Crisis turca: tiembla el Gran Bazar

La inestabilidad económica y política encendió las alarmas de la economía capitalista.Turquía y su presidente Recep Tayyip Erdogan, ocupan la primera plana mundial protagonizando una grave crisis, cuya resolución es compleja. Por la interconexión de la economía globalizada, sus consecuencias sobrepasaron los límites regionales.

Puede ser que algunos analistas se hayan visto sorprendidos por lo que sucede. Sin embargo, desde Anticapitalistas en Red – IV Internacional, ya veníamos señalando las contradicciones, la crisis del régimen y la economía turca.

La caída comenzó el viernes 10 de agosto, cuando la divisa turca se desplomó un 20%. El lunes por la tarde se ubicó en 6.9 liras por dólar, recuperándose ligeramente desde un mínimo histórico de 7,24 liras por dólar.

El BBVA, la entidad con más intereses en la región, cayó un 3,23% y el Santander un 2,43%. Los bonos en dólares de los bancos turcos cayeron y se debilitaron las acciones de otros bancos europeos como UniCredit, BNP Paribas e ING.

Con mayor o menor intensidad el sacudón se sintió en distintas Bolsas: España (Ibex 35), París (CAC) y Fráncfort, Wall Street, Tokio, Hong Kong, Shanghái, Nueva York.

Las primas de riesgo de los grandes países europeos aumentaron como promedio más de un 3%, los bancos y las Bolsas registraron pérdidas. Los indicadores económicos acusaron el impacto. y no está claro cómo y cuándo se cerrará este episodio.

Las causas políticas y económicas

La crisis se manifestó a partir del enfrentamiento con EE. UU. por la negativa de Ankara a liberar de su arresto domiciliario al pastor protestante Andrew Brunson, detenido hace dos años bajo la acusación de terrorismo y espionaje. También por las sanciones a dos ministros y los aranceles al aluminio y acero turco, que es el sexto productor mundial.

Es claro que con Donald Trump el imperialismo yanqui actúa como un matón de barrio a escala mundial, buscando camorra política y comercial con quien sea necesario, mientras favorezca los intereses yanquis. Le tocó a China, a Canadá, a la UE y ahora es el turno de quien fuera su aliado más confiable en Oriente Próximo. Desde Anticapitalistas en Red, brindamos explicaciones profundas sobre el accionar yanqui y su guerra comercial.

Las causas tienen un anclaje profundo en problemas políticos -internos y externos- y económicos. Erdogan logró adquirir super poderes a través de una reforma fraudulenta de la Constitución y la votación del 24 de junio, con la violencia política y la censura como aliados. Aun así, no puede esconder que la población está dividida y cuenta con un fuerte sector crítico en las grandes ciudades y entre los jóvenes.

El presidente usa el poder para perseguir a las minorías y amedrentar al pueblo trabajador. Hay decenas de miles de opositores encarcelados, muchísimos de ellos del HDP (Partido Democrático de los Pueblos), también periodistas independientes.

A través del ejército y los servicios de inteligencia, el "sultán turco" sostiene al grupo reaccionario Ahrar Al-Sham, filial de Al-Qaeda en Siria. Además, apoya a los peores grupos yihadistas en Siria e Iraq, como avanzada para evitar que se extienda la revolución de Rojava. Con Rusia pactó la retirada de sus adictos en Aleppo, a fin de facilitar la labor del dictador Basher Al-Assad contra el pueblo kurdo. Entre sus amistades políticas cuenta a los emires dictadores del Golfo Pérsico y Arabia Saudita.

Más allá de roces y matices, Erdogan venía haciendo equilibrio entre las políticas de Donald Trump y Vladimir Putin, aprovechando su influencia como gendarme regional. Este accionar político desgastó al gobierno en una magnitud superior a la que se palpaba cotidianamente.

A nivel económico, Turquía arrastra un gran déficit. Su balanza comercial es negativa porque necesita importar combustible, tecnología, materias primas y productos semielaborados para que funcione su industria.

En la última década emparchó ese hueco con la llegada de fondos de inversión. Pero esos fondos comenzaron a abandonar el país provocando la depreciación de su moneda. Primero lo hicieron debido a la subida de intereses en Estados Unidos y después a causa del deterioro político.

Luego de la elección del 24 de junio los actores económicos esperaban mayor pragmatismo e independencia del Banco Central. Pero Erdogan, envalentonado con el resultado, nombró a su yerno Berat Albayrak, como ministro de Finanzas y fue la gota que colmó el vaso de empresarios y especuladores.

Tras el nombramiento miles de millones de liras fueron retirados de la Bolsa de Estambul por inversores extranjeros, haciendo caer un 20 % el valor de las acciones de los principales bancos, varios de ellos, como Garanti (BBVA), TEB (BNP Paribas) y Yapi Kredi (Unicredit), en manos europeas.

La pugna

Para regresar a Turquía, los inversores exigen un aumento de los tipos de interés (actualmente del 17,75 %) que compense el riesgo país y la inflación (en julio alcanzó el 15,85 % en el índice de precios al consumidor y el 25 % en el índice de precios de producción). Erdogan se negó a ello y amenazó: "Me dirijo especialmente a los empresarios industriales: no se os ocurra correr al banco a comprar dólares. No digáis que estáis arruinados y que debéis protegeros. Si hacéis eso cometeréis un grave error. Debéis saber que mantener esta nación en pie es también vuestro deber".

Pretende mantener los intereses bajos para financiar la expansión de la construcción e incentivar el consumo, la fórmula del crecimiento de los últimos cinco años. Sí los intereses aumentan considerablemente, los negocios y familias endeudados podrían terminar en la ruina, con todo lo que ello implicaría políticamente.

Al mismo tiempo, que la lira siga cayendo supone un grave problema. En el país las empresas deben unos 200.000 millones de euros que deben afrontar con una lira hiper devaluada. Esto provocó que los costes de financiación se multipliquen y que varios grandes consorcios hayan pedido la reestructuración de sus deudas o hayan tenido que vender parte de sus activos a los acreedores.

Más allá de las medidas económicas puntuales anunciadas por el ministro de Finanzas, Erdogan anunció un boicot a los celulares y los productos electrónicos norteamericanos. También apeló al sentimiento nacionalista de la población, logrando que un sector venda sus dólares y oro para comprar liras.

Además, obtuvo palabras de confianza de China y el aporte de 15.000 millones de dólares de inversión de Qatar, según prometió su emir Sheikh Tamim bin Hamad Al Thani.

Afilando las garras

Hasta ahora no es la política oficial, pero si se mantiene el desplome, Erdogan podría apelar a un rescate financiero del Fondo Monetario Internacional (FMI). Harían falta muchos millones de dólares para estabilizar una economía de semejante tamaño, que llegarían con la imposición de un severo programa de ajuste y condiciones de devolución usurarias.

Incluso la posibilidad de adoptar esta opción debería superar la aprobación del propio consejo del Fondo, en el que EE. UU. mantiene la mayoría del control.

Alerta europea y "emergente"

Sólo Erdogan puede afirmar que semejante lío es "una tormenta en un vaso de agua". Más allá de cómo termine, la crisis entre Erdogan, Trump, los empresarios chupasangre y los usureros es importante.

Por eso, la Comisión Europea (CE) afirmó que está "al tanto" del "potencial efecto" en las entidades bancarias de la Unión Europea. "Los movimientos en los mercados muestran cierta preocupación por el devenir de otras economías emergentes. La crisis de Turquía ha puesto en el disparadero a otras regiones ante el temor de que la fortaleza del dólar y el agotamiento del ciclo acaben por perjudicar a otros países en vías de desarrollo."

Turquía tiene una vinculación dependiente con factores económicos europeos, lo que hace que sus problemas se trasladen a las finanzas del Viejo Continente.

Así como la UE se puso en alerta, la crisis puso en jaque a buena parte de las monedas emergentes, como el rand sudafricano y a la rupia india, que siguen los acontecimientos de cerca.

Los funcionarios y especuladores de la economía capitalista mundial saben que, desde la crisis del 2008, no pisan terreno firme. Y que la globalización implica, entre otras cosas, que un estornudo en una plaza financiera puede devenir en una pulmonía generalizada o en males peores, que pueden dejar un tendal en el camino.

Post crisis del 2008

Todavía no está superada la última gran crisis capitalista. En las entrañas de su propia resolución, o intento de ella, se fueron gestando contradicciones no resueltas.

Para salir de la hecatombe del 2008, los bancos centrales mundiales, intentaron darle liquidez a un sistema financiero casi paralizado. Así inundaron los mercados mundiales de crédito barato, lo que animó a bancos y empresas a endeudarse en dólares.

Hasta ahora sólo Argentina había dado signos de entrar en zona de riesgo. El resto capeó el temporal en los primeros años, con un crecimiento relativo de las economías emergentes que compensó en parte el estancamiento de EE. UU. y Europa. Pero al mismo tiempo creó una enorme bolsa de crédito en dólares en los países emergentes que tanto el FMI como el Banco Internacional de Pagos (BIS) calificaron de potencialmente peligrosa.

En el 2016 el FMI hablaba ya de 650.000 millones de dólares en deuda corporativa de difícil cobro en los países emergentes. El pasado abril, la misma institución advertía de la deuda global (164 billones de dólares) y detectaba señales de la posible gestación de una crisis.

En los últimos años la economía turca creció a ritmos "asiáticos". Un 7% en el último año, pero con una inflación superior al 15% y una expansión inmobiliaria e industrial financiada en dólares (40%). Con la pérdida del poder de compra de la lira, las posibilidades de las empresas de devolver esos créditos son cada vez más remotas.

Con la subida de los tipos de interés a partir del 2015, los economistas burgueses se preguntaron cómo sería el regreso a un dólar atractivo para los mercados y ahora están viendo la respuesta.

Luego de Argentina, Turquía alimenta la incertidumbre sobre la solidez de las finanzas mundiales.

Intereses estratégicos

Turquía es miembro de la OTAN y tiene bases de la Alianza en su territorio (entre ellas el Cuartel General del Mando Terrestre de la OTAN). Son claves para las operaciones militares de los aliados en esa región. Es un socio estratégico que comparte frontera terrestre con Irán y Siria y marítima a través del Mar Negro con Rusia y que en los últimos años ha servido de muro de contención de la crisis migratoria europea.

Los que conocen esta realidad, están alerta por la peligrosidad de las decisiones tomadas por el imperialismo yanqui.

Aunque no se puede descartar que, como en otras ocasiones, todo termine en una negociación con apretón de manos, tensar las cosas al límite, crispa los nervios de muchos poderosos.

Otros socios de Estados Unidos, como Tailandia, Indonesia e India están tomando nota de lo que les puede pasar si pierden el privilegio del acceso libre de aranceles de sus productos al mercado estadounidense, como le está pasando a Turquía con el aluminio y el acero.

Basta de Erdogan y de intervención imperialista

Erdogan dice que no habrá corralito ni otras medidas confiscatorias. No se puede confiar en un burgués opresor y proimperialista.

Un programa elemental para que las consecuencias no sobrecaigan en las espaldas del pueblo trabajador implicaría rechazar cualquier ajuste, prohibir las suspensiones y despidos (que ya empezaron a propagarse), aplicar medidas de emergencia, confiscar y expropiar los bienes de los que fugaron capitales.

Liquidar la inflación con duras medidas de control y castigo a los especuladores, desconocer cualquier tipo de endeudamiento externo, nacionalizar la totalidad de la banca, el comercio exterior y las principales ramas de la industria y el comercio.

Es necesario exigir el fin de la intervención turca en los asuntos de otros pueblos de la región y la ruptura con la OTAN. Fuera los imperialismos yanqui, ruso, chino y europeo de Oriente Próximo.

Ninguna de estas medidas será tomada por un dictador asesino como Erdogan, hoy momentáneamente enfrentado al imperialismo yanqui, pero siempre su fiel sirviente y gendarme. Por eso, se necesitan grandes movilizaciones para enfrentar y derrotar a Erdogan, imponer una salida económica y política al servicio de las grandes mayorías, el fin de las agresiones a las minorías y pueblos oprimidos y extendidas libertades democráticas.

 



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Manel Pere Lecha / Anticapitalistas en Red

Articulación de partidos anticapitalistas a nivel internacional


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