La paz en Colombia, no es solo el silencio de los fusiles ni la pax Romana

La instalación de los diálogos de paz, entre el estado Colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) iniciados en la gélida ciudad de Oslo, Noruega, cuna de los antiguos vikingos, hizo posible que una vez más, los colombianos puedan soñar en la materialización de una paz verdadera, la cual sólo se consolida con la plena vigencia de la justicia social.


En cuanto a éste último requisito, se refiere a las nociones fundamentales de igualdad de oportunidades y de derechos humanos, más allá del concepto tradicional de “justicia legal”. La justicia social, propiamente dicha, está basada en la equidad, siendo imprescindible para que los individuos puedan desarrollar sus potencialidades al máximo, en medio de un clima de concordia y de circunstancias favorables, propicia para el bienestar de los ciudadanos.

Humberto de La Calle Lombana, negociador designado por el Estado Colombiano “reaccionario”, haciendo gala de una actitud prepotente, típica de la aristocracia criolla que tantos males le ocasionó al país, comentó que “aquí no venimos a negociar el modelo de desarrollo” y que “si los señores de las FARC quieren defender sus ideas, lo hagan desde el campo de la democracia, funden su propio partido”, añadiendo que “nosotros -el estado colombiano- les brindaremostodas las garantías”.

Bajo este concepto, lo que pretende el estado es una paz totalmente inicua, desconociendo las causas, orígenes y efectos de la violencia política colombiana, el despojo de tierras, las torturas, desapariciones forzadas, la acumulación inequitativa del capital –aspecto predominante del modelo económico continuista, que el estado no tiene intenciones de negociar- así como su naturaleza “capitalista salvaje”, como bien lo definió de manera reciente el presidente de Bolivia, Evo Morales, para más, descendiente de habitantes originarios de América Latina: “…El capitalismo lo mercantiliza todo: El agua, la tierra, las culturas ancestrales, la justicia, la ética. No puede haber armonía con la madre tierra, en un mundo donde el 1% de la población concentra el cincuenta por ciento de la riqueza del planeta…”

Por otra parte, las FARC, en respuesta y a través de su representante partisano, ,Iván Márquez, haciendo todo un recuento histórico de la concentración de la tierra en Colombia, enfatizó entre otras cuestiones de importancia, que: “…No se puede encadenar este proceso, a una política enfocada, exclusivamente, en la obtención desaforada de ganancias para unos pocos capitalistas, a los que no les importa para nada la pobreza, que abate al 70% de la población”. “Ellos sólo piensan en el incremento de su botín, no en la reducción de la miseria”, denunció una vez más, en alusión a los empresarios, terratenientes, banqueros, el Gobierno Nacional y sus distintos socios en los sectores privados o estatales. “Más de treinta millones de colombianos viven en la pobreza. Doce millones, en la indigencia; la mitad de la población económicamente activa, agoniza, entre el desempleo y el subempleo; casi 6 millones de campesinos deambulan por las calles, víctimas del desplazamiento forzoso. De las ciento catorce millones de hectáreas que tiene el país, se destinan once millones a la minería; de las setecientas cincuenta mil hectáreas en explotación forestal, se proyecta pasar a doce millones. La ganadería extensiva, ocupa treinta y nueve punto dos millones. El área cultivable, es de veintiuno punto cinco millones de hectáreas, pero solamente 4.7 millones de ellas están dedicadas a la agricultura, guarismo en decadencia, porque ya el país importa 10 millones de toneladas de alimentos al año. Más de la mitad del territorio colombiano está en función de los intereses de una economía de enclave…”

Basta recordar también que en el país de la democracia más antigua de la región, en los últimos diez años, se han entregado a empresas transnacionales, casi cuarenta y cinco millones de hectáreas de tierra, destinadas a la explotación de hidrocarburos, gas, esmeraldas, oro, níquel, carbón, por mencionar apenas algunos de los recursos naturales “regalados” a estas empresas tan invasoras, como depredadoras de una de las primeras tierras del continente, en vio germinar la emancipación de la Corona Española.

En pocas palabras, lo que pretenden los “intermediarios del Estado Colombiano”, es una “Pax Romana”, comprendida dentro del contexto de un gobierno haciendo ejercicio de un poder unilateral, sin ninguna clase de controles, ni respeto por los derechos de los ciudadanos, que, al menos “en teoría”, deberían estar bajo su protección.

Con posterioridad, los diálogos se trasladan del frio noruego, al apacible clima de “la isla del encanto”, Cuba, en pleno mar Caribe, la cual vio surgir de entre sus hijos más notables, al portento del pensamiento latinoamericano, José Martí. En la cuna de la revolución socialista y de la dignidad de los pueblos libres, de seguro, los diálogos se verán permeados, otra vez, por los sátrapas “atizadores de la guerra”, quienes en representación de meros intereses lucrativos, buscaran la forma de romper con la esperanza de toda una Nación por alcanzar la paz, soñar la Colombia unida, al calor del disfrute de la paz concebida con honor, una profunda democracia, sustentada bajo los legítimos ideales, en los principios éticos y revolucionarios de los distintos próceres de la independencia.

El discurso predominante en los radares del pensamiento ultraconservador, frente a los diálogos de paz, por estos días, tratará de conjugar el renovado escepticismo, con el desánimo y el descrédito permanente. Como sucede con frecuencia en la historia de la ideología burguesa, las declaraciones sucintas y escuetas de algunos políticos colombianos, tienen mucho más valor teórico, que la palabra hueca, ostentosa y abstrusa de los profesionales del servilismo ideológico, o los intelectuales que se camuflan en la cerdocracia colombiana.

Son esos mismos gobernantes, que posan exhibiendo manos cercenadas, y lanzan carcajadas de júbilo, junto a los cadáveres de sus propios compatriotas. Los que pretenden convertir a la suma de la población, en espectadores que aplauden del exterminio centenario de los mártires de la violencia iniciada por su codicia sin freno. Los que pusieron “tarifas a la vida”,impulsando los mal llamados “falsos positivos”, consistente en el asesinato de civiles, para implementar montajes mediático - castrenses, colmados de “patrioterismo barato” para imponerse en la guerra psicológica: Una metodología, la cual para obtener sus “grandes éxitos”, no vacila en el uso de seres humanos muertos, a fin de perpetrar su clásico exhibicionismo necrofílico, en la continua búsqueda de degradar al opositor, presentándolo en bolsas negras como si fuera un mísero pedazo de carne. Desde luego, aunque muchos aún en el pueblo colombiano, no hayan advertido que semejantes patrañas sólo pueden provenir de un puñado de miserables, la inmensa mayoría desaprueba éstas prácticas terroristas de mal gusto, dirigidas hacia una población engañada e indefensa. Los colombianos no son pedazos de carne. Son personas con derecho a rechazar esas estrategias enfermizas del terror estatal, que al concebir a la ciudadanía como una simple utilidad para la consecución de sus propósitos, la degradan, tomándola con sus valores éticos, que son otras “víctimas” en el proceso actual.

Uno de los párrafos del Manifiesto por la Paz, expresa: “…Se alza el clamor por una paz con justicia social para las mayorías: una paz que nazca del debate conjunto…”.

Los diálogos de paz que en estos momentos se realizan en La Habana, Cuba, no pueden ni deben culminar en una simple transacción de ambas partes involucradas. Por el contrario, deben ser la “génesis” del rumbo hacia una verdadera paz, sin niños prostituyéndose por un mendrugo de pan en las esquinas de cualquier municipio, sin ancianos abandonados a su suerte; sin mujeres, llorando a sus hijos, que ofrendaron sus vidas por una simple libreta militar, o un sueldo miserable, en defensa del interés pecuniario de los carroñeros de las riquezas nacionales; que los campesinos vuelvan a las tierras que debieron abandonar por la violencia, con la garantía de la seguridad y la soberanía alimentaria, para los más de treinta millones de pobres y por último, que los recursos naturales, ni la soberanía no sea entregada al mejor postor.

Colombia debe ser un canto de alegría, con vallenatos, cumbias, pasillos, mapales, haciendo una verdadera sinfonía de paz, en medio de la Amazonia y las montañas, perdurando como una obra pictórica, encargada de borrar de una vez los horrores de la guerra. Un lugar en el mundo, donde no deberán volver sonar rugidos de metralla, sino de cascadas danzarinas, naciendo de cordilleras eternas, capaces de aliviar la sed de paz, padecida desde más de doscientos años, producto de la mezquindad de quienes, aun, sienten nostalgias de grilletes. O como decía el Libertador: “Actúan y piensan como esclavos, sin ser esclavos”. ¡Por fortuna, los colombianos, la abrumadora mayoría, salvo unos pocos aprovechados, se resiste a hacer parte involuntaria de una guerra que no nos pertenece!

jjsalinas69@hotmail.com


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Jhon Jairo Salinas

Dirigente Social, Promotor de Derechos Humanos, Activista del Movimiento Social por la Paz en Colombia, Poeta y Escritor.

 jjsalinas69@gmail.com

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