Buen viaje, don Horacio Guarany

Siento un amor profundo por Suramérica y, eso es gracias a Violeta Parra que me embrujó con su poesía y su canto. Junto a ella Mercedes Sosa, otro de mis grandes amores.
 
Me acabo de enterar de la muerte de Horacio Guarany, y vienen de golpe los recuerdos de los primeros años de mi destierro, la fría soledad y la desolación del auto exilio, las noches de pesadillas e insomnio, las madrugadas gélidas en la lejanía. La añoranza por mi terruño amado en un país desconocido, en medio de un mar de culturas e idiomas, sola en mi soledad.
 
La melancolía por los celajes de mi Guatemala, las montañas verde botella, las calles empolvadas de mi arrabal, los cerros de mi natal Comapa, aquello que fue mi raíz y mi sustento durante los primeros 23 años de mi vida, ya no estaba ahí. Yo estaba lejos, a miles de kilómetros sin un punto fijo, sin tierra firme, sin horizonte alguno y con mis alas rotas. Sintiéndome fracasada e inservible.
 
 
Una agonía perenne con carácter de irreversible me consumía lentamente, un rechazo automático a lo que no era propio, y me hundí en el alcohol que fue mi compañero fiel en aquellos años de depresión profunda. El único que me mantenía sedada para no sentir ni pensar, para no saberme extranjera y en la diáspora sin camino qué seguir. Herida y moribunda.
 
Años duros con fuertes batallas emocionales fueron aquellos, una lucha de vida o muerte contra los infiernos internos que se presentaron poderosos para aniquilarme.
 
Y en aquella oscura soledad aparecieron Violeta Parra y Mercedes Sosa que me presentaron a los cantores de la Suramérica que tanto amo, entre ellos Horacio Guarany
 
Una Suramérica desconocida en su totalidad para mí, que fui conociendo poco a poco gracias a una computadora que fue la primera estafa que viví en este país, esa computadora era mi recurso para entrar al mundo del internet y descubrir todo aquello que me maravilló de la trova suramericana. Como el insomnio no me dejaba dormir y cuando lo lograba las pesadillas de la frontera me despertaban, a sacudones, entre gritos y sobresaltos, entre lágrimas y renuncia; acudía a la computadora que me mantenía ocupada toda la noche y toda la madrugada hasta el amanecer, que era otro tormento porque no había paso para el inconsciente.
 
Gracias a la estafa de esa computadora mi mente se mantuvo ocupada mientras escuchaba música de los trovadores de Suramérica y leía de otros parajes ajenos a mi infancia en mi arrabal.
 
Gran diferencia generacional me separaba de los trovadores de la Latinoamérica soñadora, y sin embargo se convirtieron en mi refugio. Su poesía y su música le dieron vida a mi corazón migrante y destrozado. Acompañaron el terrible dolor del desarraigo.
 
Gracias, don Horacio Guarany, por haber sido mi refugio  junto a los trovadores del Sur, en aquellos años de desamparo, que en la cuerda floja ayudaron a fortalecer mi carácter y mi espíritu. Mi amor y mi reverencia a la Violetona Parra y a Mercedes Sosa, por tanto.
 
 La poesía y la música, curan, claro que sí.


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Ilka Oliva Corado

Escritora y poetisa guatemalteca. Se graduó de maestra de Educación Física para luego dedicarse al arbitraje profesional de fútbol. Hizo estudios de Psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala, carrera interrumpida por su decisión de emigrar a Estados Unidos en 2003, travesía que realizó como indocumentada cruzando el desierto de Sonora-Arizona.
Es autora de doce libros: Historia de una indocumentada. Travesía en el desierto de Sonora-Arizona; Post Frontera; Poemario de luz de faro; En la melodía de un fonema; Niña de arrabal; Destierro; Nostalgia; Agosto; Ocre y desarraigo; Relatos; Crónicas de una inquilina y Transgredidas, publicados en Ilka Editorial.
Una nube pasajera que bajó a su ladera la bautizó como “inmigrante indocumentada con maestría en discriminación y racismo”.
Sitio web: https://cronicasdeunainquilina.com/

 cronicasdeunainquilina@gmail.com      @ilkaolivacorado

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