Somos lo mismo que juzgamos

En las manifestaciones en Colombia en días pasados, varios migrantes venezolanos fueron vapuleados por gente que los acusó de robar y crear disturbios, esa misma gente que exigía derechos humanos a Duque, mientras otros ensalzados por el amor patrio denunciaban en redes sociales que esos migrantes tales por cuales atentaban contra la seguridad nacional; actuando con esto de la misma forma en que lo hacen los caucásicos racistas en Estados Unidos contra los migrantes indocumentados latinoamericanos y los mismos caucásicos europeos contra los afros en Europa. ¿Habrían vapuleado a los migrantes de haber sido estos caucásicos, estadounidenses o europeos? Ajá, eso mismo.

En México, celebran a López Obrador, el presidente que prometió una Cuarta Transformación algo así como la Tercera República en España, sin embargo callan ante las deportaciones masivas y el abuso de la Guardia Nacional contra los migrantes indocumentados, los mismos humanistas que denuncian la injusticia social. Con esto demostrando que no importa la ideología, el de abajo siempre será el de abajo en cualquier circunstancia y en cualquier lugar.

En Guatemala en el 2015, en las manifestaciones por corrupción contra Otto Pérez Molina, entre las masas apelmazándose en las plazas, los sábados de ir a broncearse, los vivos aprovechaban a que los niños lustradores de zapatos les lustraran los suyos, total que tampoco se trataba de que el de abajo dejara de ser el de abajo y que otros perdieran sus privilegios. Y era la gente que decía que iba a luchar por los derechos humanos, la injusticia social y la impunidad. Muy denunciadores de la corrupción de Pérez Molina y su clica criminal pero seguían negando el genocidio porque tampoco se trataba de hacer justicia sino de ir a broncearse los sábados aprovechando la bulla , y no soportaban codearse en las plazas con las masas de indígenas que exigían una Asamblea Nacional Constituyente. Al final terminaron votando por una marioneta peor que Pérez Molina: Jimmy Morales, porque tampoco se trataba de iniciar cambios profundos sino de apacharle el ojo al macho, como buenos chapuceros.

En las manifestaciones recientes en Ecuador, Chile, Honduras, Haití, Bolivia y Colombia, hemos visto cómo la policía y el ejército desatan su ira contra el pueblo, lo curioso es que los que disparan, malmatan a palos y violan son obreros como los mismos obreros que han salido a manifestar. El de arriba podrá ser un injerencista de cualquier país porque el país es lo de menos, aliado con las oligarquías criminales que se ponen a fraguar las formas de represión masiva sin importar el daño irreparable: físico y emocional que puedan causar en cada ser humano y en el frágil tejido social de esta Latinoamérica profundamente herida, porque al final los demás les importan una mierda.

Imagino que desde la psicología, sociología y antropología existirán formas para explicar el comportamiento humano en momentos de tensión, pero más allá de esa interpretación desde la ciencia, cómo nos explicamos que un obrero cualquiera, que vive en un arrabal cualquiera que también se truene los dedos para pagar los recibos, el colegio de sus hijos, las cuentas médicas, la renta, que lo podemos ver todos los días en las mañanas tomando el autobús hacia su trabajo; que sea nuestro vecino, que haya ido a nuestra casa en un cumpleaños, que sea nuestro compañero de equipo deportivo, sea el que ya uniformado se transforme en un violador, que mate a palos a cualquiera en la vía pública porque este se atrevió a levantar la voz, que ese soldado agarre a punta de metralla y dispare contra una multitud sin que le tiemblen las manos. Porque no es el injerencista el que dispara ni el oligarca, aunque den la orden, es el obrero.

Y no lo hace una vez, porque las manifestaciones han durado semanas y ahí están los mismos obreros envalentonados, creyéndose poderosos y superiores ante los que no tienen armas, son más frágiles físicamente, ante las mujeres. Aquí entra además de la orden recibida, el papel de macho alfa que se cree superior por tener más fuerza física y que necesita demostrarla y que a los demás les quede claro quién es el poderoso, cabe también la ignorancia, podríamos decir a modo de excusa que su bajo nivel de escolaridad influye pero no es así, el macho es macho aún con todos los grados académicos y todo el dinero del mundo. En el documental La guerra contra las mujeres, varias mujeres dan su testimonio de cómo vecinos las violaron solo porque eran esposas, novias, amigas, hermanas, hijas, madres de hombres que ellos consideraron enemigos, porque era tiempo de guerra. Y otros que dijeron que solo porque quisieron, porque al final en todos los tiempos de la historia de la humanidad la mujer sigue siendo vista como objeto de pertenencia del hombre.

Lo mismo relatan las sobrevivientes en la República Democrática del Congo, en el documental City of Joy. Donde las milicias que son conformadas por huérfanos, niños de la calle y entrenadas por militares del país y que funcionan como paramilitares llegan a las aldeas, violan a niñas, adolescentes y mujeres, las mutilan en sus genitales y a los hombres lo matan o les cortan las extremidades; a modo de humillación la violación y la mutilación a modo de imposición de poder, el yo mando, yo hago, yo ordeno, yo te marco para toda la vida.

En el caso de las milicias en África que entran por turbas a las aldeas donde hay nacimientos de agua y minerales que puedan ser explotados por las grandes empresas transnacionales, previamente fueron deshumanizadas porque esos niños fueron violentados desde su nacimiento, muchos de ellos productos de violaciones a sus madres por soldados y otras milicias, son niños que sobrevivieron cuando turbas entraron a sus aldeas y les quemaron sus casas, violaron a las mujeres y mataron a los hombres. Actúan a cambio de una botella de licor, para poder olvidar el recuerdo de una familia y violan porque así es el patriarcado donde han crecido.

¿Qué razón tienen los policías y los soldados latinoamericanos para violar, matar, desaparecer y torturar de la manera en qué lo hacen? Porque uniformados son el enemigo, pero de civil son los vecinos que toman el mismo autobús que nosotros, van a la misma panadería y comparten la misma cuadra. ¿Por qué ese policía o soldado no puede negarse a reprimir, matar, desaparecer, violar? Y hablo en el contexto solamente de las manifestaciones de las últimas semanas en Latinoamérica, porque nada tiene que ver que la víctima sea conocida o no.

Mi pregunta es: en dónde queda entonces el humanismo de esos soldados y policías, de los que salen a manifestar exigiendo derechos pero mal matan a unos migrantes acusándolos de robar, de quienes señalan a los caucásicos fascistas desde Latinoamérica pero actúan igual o peor que ellos, inundados en la efervescencia del amor patrio, prietos contra otros prietos igual que ellos, a los que claman por un presidente recién electo al que aman pero que deporta migrantes y los violenta a través de la Guardia Nacional. En dónde queda el humanismo de quienes salen a manifestar por corrupción pero no por genocidio. En los que en las manifestaciones se aprovechan de la explotación del trabajo infantil y estiran las piernas para que les lustren los zapatos.

¿Qué es el humanismo entonces? ¿Acaso es como el hule que se estira y se encoge? ¿Por qué tiramos piedras y escondemos las manos? Quién no esté manchado de racismo, homofobia, doble moral, cinismo, que dé un paso al frente. ¿Qué buscamos entonces? ¿Desde dónde serán los cambios que hagan de esta Latinoamérica un lugar donde los humanistas no golpeen migrantes? ¿Dónde el obrero no viole a obreras? ¿Dónde el adulto no explote laboralmente a un niño? ¿Qué somos, a todo esto? Tal vez somos lo mismo que juzgamos y lo demostramos constantemente.

Esto va más allá de las ideologías, teorías y ensalzamientos. En tiempos de crisis y bajo la tensión del momento los seres humanos demostramos lo que verdaderamente somos. Nos hace falta siempre ponernos en los zapatos del otro. ¿Y si fuera yo la persona débil físicamente, la mujer violada, el niño trabajador, el migrante vapuleado, el migrante en tránsito, la persona torturada, asesinada? ¿Qué pasaría si fuera yo? Tal vez así aprendamos a ser humanos antes que personas, porque siendo personas ya sabemos lo que somos capaces de hacer.


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Ilka Oliva Corado

Escritora y poetisa guatemalteca. Se graduó de maestra de Educación Física para luego dedicarse al arbitraje profesional de fútbol. Hizo estudios de Psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala, carrera interrumpida por su decisión de emigrar a Estados Unidos en 2003, travesía que realizó como indocumentada cruzando el desierto de Sonora-Arizona.
Es autora de doce libros: Historia de una indocumentada. Travesía en el desierto de Sonora-Arizona; Post Frontera; Poemario de luz de faro; En la melodía de un fonema; Niña de arrabal; Destierro; Nostalgia; Agosto; Ocre y desarraigo; Relatos; Crónicas de una inquilina y Transgredidas, publicados en Ilka Editorial.
Una nube pasajera que bajó a su ladera la bautizó como “inmigrante indocumentada con maestría en discriminación y racismo”.
Sitio web: https://cronicasdeunainquilina.com/

 cronicasdeunainquilina@gmail.com      @ilkaolivacorado

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