A propósito del interesante comentario que recibí en relación a mi artículo “La contra-hegemonía o batalla de las ideas”, aparecido el día de ayer, expongo las siguientes reflexiones para intentar responder a las interesantes preguntas que me hace el anónimo compañero.
En primer lugar, es importante hacer una reflexión filosófica en relación a la política y al capitalismo, de manera de indagar sobre la importancia de las ideas, las concepciones de mundo, las palabras, y la particular genuflexión que ha caracterizado al pensamiento político venezolano. Sin olvidar que Bolívar, en un impresionante esfuerzo, lleva a cabo una de las primeras tentativas de adaptación de ideas del liberalismo político de manera de superar definitivamente la “imitación servil” de las ideas de ultramar. Si se me preguntase cual es el sentido de tres de los más importantes documentos del Libertador: Manifiesto de Cartagena, Carta de Jamaica y Congreso de Angostura, diría que es un sentido evolutivo, dialéctico, en la medida en que cobra conciencia de las consecuencias de la aplicación acrítica de las ideas liberales en el primero, toma conciencia plena de la inaplicabilidad de las mismas, convicción surgida de la escasa cultura política del pueblo, en el segundo, y hace el esfuerzo adaptativo de estas ideas a la particularidad de la realidad de nuestros pueblos, en el tercero. Esta es una de las razones por las que hay que leer los “libritos” de Bolívar como usted los llama.
La política de un país hay que abordarla desde un punto de vista existencial. El ser humano, a diferencia de los animales, tiene conciencia de la muerte, sabe que se va a morir. Esta conciencia de la finitud de la vida hace que la razón de ser de su existencia en sociedad sea la trascendencia, burlar la muerte, construir armas simbólicas que permitan que nos superemos a nosotros mismos como seres particulares, encontrar una buena “razón” para morir, que sería al mismo tiempo una buena “razón” para vivir. La política, como articuladora de los asuntos colectivos, es tan importante porque más allá de las ideas que tenemos sobre ella, se encarga de todos los asuntos de la organización social de la vida y de la muerte, de darle sentido a la vida en colectivo. De ahí que haya sido y sea tan vital, tan determinante, tan definitivo, la creación de palabras como PROGRESO, que si bien como decía Kafka “creer en el progreso no significa creer que haya habido progreso”, frase que cobró mayor vigencia después de haber sido acuñada y que todavía la tiene, son palabras de carácter mitológico que crean realidades y llevan a determinadas prácticas. Las personas humanas creemos siempre en algo porque necesitamos esperanzas. Pero pasó, que nos creímos que la teleología de la técnica era la respuesta a todas las preguntas, y eso compañero, es obra del capitalismo, de la modernidad, del ethos racional del que nos habla Max Weber.
En este sentido, el capitalismo, como sistema que produce para un determinado mercado, con una superestructura jurídica y política construida para legitimarlo, justificarlo y perpetuarlo, que exalta los valores de cambio sumergiendo al valor de uso, que pretende que todo puede ser convertido en mercancía, incluyendo el agua y el amor, que los medios de producción son propiedad de pequeños grupos, que la oferta y la demanda tienden a un “equilibrio natural”, que el individuo y sus deseos es lo que importa, puede ser entendido como el gran divertimento, la gran distracción, la gran encogida de hombros ante las creaciones humanas de la ciencia y la técnica, que sirvieron como el formidable entretenimiento ante la desesperación del hombre en el mundo, ante el enigma del hombre en libertad negativa surgido a partir del siglo XV. Entiendo que los que piensan que el capitalismo puede ser el camino, un “capitalismo humano” o “popular”, que para mi es una aberración del lenguaje o una falta de respeto al mismo, no han vivido, ni leído, ni reflexionado, sobre el hecho de que el axiológico capitalismo históricamente se ha impuesto a sangre y fuego, produciendo guerras calientes o frías que han dejado millones de muertos y una destrucción de la naturaleza que ya comienza a amenazar a la especie humana. Como dije en el escrito anterior, me parece que la elocuencia de estas realidades no afecta a los que han tenido el privilegio de vivir en este paraíso, y entre las clases llamadas “acomodadas”, paraíso que los liberales irredentos aseguran poder convertir en Suecia o Finlandia.
Afirmo que la batalla hay que darla en el campo de las ideas y esto puedo ejemplificarlo con la idea que tienen los liberales de la democracia. No hace mucho escuche a un profesor de la UCV diciendo con pasión, como pariendo una verdad, que tolerancia era: alternabilidad en el poder, división de poderes y libertad de expresión, para acto seguido afirmar que en Venezuela las tres estaban en peligro. Pero sucede que el pueblo tiene otra concepción de democracia, donde la esencia de la misma es la participación con carácter vinculante, respeto a los derechos civiles, económicos, sociales y culturales, y la posibilidad de la reelección continua. Aquí se presenta una batalla de ideas con la capacidad de crear realidades y prácticas que encaminarían a Venezuela hacia lo inédito, lo necesario y lo posible. Y los que argumentamos con la concepción del pueblo no nos comparamos con Suecia o Finlandia porque hemos decidido superar la imitación absurda y servil y no pintarnos más en la cara de los demás.
Usted pregunta: Nuestro principal problema como país es ideológico o simplemente es que no terminamos de organizarnos para trabajar, producir y desarrollarnos eficientemente como sociedad? Luego afirma que si los que tienen que hacer su trabajo no lo hacen cualquier ISMO que se intente aplicar (capitalismo, socialismo, comunismo, etc.) estaría condenado al fracaso. A esta pregunta, que me parece encierra la idea crítica central de su comentario, le daría como respuesta, que lo ideológico está intrínsecamente ligado a lo político-práctico, por lo que separar lo ideológico de lo práctico constituye el primer error, las palabras contienen ideas que crean realidades así como la lectura de mi articulo anterior lo llevó a usted a enviarme un correo para exponerme su comentario al respecto. Y este poder de la palabra, unido al colonialismo cultural, sujeción ideológica que ha impedido que pensemos con cabeza propia, por lo que abogaba Simón Rodríguez, sumando a todo esto el poder del complejo de difusión de interpretaciones que hemos llamado “medios de comunicación”, hace que la batalla sea en el terreno de las ideas, ideas para la práctica, para la lucha, para el cambio, democracia representativa contra democracia participativa, lo que implica el advenimiento de una nueva ciencia, de una nueva cosmovisión.
La batalla semántica se está dando en un marco de democracia y libertad, donde el pensamiento crítico devela en un primer momento el carácter irresponsable y acrítico con el que utilizamos ciertas palabras y teorías, para luego dar comienzo a la gran invención que significa el proceso revolucionario. Estamos hablando compañero, en otras palabras, de una revolución cultural, y ésta se hace desde la superestructura, desde las ideas.
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