¿Qué más puedo decir
sobre Marta, a quien abracé en Cuba, una tarde de nuestro invierno
tropical, cerca del malecón habanero meses después del aleccionador
11 de septiembre de 1973? Ella decidió abrir su nueva trinchera en
Cuba y como militante exiliada no cesó un instante de combatir por
su amada patria; a la vez, en el decurso de los años siguientes se
convirtió en una referencia primordial para la izquierda, que encontró
fuerza, optimismo y orientación en sus decenas de libros teóricos
y de divulgación, entrevistas a relevantes dirigentes y en investigaciones
suyas sobre experiencias de poderes locales en varios países. En esos
años, ella supo honrar con humildad las posibilidades que tenía de
mantener nexos con cientos de dirigentes latinoamericanos, al ser la
esposa del legendario cubano Manuel Piñeiro, jefe del Departamento
América del Comité Central del PCC. Tuve así el honor de percibir
muy cerca los pertinaces afanes y destellos de Marta, destinados a estimular
los quehaceres liberadores de nuestros pueblos, sin dogmatismo ni compromisos
oportunistas. Su brújula inequívoca ha sido su noble corazón solidario
y la apuesta a las transformaciones radicales y realistas sin dobleces,
frente al mercado y el individualismo. Su única utopía que la nutre
y desvela, es contribuir a crear alternativas socialistas genuinas y
sumar a los que podrían compartir esa aspiración iconoclasta. Ella
no se desanimó cuando cayó el Muro de Berlín, en los años en que
cobraron auge las corrientes claudicantes en la izquierda y muchos llegaron
a suponer que sería imposible alcanzar nuevas victorias y hasta borraron
de su léxico las palabras imperialismo y socialismo. Al contrario,
fue entonces más fiera y tesonera en estimular las ideas marxistas
auténticas y en exaltar las potencialidades revolucionarias en nuestras
tierras. Afirmó con vehemencia en todas partes que el mal llamado socialismo
real pereció por errores seculares de sus dirigentes y que en este
lado del Atlántico y el Pacífico, como lo venía demostrando Cuba,
era posible crear y avanzar hacia derroteros socialistas que se nutrieran
de nuestra savia histórica y surgieran de la imaginación y el bregar
colectivos.
Marta es, en mi opinión,
el intelectual latinoamericano que más ha divulgado el ideario marxista
y los procesos de cambio en nuestro continente. Y lo ha podido ejecutar
porque ante todo es un ser humano, que tiembla de ira ante la injusticia
y comprendió desde muy joven que muchas veces los escritos teóricos
solo son comprensibles en públicos reducidos. Para ella es casi una
obsesión entregarle a la gente luces que les ayuden a encontrar por
sí mismas las razones y las posibilidades ciertas de mejorar sus vidas.
Por eso no es casual que Marta involucrara su alma en Venezuela y se
pusiera a la orden de la Revolución Bolivariana. Allí sintió que
se hacían realidad sus anhelos y certidumbres. En Chávez encontró
el misterio telúrico de un líder capaz de enfrentar con su pueblo
ejemplar al capitalismo y reorientar a su patria hacia un rumbo socialista.
Marta vislumbró que la Venezuela chavista abría una nueva posibilidad
histórica a los cambios revolucionarios en toda la región.
Y en esta otra fase
de su vida, nos encontramos en mi residencia, un día del invierno lluvioso
de Caracas, tres o cuatro meses después de la victoria popular contra
el golpe de abril, en el 2002. Vino a entrevistar a Chávez, publicó
un libro con su larga y memorable conversación y desde entonces sus
vastos conocimientos y sus valiosas experiencias los viene entregando
al pueblo venezolano con su optimismo renovado, su agudo sentido de
la realidad y el amor que sabe dar sin precio.
Mi homenaje raigal y sincero a Marta. Tal vez soy el único cubano que por casualidad la ha disfrutado en estos últimos cuarenta años de sus tres etapas de vida, la chilena, la cubana y la actual. O mejor, una sola, pues Marta es una luchadora sin fronteras.
Por ello no debo concluir sin recordarla en aquellos días de julio de 1979, en que amamantaba a su preciosa bebé de meses, Camila Piñeiro y realizaba las tareas de una madre espléndida mientras se mantenía al tanto de la ofensiva final sandinista contra Somoza y hacía todo lo posible para desde su ternura apoyar a esos combatientes, que lograron vencer y ella ser aún más feliz.
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