El huésped alienante

Aún recuerdo el proverbial saludo de Arturo Uslar Pietri: Buenas noches, ¡amigos invisibles! Cuando disertaba, emocionado, frente a las cámaras de la TV a una audiencia sin rostro, impedido de tener contacto visual directo que le permitiera mirarnos a los ojos y percibir nuestras emociones y reacciones, ante las clases de historia universal y cultura general que brotaban de su lúcida mente. Pocos comprendíamos que, detrás de su frondoso discurso, había una intencionalidad ideológica y política, que hasta nos ha hecho creer que el petróleo es necesario y posible sembrarlo, cuando en verdad, lo que hay es que saberlo cultivar y bien utilizar sus frutos, porque el oro negro, ya está sembrado, desde hace muchos siglos, en las entrañas de la naturaleza que nos vio nacer. Tampoco, lo podía saber el Llanero Solitario, Boston Blaky, Kimosabi, Betty Boo, Pedro Infante, Dolores del Rio, Sara Montiel, Libertad Lamarque, el Zorro o el Sargento García, que llegaron a nuestras vidas y entraron a nuestras casas, como enlatados importados, y nos hacían llorar, reir, pensar o nos entretenían, aunque sólo podíamos verlos en blanco y negro. Eran aquellos, nuestros tiempos mozos, en los que Victor Saume, Renny Ottolina o Amador Bendayán cautivaban las audiencias con sus magistrales programas de variedad, los mediodías o los fines de semana. En aquella época, llegó a mis manos un libro que revolucionó mi manera de entender y comprender el "mundo del espectáculo" en la pantalla chica. Un libro, creo que editado por la Televisión Educativa de la Universidad del Zulia. Un libro, cuyo título, por si mismo, es atrayente y obliga a la reflexión: ¡El huésped alienante! Es decir, alguien o algo que llega a nuestras casas, ingresa, se hospeda, duerme y vive en ella, come, camina, se desviste en los cuartos e incluso en las salas de nuestros hogares y, de ñapa, nos aliena, perturba nuestra tranquilidad, enajena nuestros sentidos, se agarra de nuestras neuronas y nos estropea las sinapsis de los tres cerebros que cohabitan en la azotea del edificio humano y, de paso, nos ofrece la posibilidad de lograr la demencia temprana o crea un frenesí que nos emboba y puede llegar a ser peor que la narcodependencia. Ese libro, lo escribió, nada más y nada menos, que Martha Colomina, en esa época, "propiedad privada", del poeta Hesnor Rivera. Fue escrito cuando era profesora de LUZ, allí hizo un riguroso estudio sobre el papel, la influencia o el impacto que tenía, y, supongo que sigue teniendo, la televisión, en los hogares venezolanos ¡Cómo me gustaría tenerlo a la vista para hacer citas textuales! Ahora, apelo al recuerdo de más de 30 años atrás para concluir que, si algo o alguien puede enajenar, manipular, transformar, influir y formar nuestras creencias, diseñar nuestros mapas y construir nuestros esquemas mentales y programar nuestro cerebro reptileano (central), límbico (derecho) o incluso, nuestra neocorteza cerebral (izquierdo) es, en efecto, la televisión y sus personajes multicolores, con sus atrayentes y cautivadores programas, que nos embelesan, nos atrapan, nos acuestan y nos sientan, de un solo jalón. Sin dejarnos pensar si nos conviene o no nos conviene y menos, poder discernir si, detrás de sus imágenes en movimiento, sus sonidos y las palabras o gestos que se meten a través de nuestros sentidos, hay mensajes subliminales, intencionalidad malvada o bienhechora, si lo que desean es informarnos o comunicarse con nosotros. Por eso, desde el 28 de mayo, tenemos la oportunidad de continuar profundizando el proceso de convertir a un huésped aprovechador, mala gente, irresponsable y alienante, en un huésped bondadoso, generoso, bien intencionado, cargado de valores humanos y trascendentes, a favor de la justicia y la equidad social, dispuesto a trialogar entre el emisor, el medio y el receptor, con respeto a la dignidad humana y, por encima de todo, tiene la opotunidad de convertirse en un huésped liberador, capaz de abrirle cauce a la vida en comunidad y a la esperanza de que es posible construir, entre todos, un mundo mejor. Antes que llegue la penumbra.

articulohugomoyer@cantv.net


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Hugo Moyer Agostini

Ing. Químico (1975). Postgraduado en Macroeconomía, Planificación y Creatividad Aplicada Total. Profesor Titular jubilado de LUZ (1997). Presidente Honorario de la Escuela Latinoamericana y Caribeña de Ciencias y Técnicas de Gobierno (ESCOLAG). Ha sido el primer Director del Instituto Zuliano de Estudios Políticos, Económicos y Sociales (IZEPES) y del Centro Latinoamericano de Altos Estudios de Gobierno (CELAEG) Ha sido asesor de Rectores de varias universidades, Alcaldes y Gobernadores, así como de la Presidencia de PDVSA y PEQUIVEN. Vive para la POLÏTICA y se resiste a vivir de la política.

 escolagzulia@gmail.com

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