México

Pax priísta y dogmatismo neoliberal

En su último año de gobierno -1994- a Salinas se le enredó la pita, comenzando con la insurrección del EZLN que, de alguna manera, truncó la ilusión primermundista de la propaganda gubernamental; los indígenas chiapanecos se levantaron en armas contra el régimen neoliberal y en defensa de su cultura ancestral. Tres meses después ocurrió el asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la presidencia de la república, que hizo retumbar en su centro la Tierra, dando lugar a su reemplazo por Ernesto Zedillo, un oscuro tecnócrata neoliberal dogmático, que ganó una elección formalmente limpia a la sombra del terror y el miedo y, vale recordarlo, favorecida por la extraña autolimitación del candidato panista. Seis meses después, en el primero del nuevo gobierno, sucede el estallido de la burbuja de los Tesobonos y con ello la crisis a la que se denominó “el error de diciembre” y en el exterior como “efecto tequila”. Son cuatro acontecimientos: levantamiento, asesinato, elección y crisis, sumamente controvertidos en su explicación pero que muestran las características de la Pax Priísta y sus efectos sobre la sociedad.

Al levantamiento zapatista el gobierno respondió con un impresionante despliegue militar, lo que provocó la inmediata y vigorosa acción de la sociedad civil movilizada para exigir el cese al fuego y la amnistía, asumiendo el derecho de los indígenas al respeto de su cultura. Parlamentaron las partes en conflicto y se detuvo lo que pudo ser una masacre: se restableció la Pax Priísta. Bien por la sociedad civil pacifista, pero mal por el desvanecimiento de la causal de rechazo al modelo neoliberal que, por lo menos, debió ser secundada por muchos otros sectores agraviados y que, en cambio, ha sido destacada en el mundo como la primera rebelión antineoliberal.

El asesinato de Colosio se registró después de que, como candidato en campaña, optó por marcar distancia con el modelo económico impuesto por Salinas, mostrándose proclive a una política más cercana al reclamo popular (populista, dirían los tecnócratas) por lo menos en el discurso. Resulta inverosímil cualquier explicación del atentado que no contemple como causal la respuesta del gran poder (la mano milagrosa del mercado) ante el riesgo de un gobierno ligeramente progresista. El acontecimiento acalambró a la sociedad, particularmente a la familia posrevolucionaria, pero no pasó a mayores. En países más serios hubiera provocado, por lo menos, una severa crisis política. Nuevamente se impuso la Pax Priísta y Zedillo entró al relevo y mereció el beneplácito del gran poder.

A contra pelo de su escaso carisma como candidato Zedillo ganó la elección, tal vez por inercia y, seguramente, por la asimetría en la disposición de recursos, pero en mucho por el terror extendido sobre el electorado. Ante la opacidad de Zedillo la grandilocuencia del candidato del PAN, Fernández de Cevallos, adquirió posibilidad de triunfo pero, posiblemente, el gran poder prefirió la certeza de la Pax Priísta, y el panista se esfumó inexplicablemente.

A los quince días de la toma de posesión revienta la crisis de insolvencia por el retiro de inversiones en bonos de tesorería cifrados en dólares, emitidos por Salinas como último recurso para mantener a flote su aparente exitosa administración. Los mexicanos perdimos la mitad del patrimonio y Zedillo hipotecó la riqueza petrolera para garantizar un préstamo de Clinton, que salvó a las finanzas internacionales, pero que hundió a México irremisiblemente. Un presidente mínimamente digno y comprometido con su país tendría que haber aprovechado la crisis –que amenazaba a la estabilidad de las finanzas internacionales- para negociar beneficios para México; sucedió al revés: Zedillo se aprontó a mendigar lo que a los gringos les urgía por entregar. Clinton informó a su Congreso que había hecho el mejor negocio de su administración con el estúpido gobierno mexicano. Los mexicanos nuevamente apechugamos el golpe y la Pax Priísta volvió a imperar.

El dogmatismo neoliberal de Zedillo llevó al país a extremos privatizadores: la venta de los ferrocarriles nacionales y la desaparición de la CONASUPO para eliminar la acción reguladora del estado en la comercialización de granos básicos. Se aplicó dinero del erario para evitar la quiebra de los bancos privatizados mediante el FOBAPROA. Se aumentó en 50% el Impuesto al valor agregado. En resumen, se hizo pagar al pueblo por los errores y corruptelas de los poderosos. Pinche Pax Priísta que nos ha mantenido en el profundo sueño de la inacción. ¿Hasta cuándo?



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Gerardo Fernández Casanova


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