Movimiento secesionista en Estados Unidos

El triunfo electoral del 6 de noviembre que dio la relección al
presidente Barack Obama fue detonador de una confrontación que
recuerda los orígenes de la guerra de secesión que desangró a Estados
Unidos entre 1861 y 1865.

En virtual manifestación de inconformidad por la renovación del
mandato presidencial del partido demócrata, la extrema derecha
estadounidense está protagonizando una campaña enfilada a la
desmembración de la nación.

La secesión tiene en ese país una infortunada historia cuyos traumas
se aprecian en las añejas divisiones que persisten en la sociedad
estadounidense actual.

Desde los cincuenta estados que integran los Estados Unidos de América
se han recibiendo en la Casa Blanca cientos de miles de peticiones en
las que, a título individual, se reclama la secesión pacífica de la
Unión de sus respectivos estados y que se reconozca la independencia
de éstos.

Según se informa en el sitio web WhiteHouse.gov, La Casa Blanca
responderá aquellas peticiones que reúnan más de 25 mil firmas, una
cifra que, hasta noviembre 26 ya había sobrepasado Texas, con unas 170
mil, aunque sin incluir entre ellas la del Gobernador Rick Perry.
Florida, Carolina del Norte, Tennessee, Georgia y Luisiana le siguen
con algo más de 30 mil cada uno.

Las peticiones se validan con los datos de la dirección electrónica
del remitente.

Lo que podría ser noticia ampliamente propagada si ocurriera en otro
país cualquiera, apenas está recibiendo atención difusiva en los
medios dominantes o “mainstream media”. No obstante, en medios
alternativos de Internet el fenómeno está siendo debatido
intensamente.

La oposición a este movimiento secesionista ha desarrollado un método
de acción similar en sentido inverso, aunque todavía no alcanza cifras
tan notorias como su contraparte antiestadounidense.

Entre las peticiones anti-secesionistas la que tiene hasta el momento
mayor popularidad es una que pide al presidente Obama que se retire la
ciudadanía de Estados Unidos a quienes firmen una petición de
secesión. Algunas proponen, además, la deportación.

Otro planteamiento anti-secesionista con mucho apoyo es el que reclama
que los estados que se separen de los Estados Unidos sean obligados a
pagar su cuota proporcional de la deuda federal como requisito previo
a su abandono de la Unión.

Muchos de los que se pronuncian contra la secesión lo hacen
sencillamente suplicando a la Casa Blanca, en sus peticiones, que haga
“todo lo que esté en su poder para mantener a la nación unida”.
Pero hay quienes hacen propuestas concretas, como la de acentuar el
federalismo a la manera de la Constitución de 1879 en la que los
poderes del gobierno federal eran pocos y definidos, en tanto que los
que los estados reservaban para sí eran muchos e indefinidos.
Así –esperan los ponentes de tales ideas– quienes no gusten de las
políticas en su estado pueden optar por mudarse para otro.

En Austin, ciudad de Texas donde el movimiento separatista tiene gran
fuerza, ha surgido una corriente antiseparatista local que reclama
que, si Texas se separara de la Unión, Austin y otras tres ciudades
del estado (Dublin, Lockhart y Shiner) sean autorizadas a continuar
siendo parte de ésta “para proteger el nivel de vida de sus
ciudadanos y asegurarles sus derechos y libertades de acuerdo con las
ideas y creencias originales de los padres fundadores”.

Los periodistas Dan y Sheila Gendron publicaron en la Internet a fines
de noviembre un interesante análisis crítico del movimiento
secesionista en Estados Unidos. Según ellos, combatir al sistema para
arreglarlo o resucitarlo “es como fajarse por el filete de una vaca
muerta y podrida”.

“¿No sería mejor apartarse mientras colapsa y contribuir a que la
sociedad se proyecte hacia un mejor paradigma basado más en la
atención al prójimo que en exprimirlo hasta el último centavo con
inútiles productos de consumo?”.

El hecho es que están nuevamente en juego los dos polos de la política
estadounidense: los conservadores sureños y los demócratas norteños.
Ambos sirviendo de fachada al gobierno supremo de los bancos, las
corporaciones y el complejo militar industrial, portador del proyecto
hegemónico global de Estados Unidos, que jamás ha sido electo pero es
el que rige los destinos de la superpotencia.

Según la óptica sureña, en esta confrontación el presidente Barack
Obama representa los intereses del norte por ser norteño (de Chicago),
negro y aliado del mundo de las finanzas, las tres imputaciones que
articulan a la derecha sureña contra el norte.

Asoma aquí la ideología de la extrema derecha chovinista del
reaccionario movimiento Tea Party que parece haber ocupado el espacio
político fundamental del partido republicano.

manuelyepe@gmail.com


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Manuel E. Yepe

Abogado, economista y politólogo. Profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana, Cuba.

 manuelyepe@gmail.com

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