El domingo 11 de julio fuimos testigos de otra maniobra de la FIFA (Federación Internacional de Asociaciones de Fútbol) y las grandes potencias europeas. La final entre los Países Bajos y España no fue casualidad: fue un escenario inédito para desplegar sobre el tapete las innumerables contradicciones al seno de la Unión Europa, que de “unión” tiene muy poco y sí más de “desunión” y rencilla “fraternal”. De antemano conocemos la vocación mercantilista y antideportiva de la FIFA, estamos conscientes de la utilización del balompié como mecanismo de control de masas y en nuestro ánimo tampoco está el defender una monarquía hostil hacia Venezuela, como la de los Países Bajos, y menos el Estado que ésta representa. Nuestro análisis se circunscribirá a las esferas deportiva y política, respectivamente.
Durante todo el Campeonato de Sudáfrica 2010, vimos muestras de inigualable destreza y dominio del campo por parte de las más variopintas selecciones internacionales presentes en la justa. Desde luego, al principio ya teníamos nuestros favoritos: Brasil, Argentina y Holanda. Sin embargo, nos sorprendieron las impecables actuaciones de Uruguay, Paraguay y Ghana, lo cual nos evidenció la novel cantera de jugadores provenientes del Cono Sur y el continente negro, y dejó patente el predominio de América Latina en las etapas eliminatorias de Sudáfrica 2010. Verbigracia, Uruguay nos agarró boquiabiertos al meterse entre los cuartos de final y poner en aprietos –en más de una ocasión- a la experimentada Naranja Mecánica de Bert Van Marwijk. A pesar de ello, prevaleció el mejor y por tal razón los Países Bajos (Netherland) se clasificaban a su tercer desenlace histórico desde Argentina 1978 y Alemania Federal 1974.
España, por el contrario, fue errática, dispersa y poco convincente, como lo fue Brasil ante ciertos rivales, por lo cual nadie apostaba por ella luego de su estruendoso fracaso frente a Suiza por apenas un tanto. La humillación de cara a los helvéticos –y su mediocre desempeño- confinó a España a los dominios del chiste ácido y punzante: “Los españoles le cayeron a piedras a la sede de la Cruz Roja de la parroquia Candelaria de Caracas, pensando que era la Embajada de Suiza”. Al buen entendedor.
Con más suerte y maquinaria mediática que sustancia deportiva, España tuvo un aterrizaje forzoso en el cierre de Sudáfrica 2010. Salvo por David Villa, Andrés Iniesta e Iker Casillas, la oncena ibérica no era precisamente el equipo para “lanzar cohetes”; la magia y estilo de Wesley Sneijder, Arjen Robben, Giovanni Van Bronckhorst, Dirk Kuyt y Robie Van Persie (todos goleadores en Sudáfrica 2010), jamás se podían comparar con la opacidad, individualismo y desazón de su contraparte mediterránea. La selección del Gouda Kaas y los tulipanes ostentaba un invicto incuestionable y sus anotaciones al arco habían sido infinitamente superiores en guarismos (12). Duélale a quien le duela.
Como se había previsto, durante el match del 11 de julio de 2010, los Países Bajos fueron muy superiores en estrategia y ataque a sus pares de España. Éstos últimos reforzaron su cuadro defensivo e impidieron la concreción neerlandesa en las redes de Casillas. Pero la descarada parcialidad del árbitro inglés, Howard Webb, a favor de los muchachos de Vicente del Bosque, rendiría sus frutos casi en la conclusión del tiempo suplementario previo a los penalties. ¿Casualidad? ¿Premeditación? Con una ventaja avasallante del lado de los neerlandeses en goles consumados (*), España no podía darse el lujo de ir a penales y quedarse sin la codiciada Copa. Por tal motivo, el ex policía británico no dudó en pitar una falta inexistente a los Países Bajos y esgrimir una injusta tarjeta roja a Heitinga, que ni él mismo se creyó. A más de una hora y diez minutos de lucha intensa y cansancio extenuante, acorralar a los chicos de Van Marwijk con sólo una decena de guerreros en la grama era un golpe prácticamente mortal a las legítimas aspiraciones de la Naranja Mecánica. La anotación de España no se hizo esperar y la oncena más articulada y contundente de Sudáfrica 2010 se quedaba sin el Campeonato Mundial de Fútbol. Un robo manifiesto y aberrante a la selección de los Países Bajos; otra puñalada artera y certera a la competencia honesta en igualdad de condiciones.
La maquinaria mediática ibérica y sus repetidoras, de lado y lado, no han perdido las horas subsiguientes en propalar la especie del “juego rudo” neerlandés y la absurda tesis de los “karatecas”, con el fin de justificar la pírrica victoria de “La Roja” y desdibujar el contexto del pésimo arbitraje, entre otras vergonzosas facetas. Muy poca gente en el planeta podrá tragarse la maniatada tesis de los neerlandeses “malos de la película” y los españoles “santos e inmaculados”. ¿Acaso la delincuencial falta de Puyol sobre Robben fue un “juego de niños? La mafia de la FIFA y las grandes potencias europeas se ha burlado, encore une fois, de millones de teleespectadores y fanáticos del balompié a escala mundial.
LA GUERRA DE PODERES DENTRO DE LA UNIÓN EUROPEA Y EL TCH (TODOS CONTRA HOLANDA)
El patético panorama del pasado domingo 11 de julio sólo desnuda, en su completa dimensión, la guerra sin cuartel entre los distintos miembros de la Unión Europea y el desequilibrio entre las naciones más extensas en territorio (España, Francia, Alemania e Italia) y las más pequeñas (Bélgica, Suiza, Países Bajos y Dinamarca, entre otros). Son públicas y notorias las hondas contradicciones entre los “pesos pesados” de la UE y los “pesos ligeros o pluma”; las desavenencias van desde lo constitucional y lo monetario, hasta los ajustes macroeconómicos que deben aplicarse para recortar los déficit fiscales. Al igual que en la ONU, en la Unión Europea los más grandes imponen sus resoluciones a los más pequeños. La injusticia terrenal persiste hasta en esa idílica y arrogante Europa; evidentemente, los Países Bajos y sus instituciones, han sido los más críticos y combativos dentro de la Zona Euro con respecto a la grosera hegemonía de titanes como Alemania, Italia o Francia, verbigracia. Claro está que esa es una “factura” que siempre se le cobra a Ámsterdam en todos los ámbitos, incluyendo el deportivo.
La predominancia de las potencias capitalistas globales también se expresa en el escenario de la alta competencia y el desarrollo de súper atletas. El fútbol es una de esas trincheras de dominación e intimidación hacia las naciones más débiles o pobres; las Olimpíadas de verano y el Mundial de Fútbol son un binomio de eventos clave en los cuales se despliega descarnadamente el sabotaje imperial, la fuga de talento y el arbitraje sesgado. Por las buenas o por las malas, los más influyentes buscan hacerse de la primera plaza y a costa de pisotear a los más modestos o desaventajados.
El Mundial de Fútbol es uno de los atípicos contextos donde el Sur (depauperado y expoliado) se ha igualado al Norte (industrializado), por lo cual los ejes preponderantes a escala planetaria han tratado de reducir la influencia de los países en desarrollo (Brasil, Argentina) en tan emblemática disciplina y han ejecutado un agresivo contraataque para neutralizar propagandísticamente a América Latina. En el marco de la Unión Europea, si hablamos de terruños de primera clase (Alemania, Francia, Reino Unido, ¿España? o Alemania), otros de segunda (Países Bajos, Bélgica, Dinamarca) y unos tantos de tercera categoría (Portugal, Grecia y antiguos Estados obreros deformados), la dinámica va en ídem dirección: lo más “fortachones” son los vencedores, a como dé lugar. Por ejemplo, en 1994 el Mundial fue para que lo ganara el artífice de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte, el “hada madrina” de Europa): Estados Unidos. Sólo que su fútbol era muy deficiente (todavía lo es) y no sobrevivió a la proeza. Antes, Italia 1990 caía como anillo al dedo a una Alemania con el Muro recién derribado y el porvenir incierto de la reunificación. Francia 1998 fue un torneo para el país galo y éste se coronó, a pesar de la sospechosa ineptitud de Brasil. Era el turno de España: el único de los “duros” de la UE (**) que aún no disponía de un título y el más contradictorio de todos: a pesar de jactarse de albergar la mejor Liga de la galaxia, todavía no aquilataba un trofeo de la Copa Mundial de Fútbol. En Sudáfrica 2010 la mesa estaba servida para Madrid y hasta el Pulpo Paul se permitió el lujo de “manejar” el inconsciente colectivo sin despertar sospecha alguna.
A MÁS NADIE LE CONVIENE MÁS LA COPA QUE A ESPAÑA
Con una tasa de desempleo oficial mayor al 20%, una polémica Reforma Laboral que aumenta la edad de jubilación, un Paquete de “shock” que reduce sueldos y congela pensiones, y una Huelga General anunciada por los sindicatos para este otoño boreal, la situación de España no puede ser más preocupante y explosiva. La falta de credibilidad, tanto del gobierno del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) como de la oposición fascista del PP (Partido Popular), pone a los ibéricos en un callejón sin salida plagado de desesperanza. ¿Qué mejor antídoto para levantar el ánimo colectivo que hacerse de la anhelada Copa? La borrachera de la victoria otorga muy buenos dividendos a los políticos de turno y ayuda a difuminar en el horizonte los escollos de los asuntos más incómodos. Las masas sucumben al letargo y la emoción por “La Roja” logra esfumar el agobio por el paro, la incertidumbre económica y social, y hasta el hambre de los más desposeídos.
El mito del “milagro español” se asemeja en demasía al del American Dream o al cursilón “milagro chileno”. Mientras hubo la liquidez inorgánica de la era del derroche y el consumismo, la vitrina era muy atractiva, pero al explotar la burbuja financiera y acabarse las ilusiones, las burdas costuras del endeble sistema se avistan por doquier. Igualmente, España es un conglomerado de naciones a punto de desintegrarse, siendo Cataluña y el País Vasco los primeros candidatos a abandonar el barco que se hunde. Ahora los derechistas del PP están degustando una cucharada de su propia medicina, ya que en la década de 1990 ellos mismos –junto con sus compinches del Partido Popular Europeo- instigaron los nacionalismos separatistas y la desintegración de antiguos Estados obreros deformados como la ex Yugoslavia (con guerra civil incluida) y la pretérita Checoslovaquia. ¡Enhorabuena!
Aquellos “venezolanos” que celebraron eufóricos el triunfo infame y tramposo de España el pasado domingo, sacaron enormes banderas rojigualdas pero olvidaron la de Venezuela y gritaban en coro histérico “¡Que viva España!”, son los viajeros de “doble pasaporte” tildados de “sudacas” en Barcelona o Madrid, y -peor aún- son los ciudadanos de “ninguna parte” humillados, requisados y detenidos en el Aeropuerto de Barajas, para luego ser deportados como delincuentes a Caracas. ¿Que viva España? ¡Qué va! ¡Que viva la FIFA corrupta! ¡Que viva el deporte mercantilizado y decadente! ¡Que vivan los patrocinantes omnipresentes! ¡Que vivan los árbitros vendidos! C’est fini!
(*) Los Países Bajos terminaron el Mundial de 2010 con 12 goles anotados y España sólo con 8. Del cielo a la Tierra, querido Sancho.
(**) Hasta 2010, España era el único de los “grandes” de la Unión Europea que no había conquistado una Copa Mundial de Fútbol. El Reino Unido, Alemania, Italia y Francia, ya lo habían logrado.
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