Comencé mi artículo de la semana pasada con una famosa máxima de Saint-Just, uno de los líderes más destacados de la Revolución Francesa, para introducir lo que describí como una lección histórica enunciada de la siguiente manera: "Quienes se enzarzan en conflictos armados y enfrentamientos sin determinación contra pueblos a los que han declarado enemigos absolutos, induciendo así en estos últimos la determinación de aplastarlos a cambio, están condenados a la derrota" ("El régimen iraní en un aprieto que él mismo ha creado", originalmente publicado en Al-Quds Al-Arabi, 17 de junio de 2025). Seguí describiendo algunos ejemplos de la débil determinación del régimen iraní, que ha quedado y sigue quedando patente en varias ocasiones en su costumbre de hacer las cosas a medias y en el amplio abismo que media entre sus grandilocuentes declaraciones y sus tímidas acciones, cuando se enfrenta a los dos Estados que ha declarado enemigos absolutos desde su creación: Estados Unidos e Israel, el Gran Satán y el Pequeño Satán, como los ha llamado.
Apenas unos días después de este artículo, asistimos a la ilustración más llamativa de lo anterior en el comportamiento de Teherán hacia Washington. Cuando se intensificó la amenaza israelí contra ella en un contexto de estancamiento de las negociaciones entre su gobierno y la administración de Donald Trump, la República Islámica prometió que consideraría a Estados Unidos cómplice de cualquier agresión israelí contra ella (que es la verdad del asunto, a pesar de los delirios de quienes creen en la sinceridad de la retórica pacifista de Donald Trump), y que su respuesta incluiría por tanto los intereses estadounidenses en la región entre sus objetivos. Luego vino la agresión israelí, durante la cual el Estado sionista destruyó una parte significativa de las capacidades nucleares y militares de Irán y asesinó a un número asombroso de sus líderes militares y de seguridad y a quienes supervisaban su programa nuclear. En represalia, Teherán no disparó ni una sola bala contra ninguna de las bases estadounidenses repartidas por la región del Golfo, ni permitió que ninguno de sus auxiliares regionales atacara o siquiera amenazara estas bases u otros símbolos de la hegemonía estadounidense en la región: ni el Hezbolá libanés, ni las Fuerzas de Movilización Popular iraquíes, ni siquiera los houthis yemeníes de Ansar Allah.
Cuando el propio Trump empezó a insinuar la posibilidad de unirse a su aliado Benjamin Netanyahu para atacar las instalaciones nucleares iraníes, con el fin de completar lo que Israel había empezado al permitir a las fuerzas estadounidenses utilizar medios que el Estado sionista no posee (bombas guiadas GBU-57, de más de 12 toneladas cada una, y los aviones furtivos B-2 capaces de transportarlas), Teherán volvió a amenazar con que su respuesta sería masiva. Esta vez, los Houthis incluso prometieron bombardear los barcos estadounidenses en el Mar Rojo si Estados Unidos atacaba a Irán.
El asalto estadounidense, que tuvo lugar el domingo por la noche, completó la agresión israelí tal y como estaba previsto. Teherán reaccionó de un modo que sienta un precedente histórico: el del agredido que da las gracias al agresor. En efecto, Trump dio las gracias al régimen iraní por haberle avisado generosamente con antelación de su inminente ataque, que de este modo no causó daños notorios en la base estadounidense atacada. Como era de esperar, la amenaza houthi resultó inútil y no fue seguida de ninguna acción.
Hay una diferencia notable entre el comportamiento de la República Islámica en sus primeros tiempos —cuando su determinación de enfrentarse a Estados Unidos quedó demostrada con algunos golpes verdaderamente dolorosos a la superpotencia, empezando por el asedio de su embajada en Teherán tras la victoria de la revolución jomeinista en 1979 y culminando con el ataque asesino contra la base de los marines en Beirut (241 muertos) en 1983— y su comportamiento en los últimos años, como lo demuestra su falta de respuesta a los sucesivos ataques lanzados por el Estado sionista contra sus fuerzas desplegadas en Siria, y luego por sus silenciosas represalias cuando se sobrepasó el límite de su tolerancia con el bombardeo israelí del consulado iraní en Damasco el 1 de abril del año pasado, que causó la muerte de varios altos oficiales de la Guardia Revolucionaria. La respuesta de Teherán a este ataque siguió el patrón visto en el ataque del lunes contra la base aérea qatarí de Al-Udeid: la República Islámica advirtió a Washington con antelación de su acción inminente, por mediación de las autoridades qataríes. Como resultado, el ataque causó daños muy limitados.
Esta forma de informar al enemigo de un ataque inminente para que se prepare de manera que minimice los daños que pueda sufrir se inauguró con la respuesta de Irán al asesinato de Qassem Soleimani, entonces comandante de la Fuerza Qods del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria iraní, por la primera administración Trump en Irak a principios de 2020. Teherán notificó a las fuerzas estadounidenses, a través del gobierno de Bagdad, que se prepararan para un ataque contra sus fuerzas desplegadas en suelo iraquí. El resultado se limitó a que varios soldados estadounidenses sufrieron traumatismos por las explosiones en la base aérea de Ain al-Asad, lo que llevó a Trump a declarar que las represalias iraníes fueron tan débiles que no había necesidad de reaccionar. Este escenario se repitió el lunes, lo que llevó a Trump a dar las gracias a Teherán y declarar el fin de los combates y el establecimiento de una paz completa entre Israel e Irán.
Esta paz —que sería más apropiado llamar tregua, si el alto el fuego se mantiene (lo que aún no se ha confirmado en el momento de escribir estas líneas)— no durará si Washington no llega a un acuerdo con Teherán. La apuesta de Trump es claramente que los dolorosos golpes que Israel ha infligido al régimen iraní, y su propia demostración de estar dispuesto a comprometer sus fuerzas directamente en la agresión junto a su aliado sionista, persuadirán a Teherán de abandonar su insistencia en preservar su capacidad para enriquecer uranio y construir misiles de largo alcance. La administración Trump ha puesto el abandono de estas dos actividades como condición para concluir un nuevo acuerdo con la República Islámica que incluya el levantamiento de las sanciones económicas que se le han impuesto. Esto no es más que la vieja política del palo y la zanahoria, consistente en asestar golpes al adversario mientras se le promete recompensarle si se somete. Así pues, volvemos al punto de partida de la última ronda de enfrentamientos entre Irán y la alianza estadounidense-israelí, en la que Teherán sigue enfrentado el dilema de elegir entre la guerra y la rendición. Hasta ahora, ha intentado en vano encontrar una vía intermedia que le permitiera hacer algunas concesiones sin perder completamente el prestigio.
La principal diferencia entre el comportamiento del régimen iraní en sus primeros años y su comportamiento en los últimos años se deriva claramente de la diferencia entre un régimen que en sus primeros años gozaba de un apoyo popular abrumador y un régimen que ha perdido en gran medida esa lealtad y ya no confía en su capacidad para controlar a su sociedad, que lleva varios años experimentando levantamientos sucesivos. En línea con el tímido comportamiento descrito en el artículo de la semana pasada, desde el comienzo de la genocida guerra sionista en Gaza, el régimen iraní ha recurrido a movilizar a sus auxiliares libaneses y yemeníes, exponiéndolos al riesgo de represalias, sin atreverse a entrar en la batalla propiamente dicha. Cuando la batalla le ha sobrepasado a pesar de sus precauciones, debido a la agresividad sin límites del Estado sionista, se ha mostrado débil frente a éste (a pesar de sus pretensiones, similares a las de los regímenes nacionalistas árabes del pasado que se atribuían la victoria cuando estaban en plena derrota) y cobarde frente a su jefe estadounidense. Este comportamiento invita a los agresores a redoblar su presión y renovar su agresión, confiados en que Teherán no se atreverá a cumplir su amenaza de incendiar toda la región y atacar seriamente las bases y los intereses estadounidenses en ella.