Marta Harnecker, pertinaz soñadora

Tengo entre mis privilegios y satisfacciones más preciados, haber conocido a Marta en el Chile de Allende, algún  día invernal de 1971. Dos años antes ella había publicado su primer libro, que pronto se convertiría en arma eficaz de varias generaciones de jóvenes y adherentes a la revolución de todas las edades de Nuestra América. Aquel experimento chileno de sueños y tanteos, la imantó de tal modo que decidió mutar la cátedra universitaria por el quehacer periodístico; el semanario Chile Hoy, creado y dirigido por su talento, se convirtió en pieza certera de artillería de ideas y esperanzas en el fragor del combate dirigido por el presidente mártir. Fue un ejemplo cabal de buen periodismo: objetivo, crítico y estimulador del debate plural, sin perderse en el laberinto de las intrigas y demás pasiones letales que tanto han perturbado a la izquierda. 

¿Qué más puedo decir sobre Marta, a quien abracé en Cuba, una tarde de nuestro invierno tropical, cerca del malecón habanero meses después del aleccionador 11 de septiembre de 1973? Ella decidió abrir su nueva trinchera en Cuba y como militante exiliada no cesó un instante de combatir por su amada patria; a la vez, en el decurso de los años siguientes se convirtió en una referencia primordial para la izquierda, que encontró fuerza, optimismo y orientación en sus decenas de libros teóricos y de divulgación, entrevistas a relevantes dirigentes y en investigaciones suyas sobre experiencias de poderes locales en varios países. En esos años, ella supo honrar con humildad las posibilidades que tenía de mantener nexos con cientos de dirigentes latinoamericanos, al ser la esposa del legendario  cubano Manuel Piñeiro, jefe del Departamento América del Comité Central del PCC. Tuve así el honor de percibir muy cerca los pertinaces afanes y destellos de Marta, destinados a estimular los quehaceres liberadores de nuestros pueblos, sin dogmatismo ni compromisos oportunistas. Su brújula inequívoca ha sido su noble corazón solidario y la apuesta a las transformaciones radicales y realistas sin dobleces, frente al mercado y el individualismo. Su única utopía que la nutre y desvela, es contribuir a crear alternativas socialistas genuinas y sumar a los que podrían compartir esa aspiración iconoclasta. Ella no se desanimó cuando cayó el Muro de Berlín, en los años en que cobraron auge las corrientes claudicantes en la izquierda y muchos llegaron a suponer que sería imposible alcanzar nuevas victorias y hasta borraron de su léxico las palabras imperialismo y socialismo. Al contrario, fue entonces más fiera y tesonera en estimular las ideas marxistas auténticas y en exaltar las potencialidades revolucionarias en nuestras tierras. Afirmó con vehemencia en todas partes que el mal llamado socialismo real pereció por errores seculares de sus dirigentes y que en este lado del Atlántico y el Pacífico, como lo venía demostrando Cuba, era posible crear y avanzar hacia derroteros socialistas que se nutrieran de nuestra savia histórica y surgieran de la imaginación y el bregar colectivos. 

Marta es, en mi opinión, el intelectual latinoamericano que más ha divulgado el ideario marxista y los procesos de cambio en nuestro continente. Y lo ha podido ejecutar porque ante todo es un ser humano, que tiembla de ira ante la injusticia y comprendió desde muy joven que muchas veces los escritos teóricos solo son comprensibles en públicos reducidos. Para ella es casi una obsesión entregarle a la gente luces que les ayuden a encontrar por sí mismas las razones y las posibilidades ciertas de mejorar sus vidas. Por eso no es casual que Marta involucrara su alma en Venezuela y se pusiera a la orden de la Revolución Bolivariana. Allí sintió que se hacían realidad sus anhelos y certidumbres. En Chávez encontró el misterio telúrico de un líder capaz de enfrentar con su pueblo ejemplar al capitalismo y reorientar a su patria hacia un rumbo socialista. Marta vislumbró que la Venezuela chavista abría una nueva posibilidad histórica a los cambios revolucionarios en toda la región.  

Y en esta otra fase de su vida, nos encontramos en mi residencia, un día del invierno lluvioso de Caracas, tres o cuatro meses después de la victoria popular contra el golpe de abril, en el 2002. Vino a entrevistar a Chávez, publicó un libro con su larga y memorable conversación y desde entonces sus vastos conocimientos y sus valiosas experiencias los viene entregando al pueblo venezolano con su optimismo renovado, su agudo sentido de la realidad y el amor que sabe dar sin precio. 

Mi homenaje raigal y sincero a Marta. Tal vez soy el único cubano que por casualidad la ha disfrutado en estos últimos cuarenta años de sus tres etapas de vida, la chilena, la cubana y la actual. O mejor, una sola, pues Marta es una luchadora sin fronteras.

Por ello no debo concluir sin recordarla en aquellos días de julio de 1979, en que amamantaba a su preciosa bebé de meses, Camila Piñeiro y realizaba las tareas de una madre espléndida mientras se mantenía al tanto de la ofensiva final sandinista contra Somoza y hacía todo lo posible para desde su ternura apoyar a esos combatientes, que lograron vencer y ella ser aún más feliz. 

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