Método sencillo para ser un capitalista de buen corazón

El capitalismo es un sistema aberrante, no hay más que asomarse a la ventana o a la pantalla de la tele para darse cuenta de esto, pero hay gente buena que defiende este sistema con toda el alma y aún así creen que conservan al alma impoluta. Claro, esto si es que el alma existe, pero esa es otra discusión.

Cuando veo a unos padres con ese aire de éxito que se compra en tiendas caras, con sus niños vestiditos con marcas por todas partes, con zapatitos mínimos que cuestan un sueldo ídem, con cochecitos que pueden costar lo mismo que una moto, con más juguetes de los que esas manitos pueden sostener, no puedo dejar de preguntarme si cuando miran a su alrededor no sienten un pellizquito de remordimiento.

Pues como soy preguntona he ido indagando y he descubierto que tienen un método muy simple para no permitir que las miserias de otros empañen su felicidad perfecta.

Todo comienza con el individualismo: esta, según me han explicado, es una gran virtud. Resulta que aprendieron que todo se puede lograr con solo proponérselo, que quienes ‘’triunfan’’ lo hacen porque quisieron y se fajaron contra viento y marea, y quienes ‘’fracasan’’, simplemente, no se han esforzado.

Permítame el lector una pequeña explicación de los términos triunfo y fracaso según estas personas.

Triunfo: tener más dinero que sus vecinos y que se te note.

Fracaso: que se note a leguas que no tienes dinero.

Porque el dinero, en el capitalismo, lo es todo.

Claro que como no todo es blanco y negro, por momentos se encuentran nuestros capitalistas de buen corazón en situaciones que merecen agregar algunos elementos anestésicos de conciencia. En estos casos entran en juego los eufemismos, la estadística y las ONG’s.

Los eufemismos: Se usan para que algo horrendo no lo parezca tanto. La pobreza, por ejemplo, se le achaca a la suerte al llamar a los pobres ‘’los menos afortunados’’. Como es cuestión de fortuna te liberas de la responsabilidad. En fin, duermes tranquilo encerrado en tu apartamento con aire acondicionado, mientras muchos otros con mala suerte tratan de dormir con la barriga vacía. La vida es una ruleta.

La estadística es una maravilla: borra caras de gente y las convierte en números. Cuando hablan de un tanto por ciento de desempleo, no ven a un padre que no tiene cómo alimentar a sus hijos, ni a una madre que llora angustiada, ni un niño que no va a la escuela porque no tiene zapatos. Cuando se trata de ingreso per cápita, peor, pareciera que todos ganamos más o menos lo mismo, solo que los menos afortunados, además de mala suerte, tienen mala cabeza para administrarse.

Las ONG’s son apaciguadores de conciencia muy efectivos. El mundo está lleno organizaciones dedicadas a ayudar a los menos afortunados. ¿Casualmente? éstas organizaciones nacen justamente en los países ricos. ONG’s pidiendo a gritos, desde la devastada Europa, salvar el Amazonas. Otras que te enseñan que con solo diez euros pueden vacunar a cuarenta niños en África que de otro modo morirían de mengua. Unas claman por los derechos humanos desde el corazón mismo del monstruo que convirtió nuestros derechos en reveses.

Adoptemos negritos sin llevarlos a casa, salvemos los peces de la costa de Madagascar porque los nuestros ya nos los comimos. No maten a ese elefante, que gente sobra en el África y paquidermos quedan pocos, que le quiten el velo a esa niña musulmana, que el sombrero de la judía se quede donde está, que no coman titis los yanomamis y que de paso aprendan a rezar, que no practiquen el sexo que se contagian de sida y las medicinas son tan caras que se van a morir, que nada de sexo, que no tengan hijos, que les vamos a enseñar a cuidarse para que no haya mas pobres... Por solo diez dólares al mes compras la certeza de estar arreglando al mundo.

Y es que la pobreza tiene que tener sus causas y estas no pueden ser culpa de ellos. Ellos ayudan, dan trabajo a la gente, les pagan poco pero pagan lo que estipula la ley. Y aquí entran en juego las leyes, maravillosas herramientas para lograr un efectivo despojo de culpas.

Existen dos tipos de leyes, las que se cumplen al pelo y las que se interpretan a conveniencia. El salario mínimo legal es el que es y no se paga ni un solo centavo por encima de lo que diga la ley. Si no le alcanza el sueldo a Juan no es mi culpa, que vaya y le reclame al gobierno. Si la ley dice que los impuestos sobre la renta son el tanto por ciento de los ingresos, pues, allí empiezan a interpretar que significa la palabra ingresos, y que significa tanto por ciento, y van acomodando hasta que les cuadre la ley justo a su medida.

La ley les alivia el peso de su mezquindad.

Esto nos lleva al último elemento a tener en cuenta en este sencillo método: La conveniencia: así como aplican la ley cómo y cuándo les conviene, hacen uso del individualismo de la misma manera. Cuando ellos, solitos con su conciencia, se encuentran con la posibilidad de tomar decisiones que apunten a ser más justas, van y apelan a una ley ‘’colectiva’’ que las tome por ellos.

Es fácil ser un capitalista de buen corazón, con no pensar tienes.

tongorocho@gmail.com
http://carolachavez.blogspot.com



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Carola Chávez

Periodista y escritora. Autora del libro "Qué pena con ese señor" y co-editora del suplemento comico-politico "El Especulador Precóz". carolachavez.wordpress.com

 tongorocho@gmail.com      @tongorocho

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