¿Es posible un viraje de Colombia a la Izquierda?

Colombia esta inmersa en una coyuntura marcada por los debates referidos a la elección del próximo presidente de la República para el periodo 2014-2018. Pasadas las elecciones de legisladores, toda la atención se encuentra volcada en los nombres de los candidatos presidenciales. Juan Manuel Santos, el actual jefe de la Casa de Nariño, candidato a la reelección; Clara Lopez, la candidata de Izquierda del Polo Democrático; Enrique Peñalosa, el lider de los verdes; Oscar Ivan Zuluaga, el candidato de Uribe Velez y la extrema derecha; Marta Lucía Ramirez, la representante del Partido Conservador.

Son los nombres más importantes en un debate que se cerrará, inicialmente, el próximo 25 de mayo y, de ser necesario, en una segunda vuelta el 15 de junio del 2014.

Proliferan las encuestas (1) y las mismas sugieren un triunfo muy apretado del Presidente Santos en la primera vuelta con apoyos que oscilan entre el 25 y el 30%, sobre Enrique Peñalosa, quien registra aceptaciones que oscilan entre el 8% y el 19%, proyectándose como triunfador, con escaso margen, en el balotaje. Algunos observadores están sugiriendo un terremoto político (2) con la presencia de Peñalosa, un verdadero "outsider" catapultado por su imagen gerencial y sus destrezas en la gestión de los problemas urbanos de movilidad masiva que se han traducido en la organización de sistemas colectivos de transporte, en el desestimulo del vehículo particular y en la construcción de muchos kilómetros de ciclovías.

La doctora Clara López, un prestante líder de la Izquierda democrática, registra indices de ascenso entre el electorado que oscilan entre el 10 y el 15%, después de sellarse una alianza con la señora Aida Avella, la postulada por la Unión Patriotica, quien será su candidata a la Vice Presidencia. Es muy probable que la tendencia que favorece la ampliación de espacios de la señora Lopez sigan creciendo si el ex alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, se inclina por una coalición con el Polo Democrático para que quienes lo han apoyado recientemente en su protagonismo publico orienten su voluntad hacia una gran coalición de la Izquierda. Todo indica que las heridas de recientes litigios internos en el Polo, que llevaron a su división para que Petro se postulara al cargo de Alcalde de Bogota, parecen estarse curando, como se desprende de las declaraciones del influyente senador del MOIR, Jorge Robledo, quien ha rechazado la destitución de Petro como burgomaestre de Bogota por el señor Santos, desconociendo las medidas cautelares ordenadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA. Quiere decir que la unidad de la Izquierda puede alcanzar nuevas dimensiones potenciándola, para que sea Clara López y el Polo los que disputen sólidamente el cargo de Presidente de la República colocando a Colombia en la antesala de un viraje a la Izquierda, tal como ha ocurrido en años recientes en otras naciones del Continente.

Conviene aclarar que los debates en el campo de la Izquierda con frecuencia registran duros cuestionamientos a sus protagonistas como ha ocurrido recientemente con el caso de la destitucion del señor Petro como Alcalde de Bogota, al que se le han señalado desde la Izquierda, errores manifiestos derivados de su caudillismo, de su verbalismo estéril, de su impericia administrativa, de su incoherencia politica (pues voto por el Procurador que lo destituyo y ataco hasta hace poco a la guerrilla de las Farc tildándola de terrorista, sin perjuicio de que recientemente la buscara como aliada sugiriendo el cierre de la Mesa de La Habana a raíz de sus destitución, cosa que ni siquiera se dio con ocasión de la muerte de Alfonso Cano en medio de los diálogos iniciales y reservados) y de su cercanía con grupos bancarios como el de Colombia, que ha tenido amplio control de los presupuestos distritales con la anuencia de Petro. Es muy probable que esas criticas se despejen en los nuevos escenarios de una posible unidad.

Tendencia unitaria que debe ser reforzada por el hecho de que la campaña de estos 75 días no transcurrirá en los términos que la ingeniería publicitaria santista ha colocado la controversia electoral, como un dilema entre la paz, defendida por él, o la guerra encarnada por el candidato de Uribe Velez, quien no despega en las encuestas, al igual que le ocurre a Marta Lucia Ramirez, el rostro conservador de ultraderecha que no cuaja en la opinión ciudadana.

La campaña presidencial no va a funcionar en la polarización entre paz o guerra, en la versión de Santos. Entre Santos y Uribe. El debate será entre la limitada paz, neoliberal, de Juan Manuel Santos y la paz democrática, con justicia e igualdad social que formule Clara López, y eventualmente Peñalosa (quien ha dicho que mantendrá los diálogos de La Habana con las Farc), en el marco de una poderosa alianza popular que se salga de los confines de la Izquierda tradicional e incorpore millones de abstencionistas, amigos del voto en blanco, escépticos, clase medias y altas inconformes con el modelo neoliberal minero extractivisa imperante.

A Colombia le llegó la hora de cambios profundos ante el desgaste evidente del actual jefe de la Casa de Nariño y del régimen político que representa. Santos está muy debilitado y su aceptación no despega como quisieran sus estrategas para alzarse con el triunfo en la primera vuelta. Al actual Jefe de la Casa de Nariño todo se le complicó con la destitución de Petro y con un posible paro agrario previsto para la última semana de abril.

A propósito de este eventual viraje a la Izquierda quiero recoger algunas tésis formuladas por Benjamin Arditi en su texto "El giro a la izquierda en América Latina: ¿Una política post neoliberal?" (3).

Me valgo de sus formulaciones porque las encuentro pertinentes por ser muy útiles en las actuales circunstancias políticas y pueden ser de gran provecho para los militantes y dirigentes involucrados en la dinámica de la inminente reelección presidencial.

El análisis de Arditi está referido al ámbito latinoamericano del cual hacemos parte, en el cual la tendencia es hacía las politicas progresistas soportadas en las ideas centrales de la Izquierda como la igualdad, la equidad, la libertad, los derechos y la soberanía.

Recojo paso a paso las ideas centrales de Arditi y sus abundantes referencias bibliográficas para que el debate que propongo tenga un buen nivel argumental. Me anima la intención de contribuir al fortalecimiento de la unidad de la Izquierda, superando de esa manera el dogmatismo, el sectarismo y el sesgo personalista tan frecuente en el campo popular, con discusiones estériles y llenas de adjetivos, circunstancias en que desafortunadamente muchas veces nos hemos visto involucrados. Hay que corregir y avanzar.

¿Qué hace que un giro a la izquierda sea de izquierda?, se pregunta BA.

Como respuesta coloca una serie de indicadores utilizados para medir el éxito (o no) de la izquierda: i) el desplazamiento de los mapas cognitivos, ii) las victorias electorales, la dimensión performativa de la política y la codificación de un nuevo centro político.

Veamos estos indicadores con más de detalle.

1. Desplazamiento de los mapas cognitivos.

Las nuevas políticas llegan después de un cambio cognitivo Si medimos el éxito de la izquierda en términos de su capacidad para generar alternativas a la gobernanza liberal y las políticas económicas centradas en el mercado los resultados son ambiguos salvo en Venezuela y, en menor medida, en Bolivia. Se trata de dos países que tienen la fortuna de contar con vastas reservas de petróleo y gas en una época en que los hidrocarburos alcanzaron un precio récord gracias a factores como la guerra en Iraq y la demanda china de recursos energéticos para sustentar su extraordinario crecimiento económico en los años previos a la crisis financiera de 2008.

Arditi añade que F. Panizza menciona esta relativa ausencia de políticas públicas capaces de desmarcarse del mercado en una interesante interpretación del resurgimiento de partidos de centro-izquierda en América Latina. Plantea que es difícil afirmar que la izquierda haya logrado desarrollar alternativas al status quo más allá de su oposición a la ortodoxia neoliberal, pero también señala algo complementario, a saber, que ella está contribuyendo a moldear la agenda emergente luego del consenso de Washington (4). Otros comentaristas comparten su postura. Claudio Lomnitz, por ejemplo, sostiene que la nueva izquierda no es revolucionaria y anticapitalista sino más bien una defensora de la regulación. Ella seguirá apelando al desarrollismo si no hay esfuerzos concertados por promover modelos alternativos (5).

La dificultad para generar políticas alternativas es real pero no tiene por qué ser vista como señal de alarma, plantea BA, puesto que las alternativas casi advienen después de que un nuevo paradigma o imaginario colectivo se consolida en la esfera pública. La cosmovisión neoliberal impulsada por Thatcher y Reagan se alimentaba de ideas-fuerza que no eran mas que consignas. Las conocemos: no hay que creer en políticos que suben el gasto público a costas del endeudamiento o del aumento de los impuestos; el Estado es un agente económico ineficiente; la competencia en el mercado mejora la calidad y reduce el precio de los servicios; las políticas de ajuste son duras pero inevitables; la distribución del crecimiento eventualmente propiciará mayor prosperidad para todos, y así de esa manera. La gente olvida que esas políticas públicas fueron ejecutadas sobre la marcha después de que ambos lideres conservadores llegaran al gobierno. También se omite que las mismas no siempre fueron coherentes o siquiera exitosas. Los millones de víctimas de los ajustes fondomonetaristas de los años 80 y 90 siguen esperando el tan pregonado efecto de goteo hacia abajo y los economistas independientes han notado que, a pesar de su insistencia en las virtudes de mantener el gasto público bajo control, durante la administración de Reagan Estados Unidos registró el mayor déficit público de su historia antes de que ese dudoso cetro le fuera arrebatado por Bush, otro adalid del neoliberalismo.

2. Los giros a la Izquierda con o sin éxitos electorales.

Alternativamente, complementa BA, si medimos el éxito de la Izquierda en términos de su capacidad para ganar elecciones, a la izquierda le ha ido muy bien en países como Chile, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Uruguay, Venezuela y Nicaragua a pesar de las diferencias entre sus respectivas fuerzas políticas, políticas públicas y estilos de gobierno. Algunos incluirían a Argentina bajo los gobiernos de Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner en esta lista. También le ha ido bien en México y Perú, donde se ha posicionado como un agente político de peso a menudo indispensable para obtener mayoría legislativa políticas públicas a pesar de no haber logrado llegar al gobierno. Gobernar es un indicador fundamental del éxito de la izquierda dado que abre un nuevo horizonte de posibilidades y provee importantes recursos a los titulares de las oficinas de gobierno. Es por ello que la izquierda deber abocarse a la tarea de ganar comicios.

Sin embargo, ¿qué hay de aquellos lugares donde a la izquierda no le ha ido tan bien en términos de formar gobierno o de lograr tener presencia significativa en los escenarios legislativos?¿Debería excluirse del debate acerca del giro a la izquierda?

El sentido común dicta que la respuesta a estas preguntas debería ser que sí, dado que las victorias electorales funcionan como el criterio predominante para juzgar estos giros. Pero conviene considerar que el sentido común que no es más que el lugar común convertido en juicio sensato y contundente a menudo puede estar en lo cierto pero también puede ser una limitante para imaginar alternativas a lo dado.

El autor sugiere que hay que pensar por fuera de los marcos establecidos y dejar de lado por un momento el criterio electoral mientras se examinan otros indicadores conceptuales y empíricos.

Esto permitirá incorporar experiencias que a menudo no califican como indicadores de giros a la izquierda y nos brindará una imagen más compleja de dichos giros políticos.

Pero conviene dejar claro que lo que pretende esta línea analítica no es minimizar la importancia de las elecciones sino más bien llamar la atención al hecho de que ellas no son la única forma democrática para impulsar reformas.

Hay siempre ha habido otras maneras de hacerlo, desde manifestaciones hasta plantones y bloqueos a carreteras, y de la desobediencia civil al derecho de rebelión. Además, la capacidad para afectar el ámbito de toma de decisiones e implementar acuerdos vinculantes no depende sólo de los resultados electorales. Gobernar empodera a quienquiera que ocupe posiciones en los ámbitos ejecutivos de un país, pero también es, o puede ser, una experiencia que demuestra los límites de esos ámbitos. Primero porque los gobiernos, a diferencia de las fuerzas de oposición, a menudo deben tomar decisiones impopulares o que no colman las expectativas de la ciudadanía. Esto los expone a un desgaste permanente.

Y segundo, porque la conocida teoría de M. Foucault nos dice que el poder no es una cosa que poseamos y que no hay un locus central del cual irradie sus efectos sobre nosotros: no tiene un espacio de aparición que le sea propio un espacio que pueda reclamar para sí porque es una relación estratégica que puede aparecer en cualquier parte. El empoderamiento que la izquierda adquiere al estar en función de gobierno estará expuesto a desafíos continuos en arenas electorales y de otro tipo. Sus enemigos intentarán poner límites a lo que ella puede hacer y muy probablemente le llevarán a modificar su agenda, algo que Chávez, y ahora Nicolas Maduro, descubrieron cuando sus reformas constitucionales fueron rechazadas en el referéndum de diciembre de 2007 (aunque logró aprobarlas eventualmente en un nuevo referéndum en 2009). Como decía Nietzsche, la resistencia ya está presente en la obediencia porque uno nunca renuncia al poder individual, y por ello podemos tomar como regla que quienes pierden una contienda sea una elección, una guerra, un debate público o cualquier otra son derrotados pero no necesariamente desarmados.

3. Dentro o fuera del gobierno: la dimensión performativa de los giros a la Izquierda.

Hay otro factor por el cual se debe evitar la tentación de circunscribir los giros a la izquierda a victorias electorales. Hablamos del impacto de la dimensión performativa (6) de la política. Si bien en la teoría de los actos de habla los performativos son enunciados que implican la simultanea realización de una acción, como en los ejemplos clásicos de prometo o juro donde la acción de prometer o jurar son inseparables de la enunciación, en política los performativos se refieren a cambios que ya están empezando a ocurrir mientras la gente lucha por hacerlos suceder. No siempre se necesita esperar a que todos los que están en el poder se hayan ido un gobernador, un administrador de nivel medio, un funcionario local particularmente desagradable para verificar si la iniciativa política marca o no una diferencia. Hay una abundante literatura al respecto. Antonio Gramsci planteo una estrategia no leninista al sostener que "una fuerza política no toma el poder sino que deviene Estado a través de guerras de posición".

Este es un argumento acerca del carácter performativo de la política: nos indica que los cambios ya están ocurriendo mucho antes de que el último político corrupto y burócrata mezquino se hayan ido. De un modo análogo Slavoj iek habla de utopía escenificada para indicar que la sombra del futuro ya está operando aquí y ahora porque ya comenzamos a ser libres al luchar por la libertad, ya comenzamos a ser felices mientras luchamos por la felicidad, sin importar cuán duras puedan ser las circunstancias (7). Deleuze y Guattari (8) lo plantean en términos de líneas de fuga o nomadismo. La emigración sería uno de los posibles significados de estos términos, pero los autores ven el nomadismo menos como un viaje o escape que como rechazo y resistencia a ser sobre-codificados, sea por parte del Estado, los códigos morales prevalecientes o la opinión pública. M. Hardt y Antonio Negri (9) al igual que Paolo Virno (10) prefieren hablar de éxodo y lo conciben como parte de la política de la multitud en relación con el Estado.

Un buen ejemplo de estas aproximaciones a la dimensión performativa de la política es la resistencia a los regímenes autoritarios en el Cono Sur en las décadas de 1970 y 1980. Nos muestra cómo el devenir Estado, devenir libre, nomadismo y éxodo ocurrían a medida en que la gente empezaba a desarrollar espacios, relaciones e identidades alternativas impulsando grupos políticos, sindicatos y federaciones estudiantiles independientes así como organizaciones no gubernamentales (ONGs). Algo similar se daba con la experimentación de lenguajes plásticos, canales de comunicación, literatura, teatro y música fuera de los códigos del régimen. Eran expresiones que se sustraían del mundo oficial y sobrevivían a pesar del hostigamiento de las autoridades, ubicándose a medio camino entre el status quo y algo diferente por venir. Tanto el gobierno como quienes participaban en estas experiencias veían a las mismas como resistencias o al menos como desafíos al orden existente. Ambos tenían razón, pues lo eran. Ellas comenzaban a cambiar el orden de las cosas al contrarrestar la percepción desmovilizadora de que toda oposición al régimen era irrelevante y a demostrarle a las autoridades que no podían imponer sus decisiones arbitrariamente.

La gente que se sumaba a estas experiencias no era ajena al miedo pero tampoco se dejaba paralizar por él. En cierto modo practicaban su libertad a pesar del Estado porque ya estaban actuando como ciudadanos incluso si la ciudadanía era una ficción legal allí donde el gobierno estaba ocupado por los Alfredo Stroessner, Augusto Pinochet, Jorge Videla o cualquiera de sus muchos epígonos civiles y militares. La ciudadanía era una práctica de liberación antes que la invocación de un estatus legal reconocido por el Estado. El objetivo, claro, era que la ciudadanía dejara de ser un riesgoso ejercicio de desafío y se convirtiera en un derecho fundamental. Se puede ver de inmediato que la libertad o la felicidad no eran percibidas como una recompensa que esperaban en un futuro post-dictadura: ya se comenzaba a experimentarlas en el tiempo presente a medida en que se luchaba por ellas. Esta dimensión performativa es menos heroica pero se halla igualmente presente en las democracias liberales. En palabras de Jean Grugel (11), el impacto del activismo social o político radica en la capacidad que tiene para introducir argumentos en la esfera pública, ensamblar coaliciones por los cambios, brindar recursos a otros grupos y generar conexiones dentro y fuera de la sociedad civil. En suma, sea en escenarios represivos o en órdenes institucionales más abiertos, la izquierda puede ser exitosa en sus intentos por modificar políticas públicas, normas legales o partidas presupuestales, y por lo mismo, puede comenzar a gobernar en el sentido foucaultiano de estructurar el posible campo de acción de otros (12) sin ganar una elección porque la capacidad constituyente propia de la dimensión performativa de la política puede hacerse presente en todo el tiempo y en cualquier lugar.

4. La narrativa de izquierda como eje del nuevo centro político.

Digamos que las ideas de la izquierda, acota BA, ya son parte integral de la agenda emergente luego del ocaso del consenso de Washington. Pero esto indica que en cierta medida la izquierda ha demostrado que es capaz de generar alternativas al neoliberalismo. Hay que llevar este argumento un paso más allá y proponer que su capacidad para moldear la agenda pública refleja un cambio importante. Esta vez no se trata del ya mencionado tránsito de la revolución a la democracia electoral sino del paso de una postura defensiva a una proactiva que busca configurar la ideología invisible que le da un aura de racionalidad al centro político. Víctor Armony (13) lo plantea muy bien. Sostiene que el descontento con el status quo y el deseo de un cambio social se enmarcan en una narrativa que se presenta a sí misma como una alternativa a la narrativa de reformas orientadas hacia el mercado [y que] hoy en día esa narrativa es la que define el centro ideológico en América Latina (14). Lo que está en juego en lo que propone Armony no es el desarrollo de una política centrista sino el surgimiento de un nuevo centro/foco de referencia para la política latinoamericana y el papel protagónico que juega la izquierda en este proceso. Para Armony la izquierda es el nuevo centro, el nuevo foco de la política.

Tomemos esta observación como punto de partida para ver cómo los giros a la izquierda van más allá de lo que sugiere el referente puramente electoral. En los años 80 y 90, la derecha trazó la pauta de lo que contaba como centro político o, más precisamente, abogó por algunas de sus coordenadas, a saber, las reformas del mercado y del sector público. Se destaca esto porque a menudo se olvida que los demás componentes los derechos humanos, el pluralismo ideológico y la democracia multipartidista pasaron a formar parte del centro o foco público a pesar de la derecha y no gracias a ella. Fueron el resultado de los esfuerzos de la izquierda y de todos aquellos que buscaron derribar a los gobiernos autoritarios en una época en que la derecha apoyaba con mucho ardor a la ideología anticomunista que sirvió inicialmente como coartada para reprimir a las fuerzas progresistas y luego para implementar una agenda neoliberal. El referéndum chileno de 1988 es un ejemplo de ello. Al votar por el sí, la derecha abiertamente optaba por refrendar otros ocho años de Pinochet en el gobierno, con lo cual demostraba su inclinación por un proyecto autoritario con liberalización económica antes que por los derechos humanos, la democracia o la igualdad. Si el centro de referencia de los años post-dictadura es visto como una creación de la derecha se debe a que ella logró posicionar a la política bajo el manto de las reformas económicas y subsecuentemente capitalizó la percepción (errónea) de que disputar la centralidad del mercado equivalía a cuestionar a la democracia electoral.

El estándar actual de lo que cuenta como centro político es más claramente una creación de la izquierda. Por un lado incluye una dimensión cognitiva y cultural. En el grueso de los países de la región el escenario político y económico tradicionalmente dominado por varones blancos o mestizos con educación superior se ha ido poblando con mujeres, indígenas, obreros y jóvenes que no siempre provienen del mundo académico. La izquierda ha impulsado sus causas mucho antes de que la derecha descubriera la diferencia de género y la diversidad étnica. También están referentes tales como el castigo a políticos corruptos, la politización de la exclusión cultural y étnica y la experimentación con nuevos canales de participación que profundizan el formato liberal de la política o que van más allá de él. De otro lado el nuevo centro incluye coordenadas tales como el fortalecimiento del Estado para regular mercados y poner freno a los excesos de la privatización de empresas y servicios (particularmente en el caso de agua, energía y comunicaciones), el incremento del gasto social con fines redistributivos, la reevaluación crítica y de ser necesario el rechazo de las directrices de políticas públicas del FMI que lesionan el interés nacional.

Varios informes Latinobarómetro registran esta transformación del centro político, particularmente en lo que respecta a la relación entre Estado y mercado. A pesar de las marcadas diferencias entre los dieciocho países estudiados, en todos ellos los temas de desigualdad y discriminación han pasado a ocupar un lugar central en la agenda electoral. La población encuestada expresa su desencanto con el mercado y cree que sólo el Estado puede dar soluciones duraderas a sus problemas. Es por ello que varios informes establecen que El único consenso que se levanta en la región es el consenso sobre el Consenso de Washington, en el sentido que no sirvió para solucionar los problemas y que hay que buscar otras alternativas (15). Por ejemplo, el informe 2008 señala esta tendencia al apuntar que quienes ayer defendían la libre competencia hoy ejecutan la mayor de las intervenciones del Estado en la historia económica contemporánea y que en el caso específico de América Latina esto es aún más pronunciado. El pensamiento único de la narrativa neoliberal en materia económica con su énfasis desmedido en la política monetaria, el mercado y la eliminación del déficit público está siendo impugnado por una creciente recuperación del Estado como instancia capaz de regular los mercados y por la aceptación gradual de que una política fiscal expansiva, incluso si esta genera déficit, es un mecanismo de corto plazo para impulsar el crecimiento y reducir las desigualdades. Simultáneamente ha habido una demanda por más democracia y no por el retorno del autoritarismo, aunque los piqueteros, las asambleas barriales y otras experiencias populares muestran que la democracia no siempre es entendida en su formato electoral. Esto no sólo se debe a cuestiones simbólicas como la participación sino también a su lado material de justicia social. Como señala Latinobarómetro, hay amplia evidencia de que el significado de la democracia en América Latina tiene un componente económico que no tuvieron otras democracias en otras partes del mundo cuando surgieron.

La conclusión que se puede extraer de todo esto es que en un escenario caracterizado por los nuevos referentes culturales y el repliegue de la ortodoxia del mercado la derecha se ve ahora obligada a acercarse a la narrativa de la izquierda para expandir su base social y electoral. Esta re-significación del centro político nos permite interpretar el giro a la izquierda en América Latina como la producción de un nuevo sentido común político e ideológico y no sólo como consecuencia de victorias electorales. Tal como el proyecto neoliberal de Thatcher y Reagan logró desencadenar un cambio cognitivo antes de que fuera capaz de enunciar políticas públicas concretas, la Izquierda está logrando transformar las coordenadas de lo que es políticamente razonable y deseable, y Colombia no es una excepción. Ahora debe usar su imaginación para capitalizar ese éxito desarrollando políticas e instituciones visionarias para enfrentar los desafíos y anhelos de los pueblos de la región. Los llamados giros a la izquierda en la región pueden fracasar en su intento por mejorar la distribución de la riqueza y los privilegios en beneficio de los pobres y excluidos, pero incluso si ello ocurre, ya habrán logrado cuando menos dos cosas. Primero, haber vuelto a colocar la discusión de la igualdad, la redistribución y la inclusión en la agenda política. Lo que abre una oportunidad para impulsar una capacidad de invención política capaz de darle sustento a lo que la Comisión Económica para América Latina/CEPAL solía llamar crecimiento económico con equidad. Y segundo, si tenemos razón en asociar estos giros con la fuerza generativa de la performatividad política dentro y fuera del gobierno y con la re-significación del centro político en vez de hacerles depender exclusivamente de las vicisitudes de procesos electorales y de la suerte de candidatos exitosos podemos comenzar a imaginar la permanencia de sus efectos después que lideres como Chávez, Morales, Correa, Kirchner, Maduro, Ortega y otros hayan abandonado la escena política.

¿El post-liberalismo por venir como política de la izquierda?

Hay un tema adicional, dice Arditi, por tratar, el de la dimensión post-liberal de la política de izquierda. Podemos agrupar el grueso de la literatura reciente sobre la izquierda de acuerdo a si se centra en la política convencional (mainstream) o en la alternativa. Puede que esta sea una simplificación discutible, pero es un recurso útil para reducir la complejidad e introducir el argumento. Quienes ponen el énfasis en la política convencional, examinan la gobernanza y el quehacer de partidos y movimientos dado que les interesa la izquierda que opera en cuerpos ejecutivos y legislativos nacionales y locales. Por su parte, quienes se interesan por las vías alternativas al establecimiento oligárquico tienden a discutir iniciativas políticas no electorales y a concebir a la izquierda como una fuerza de oposición, resistencia y cambio.

También difieren respecto a sus fuentes: nombres como Guillermo ODonnell, Philippe Schmitter, Juan Linz, Alan Knight, Scott Mainwaring, Adam Przeworski y Manuel Antonio Garretón aparecen más a menudo en el primer grupo mientras que los de Antonio Gramsci, Antonio Negri, Paolo Virno, Gilles Deleuze, Ernesto Laclau, John Holloway y de autores provenientes de los estudios subalternos son más frecuentes en el segundo.

Temas y fuentes utilizadas en los estudios del mainstream y de la política alternativa rara vez se mezclan en la literatura, lo cual es una lástima porque hay mucho espacio para la hibridación. El marco post-liberal de la política contempla posibilidades híbridas y de otro tipo.

Post-liberalismo: La historia política no tiene un cierre final.

¿De qué se habla cuando se alude al post-liberalismo? La ola actual de la política de izquierda todavía se inspira en el imaginario socialista, ya sea en sus orientaciones culturales, la preocupación por dar respuesta a demandas distributivas o la reivindicación general de la dignidad de quienes han sido excluidos por ser pobres, indígenas o mujeres. Pero a diferencia de sus predecesores leninistas/maoistas/troskistas, la Izquierda presente tiende a exigir la igualdad sin necesariamente abolir el capitalismo de una vez (Venezuela, Bolivia, Ecuador), el comercio internacional o la ciudadanía liberal. Esto no quiere decir que se conforme con cambios cosméticos para disimular la miseria y la frustración creadas por la imposición de políticas neoliberales en lugares donde no hay un campo de juego parejo para quienes entran a competir en el mercado laboral. Significa más bien que no se debe tildar a la izquierda simplemente de antiliberal puesto que su relación con esa tradición tiene muchos más matices que en el pasado. Recuérdese que no siempre rechaza al mercado como cuestión de principios y que las elecciones pueden haber perdido parte de su atractivo entre jóvenes y excluidos pero siguen siendo un componente significativo del quehacer político de la Izquierda. La herencia liberal en materias de derechos civiles y participación electoral debe ser defendida, pero no de la izquierda sino de sus enemigos autoritarios y elitistas. Se afirma esto a pesar de que ella también reconoce que la competencia partidista no está en su mejor momento y requiere reformas y que algunos de hecho cuestionan la representación política en nombre de las singularidades de la multitud.

Todo esto hace que la izquierda latinoamericana sea hoy más post-liberal que antiliberal. El prefijo no anuncia el fin de la política liberal y su reemplazo por otra cosa pero es evidente que también contempla algo que no puede ser plenamente contenido dentro de la forma liberal. Si se combinan estas dos observaciones se tienen los elementos necesarios para especificar qué se entiende por post-liberalismo. En primer lugar, que hay fenómenos y demandas que ocurren en los bordes del liberalismo y su estatuto en relación con éste es difícil de precisar. La política supranacional, los usos y costumbres, los municipios autónomos, el presupuesto participativo y los reclamos por cambios radicales en los patrones de participación y redistribución son algunos ejemplos. Y en segundo lugar, indica que la democracia no se agota en su encarnación liberal. La relación entre elecciones y democracia se ha ido aflojando a medida en que los lugares y formatos del intercambio político democrático rebasan el marco de la representación territorial. C. B. Macpherson (16) fue uno de los primeros en percibir el carácter histórico y por ende contingente de la figura que conocemos como democracia liberal. Nos recuerda que esta democracia adjetivada surgió con la extensión del sufragio en Estados liberales que no tenían nada de democráticos y que esto vino de la mano con una simultanea liberalización de la democracia dado que estaba montada en la sociedad del mercado, las opciones individuales (choice) y el gobierno representativo. Surgió luego de muchas décadas de agitación y organización por parte de aquellos a los que les había sido negada una voz en los asuntos públicos (17). Es por ello que la democracia liberal no es la expresión de una afinidad natural entre sus dos componentes sino el resultado contingente de luchas y de la buena o mala fortuna de distintos proyectos políticos. Podemos verla como un gran logro pero no como la encarnación de la democracia. Si lo fuera, la capacidad de inventiva política de la izquierda quedaría reducida a un interminable proceso de retoque y mejoramiento del marco liberal heredado. La tesis acerca del post-liberalismo parte del argumento de Macpherson y lo lleva un paso más allá de donde éste lo dejó; nos propone una imagen de pensamiento de la política y la democracia por venir de la izquierda que incluye pero a la vez rebasa el marco electoral.

Describir el post-liberalismo como una política por venir no quiere decir que sea un ideal a la espera de ser concretado o una política futura que todavía no está presente pero eventualmente lo estará. Como en el caso de la "utopía escenificada" de iek que se cito para ilustrar la dimensión perfomativa de la política, el por venir del post-liberalismo se refiere a algo que ya está sucediendo: es una invitación a participar en un futuro que ha comenzado a ocurrir. Usando de manera libre la noción de dispositivo de Foucault (dispositif), que para Deleuze consta de dos elementos, el archivo y el diagnóstico, diremos que en el dispositivo llamado giro a la izquierda el liberalismo es lo que somos pero también lo que gradualmente estamos dejando de ser mientras que el post-liberalismo es un síntoma de lo que estamos en proceso de convertirnos, un indicador de nuestro devenir-otro (18).

En lo que sigue Arditi describe y resume algunos aspectos de este post-liberalismo.

Política electoral y supranacional y el empoderamiento a través de la ciudadanía social.

En el pensamiento liberal el locus clásico de la ciudadanía democrática se caracteriza por tres rasgos básicos: el reconocimiento de las personas como iguales en la esfera pública, la naturaleza voluntaria de la participación y la demanda política de empoderamiento ciudadano entendida como un derecho a participar en la selección de las autoridades públicas dentro de las fronteras territoriales del Estado-nación. El post-liberalismo desafía esto de distintas maneras.

Una de ellas tiene que ver con la naturaleza de la participación electoral. Muchos la critican, pero otros buscan la manera de transformar sus coordenadas. Schmitter, por ejemplo propone una serie de reformas que sirven como pinceladas de lo que sería una democracia post-liberal. Entre ellas, ofrecer un pequeño pago por votar, algo que va en contra del carácter voluntario de la participación. No debemos confundir una recompensa o estimulo por votar con la compra de votos. Lo que se pretende es aumentar la tasa de participación electoral y a la vez introducir un mínimo de igualdad asunto central para la izquierda al compensar a los más pobres por los gastos personales en los que incurren para poder participar en comicios (19). El autor también propone una representación recíproca en el caso de países con altos niveles de intercambio comercial y flujos migratorios: cada uno elegiría dos o tres representantes con plenos derechos en la cámara alta del otro para promover proyectos de legislación e introducir asuntos de interés para su país de origen en la agenda política del otro (20). Schmitter también sugiere un mecanismo ingenioso para asignar financiamiento público a los partidos políticos. Aparte de seguir el criterio habitual para estos menesteres un monto dependiente de la votación y el número de cargos de representación popular obtenidos en los comicios anteriores los ciudadanos tendrían un pagaré que ellos mismos asignarían al partido de su preferencia. Si no están satisfechos con las opciones disponibles, sus pagarés se destinarían a un fondo común para financiar la creación de nuevos partidos (21). Estas tres propuestas son factibles sin incrementar necesariamente el monto del financiamiento público actualmente destinado a los partidos.

Otro desafío al liberalismo es la expansión y legitimación de la política fuera del espacio físico del Estado/nación impulsada por actores que se ubican por debajo del nivel gubernamental. La literatura sobre esto es abundante. Gente como Richard Falk, Robert Keohane, Stephen Krasner y R. B. J. Walker hablan de las dificultades para mantener la soberanía westfaliana mientras que otros como Ulrich Beck, David Held y Andrew Linklater han impulsado la tesis de la democracia y la ciudadanía cosmopolitas como marco teórico para pensar la política supranacional. De momento este cosmopolitanismo es menos un conjunto de instituciones realmente existentes que la descripción de prácticas informales que sirven de antecedentes para un proyecto de reforma política. No hay una instancia reconocida para validad los derechos ciudadanos fuera del Estado, por lo cual la variante cosmopolita de la ciudadanía se encuentra en un limbo legal y político parecido al del derecho a tener derechos al margen de la membresía a un Estado que propuso Hannah Arendt hace más de medio siglo. Pero ya hay un ejercicio ad hoc de la política supranacional por parte de actores no gubernamentales que no esperan a que los gobiernos o las agencias internacionales les autoricen o concedan derechos para actuar fuera del territorio de sus respectivos estados-nación. Sus iniciativas tienen una dimensión performativa análoga a la de las resistencias a los regímenes autoritarios del Cono Sur: ellas ya han comenzado a transformar la idea de ciudadanía al embarcarse en intercambios políticos transfronterizos. Hay abundantes ejemplos de esto las redes de defensa internacional en América Latina estudiadas por Margaret Keck y Kathryn Sikkink (22), iniciativas de comercio justo que buscan introducir un mínimo de igualdad en el comercio norte-sur, el activismo de aquellos que han sido motivados por el Foro Social Mundial de Porto Alegre y las protestas contra la Organización Mundial de Comercio como las ocurridas en Seattle y Cancún. El cosmopolitismo de estas iniciativas es congruente con el internacionalismo de la izquierda y reverbera en el lema de la solidaridad transfronteriza heredado de la Revolución Francesa.

Un tercer aspecto del post-liberalismo tiene que ver con acciones, demandas y propuestas de empoderamiento social. Los ejemplos que vienen a la mente aquí son experiencias como la Guerra del Agua en Cochabamba en el año 2000, el movimiento de fábricas recuperadas en Argentina, las iniciativas de ONGs y organizaciones sociales que buscan modificar la agenda y el debate acerca de las políticas públicas para desarrollar un MERCOSUR Solidario o las propuestas para un presupuesto participativo en ciudades desde Porto Alegre hasta Rosario y Buenos Aires. Como en el caso de la consigna Que se vayan todos, el común denominador de todos ellos es la oposición al neoliberalismo y la búsqueda de canales de participación por fuera de los que ofrece el liberalismo. La ciudadanía social es uno de ellos. No me refiero a ella en el sentido socialista clásico del autogobierno de los productores o en términos de los derechos de tercera generación que proponía T. H. Marshall a la salud, la educación o la vivienda y que son prácticamente inoperantes a pesar de haber sido entronizados en la mayoría de los textos constitucionales en América Latina. La ciudadanía social se refiere más bien a la manifestación de la voluntad popular un empoderamiento en términos de voz y capacidad de decisión en la asignación de recursos públicos en vez de la selección de las autoridades. Constituye un modo de ser político y democrático al margen de la ciudadanía electoral. La relación entre ambas ciudadanías no implica un maniqueísmo de lo uno o lo otro dado que la social es un suplemento de la electoral. Claus Offe y Schmitter hablan de ciudadanía secundaria o segundo circuito de la política para referirse a este tipo de empoderamiento y lo asocian con el quehacer de los grupos de interés organizados (23). Estos grupos eluden la representación electoral pero no pueden ser reducidos una representaciones puramente funcional..

Política híbrida: multitud, ciudadanos, Estado.

El último aspecto de la política post-liberal que hay que mencionar es el de intervenciones que no tienen al Estado o el sistema político como sus objetivos primarios. La política fuera del mainstream electoral no es algo nuevo. No me refiero a los ejemplos obvios de insurgencias armadas o experiencias de partidos y movimientos extraparlamentarios sino de la sociedad civil a menudo un nombre erróneo como ámbito de agencia e intervención política. Guillermo ODonnell, Philippe Schmitter y Laurence Whitehead (24) describen su historia reciente en el tomo de conclusiones de Transiciones desde un gobierno autoritario. Hablan de una resurrección de la sociedad civil como resultado de las movilizaciones llevadas a cabo por movimientos y organizaciones sociales. Puede que estas movilizaciones, dice Arditi, no basten para precipitar un cambio de régimen, y los autores parecen pensar que así suele ser, pero su importancia radica en que ellas contribuyen a expandir las libertades y legitimar a grupos independientes. Las acciones de estos colectivos no partidistas nos dicen que la política en el sentido que Carl Schmitt le da a ese término, la capacidad que tiene una agrupación para distinguir amigos de enemigos y su disposición a enfrentar a estos últimos va más allá de los sitios y actores designados por la tradición liberal aunque sólo sea porque en los órdenes autoritarios a menudo hay sistemas electorales y de partidos que no funcionen como tales.

Para ODonnell y sus colegas el apogeo de lo social es un estado de cosas temporal porque los partidos vuelven a asumir un papel protagónico tan pronto como hay una oportunidad para su reingreso en la escena pública. Pero estos eventos dejan huellas un palimpsesto de memorias, inscripciones y experiencias de la robustez de pulsiones políticas que se manifiestan fuera del terreno de la representación territorial. Y no se desvanecen respetuosamente con la llegada de las maquinarias electorales de los partidos y su imagen de ser los verdaderos conocedores del funcionamiento del Estado y la cosa política. Todo lo contrario: los actores extra-partidistas (movimientos sociales) han pasado a ser parte un componente habitual de la política gracias a la terca presencia de movimientos e iniciativas urbanas, campesinas, indígenas y de otro tipo, lo cual demuestra que lo que la literatura acerca de las transiciones llama resurrección de la sociedad civil es mucho más que un simple interregno entre un régimen autoritario y uno democrático. Como señala Latinobarómetro, hoy América Latina está movilizada como nunca antes. La movilización, sin embargo, es no convencional, y no sigue los canales regulares de participación establecidos en la sociedad La participación no se da en los partidos, ni en reclamos institucionales, ni en formación de asociaciones, que han sido los tipos tradicionales de participación de otras sociedades en otros momentos del tiempo. No es que haya desaparecido la participación en procesos electorales sino que las movilizaciones se están dando, afirma el informe, de manera creciente por fuera de este tipo de canal partidista. Esto constituye un recordatorio más de que la pretensión de equiparar a la política electoral con la política en cuanto tal es simplemente errónea incluso si uno desconfía de las narrativas embellecidas de activistas que piensan que la política que se hace por fuera del mainstream es inherentemente más cercana al espíritu democrático.

Es importante agregar algo más acerca de una política extra-electoral que incluye pero también rebasa los momentos de transición. Carlo Donolo (25) se refiere a ella como política homeopática aquella en la que lo social es curado por lo social y la contrasta con la política alópata habitual en la que las demandas hechas por la sociedad son procesadas por una instancia formalmente externa a ella el sistema político y tratadas mediante legislación o políticas públicas. La política homeopática tiene un parecido de familia con el éxodo y la política de la multitud. También hay diferencias: quienes abogan por la multitud creen en la necesidad de desarrollar opciones estratégicas por fuera del Estado porque éste y la representación son contrarios a la singularidad de la multitud o pueblo o multitud, dice Virno. En un libro cuyo título es claramente contrario al espíritu del leninismo Cambiar el mundo sin tomar el poder (26) Holloway retrata muy bien el descontento de una parte de la izquierda con el Estado y la política convencional. Su referente es el zapatismo y su tesis la crítica del poder-sobre que caracteriza a la representación y su reemplazo por el poder-para del autonomismo. Jon Beasley-Murray aborda ese descontento desde la perspectiva de la multitud. Ve el Caracazo de 1989 en Venezuela como la primera insurgencia post-neoliberal y como el verdadero gesto inaugural de los giros a la izquierda en América Latina. Para él fue una forma de acción política violenta, desorganizada y radical que marca un exceso que aún no ha podido ser expurgado de la escena político latinoamericana [el Caracazo] fue una demostración de la bancarrota del Punto fijismo y del fracaso del consenso social demócrata de posguerra en Venezuela, uno basado en la confluencia ente un contrato liberal y la subalternización radical (27). Insurgencias como estas, agrega, son manifestaciones del poder constituyente o poder para refundar que pone en descrédito a la representación.

Holloway y Beasley tienen razón en reivindicar vías no electorales para transformar lo existente. Las estrategias del poder para y el éxodo de la multitud apuntan a modos de actuar consistentes con la dimensión performativa de la política. Ambos coinciden en que es posible cambiar un estado de cosas sin tomar el poder del Estado y sin pasar por instancias propias de la representación política. Esto es importante para contrarrestar el sentimiento de impotencia entre quienes tienen una pasión e interés por la cosa pública pero desconfían de las jerarquías, la corrupción y la pulsión homogeneizadora sean reales o percibidas de los partidos y otras organizaciones. La condición formal de ciudadanos de esta gente se desvanece debido a la ausencia de canales de participación efectiva y los expone a la condición de ser poco menos que parias en sus propias sociedades. Para ellos las vías no electorales y no estatales se vuelven atractivas y a veces terminan siendo las únicas vías de que disponen para intentar cambiar el status quo.

Arditi expresa simpatias por estas posturas pero hace observaciones. Hay que preguntarse hasta qué punto es posible generalizar la experiencia zapatista que Holloway toma como paradigma político y hasta dónde es factible implementar políticas de redistribución si se rechaza a los partidos políticos y al Estado (o lo que llama poder sobre). También hay que ver si Beasley-Murray no exagera un poco la novedad y el impacto del Caracazo y otras insurgencias como el levantamiento zapatista, la crisis argentina y las protestas en torno al gas en Bolivia. La relación compleja que éstas mantienen con el pasado abre interrogantes acerca de cuán novedosa son. El propio autor parece reconocerlo cuando dice que estas insurgencias se han basado en y aprendiendo de los movimientos que les precedieron (Beasley-Murray). Sea por los vínculos con el pasado o por su contaminación con otros modos de acción colectiva, la multitud es siempre un híbrido como también lo es, claro está, cualquier otra forma política, incluyendo el liberalismo. Un indicio del carácter híbrido de estas insurgencias es el giro dado por muchas asambleas barriales y grupos de piqueteros que irrumpieron en la escena política argentina a partir de 1997-1998 y fueron algunos de los protagonistas de los sucesos de diciembre de 2001. Para algunos observadores sus acciones coincidían con lo que sería una política de la multitud: cuando coreaban la consigna Que se vayan todos estaban afirmando una estrategia de éxodo de la representación. Pero ya vimos que el grueso de los piqueteros y participantes en las fábricas recuperadas terminó formulando demandas al Estado y en las elecciones generales de 2003 fueron a las urnas para apoyar a Néstor Kirchner y en 2007 votaron por Cristina Fernández de Kirchner. El hecho de que la crítica de la representación cohabitara con acciones electorales y partidistas confirma el carácter híbrido de la práctica política de estas insurgencias.

Además está la cuestión del Estado. Es cierto que en América Latina el Estado suele ser más grande de lo que necesita ser y mucho más débil de lo que la izquierda querría que fuera. Los recursos de que dispone son usualmente modestos y tiene una capacidad limitada para ejecutar sus decisiones, más aún en un mundo de interdependencia compleja donde hay tantas variables que escapan a la voluntad y alcance de las políticas formuladas por actores domésticos. Esto impone restricciones importantes a lo que la izquierda o cualquier otra fuerza política puede lograr simplemente tomando el poder del Estado. Pero éste cuenta a pesar de todo, y cuenta mucho. No hablamos de sus funciones policiales y migratorias sino de su papel como instancia de regulación y de redistribución de la riqueza. La necesidad de contar con una instancia coactiva parece insalvable, aunque sólo sea porque el pago de impuestos progresivos no es voluntario y los acuerdos vinculantes no siempre funcionan en base a la buena fe. El Estado tiene ventajas comparativas en relación con otras instancias societales en asuntos tales como la recaudación de impuestos, la contratación de créditos o la emisión y validación de medios de pago. Sin él es menos factible que se pueda experimentar con iniciativas como el Impuesto Tobin, diseñado para castigar la especulación financiera, generar fuentes de ingreso alternativas para proyectos de desarrollo y proteger a los mercados financieros domésticos de los efectos desestabilizadores de la fuga de capitales. Tampoco sería fácil frenar la carrera por firmar acuerdos comerciales bilaterales y buscar acuerdos regionales para negociar mejores acuerdos. Y ni qué decir de las perspectivas de separar los derechos de propiedad de los acuerdos comerciales y rechazar los Agrement on Trade-Related Aspects of Intellectual Property Rights (más conocidos como TRIPS) cuando estos incluyen cláusulas que obligan a pagar derechos de propiedad por medicamentos que son cruciales para la salud pública. El Estado está mejor equipado que otras instancias para manejar ese tipo de asuntos. iek destaca esta importancia del Estado en una serie de observaciones mordaces acerca de intelectuales que se muestran renuentes a tomar el poder del Estado y proponen una estrategia de repliegue hacia lo social para crear espacios que se sustraen del control estatal. Dice: ¿Qué le deberíamos decir a alguien como Chávez? No, no tome el poder del Estado, confórmese con replegarse, deje al Estado y a la situación actual tal como está?. Todo lo contrario.

Dice Zizek, que debemos usar el Estado para promover una agenda progresista e impulsar nuevas formas de hacer política. Y tiene razón, aunque su descalificación de las alternativas no estatales es miope e injusta pues se sustenta en un maniqueísmo de lo uno o lo otro. Como se ha insistido con los argumentos planteados a lo largo de esta reflexión, las pulsiones que se agitan en el mundo extra-estatal también brindan vías para transformar lo dado. El asunto está claro. Una política post-liberal de izquierda no puede aceptar que la contaminación entre multitud y representación sea algo particularmente problemático. Si lo hiciera estaría tirando por la borda el supuesto de la hibridación de las formas políticas. Hay que recordarle a quienes abogan por la política de la multitud que la de hoy difiere de su antecesora en el siglo XVII en por lo menos un aspecto: ya no es una experiencia de resistencia al proyecto centralizador de los nacientes estados nacionales sino que surge en el marco de aparatos estatales ya existentes. Dicho de otro modo, a diferencia de la multitud teorizada por Spinoza, la actual ya nace con las huellas del Estado y por consiguiente una estrategia que pretendiera establecer un juego de suma cero entre multitud y Estado sería simplista y equivocada. Beasley-Murray reconoce esto indirectamente cuando describe las insurgencias sociales como precedente directo de los giros a la izquierda en América Latina. El Caracazo, dice, es el punto de partida de un nuevo tipo de insurgencias directamente relacionadas con el vehículo electoral que vino después, pero invariablemente autónomas y no reducibles a dicho vehículo. Esto se puede interpretar no simplemente como una constatación de la discontinuidad existente entre una fuerza originaria y las consecuencias de sus acciones sino más bien como una manera de explicar la manifestación y la permanencia de la causa en sus efectos. Si estas insurgencias pueden resguardar su autonomía mientras se relacionan de distintas maneras con la representación y, además, como hemos visto, si esa relación ha incidido al menos parcialmente sobre los giros a la izquierda, entonces no podemos afirmar que la novedad y especificidad de la política insurgente requiere de una supuesta exterioridad con el Estado, los partidos y las elecciones. La evidencia reciente nos muestra que se contaminan entre sí a pesar de seguir caminos diferentes. Los antecedentes teóricos también lo demuestran. Hay un gran entusiasmo por la idea de rizomas entre los defensores de la multitud, pero a menudo se olvidan de algo que Deleuze y Guattari decían acerca de la relación entre formas arborescentes y rizomáticas: hay rizomas con regiones arborescentes y sistemas arborescentes que engendran rizomas en su seno.

Mutatis mutandis, diremos que la pretendida pureza de la multitud o de la representación es un mal mito pues ellas se contaminan mutuamente y engendran una variedad de formas híbridas. Veremos muchos más de estos híbridos a medida en que la izquierda vaya adoptando abiertamente una política post-liberal. La experimentación es continua y tiene un lado potencialmente riesgoso relacionado con la violencia. El propio Beasley-Murray lo identifica cuando habla de la naturaleza violenta, desorganizada y radical del Caracazo. A muchos en la izquierda les incomoda la violencia política y prefieren distanciarse de ella especialmente cuando no la pueden controlar a pesar de que reconocen que es un efecto colateral de la acción transformadora. Los medios de comunicación y los comentaristas conservadores se aferran a los casos ocasionales de violencia y los citan como prueba de que la protesta radical tiene un carácter destructivo. Los ejemplos habituales son los mítines en que los que los Círculos Bolivarianos movilizan a los habitantes de los barrios de Caracas en contra de sus adversarios, el corte de carreteras por parte de piqueteros en Argentina, el secuestro de autoridades locales por la gente de Atenco en México y así por el estilo. Para los críticos conservadores la violencia parece ser algo completamente ajeno al liberalismo, contraria al imperio de la ley y a la naturaleza procedimental del funcionamiento de un Estado liberal.

Esto no es del todo cierto. Ella es constitutiva de todo orden, incluso el jurídico. Jacques Derrida (28) lo plantea muy bien al decir que si la ley debe ser aplicada (enforced, aplicada mediante el uso de la fuerza) es evidente que la fuerza es constitutiva del derecho y no un simple accidente que le puede o no ocurrir. Algunos objetarán diciendo que la violencia legítima ejercida por el Estado es aceptable pero que la violencia subversiva no lo es. Si bien este argumento tiene sus méritos, hay sociedades muy liberales que celebran con orgullo los actos de violencia que contribuyeron a convertirlas en lo que son. Por ejemplo, llamar a la Fiesta del Te de Boston (Boston Tea Party) una fiesta es una desfachatez o un intento de dignificar las acciones violentas del grupo de colonos disfrazados de indígenas que en 1773 se congregó en la bahía de Boston con el propósito de destruir propiedad privada por motivos políticos. Si los críticos de la violencia fueran consistentes deberían llamar el asalto y destrucción de un restaurante McDonalds en Francia por parte de José Bové y la Confédération Paysannes la Fiesta de las Hamburguesas de Millau en vez de esgrimirla como prueba de que los críticos de la globalización carecen de propuestas y que lo único que saben hacer es apelar a la destrucción gratuita de la propiedad. Hay que reconocer que la violencia por sí misma no es algo encomiable pero también que la fuerza y la violencia son parte de la política y que por lo mismo no debe sorprendernos que hagan una aparición esporádica en los giros a la izquierda.

Esto son los términos de un debate que debe ser incorporado en la reflexión de un emergente giro a la Izquierda en Colombia que se ve acelerado por los desarrollos de los diálogos de paz que se adelantan en La Habana con importantes avances en el ámbito agrario, político y de erradicación de los cultivos de coca.

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Notas.

1. http://www.semana.com/nacion/elecciones-2014/articulo/elecciones-2014-la-carrera-apenas-comienza/381155-3

2. http://www.elnuevoherald.com/2014/03/19/1705913/terremoto-politico-en-colombia.html

3. file:///C:/Documents%20and%20Settings/LUIS%20FERNANDO/Mis%20documentos/Downloads/4905-15842-1-SM%20(1).pdf

4. Panizza, Francisco (2005), Unarmed utopia revisited: the resurgence of Left-of-centre politics in Latin America, Political Studies, Vol. 53, No. 4, pp. 716-737.

Francisco Panizza nació en Uruguay, realizó estudios universitarios en su país y en Brasil. En 1979 emigró a Inglaterra donde se doctoró. Actualmente es profesor de Teoría Política Latinoamericana en el Departamento de Estudios de Gobierno de la London School of Economics de Londres. Está considerado una de las principales autoridades mundiales en populismo.

5. Lomnitz, Claudio (2006), Latin Americas Rebellion: Will the New Left Set a New Agenda? Boston Review, septiembre-octubre (consultado en mayo de 2007, http://bostonreview.net/BR31.5/lomnitz.php).

Santiago de Chile, 1957) es profesor titular de Antropología e Historia en la Universidad de Columbia, Nueva York. Ha sido director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chicago, del Centro de Estudios Históricos de The New School for Social Research de Nueva York y del Centro para el Estudio de la Etnicidad y la Raza de la Universidad de Columbia. También ha sido director de la revista Public Culture entre 2004 y 2010, y colabora como columnista en la prensa de Ciudad de México. Ha publicado varios libros sobre política y cultura en México y en las Américas, entre ellos Evolución de una sociedad rural (Sepochentas, 1982), Las salidas del laberinto: cultura e ideología en el espacio nacional mexicano (Joaquín Mortiz, 1995), Modernidad indiana: nueve ensayos sobre nación y mediación en México (Planeta, 1999), Deep Mexico, Silent Mexico: An Anthropology of Nationalism (University of Minnesota Press, 2001), Idea de la muerte en México (Fondo de Cultura Económica, 2006) y El antisemitismo y la ideología de la Revolución Mexicana (Fondo de Cultura Económica, 2010).

6. Los enunciados performativos son uno de los tipos posibles de enunciados descritos por John Langshaw Austin, filósofo del lenguaje en su obra Cómo hacer cosas con palabras, en la que se recogía de modo póstumo su teoría de los actos de habla.

Austin llama enunciado performativo al que no se limita a describir un hecho sino que por el mismo hecho de ser expresado realiza el hecho. Se pueden encontrar muchos tipos de enunciados performativos, aunque entre los más comunes están aquellos que derivan de determinados verbos, como es el caso de "prometer". Cuando alguien expresa un enunciado del tipo "Yo prometo", éste no puede evaluarse en términos de verdad o falsedad. Este rasgo es lo que distingue a un enunciado performativo de una aseveración descriptiva, que fue el objeto de estudio del Movimiento Verificacionista. En efecto, no se trata de evaluar la sinceridad del locutor, puesto que eso excede los límites del análisis lingüístico. El hecho de prometer se realiza en el instante mismo en el que se emite el enunciado, no se describe un hecho, sino que se realiza la acción. http://es.wikipedia.org/wiki/Enunciado_performativo

7. iek, Slavoj 2002, A Plea for Leninist Intolerance, Critical Inquiry, Vol. 28, No. 2, pp. 542 566.

iek, Slavoj (2007), Resistance Is Surrender, London Review of Books, Vol. 29, No. 22 (consultado en noviembre de 2007, http://www.lrb.co.uk/v29/n22/zize01_.html).

8. Deleuze, Gilles y Félix Guattari (1988), Mil mesetas, Valencia: Pre-Textos.

9. Hardt, Michael y Antonio Negri (2002), Imperio, Buenos Aires: Paidós.

10. Virno, Paolo (2003), Gramática de la multitud, Madrid: Traficantes de Sueños.

11. http://www.cidob.org/en/news/latin_america/liderazgos_regionales_emergentes_en_america_latina_consecuencias_para_las_relaciones_con_la_union_europea

Grugel, Jean (2005), Citizenship and Governance in Mercosur: Arguments for a Social Agenda, Third World Quarterly, Vol. 26, No. 7, pp. 10611076.

12. Foucault, Michel (1988), El sujeto y el poder, en Hubert Dreyfus y Paul Rabinow,

Michel Foucault: Más allá de la hermenéutica y el estructuralismo, México: Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM, pp. 227-244.

13. Victor Armony - Profesor Titular, Departamento de Sociología, Universidad de Quebec en Montreal (UQAM), Canadá. Co-Director del Área Democratización, Derechos Humanos y Transnacionalismo del CRIDAQ (Centro de Investigaciones Interdisciplinarias sobre la Diversidad en Quebec). Co-Investigador del Proyecto Etnicidad y Gobernanza Democrática (Consejo de Investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades de Canadá).

14. Armony, Víctor (2007) The Civic Left and the Demand for Social Citizenship (consultado en junio de 2007 en http://weblogs.elearning.ubc.ca/leftturns/Microsoft%20Word%20- %20Victor_Armony_Paper.pdf).

15. Latinobarómetro (2007), Informe Latinobarómetro 2007 (consultado en diciembre de 2007, http://www.latinobarometro.org).

Latinobarómetro (2008), Informe Latnobarómetro 2008 (consultado en enero de 2009, www.latinobarometro.org/docs/INFORME_LATINOBAROMETRO_2008.pdf.

Zovatto, Daniel (2007), Informe Latinobarómetro 2007: Conclusiones principales (consultado en noviembre de 2007, http://www.nuevamayoria.com/ES/ANALISIS/index.php?id=zovatto

16. Crawford Brough Macpherson (1911 - 1987) profesor canadiense de Ciencias Políticas de la Universidad de Toronto.

http://es.wikipedia.org/wiki/C._B._Macpherson

17. Macpherson, C. B. (1965), The Real World of Democracy, Toronto: Canadian Broadcasting Corporation.

18. Arditi, Benjamin (2005), El devenir-otro de la política: Un archipiélago post-liberal, en B. Arditi (ed.), ¿Democracia postliberal? El espacio político de las asociaciones, Barcelona: Anthropos, pp. 219-248.

Arditi, Benjamin (2007a), Ciudadanía de geometría variable y empoderamiento social: Una propuesta, en Fernando Calderón (ed.), Ciudadanía y desarrollo humano, Buenos Aires: Siglo Veintiuno/PNUD, pp. 123-148.

Arditi, Benjamin (2007b), Politics on the Edges of Liberalism: Difference, Populism, Revolution, Agitation. Edimburgo: Edinburgh University Press.

19. Schmitter, Philippe (2005), Un posible esbozo de una democacia post-liberal, en B. Arditi (ed.), ¿Democracia post-liberal? El espacio político de las asociaciones, Barcelona: Anthopos, pp. 249-263.

20. Schmitter, Philippe (2005), Un posible esbozo de una democacia post-liberal, en B. Arditi (ed.), ¿Democracia post-liberal? El espacio político de las asociaciones, Barcelona: Anthopos, pp. 249-263.

21. Schmitter, Philippe (2005), Un posible esbozo de una democacia post-liberal, en B. Arditi (ed.), ¿Democracia post-liberal? El espacio político de las asociaciones, Barcelona: Anthopos, pp. 249-263.

22. Keck, Margaret E., y Kathryn Sikkink (2000), Activistas sin fronteras. Redes de defensa en política internacional, México: Siglo XXI.

23. Offe, Claus (1984), Contradictions of the Welfare State, Londres: Hutchison.

24. ODonnell, Guillermo, Philippe C. Schmitter, y Laurence Whitehead (1986), Transitions from Authoritarian Rule: Tentative Conclusions about Uncertain Democracies, Baltimore: Johns Hopkins University Press.

25. Donolo, Carlo (1982), Sociale, Laboratorio Politico, No. 2, pp. 03120.

26. Holloway, John (2002), Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy, Buenos Aires: Editorial Herramienta y Universidad Autónoma de Puebla.

27. Beasley-Murray, Jon (2007) Insurgent Movements (consultado en junio de 2007 en http://weblogs.elearning.ubc.ca/leftturns/2007/05/insurgent_movements.php).

28. Derrida, Jacques (1997), Fuerza de ley: El fundamento místico de la autoridad, Madrid: Tecnos.



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Horacio Duque

Politólogo e historiador.

 horacioduquegiraldo@gmail.com      @horacio_DG

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