Inocentes e infelices declaraciones de Wellington (Ecuador): no a la alianza del ALBA

Los denodados esfuerzos que los invisible tentáculos del poder en el mundo han hecho para configurarnos como eficiente "patrio trasero" de los EEUU, pasa por la reconducción de nuestros pensamientos, visión de mundo, sentimientos y hasta preferencias en cuestiones tan sencillas como, por ejemplo, comprase un par de zapatos, de marca preferiblemente, y marca determinada. Se trata de las innominadas fuerzas del mercado y la cultura que, a título de progreso, tiende a manufacturarnos como producto de calidad que a su vez (¡curioso ser viviente!) procura otros productos, también de calidad.

El acto de simple de comprar el par de zapatos puede implicar tres situaciones: (1) que se desee comprar una específica marca, (2) que dicha específica marca tenga un precio que al momento no pueda pagarse, lo cual, a su vez, genera (3) una situación que te recita internamente que eres un fracaso al no poder obtenerlo, cosa que recuerda mucho la definición de fracaso para todo aquel que no logra el llamado “sueño americano” de otras latitudes. Es simple educación, misma que arranca desde el vientre, según la moderna ciencia. Y cuando se inocula bajo las consignas simplistas de que la vida humana, como la animal, es un acto de competencia donde el mejor adquiere cierto aspecto, estatus y mentalidad, entonces tenemos lo que podríamos denominar la jungla ilustrada del capitalismo salvaje, donde el personalismo es protagonista y el sentido de lo social existe en la medida en que rinda dividendos.

De manera que la elección del par de zapatos seguramente se resuelve con la adquisición de una marca que te "clasifique" en determinada materia, de prestigio y triunfadora, según recomiende la fuerza manipuladora y soterrada del libre mercado imperante. Vales lo que tienes, y eso lo encuentras desde el estrato más bajo hasta el más alto, en los que se mata por un par de zapatos "de marca" o se dilapidan enormes fortunas por otras supermarcas, respectivamente. Es el contexto cultural donde se desplazan los hombres, seres de cultura, sea nativa, mezclada, transculturada o alienante. Porque eso somos, unidades vivas culturalmente configurables y configuradas, más allá de las pulsiones básicas de la existencia animal.

En la historia humana, cuando un país intenta someter a otro a su arbitrio y costumbres, sobre la base de una condición prestigiosa dominante, el proceso se denomina colonialismo, y así como lo genes hacen los suyos al intentar animalmente perpetuarse, así las formas sociales, política y culturales hacen lo propio. De modo que en el asunto todo mundo resulta inocente: unos dominantes de modo automático y otros automatizados como para que no conciencien el dominio. El pecado estaría en que la colonia jamás descubra que piensa con pensamientos prestados. Así las cosas, hablamos de una especie de delito de lesa libertad.

Pero es acto de reconocimientos y autodespertar de difícil logro, si desde el vientre materno se está educando "para la libertad", esto es, según el bagaje político y cultural del momento. El llamado simplismo del libre mercado y cultural se concreta en un facilismo conductual, donde el todo ya está predeterminado. Así que, en el plano de nuestras condiciones, que norteñamente llaman "patio trasero", donde la metrópolis imperial ha desplegado el enorme esfuerzo de que pensemos como ellos, no es difícil saber qué marca comprará a futuro y cómo se vestirá el bebé que porta la madre en su vientre, esto si logra entrar en el aro del modelo de triunfo recomendado en su contexto.

Tal modelo comportaría el consumo de productos e ideas generadas desde la matriz imperial, generalmente avasallante en su deslumbrante maquinaria de deshacer nacionalidades para crear una suerte de repúblicas o aéreas colonias, desarraigadas. La televisión y los medios de comunicación, el chantaje de los productos en el mercado, el hombre sonriente en las pantallas, ejecutivamente vestido, las chicas superpoderosas con desmesuradas glándulas mamarias, el chico exitoso con las motos y varios carros, hacen lo suyo. Y ese “suyo” es extraño y no propio, porque en Latinoamérica, por obra y gracia de lo dicho anteriormente y por génesis histórica de la Conquista, lo indio y negro es abominable y lo blanco y europeo es restañante. Como si el drama identificatorio de lo latino es que, siéndose indio o negro, se pretenda únicamente ser lo que en realidad es un componente en la sangre (lo europeo), como si se añorara lo extraño y remoto que nunca se ha vivido pero que se pretende considerar propio. Tal es la tendencia a lo extraño.

Es una verdadera complicación que se refuerza con la clara mentalidad de mucha gente, dirigente o no de países, el corte y estilo de las instituciones, la programación de entretenimiento popular, la celebración de fechas y fiestas extranjeras (Halloween, es una), así como vocablos, modo de vestir, gustos, ideas, mascotas, en fin... Todos los planos. Naturalmente, es un huracán histórico cultural ya dado, con cauces ya regulados, con coposa fronda y ramaje extendido. Es de cualquier forma un daño ya hecho, si vemos en la palabra "daño" implicado el mal de no caer en conciencia de que no pensamos ni por ni para nosotros. Habitantes genuinos del patio trasero. Seres prestados en su propia tierra. Gran rollo.

El asunto cobra gravedad cuando la dirigencia de un país, que se supone una abierta conciencia histórica que guía los destinos de la nación, incurre en el mencionado delito de lesa libertad de pensamiento que, sin darse cuenta, no escoge lo conveniente propio sino lo conveniente a lo ajeno. Suerte de seres autómatas, delineados formatos de la máquina trasnculturadora, bagazo de trapiche de la penetración extranjera. Y me refiero a un personaje en concreto, no teniendo la precisión de saber si tuvo academia en la famosa Escuela para las Américas [de hecho sabemos que no es así porque no es militar, pero para el caso que lo fuera, resulta interesante la consideración], donde todo el proceso cultural mencionado arriba como susceptible de que un humano lo viva a lo largo de su vida, lo vive el cadete en unos cortos años, precipitadamente.


En consecuencia, y lo que es peor para la conciencia que escoge, estaríamos hablando de unidades vivientes perfectamente delineadas (el militar), típicamente latinoamericanas en el sentido de pensar por otros y para otros, y hasta de rechazarse a sí mismo como lamentable humano de estos trópicos, con una autoestima nativa quebrada y una alta estima exótica reforzada. Caballos de Troya en el contexto del poder militar en los países latinoamericanos, según se así se ha criticado la formación que imparte esta institución a los cadetes del ya dicho “patio trasero”. Para algunos analistas, son permanentes candidatos a golpes de Estado que el imperio estadounidense prepara a futuro, para cuando se decida a conspirar desde las cúpulas militares, es decir, cuando la colonaia se le ponga adversa.

Pero no es caso del Ministro de la Defensa ecuatoriano (que no es militar), Wellington Sandoval, cuyo nombre ya nos lanza piedras desde el viejo continente, quien, de modo extemporáneo, sin consultar siquiera con su jefe Rafael Correa, el Presidente de la República, ya dio por hecho que conformar una alianza militar de pequeños países subdesarrollados contra eventuales agresiones del imperialismo norteamericano quiebra los fundamentos de la formación cultural latinoamericana (la suya -se diría yo-). De tal modo, a priori, con el argumento de que la integración de Ecuador a la alianza del ALBA violaría la autodeterminación de su país, descartó la propuesta del mandatario venezolano, Hugo Chávez, de conformar una estrategia conjunta latinoamericana de defensa.

Y lo dicho lo hace desde el plano de la automatización (colonial, para ser más preciso y en la honda con este “culturoso” escrito), desde ese sentimiento que asume como sacrilegio ir contra la madre cultura de los amos del patio trasero (el sólo pensarlo), los sacrosantos EEUU. Lo demuestra el hecho de pensar por otros, hasta por el mismo presidente, según se desprende de sus propias declaraciones, antes de consultar con Correa, cuando dice que "la última palabra, obviamente, la tiene el presidente de la república (Rafael Correa) y tenemos que respetarla, pero estoy seguro que el presidente mantendrá esta línea de paz y de respeto a la autodeterminación de los pueblos".

Como si se dijera que el ministro consideró, dada su formación, que el arte de su pensamiento constituye la tabla rasa de todos, no viendo ninguna ventaja en que países que intentan dejar el atraso se fortalezcan en una unión, reacios a los espacios de cualquier patio posterior, cupiendo preguntarse -dada sus declaraciones y actitud- qué ventajas pueden encontrarse más allá de la fronteras conocidas, es decir, más allá de la cerca de nuestra casa.

Sin duda, muchas, podría responderse si más allá se encontrase el territorio mismo norteamericano, nivel máximo de todo colonizado; pero el mismo hablante podría preguntarse ¿para qué ir tan lejos si ya somos parte de tal alto territorio, con todo y lo de "patio trasero" que se pueda endilgar? O ¿para que armarnos contra nosotros mismos -aludiendo a la eventualidad de una agresión gringa-?, lo cual, a más de empobrecedor, es empobrecedor.

Las declaraciones del Wellington asumen tres calificantes: automáticas, inocentes e infelices, y nos coloca en la honda de considerar que el trabajo de desprenderse de colonizantes lazos es titánico y a largo plazo, más grave aun cuando pretende operarse sobre actores cuya formación y nacionalidad parecen pertenecen a otra galaxia, que se ofende con discursos liberadores.

Como se dijo, nadie es culpable. El ministro simplemente da fe de su formación, su cultura, su marca. No cree sentirse libre liberándose de lo que es, para caer nuevamente en el galimatías de arriba sobre la identidad y la idiosincrasia latinoamericanas. Para su mente es natural descartar todo lo que atente contra la condición trasera, porque cuando se crece en determinado terruño, se ama y se quiere, a título de patria, el bendito terruño, y no habrá ser viviente ni fuerza política que desdiga semejante sentimiento. El delito contra la conciencia está cuando, por reconducción (no formación) cultural, no se discierne entre patria y patio trasero de otra instancia, entre pensamiento y alienación (ahora sí, formación), víctima y compradora impulsiva del libre mercado de los objetos culturales. Se es ser de cultura, ser de ideas, sin culpa de ello. La revolución se implica en reeducar.

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Oscar Camero Lezama

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

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