EEUU trata de exacerbar el distanciamiento con Rusia por el avión derribado

Traducción desde el inglés por Sergio R. Anacona

Strategic Culture Foundation                       

 

El derribamiento del avión de pasajeros de Malaysian Airlines MH17 sobre territorio de Ucrania oriental con la pérdida de todos sus 298 pasajeros y tripulación, ocurre en medio de una creciente frustración entre Washington y sus aliados europeos sobre la imposición de nuevas sanciones comerciales contra Rusia.

Días antes del nefasto vuelo, funcionarios norteamericanos estaban calladamente expresando su desasosiego por la renuencia de los líderes europeos de aplicar sanciones que golpearan sectores claves de la economía rusa.

Anteriormente, informes de prensa sugerían que Estados Unidos y la Unión Europea estaban adoptando un “frente unido” para redoblar las sanciones contra Moscú.  La realidad subyacente era muy diferente.  Los líderes de la Unión Europea estaban en realidad diciéndole a los medios que ellos no estaban preparados para ir más allá de las sanciones ya impuestas contra personalidades rusas, luego de las últimas medidas de Washington contra los sectores energéticos, bancarios y de la defensa de Rusia.

Actualmente diferentes analistas de prensa occidentales de un “cambio de juego” a raíz del derribamiento del avión malayo Boeing 777 cerca de Donetsk en Ucrania Oriental. 

Lo más probable es que el vuelo fue alcanzado por un sofisticado misil tierra-aire mientras se desplazaba a diez mil metros de altitud.

De manera significativa, la mayoría de los pasajeros a bordo desde Amsterdam a Kuala Lumpur eran europeos, principalmente de Holanda y Gran Bretaña, como también de Alemania y Bélgica.  El grupo holandés de más de 170 personas era el grupo más numeroso del pasaje. 

Retrocedamos un poco.  Luego del ilegal golpe de estado apoyado por Occidente en Ucrania el 23 de febrero pasado, las  tensiones geopolíticas se intensificaron aun más cuando en el mes de marzo la población de la Península de Crimea votó en un referéndum la unificación con la Federación de Rusia.  Washington y sus aliados europeos de inmediato lanzaron vitriólicos ataques contra el Presidente ruso, Vladimir Putin, por lo que ellos denominan “anexión ilegal” de territorio ucraniano.  Los medios occidentales hicieron coro alegando que Putin era “un nuevo Hitler” y que el líder ruso estaba tratando de resucitar a la antigua Unión Soviética.

Inicialmente Washington y los gobiernos europeos amenazaron que todos juntos iban a implementar sanciones comerciales contra Rusia si Moscú no devolvía la Crimea y también si no dejaba de (supuestamente) de fomentar otras revueltas separatistas en las regiones orientales de Ucrania en Lugansk y Donetsk.

El 25 de marzo, mientras el presidente Barack Obama visitaba La Haya, el Premier holandés Mark Rutte habló de organizar un frente unido.

Rutte declaró al canal de televisión CNBC lo siguiente: “No es fácil prever si él (el Presidente ruso Vladimir Putin)reculará por lo de Crimea o no, pero yo creo que Rusia percibe que nosotros somos serios y que queremos que entregue la Crimea o que por lo menos este conflicto no se desplace hacia otras regiones de Ucrania.”

Sin embargo, desde ese entonces, ha habido una notoria divergencia entre las posiciones europeas y norteamericanas en torno a la crisis de Ucrania.  Washington ha estado presionando por una política más agresiva para golpear sectores económicos de Rusia en tanto que Europa es reacia a ir más allá de las sanciones simbólicas que afectan a personalidades políticas y empresariales rusas.  Con una Europa muy dependiente del comercio con Rusia, particularmente en el sector energético, los gobiernos europeos pronto se dieron cuenta que aumentar las sanciones más agresivamente infligiría grave daño a sus propias economías más que a la economía norteamericana.

Alemania, Austria, Italia, Grecia y España han asomado como los principales obstáculos políticos en Europa para la implementación de la línea dura norteamericana.

Entre las más destacadas firmas comerciales europeas están aquellas del sector energético.  La Royal Dutch Shell es uno de los conglomerados más expuestos si las sanciones occidentales se intensifican contra Rusia.

Resulta notorio que a días de la aparentemente dura posición del Premier holandés, publicadas en el mes de marzo, el Gerente Ejecutivo de la Shell, Ben van Beurden, viajó a Moscú a comienzos de abril para reunirse con Vladimir Putin en la residencia del presidente en Moscú.  Se informó que el jefe de la Shell aseguró a Putin que el gigante energético seguía adelantando ambiciosos planes para expandir los proyectos gasíferos y petroleros en el lejano oriente ruso “a pesar de las sanciones occidentales.”

La Shell está asociada con la empresa estadal rusa Gazprom para el desarrollo del Proyecto Sajalin-2, considerado como una de las más grandes empresas de exploración de gas y petróleo en el mundo.  En particular el proyecto apunta hacia la producción de gas licuado para los mercados japonés y surcoreano, en competencia directa con intereses comerciales norteamericanos en su nueva industria de gas licuado.

Si la Unión Europea adopta las sanciones comandadas por Estados Unidos contra el sector energético, la Royal Dutch Shell y otras empresas gigantes europeas como la British Petroleum, BP perderían miles de millones de dólares en inversiones.  Se podría con certeza asegurar que por lo tanto estas empresas estarían cabildeando con sus respectivos gobiernos para que demuestren mesura en la aplicación de tales sanciones sectoriales.

Esto quedó claro días atrás cuando la Casa Blanca anunció una nueva ronda de sanciones económicas contra Rusia.

El New York Times informó que “el Presidente Obama intensificó las sanciones económicas contra Rusia, implicando a una serie de bancos y empresas energéticas y de la defensa en lo que algunos funcionarios calificaron como las más severas sanciones hasta ahora a raíz de la intervención de Rusia en Ucrania.”

Pero, The Times agrega que, “estas acciones están siendo coordinadas con los líderes europeos que se reunieron anteriormente en Bruselas para discutir su propio paquete de sanciones contra Rusia.  Los europeos declinaron llegar hasta el grado en que llegó Estados Unidos.  Por el contrario, se enfrascaron en un plan para bloquear los préstamos para nuevas inversiones en Rusia por parte de los bancos europeos de inversión y desarrollo.”

¿Qué tendrían que hacer los norteamericanos para que los europeos adopten una línea más agresiva?

A horas de estrellarse el avión de pasajeros malayo en un campo triguero en el oriente ucraniano cerca de la frontera con Rusia la noche del jueves, fuentes oficiales norteamericanas comenzaron a estimular a sus acreditadas publicaciones con historias implicando a Rusia.

El viernes siguiente, la agencia Reuters informó que “Un funcionario norteamericano dijo que Washington sospechaba fuertemente que el avión de pasajeros Boeing 777 de la Línea Aérea de Malasia había sido derribado por un sofisticado misil tierra-aire disparado por los separatistas ucranianos respaldados por Moscú.”

El mismo día, The Wall Street Journal publicó lo siguiente: “Los servicios norteamericanos están divididos respecto de si el misil fue lanzado por militares rusos o por los rebeldes separatistas pro-Rusia, quienes –dicen los funcionarios—carecen de la capacidad para derribar un avión comercial en pleno vuelo.”

Una sorprendente verdad involuntaria en el despacho de la Reuters es el siguiente comentario editorial que aparece en los párrafos siguientes:

“Mientras Occidente ha impuesto sanciones contra Rusia por lo de Ucrania, Estados Unidos ha sido más agresivo que la Unión Europea a este respecto.

Los analistas creen que la respuesta de Alemania y de otras potencias europeas al incidente del avión derribado, posiblemente imponiendo más sanciones, podría ser crucial para decidir sobre la próxima fase del enfrentamiento con Moscú.”

Oficialmente, Washington se ha abstenido de hacer acusaciones explícitas contra Moscú.  Ese papel ha sido tomado por cabezas calientes e inconformistas como el senador John McCain y por la ex Secretaria de Estado, Hillary Clinton.  Ambos corrieron para culpar a Rusia por el avión derribado.

El régimen instalado por Washington en Kiev, como era de esperar, se sumó a la retórica inflamatoria acusando a Moscú de estar involucrado en la catástrofe pero sin producir un ápice de evidencia.

El dudosamente elegido y pro norteamericano presidente Petro Poroshenko, de inmediato marcó a los “terroristas apoyados por Moscú” como los culpables, mientras que el Primer Ministro interino, Arseniy Yatsenyuk, exigió acciones internacionales contra Moscú.

Cayendo en la histeria, Yatsenyuk agregó que “se trata de crimen contra la humanidad.  Todas las líneas rojas se han cruzado.  Se venció el plazo,” concluyó.  “Le solicitamos a nuestros socios internacionales que exijan una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para que haga todo lo que hay que hacer para detener esta guerra: guerra contra Ucrania, guerra contra Europa, ya que después que estos terroristas abatieron el avión malayo, se trata de una guerra contra el mundo.

Yatsenyuk, tutelado por la CIA, agrega: “Todos son responsables y tendrán que rendir cuentas.  Quiero decir todos los que apoyan a estos terroristas, incluyendo a los rusos y al régimen de Rusia.”

La junta de Kiev carece de la sofisticación de Washington en la línea fina de las artes negras.  Pero está claro que existe un esfuerzo concertado para culpar a Rusia en este horrendo desastre aéreo.  En su atolondramiento por culpar a Rusia, hechos cruciales se tornan irrelevantes o son ignorados.  Qué hay de las declaraciones de testigos oculares locales que sostienen haber visto unidades militares ucranianas disparando misiles tierra-aire o fuentes militares oficiales rusas que dicen que los registros de radar que ellos tienen de esa fecha fatal, también implican a las fuerzas militares de Kiev.

Cuando se trata de ponderar la culpabilidad, resulta no solo significativo plantear la pregunta criminalística: ¿Quién se beneficia?  También resulta significativo observar cómo reaccionan los medios y los políticos ante el evento y cuan rápidamente y de manera inequívoca asumen una fórmula pre programada.  En este caso,  existe un dialéctico y acre tufillo de acción-reacción premeditada en marcha.

Los intereses geopolíticos norteamericanos resultan beneficiados por esta atrocidad, remeciendo a una Europa vacilante para que adopte sus agresivas sanciones contra Rusia, aunque estas repercutan contra los intereses económicos europeos.  Derribar un avión civil de pasajeros podría significar una ruptura entre Europa y Rusia.

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Finian Cunningham

Analista internacional


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