Justicia literaria

a Sarkozy

En víspera de tomar decisiones sobre “el frente iraní”, en el que barajaba un ataque nuclear preventivo (quirúrgico y relampagueante), y en donde postergaba, por razones estratégicas, las otras decisiones del resto de la guerra global en desarrollo, Obama, mientras se encontraba en Camp David, en una suerte de breves vacaciones reflexivas, antes de asistir vía satélite, a la sangría persa, fue discretísimamente capturado.
Lo que supo de sí, después de poner orden en su narcotizada mente, tras aquellos eternos minutos que duró la espesa y confusa operación, fue que se encontraba en la antesala de lo que parecía una celda. Era un largo pasillo, del cual no lograba ver ninguno de sus extremos, a lo que supuso que se encontraba justo en su centro. Había allí un penetrante olor a excreciones que lo sofocó de súbito, mezcla de mierda, orines, sangre y sexo promiscuo. Se le antojó que ese era el olor de la muerte y ciertamente fue el olor que se alojó en los poros y que lo acompañó por el resto de la existencia.

Por primera vez en la vida no tenía certeza de nada. Ni del espacio, ni de lo que acontecía a su alrededor. No tenía conocimiento real de lo que había pasado, y mucho menos de lo que pasaría. Intuyó, por el trajín dentro de la celda, que estaban instalando el tribunal que seguiría su causa y lo confundió aun mas el hecho de que se encontraba desnudo, a pesar de que nadie lo obligaba a ello, y que el agua oscura y quieta, portadora de peligros insospechados, que le mantenía sumergidos los pies, le resultaba mas incomoda que sus propios captores, a los cuales no había visto aun. No sabía si era de día o de noche, ni cuanto tiempo había pasado desde el ya remoto momento en que el poder lo había abandonado.

El tribunal nunca se estableció. No era ningún tribunal. Una vez más se había equivocado en sus elucubraciones. Tampoco era el único procesado como lo creyó en un principio, pero tampoco podía asegurar que allí se encontraban otros criminales de guerra. No podía ver más que la pared, que era igual hasta cuando tenía los ojos serrados y, por más que se esforzó, no pudo imaginar sino la noche detrás del muro.
Nadie lo llamó, pero él se imaginó el interrogatorio. En contra de todo pronostico, no comenzó por las interrogantes que determinarían su responsabilidad en las matanzas de Irak, Afganistán, Palestina; los secuestros, torturas, desapariciones y asesinatos selectivos en todo el mundo, sino por una serie de crímenes en los cuales se vio envuelto en su temprana juventud.
Si la abrumadora evidencia audiovisual presentada, no dejó lugar a dudas en la comprobación de su culpabilidad en estos hechos, no podía esperar menos, de lo que en consecuencia, mostrarían sobre los genocidios perpetrados al amparo de “el nóbel de la paz”.

Obama fue retirado de su celda por razones humanitarias: un gigantesco apostema que le afloró en la profundidad de la rabadilla. Con esa incomodidad amaneció junto a su esposa la mañana del mismo día en que fue capturado. A la pesadilla le sobrevivió el verde furúnculo, y aunque todo aparentemente, pretendió seguir su curso normal, no fue así. Su vida cambió para siempre. Adoptó un nuevo estilo de caminar que le distorcionó el pavoneo del malandro, y a no ser porque descubrió en otros criminales ese mismo repentino modo de andar, jamás se hubiera atrevido a pedirle al general Petraeus su opinión a cerca del “Por qué no adelantaban las acciones de La Guerra Permanente”, a lo que este contestó: “Por que quienes lo secuestraron, Señor Presidente, tienen ahora el control de nuestro arsenal nuclear”

Ruinas de Sirte.


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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

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