La Unasur y el antiimperialismo de papel

Desde que el primer soldado latinoamericano lanzará aquel grito de guerra: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad”, ha corrido mucha sangre con pasión antiimperialista por este continente. Incluso, desde las fauces del mismisimo imperio, ya en 1898 el escritor norteamericano, Samuel Langhorne Clemens (Mark Twain) gritaba como un pájaro solitario: “Yo soy anti-imperialista y nunca aceptaré que el águila imperial pose sus garras en ningún país extranjero”.

Otro quien de verdad largó el forro en más de ochocientos combates a machetazo limpio y con un saldo de 26 heridas de bala en su cuerpo, fue el Titán de Bronce, Antonio Maceo, aquel cubano que llevaba sangre venezolana y quien junto a su padre y hermanos nunca descansó su brazo en su faena antiimperialista. Hasta el punto en que aquel año de 1878 y a raíz de quererle imponer un tratado de rendición vergonzosa, le respondió a uno de los proponentes: “Nuestra protesta es la actitud en que nos hemos colocado, la cual está firmada con los tiros que desde ayer se oyen sonar por todas partes y sellada con nuestras sangre”.

Por antiimperialista hemos conocidos también a Augusto Cesar Sandino y a su “pequeño ejercito loco” que operaba en las montañas de la Segovia, allá en Nicaragua; y quienes a pesar de haber sido atacados por cuatro aviones Corsair, treinta y seis buques de guerra y seis mil marines, con la intención de doblegar sus conductas insurrectas, lograron propinarles severas derrotas a los yanquis. Dicen que cuando al General de Hombre libres en mayo de 1927, el delegado gringo Henry Stimson, propuso el armisticio traidor, éste respondió: “"Yo no estoy dispuesto a entregar las armas en caso de que todos lo hagan. Yo me haré morir con los pocos que me acompañan, porque es preferible hacernos morir como rebeldes y no vivir como esclavos".

El último antiimperialista que tuvo el coraje de combatir palmo a palmo y fusil contra fusil, fue aquel al que llamaron el Ché y que combatió con apenas 17 guerrilleros, frente a un ejercito de mil 800 hombres, comandados por los Ranger y Boinas Verdes del Pentágono, allá en la quebrada del Yuro, en Ñancahuazu, Bolivia. Ese que fue argentino y cubano, el mismo que dejó la loza fría de su escritorio de Ministro y representante de su revolución ante la OEA, y que un 16 de abril de 1967 a propósito de la tricontinental de la Habana, señaló: “Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo y un clamor por la unidad de los pueblos contra el gran enemigo del género humano: los Estados Unidos de Norteamérica…”

En fin; de antiimperialistas ha estado lleno este continente y eso lo sabe el imperio, por eso lo de Argentina fue apenas una escaramuza más del combate. Por ahora, a pesar de las protestas y las denuncias, acerca de las “mentiritas blancas” negadas por el pentágono en torno a su libro blanco y el consenso impuesto en Bariloche, las 7 bases militares van. De allí; que será mejor seguir vigilante, recoger velas e ir pensando en normalizar nuestras relaciones con el gobierno colombiano, porque por los vientos que soplan, aquí nadie está dispuesto a reafirmar aquella postura del guerrillero heroico, en cuanto a que “hay que arriesgar el pellejo para demostrar verdades”. Además en Unasur, salvo sus excepciones y por lógica deducción de lo señalado por Uribe y Alan García, al parecer había muchos antiimperialistas de papel. ¿Verdad, camarada Evo?

zabala.douglas@gmail.com


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Douglas Zabala


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