Álvaro Uribe en el diván

Un conocido documental, titulado “azul y rosado”, explica cómo los juegos infantiles son parte de la construcción de nuestra personalidad.

Este no es un asunto únicamente de niñez. También nos modelan psicológicamente los deportes en que nos formamos y es ahí donde podemos explicarnos muchos de los histéricos comportamientos del Presidente Álvaro Uribe, que se repiten cada vez con más frecuencia, hasta el punto de que - ni nada más ni nada menos que el Vicepresidente Santos - la semana pasada llegó hasta pedirle en público que, por favor, “sacara bandera blanca”. Textualmente Uribe le contestó que para él era muy difícil “lidiar” (sic) con el silencio frente a lo que le disgustaba.

La Real Academia de la Lengua define el término lidiar, que proviene del latín “litigare”, como “luchar con el toro incitándolo y esquivando sus acometidas hasta darle muerte” o bien como “batallar, pelear”. No había podido Uribe definir mejor lo que le sucede cuando debe enfrentar una situación difícil, como todas las que – como cascada – se le vienen presentando al descubrirse que la gente más cercana a él hace parte del mundo mafioso que se tomó a Colombia. Sus parientes, sus ministros, sus secretarios, en fin, sus más estrechos colaboradores van cayendo, uno a uno, en manos de la justicia en interminable juego de bolos. Y él responde iracundo contra la Corte Suprema de Justicia, contra la Fiscalía, contra los medios de comunicación, pretendiendo convertir estas instituciones en los responsables del problema. Porque para él, lo grave es la denuncia y no el delito.

Lo hace con furia incontenible, en espectáculo contrario al que protagonizó Jesús cuando con ira santa sacó a los mercaderes del templo. En Uribe sus iras son un intento por impedir que saquen a los mercaderes del templo. Como quien dice, protagoniza, llana y simplemente, al anticristo.

Algunos dicen que lo hace como táctica, porque la mejor defensa es el ataque. Yo creo mucho más en la explicación que él mismo da, al responder que no puede “lidiar” con el silencio, porque los seres humanos – como lo han demostrado científicamente los neurosicólogos – no contamos en nuestro actuar con el “libre albedrío”, sino que dependemos de nuestra constitución psicológica que yace en nuestro subconsciente.

Para citar sólo a uno de los muchos científicos que lo han demostrado, gracias a la más avanzada tecnología de punta, como es el caso del profesor Gerhard Roth, investigador del cerebro en la Universidad de Bremen, Alemania, sabemos que “la sensación de que yo soy dueño de mis actos, sujeto consciente que actúa, es ilusoria. El cerebro decide antes de trasmitirme la sensación de que quiero hacer lo que me dispongo a hacer”. Y agrega el profesor Roth: “el libre albedrío no es tan dueño de sí mismo como a él mismo le agrada creer. Todo sucede como si el cerebro necesitara “calentar filamentos” durante unas fracciones de segundo antes de que salte el destello consciente. Por tanto, el acto de la voluntad no puede ser la causa del movimiento, sino únicamente una sensación que acompaña el movimiento mismo”.

¿Qué es, entonces, lo que nos lleva a actuar? Es nuestra constitución psicológica la que nos ordena, nos manda, nos impulsa. Es esta constitución psicológica la que va construyéndose a nivel de nuestro subconsciente desde el momento mismo de nuestra concepción. Se origina en una herencia genética a la que luego moldea el medio en que nos desarrollamos: nuestra familia, nuestra formación, nuestra educación, nuestro trabajo, el clima que nos envuelve, etc. En fin, es el resultado y acumulación de las huellas que nos deja, como impronta, nuestra vida.

¿Qué pasa con Uribe, cuya constitución psicológica es de pelea sin control y sin respeto a las instituciones que buscan hacer justicia? Basta conocer un poco sus antecedentes familiares para entender a plenitud que, en efecto, su constitución psicológica le impide “lidiar” – como él mismo lo dice - con la prudencia.

Cuentan sus más cercanos amigos que cuando Uribe era joven, su padre lo obligaba a levantarse a medianoche a domar caballos. Al menos así me lo contó quien fuera su más íntimo amigo, Pedro Juan Moreno, muerto en un “inexplicable accidente” del helicóptero en que viajaba en campaña política, enfrentándose radicalmente a su más cercano compañero de juventud, de política y de negocios, Álvaro Uribe, con quien recientemente había roto radicalmente.

¿En qué consiste la doma de caballos en que se crió Uribe? En la página web “Amigos del Caballo” se lee: “La doma clásica o "dressage" consiste en el adiestramiento por medio del cual el jinete consigue que su caballo realice todas sus órdenes con un alto grado de armonía… Consiste en que el jinete adiestre al caballo para que realice todas las órdenes con gran armonía… Con la doma clásica se busca un equilibrio total entre jinete y caballo, logrando un total entendimiento y comprensión entre ellos… Se considera que el origen de la doma clásica es el entrenamiento militar practicado en la antigua Grecia para que en el campo de batalla no hubiera problemas. El historiador griego ”Jenofonte”(430 a.C.) narra movimientos como el “plaffe” o el “passage”, que continúan usándose en las competiciones actuales”. Por lo tanto, lo que busca Uribe, impulsado por su constitución psicológica conformada en un medio donde la doma de caballos era su principal actividad, es aplicar el principio del jinete y el caballo, donde el caballo le obedece incondicionalmente al hombre o a la mujer que lo montan, en armonía y sin las estridencias que producen las denuncias de los magistrados de las altas cortes. Pretender domar, en lugar de gobernar, es lo que explica la conducta de Uribe.

glorigaitan@yahoo.es


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Gloria Gaitán


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