, humillado y vilipendiado a los neoespartanos valiéndose de un talento que no tiene ni tendrá nunca, y peor aún, sacando provecho a la amistad que, según usted, tuvo con el cantor Alí Primera, su paisano de las tierras de Coro.

La situación de la compatriota Yamileth Millán raya más en lo personal que en un asunto de Estado, como usted lo quiere hacer ver. Si apoyamos la mentalidad del chavista premiado que sólo aspira cargos públicos y prebendas por mantener un mínimo liderazgo alrededor del patio de su casa pretendiendo hacer de tripas corazón, se comete una falla grave dentro del mismo proceso revolucionario. Endilgarle a una funcionaria méritos de exclusividad que no tuvo ni tiene es atrincherarse de mala fe en una posición hipócrita. Lamentablemente muchos chavistas están más pendientes del sueldo que puedan devengar de un cargo que del aporte ético y moral que debe guiar la humilde acción de fortalecer el proceso desde la propia condición de persona, desde la voz altiva de la participación y respetando las jerarquías establecidas dentro el estado de derecho y el beneficio de las mayorías. El mismo Chávez destituyo funcionarios en menos de cuatro meses y no armó esa alharaca doméstica que el señor Salima avala. Recuerde usted sus propios golpes bajos desde la era del alcalde de Porlamar Luís Longart Guerra, de quien su esposa era secretaria privada y que nada mal les fue a sus bolsillos en nombre de una actitud de izquierda que todavía hoy deja dudas.

Para usted debe ser muy intrigante saber quien es Yasmira López y es que su propia ceguera mental y su mal verbo cochino no le permite siquiera recordar a quien pretendió conmover con su novela sobre el silencio obsceno, en la cual dos mendigos hacen el amor sobre un mosquero de la basura de Porlamar mientras se sacan pus de los dientes picados con besos furtivos que sólo su estilo chabacano y enfermizo es capaz de producir. Usted me regaló esa novela en su momento y pude comprobar que sus artículos de opinión que usted publica en la prensa local sólo son equiparables a su boca horrible y su pobre y miserable narrativa.

Como intelectual señor Salima sus golpes no son bajos sino ruines. Su apoyo a Yamileth Millán da lástima. Su posición frente a Dante Rivas da risa. Su pasado como escritor en tierras margariteñas es pasmoso y hasta en sus funciones de administrador en destacadas empresas hoteleras del pasado fueron graves porque todos los hoteles que administró quebraron. Para muestra un botón: el hotel Tamarindo ubicado en Playa Guacuco, cuya perdida estructura es un remedo lastimoso de sus huellas.

Si de verdad usted quiere respetar el nombre del Comandante Eterno Hugo Chávez hágase un favor: póngase a pensar cómo lavar sus manos con cloro o cualquier otro desinfectante. Cuando las tenga limpias, lávese la cara, luego sus lengua y tome una hoja blanca y un lápiz y dibuje un asno, un puerco, un gato o algo de cuatro patas y mírese en ese espejo. Luego intente escribir algo decente. Será un buen comienzo, seguro. El intento puede valer la pena para usted. Y deje que la política siga su curso, que la señora Yamileth Millán aspire a alcaldesa del municipio Arismendi, se foguee en esas trincheras electorales si de verdad arrastra tanto público alborozado y se proyecte como gobernadora del futuro y hasta Ministra del Ambiente. Pero ese es otro cuento que usted está muy lejos de imaginar.

yasmira1995@gmail.com


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