Desde el balcón de Lorena

¿Por qué eres chavista? Es la pregunta que, una y otra vez, me hacen vecinos, amigos y allegados. Tiene lógica si tomamos en cuenta que vivo en el este de Caracas, en el Municipio Baruta, del estado Miranda.


Desde muy joven estuve en medio de discusiones con tinte político. Escuchaba sobre adecos y copeyanos. Mis padres tenían preferencia por el partido Acción Democrática, de tendencia social demócrata, aunque estaban inscritos también en el partido Copei de tendencia social cristiana. Eso, me decía papá, era para que no lo botaran del trabajo.

Participé en la campaña de Luis Piñerua Ordaz, haciendo de furriel entre las mesas y el comando logístico, fue mi primera participación política como militante, el entusiasmo era enorme, sentí que estaba haciendo patria. No obstante la decepción vino pronto, Piñerua perdió frente a Luis Herrera Campins, quien basó su campaña en el slogan "¿y dónde están los reales?" reforzado por Aleida Josefina que, desde Caucagüita, pregonaba "hamos vivio mar".

En ese instante supe "con qué se come la política". Mi padre fue despedido de su trabajo y con ello todo se vino abajo. Ya no más Miami, no más Unión Canaria, no más Club Tanaguarenas y mucho menos Puerto Azul. De la noche a la mañana pasé de ser un chico en una burbuja de cristal a simple mortal.

El ímpetu de mi padre y la sangre isleña mezclada con indio, que nos corre por las venas, no permitió que sucumbiéramos, de inmediato cada uno de la familia se puso a producir, mi mamá hacía sandalias para las amigas, mi hermana dulces que vendía a sus compañeras de colegio y mi hermano y yo, luego de clases, cortábamos grama de las casas de la urbanización. Así superamos la crisis, mientras papá conseguía otro trabajo con su carnet de Copei.

De lo anterior aprendí algo que luego leería, "la explotación del hombre por el hombre", pues los vecinos, que en otrora eran nuestros amigos, nos pagaban menos de la mitad de lo que costaba arreglar un jardín, pero la necesidad de pagar el colegio, el transporte y los libros, nos dio la fuerza para seguir adelante y le pusimos corazón.

Pasado el quinquenio de Herrera y su viernes negro. Participé activamente en la campaña de Jaime Lusinchi, candidato de AD. "ahora si vamos a salir pa'lante" decían en el partido. "Jaime es como tú" era el slogan que lo llevó a la presidencia. Cinco años más tarde la situación del país era caótica, con una deuda privada convertida en pública en medio de una de las habituales peas presidenciales. Desempleo, servicios públicos precarios, corrupción galopante y déficit en la balanza de pago, fue el producto del borracho con bata blanca.

La situación era incierta, pasé a un liceo público y allí vi cómo desertaban mis compañeros y compañeras de clases para ir a ganarse la vida, poder comer y vestirse. Conocí la descomposición juvenil y presencié la violencia de cerca, la rabia y el resentimiento social. Cosa que hizo que me retirara de allí y me fuera a seguir mis estudios por libre escolaridad, donde habían personas de todas las edades, sobre todo mayores, pero todos con un fin, graduarse de bachilleres, eran personas que no importaba la razón que los llevó allí, la meta era sacar el bachillerato.

En esos días conocí a Lorena. Una simpática muchacha que vivía en el Valle. ¿En el Valle? Me preguntaban mis amigos. "Mosca, ándate con cuidado", pero cuando uno se enamora todas esas cosas se pasan por alto. Recuerdo que la primera vez que fui al Valle era de noche, pa' más ñapa. Conocí a la familia. Al principio me sentí fuera de lugar, me costó adaptarme, pero cada vez que iba me asomaba por el balcón del apartamento del piso 8 de la torre B de las Residencias San Antonio, donde vivía Lorena y desde allí, tenía una panorámica del barrio que estaba a sus espaldas. Un cerro muy inclinado, repleto de casas apiñadas. No descifraba cómo hacían para llegar cada quien a su casa.

Al principio me pareció una barbarie ¿cómo es posible que esa gente se meta allí, así como así y nadie haga algo? ¿Dónde está el gobierno? Me preguntaba en silencio. Con el pasar del tiempo y tras cada visita al apartamento, corría al balcón y observaba las casitas, su gente, sus actividades y caí en cuenta que esas personas que cada sábado, cada domingo fabricaban una pieza más de sus palacetes, eran personas como yo, que eran las mismas personas que trabajan en las fábricas, en los supermercados, en las tiendas por departamentos, eran las personas que hacían posible que los dueños de los medios de producción acumularan fortunas incalculables, en fin, que eran el motor del sistema capitalista.

Tras el etílico mandato de Lusinchi, me anoté en la campaña del "Gocho". Carlos Andrés Pérez buscaba ser el primer presidente reelecto en la llamada era democrática. Movilicé gente a las romerías blancas para que se apiporraran de cerveza. Discutía acaloradamente los principios del partido "Pan Tierra y Trabajo", "eso es lo que tendremos si gana el gocho" predicaba convencido de la autenticidad de los estatutos del partido. Con la frase: "con los adecos se vive mejor" logra su hazaña.

El 27 de febrero de 1989. Me tocó caminar desde Parque Central hasta Baruta. En el camino vi desorden, anarquía, saqueos, vandalismo, destrucción. La gente salió a protestar en contra del "paquete neoliberal", Salió a manifestar, a gritar, a desahogar su impotencia. Por su parte el gobierno lanzó el ejercito a la calle para "restablecer el orden", el status quo, cosa que hizo a sangre y fuego. Fueron días de tensión, de toque de queda, de garantías suspendidas. La vida no valía nada. Cada quien en su casa fue testigo silente de cómo se disparaba a mansalva hacia los cerros, hacia todo lo que oliera a marginal, a tierruo.

Estudié navegación y técnicas pesqueras. Me fui a oriente a buscar trabajo. Y vaya que pasé el trabajo parejo. Durante tres meses me tocó vivir de la hospitalidad de los pobladores de Canta Rana, Cumaná, estado Sucre. Pese a que vivían en condiciones precarias, siempre hubo un plato más de comida, hubo una cama o chinchorro donde echarse, nunca me faltó nada.

Allí conocí la pobreza extrema de cerca. Vi improvisados abastos que vendían el arroz por tazas, el espagueti por manojos, el azúcar y el café por papeletas, el queso por lonjitas. Aún cuando vivían el día a día sin pensar en el mañana, eran gente feliz, gente trabajadora, gente que se levantaba de madrugada a buscar el sustento, gente con sueños, anhelos y fantasías. Todos los días recordaba las casitas que veía desde el balcón de Lorena, ahora estaba al otro lado de la barda.

Llegó el 4 de febrero de 1992. Una intentona golpista, una insurrección militar. Un comandante, visiblemente golpeado, sale en televisión y lanza un mensaje "…por ahora no hemos logrado los objetivos planteados". Desde ese momento, todos, las venezolanas y venezolanos, vieron en Chávez la posibilidad de hacer los cambios necesarios para enrumbar al país hacia un futuro mejor. La clase media, mermada por los créditos mexicanos, puso sus esperanzas en aquel hombre, todos sabíamos que se tenía que dar un giro a la nación, que había que hacer una revolución

Carlos Andrés Pérez es enjuiciado. Mi admiración por el hombre que caminaba y saltaba charcos se había esfumado. Ahora tenía mi fe puesta en un sindicalista guayanés (craso error). Aquel hombrecillo de rasgos indígenas, salió a dar la pelea política. Por mi parte, me anoté en el comando adeco para trabajar en las mesas, ahora era un "infiltrado" causaerrista en las filas adecas, ya que sabía que el partido Causa Radical de Andrés Velásquez, no tenía la maquinaria necesaria para enfrentar las marramusias adeco copeyanas bien conocidas por todos.

Doce de la noche de aquel diciembre, Andrés arrasó en Prados del este, en Manzanares, en Catia. Llegaban reportes de Carabobo, Lara, Bolívar, donde daban ganador a Velásquez por amplio margen. Los del comando adeco decían "ganó el indio". Para sorpresa de la mayoría, el Consejo Supremo Electoral dio como ganador a Rafael Caldera. "No puede ser que la maquinaria adeca se haya equivocado" decían. Entendí, esa misma madrugada, lo que la historia se encargaría de sacar a la luz pública, Andrés se vendió.

Decidí no participar más nunca en política. Fui escéptico cuando Chávez se lanzó de candidato, inclusive cuando ganó, de hecho yo no voté por él, no voté por nadie, me quedé en casa, me abstuve.

La cosa cambió. Cuando vi que el comandante pasó de las palabras a los hechos, desde el mismo momento de la toma de posesión arrancó con la constituyente, esa constituyente que tantos políticos del pasado habían prometido, pero ninguno realizó en su momento, supe que ell hombre del "por ahora" estaba cumpliendo su palabra y desde entonces, comprendí que había llegado la hora de la revolución, la hora de reivindicar a esas mujeres y hombres que viven en las casitas apiñadas de los cerros caraqueños, a eso que veía desde el balcón de Lorena.

La revolución no la hace un hombre, la hacemos todos, es por ello que exhorto a los venezolanos y venezolanas a que se asomen por los balcones, que vean lo que ha estado allí por décadas y piensen por un instante ¿qué sería de las fábricas, las tiendas, las estaciones de servicio, los restaurantes, los hoteles, en fin, todo el sistema, sin la mano de obra de la gente que vive en las casitas apiñadas que vemos desde nuestros balcones?

"un verdadero revolucionario

es aquel que es capaz de sentir,

en carne propia, el dolor ajeno"

el Ché.

Fernando Álvarez/frar2021@gmail.com




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Fernando Álvarez


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