Los países pobres financian a los ricos

Exclusivo para el diario POR ESTO! de Mérida, México.
http://manuelyepe.wordpress.com/

¿Quién no conoce el viejo cuento (¿infantil?) que habla de la generosa
ayuda que los países ricos del Norte brindan a los países pobres del
Sur para que puedan erradicar la pobreza y ascender por la escalera
del desarrollo?
Nada más lejano de la realidad. Lo cierto es que, cada año, los países
ricos literalmente extraen de los pobres el equivalente de más de dos
mil millones de dólares estadounidenses por concepto de la diferencia
entre los recursos que generosamente ponen a disposición de las
naciones pobres y los beneficios que derivan para ellos de tan
filantrópico gesto.
La entidad estadounidense Global Financial Integrity (GFI) y el centro
para investigaciones aplicadas de la Escuela Noruega de Economía
recientemente publicaron algunos significativos datos acerca de los
recursos financieros que permiten la evaluación más completa que se
haya emprendido hasta el presente sobre las transferencias de recursos
entre países ricos y países pobres cada año. Acopiaron y analizaron no
sólo la ayuda, los flujos de comercio y la inversión extranjera sino
también datos sobre transferencias no financieras, incluyendo
cancelaciones de deuda, transferencias sin contraparte, remesas de
los trabajadores y la fuga de capitales no registrados. Ellos
compararon los recursos cedidos a los países pobres por los ricos
como ayuda e inversión y lo repatriado para sí como utilidades por las
naciones desarrolladas para concluir que quienes más necesitan de
ayuda exterior están siendo víctimas un robo masivo de parte de sus
benefactores.
Así lo destaca Jason Hickel, antropólogo de la London School of
Economics, en su libro The Divide: una nueva historia sobre la
desigualdad Global, que publicará próximamente Penguin Books.
El flujo de dinero de los países ricos a países pobres palidece en
comparación con el flujo que se ejecuta en la otra dirección.
¿Quién es culpable de este desastre? Según Hickel, puesto que la fuga
ilegal de capitales es gran parte del problema, es un buen lugar para
empezar. Las empresas que se encuentran en sus facturas comerciales
son claramente culpables; pero, ¿por qué es tan fácil para ellos legar
tan lejos? En el pasado, funcionarios de aduanas podían bloquear
transacciones que parecían dudosas, haciendo prácticamente imposible
para cualquiera hacer trampas. Pero la Organización Mundial de
Comercio alegó que esta práctica hacía ineficiente las operaciones y,
desde 1994, los funcionarios de aduanas han sido obligados a aceptar
precios facturados a valor nominal, excepto en circunstancias muy
sospechosas, lo que hace difícil para ellos detectar y detener
operaciones ilícitas.
Aún así, la fuga ilegal de capitales no sería posible sin los paraísos
fiscales. Y en cuanto a los paraísos fiscales, los culpables no son
difíciles de identificar: en el mundo no hay más de 60 y la mayoría de
ellos es controlada por unos pocos países occidentales. Hay paraísos
fiscales europeos como Luxemburgo y Bélgica, y Estados Unidos tiene
los de Delaware y Manhattan. Pero en gran medida la más grande red de
paraísos fiscales se concentra en los alrededores de la ciudad de
Londres, que controla las jurisdicciones secretas a través de las
dependencias de la corona británica y los territorios de ultramar.
En otras palabras, algunos de los países que más se precian de
practicar la asistencia internacional son aquellos que propician el
robo masivo contra los países en vías de desarrollo. El tema de la
ayuda empieza a tornarse ingenuo cuando se consideran estos reflujos.
Para Hickel, "se hace claro que la ayuda no hace más que enmascarar la
mala distribución a nivel mundial de los recursos que hace a los
receptores aparecer como benefactores y les otorga una especie de
mayor consideración moral, al tiempo que impide a quienes nos
preocupamos por la pobreza global comprender cómo funciona
verdaderamente el sistema."
Los países pobres no necesitan caridad. Lo que necesitan es justicia.
Y la justicia no es difícil de otorgar. Podría provenir de la
suspensión de las excesivas deudas de los países pobres para que
puedan gastar su dinero en desarrollo y no en pagos de intereses de
antiguos préstamos; podríamos cerrar las jurisdicciones secretas y
sancionar a los banqueros y contadores que facilitan las fugas
ilícitas de capital, y nos podríamos aplicar un impuesto mínimo global
sobre los ingresos corporativos que elimine los incentivos para las
empresas que cambian secretamente el dinero alrededor del mundo.
Sabemos cómo solucionar el problema- concluye Jason Hickel. Pero
hacerlo significaría chocar contra los intereses de poderosos bancos y
corporaciones que tanto beneficio extraen del sistema existente. La
pregunta es, ¿tendremos el coraje?
Enero 24 de 2017.



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Manuel Yepe

Abogado, economista y politólogo. Profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana, Cuba.

 manuelyepe@gmail.com

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