No creáis en el burgués ni a un jurando por las tres divinas personas

      Toda regla, incluso en la guerra, tiene su excepción. Creo, no lo recuerdo bien, lo explicó sabiamente un intelectual francés que se ocupó  de escribir sobre la guerra de los vietnamitas contra los invasores estadounidenses. El grupo guerrillero responsable de su traslado por las montañas casi cae en una emboscada, pero detectada a tiempo la intención del enemigo, supieron burlar los obstáculos y conducir felizmente al invitado a su destino. Sin embargo, el intelectual francés sólo supo del incidente porque se lo informaron ya estando completamente fuera de peligro. Fue, admirado por la capacidad de maniobras y la inteligencia de los guerrilleros, cuando dijo: “Toda regla tiene su excepción”.

      En la historia de la lucha de clases, si la determináramos por una sola regla, tendríamos que concluir creyendo y hasta defendiendo que son varias las excepciones de la misma. Por naturaleza, por antonomasia, la burguesía es enemiga irreconciliable del proletariado tanto como éste de aquélla. El explotador, por principio de la producción y del salario, no puede ser amigo entrañable y solidario a carta cabal del explotado. Lo mismo acontece entre el opresor y el oprimido. En el medio de los dos actúa, como razón de movimiento y de pensamiento, el espíritu de la rebelión girando a favor del explotado y del oprimido, porque una revolución no es otra cosa que la rebelión de esclavos por conquistar su libertad en el sentido más amplio de la palabra o categoría histórica. Pero, siempre hay un pero, toda regla tiene su excepción. Sépase y entiéndase que sólo se hace referencia al rico y no a ninguno de los que conforman los estamentos medios de la sociedad.

      Es verdad, que la intelectualidad más brillante que ha tenido el proletariado en su historia no ha sido, precisamente, obreros de pura cepa, es decir, nacidos del seno del de la clase obrera que vende su fuerza de trabajo por el miserable salario que a duras pena le alcanza para sobrevivir y reponer, sin poder evitar el deterioro físico, su energía muscular para continuar siendo el productor de la riqueza o plusvalía del burgués o capitalista que le explota su mano de obra. Los creadores de la doctrina marxista fueron Marx y Engels. El primero nace de una familia acomodada y culta aunque no rica en el sentido extremo del término. El segundo si nació del seno de una familia rica. Engels, se puede decir sin temor a equivocación, era rico de verdad. Sin embargo, una gran excepción de una regla burguesa, Engels, desde muy temprano fue cautivado por las ideas del comunismo y terminó siendo el mejor y más brillante colaborador científico de Marx en la construcción de la doctrina marxista. Si en su tiempo hubiese habido cien ricos como Engels, Marx hubiera contado con una compañía completa para haber estremecido Europa completa con una parte del proletariado sin fronteras armados hasta los dientes. Y digo eso, porque en vida de Marx y Engels hubo guerras e insurrecciones y en ambas, el nervio que mueve el concreto es el dinero. Y éste lo hubiesen tenido los cien ricos como Engels y, sin que le quede duda a nadie, lo hubieran puesto a disposición de la revolución proletaria. Hubiesen sido cien excepciones de una sola regla, pero no lo fue. Eso es más difícil que matar un burro a pellizcos.

      No es común, no puede ser la excepción la regla completa o casi completa, o la mitad, o un cuarto, o una décima parte la excepción de la regla. La burguesía está hecha para explotar al trabajador. Eso no niega que exista un burgués o algunos burgueses que se encariñen con ciertos trabajadores, traben una buena amistad y hasta se solidaricen, en unos cuantos aspectos, con ese pequeñísimo grupo de proletarios. Hay burgueses filantrópicos, sin duda alguna. Roberto Owen, socialista utópico pero por demás generoso y solidario es, quizá, la máxima expresión de la filantropía política, económica e ideológica como en la religión lo fue el obispo Mariel en Francia. Roberto Owen quedó completamente arruinado, porque toda su riqueza la invirtió en la construcción de una ciudad ideal de dos mil personas, donde los niños, casi al nacer, iban a una institución educacional de la cual no querían retirarse cuando los padres los iban a buscar para llevarlos a casa. Sin duda, una grandiosa excepción de la regla.

      Pero existe un caso, después de Roberto Owen pero unas décadas antes de Engels, que es digno de destacar y reconocerle su mérito histórico. La Comuna de París se produjo en los primeros meses del año 1871. En ese tiempo había un rico o capitalista muy especial en Francia, conocido como: Beslay Charles. Marx, que no se detenía para criticar lo que para su concepción de mundo era criticable o rechazable, dijo de Beslay que “… a pesar de ser un capitalista, fue un miembro abnegado de la Comuna de París…”. Y ésta, fue la primera gran experiencia de revolución proletaria triunfante que duró aproximadamente unos tres meses, pero que sobre su cruel derrota por las bandas serviles al capitalismo encabezadas por el codicioso y verdugo Thiers, se enriqueció y maduró para siempre la doctrina marxista en beneficio teórico y práctico del proletariado sin fronteras. Y eso fue así duélale a quien le duela o no lo crea quien no lo quiera creer.

      Pero lo esencia no es que el rico Beslay haya sido un abnegado miembro de la Comuna de París. No, eso no. Lo que llamó poderosamente la atención de los proletarios comuneros, lo que realmente los sorprendió y los hizo admirar y querer a ese capitalista en riqueza material pero revolucionario en la práctica y en la teoría fue, ¡buen ojo lector con esto!, que entregó toda su fortuna a los comuneros para ponerla al servicio de la revolución y, además, les dijo unas palabras, ¡más ojo lector con esto!,  que no recuerdo textualmente pero fue más o menos lo siguiente: no confíen nunca en el burgués, ni siquiera en mí que les estoy entregando mi riqueza, porque el burgués es un explotador y opresor del proletariado.

      No es rigurosamente cierto lo que dijo Beslay a los comuneros, porque antes Owen y después Engels son una prueba irrefutable que ha existido y nada indica que no existan algunos burgueses resteados con la causa del proletariado. Que no pongan toda su fortuna a disposición de la lucha del proletariado por conquistar el poder e implantar el gobierno o Estado revolucionario de transición del capitalismo al socialismo, es otra cosa pero eso nunca será suficiente para negarles su condición de revolucionarios. Que no repartan nada de la plusvalía con los trabajadores que le producen la riqueza, es otra cosa pero tampoco eso será suficiente para rechazarles su condición de revolucionarios. El hecho mismo que públicamente se muestren de acuerdo con un programa de carácter revolucionario es un paso importantísimo que debe ser apreciado, fundamentalmente, por un gobierno o Estado revolucionario para cumplir programas de política económica a favor de un proceso de cambios y de una lucha antiimperialista. Ahora, lo que no es posible ni será posible hoy día y nunca más, es que una clase burguesa vuelva a ser revolucionaria, porque el tiempo de las luchas por la liberación nacional pasó de moda y lo que realmente está planteado es la revolución socialista ya que lo que caracteriza el mundo actual y cada nación en particular es el predominio de las relaciones capitalistas de producción independiente del nivel de las fuerzas productivas.

      ¡Dios, Marx y el proletariado bendigan a todo burgués que, sin oportunismo o demagogia alguna, grite a los cuatro vientos que es partidario del socialismo!... Pero también que ¡Dios, Marx y la revolución maldigan a todo proletario que conscientemente se oponga y luche contra el socialismo! Bueno, si existe un burgués muy poderoso económicamente que quiera distribuir su plusvalía entre algunos camaradas, no tendríamos inconveniente de hacerle llegar el nombre de algunos que viven día y noche dedicados a la causa revolucionaria y no tienen entrada económica de ninguna naturaleza siendo, aceptemos esa verdad aunque sea negada por familiares, una carga pesada para el salario que hace entrada quincenal o mensualmente en el hogar donde viven. “Utopía… utopía”, me dice un camarada que estuvo a mi lado mientras escribí este artículo.



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Freddy Yépez


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