El valor de las remesas

Conoció el salmón en Nueva York cuando lo vio cocinado en bandejas en el deli del supermercado. Doce dólares el pedazo de media libra. Doce dólares, se preguntó qué podía hacer con doce dólares en su natal Todos Santos Cuchumatán, Huehuetenango, Guatemala, sin dudas alimentar a su familia por lo menos tres días.

En Todos Santos Cuchumatán, Clementino trabajó desde la adolescencia en el cementerio, primero de ayudante de su tío donde aprendió a hacer chapuces[1] por aquí y por allá: días de enterrador, otros de albañil, días de mantenimiento y días de pintor de brocha grande y de pincel pequeño.

Se aprendió de memoria la bandera de Estados Unidos cuando comenzaron a llegar los cuerpos de migrantes que morían en aquel país y que lo habían adoptado como su segunda patria, gente que estaba tan agradecida con el sustento que pidió que en su tumba le pintaran la bandera de Estados Unidos junto con la de Guatemala. Pedidos expresos de paisajes de las urbes estadounidenses y de las montañas de Todos Santos Cuchumatán.

Desde El Norte llegaban los dólares para construir grandes panteones para familias completas, a Clementino le impresionaba el lujo de quienes se habían ido con una mano adelante y otra atrás. Seguro en Estados Unidos les iba muy bien para desperdiciar así el dinero, pensó.

Gran parte del pueblo había migrado cuando Clementino alcanzó la mayoría de edad y en donde antes había casas de adobe se comenzaron a construir casas de bloques de tres niveles y espacio amplio para estacionar los carros usados que llegaban rodados por la frontera entre México y Guatemala. Los jóvenes se emocionaron al ver aquella fortuna y comenzaron a emigrar en masa, entre la bulla también Clementino se fue, prometiéndole a su familia el envío de remesas semanales para la construcción de la casa de bloques con estacionamiento grande para los carros que enviaría.

Así fue como se topó en Nueva York con aldeas completas que se imaginó que iba a encontrar viviendo en la opulencia, como lo demostraban las remesas para construir los panteones y las casas de tres niveles. Pero para su sorpresa estaban hacinados en edificios ubicados en las zonas más pobres de la ciudad, con tres y cuatro familias alquilando en un apartamento de una habitación. Encontró cuadrillas de trabajadores viviendo en sótanos de las casas de otros guatemaltecos que les hacían el favor de rentarles.

La mayoría viajando en tren porque no tenían carro, que también como él un día se preguntaron qué podían hacer en Guatemala con los doce dólares que valía la media libra de salmón en el deli del supermercado.


[1] Chapuces: Trabajo que se hace sin técnica adecuada.

 

 



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Ilka Oliva Corado

Escritora y poetisa guatemalteca. Se graduó de maestra de Educación Física para luego dedicarse al arbitraje profesional de fútbol. Hizo estudios de Psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala, carrera interrumpida por su decisión de emigrar a Estados Unidos en 2003, travesía que realizó como indocumentada cruzando el desierto de Sonora-Arizona.
Es autora de doce libros: Historia de una indocumentada. Travesía en el desierto de Sonora-Arizona; Post Frontera; Poemario de luz de faro; En la melodía de un fonema; Niña de arrabal; Destierro; Nostalgia; Agosto; Ocre y desarraigo; Relatos; Crónicas de una inquilina y Transgredidas, publicados en Ilka Editorial.
Una nube pasajera que bajó a su ladera la bautizó como “inmigrante indocumentada con maestría en discriminación y racismo”.
Sitio web: https://cronicasdeunainquilina.com/

 cronicasdeunainquilina@gmail.com      @ilkaolivacorado

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