Ciertamente,
el alemán Karl Marx es el autor que de forma más acabada y profunda
criticó el capitalismo como modo de producción, develando sus más
encubiertos mecanismos luego de haberse nutrido y hacer una formidable
síntesis de lo más “avanzado” del pensamiento europeo de la época,
y haciéndolo en la Europa del apogeo de la revolución industrial en
el marco del llamado capitalismo clásico-competitivo, en pleno siglo
XIX. La anterior ubicación geopolítica del ideario marxista no es
casual. La hago para destacar la determinación de su pensamiento por
la época en que le tocó vivir y por tanto pensar y producir, para
de la misma forma destacar una de las manifestaciones críticas de nuestras
tierras como lo fue la de Simón Rodríguez con su “O inventamos o
erramos”. Frase esta que refiere no sólo el error que significa adoptar
sin reflexión alguna formas foráneas de construir una sociedad, sino
también al error de adoptar las formas ultramarinas de cambiarla.
Entre
las formas ultramarinas de cambiar la sociedad capitalista se
encuentra, por supuesto, el marxismo. En este sentido, reviste primigenia
importancia entender entonces que significa la crítica, para
comprender así lo que significa pensamiento crítico y sus arborescentes
implicaciones.
Refiere
el pensador marxista Luís Vargas en su artículo intitulado “La crítica
como ciencia”, publicado el 29 de agosto en aporrea, que la importancia
de la crítica para Marx queda reflejada en el subtítulo de su principal
obra: “El Capital. Crítica de la economía política”, del que
se entiende que la obra es un esfuerzo por “criticar” de manera
radical todo lo dicho por los economistas clásicos Adam Smith y David
Ricardo. Una crítica que no es la que expone, verbigracia, Kant, en
su obra “Crítica a la razón pura” -crítica filosófica que apunta
a plantear los límites del conocimiento- sino que se propone develar
las apariencias de la realidad social tal como se nos presenta a la
inmediatez de los sentidos, y tal como nos la presentan los teóricos
justificadores del statu quo, intelectuales orgánicos que tienen la
capacidad de naturalizar el orden en cuestión así ese orden sea inhumano
y opresor. Y para que esto ocurra, la figura del “intelectual” ha
tenido necesariamente que posicionarse como figura de autoridad y prestigio
en un momento dado.
Vargas
se pregunta sobre el elemento que distingue la crítica marxiana de
otros tipos de crítica, y plantea que es la importancia que Marx otorgó
a la práctica y particularmente lo que afirma en la conocida undécima
Tesis sobre Feuerbach, donde está la respuesta. Para Marx, es en la
práctica y sólo en ella donde la filosofía puede demostrar todo su
poder, asignándole un carácter no sólo de mero intérprete sino de
transformador del mundo. Más adelante, Gramsci afirmaría que sólo
la praxis política puede considerarse auténtica filosofía. Desde
la óptica del sentido común, se tiende a plantear una suerte de dicotomía
entre una crítica contructiva y otra destructiva, donde la diferencia
parece encontrarse en al ámbito de las buenas o malas intenciones y
en este sentido, en la manera en que se plantea la crítica o en los
aspectos que se quieran destacar de una determinada situación. Por
ejemplo, si digo que los profesores de la Universidad X no sirven para
nada, estaría haciendo una crítica destructiva, pero si digo que
la creación de la Universidad tal constituye un gran avance en el ámbito
educativo, pero que parte de su planta profesoral presenta preocupantes
problemas de pedagogía que hay que considerar y solucionar, esa crítica
es constructiva. Ahora bien, para Vargas, el viejo Marx reivindica la
crítica destructiva. Veamos por qué.
Recordando
a Marx, “la crítica no es una pasión de la cabeza sino la cabeza
de la pasión. No es el bisturí anatómico sino un arma. Su objeto
es su enemigo al que no quiere refutar sino destruir”. A partir de
aquí, podemos destacar la importancia central de la crítica para el
despertar de la conciencia, en la medida en que deconstruye, desmitifica
y devela la construcción de la realidad efectuada, en una sociedad
capitalista, por los “científicos sociales” de la “clase dominante”
encargados de disciplinar a las masas, armonizar y naturalizar relaciones
de explotación y construir un “consenso” en el que las clases subalternas
asumen como suyo el proyecto de los grupos sociales dominantes. Es así
como el ejercicio intelectual crítico, como destrucción de esas ideas-fuerza
que naturalizan el statu quo en virtud del trabajo de los “abogados
del diablo”, constituye una labor fundamental creadora de conciencia
y ciertamente, un proceso que, destruyendo la justificación destruye
lo justificado. En este caso, pues, la moderna sociedad capitalista.
En
este sentido, la crítica develadora sería una crítica también destructora,
porque visibiliza las razones para la impugnación de una manera de
ver y entender el mundo, hasta ese momento natural porque “siempre
había sido así”, al tiempo que crea las condiciones para la invención
de lo nuevo y para el ejercicio práctico transformador de esas viejas
estructuras. Estas estructuras, por otra parte, además de ser políticas
y económicas son también mentales. Sin embargo, esa crítica es también
constructiva. Hoy día, se sabe que este proceso deconstrucción crítica
debe llevar aparejado un proceso de resemantización y de construcción
práctica de lo nuevo, todo lo que nos habla de la importancia de la
crítica en un proceso revolucionario; es en sí misma (la crítica)
revolucionaria. A partir de aquí se nos presenta entonces la batalla
de las ideas. Como nos dice Vargas “Crítica contra ideología: he
aquí la lucha de ideas”, una dinámica donde el ejercicio crítico
va erosionando progresivamente el continente del imaginario creado por
las instituciones de la vieja sociedad: crítica e ideas revolucionarias
Vs. ideas conservadoras y reproductoras del statu quo.
De
todo lo anterior podemos destacar la importancia de la profundización
del pensamiento crítico como actividad previa (aunque también simultánea)
a la actividad concreta transformadora de la sociedad. Si esta práctica
implica una “lucha de clases” entre “burgueses” y “proletarios”
en la Venezuela de comienzos del siglo XXI, eso sería materia de otro
análisis. La “batalla de las ideas” es un planteamiento que efectivamente
se relaciona con el pensamiento crítico-reflexivo, aunque tiene otras
vertientes relacionadas tanto con esta contraposición Crítica vs.
Ideología (sobre todo cuando algunas ideas revolucionarias –por las
distancias espacio-temporales- se transfiguran en ideología), como
con la vinculación entre el proceso de creación e invención en el
plano de las ideas y su efectiva materialización en la realidad concreta.
Mientras tanto, bienvenida la crítica radical y permanente.