Más de tres décadas de la masacre en la Plaza Tiananmén, el recuerdo de aquel levantamiento estudiantil es una herida abierta en la historia reciente de China. En 1989, miles de jóvenes y trabajadores se alzaron en Beijing por demandas elementales por libertades democráticas y contra los abusos y excesos del régimen autoritario del Partido Comunista. La respuesta fue una represión feroz que, al día de hoy, no tiene con exactitud la cantidad de muertos y encarcelados por las fuerzas de seguridad. Las demandas de ayer, las ideas vigentes hoy.
A lo largo de la década de 1980, China vivió una serie de reformas económicas bajo el régimen de Deng Xiaoping. Reformas que consistían en adoptar reformas de mercado que generaron desigualdades crecientes, corrupción y descontento social. Xiaoping, líder de la burocracia china, fue el principal impulsor de la apertura hacia el capitalismo, un proceso que condujo a la transformación de la economía de un estado obrero burocratizado mediante métodos de explotación extrema —similares a las duras condiciones laborales que enfrentaron los trabajadores durante la Revolución Industrial del siglo XIX— hasta convertirse en la potencia imperialista de hoy. La inflación y el desempleo aumentaron, y especialmente los jóvenes universitarios se sintieron frustrados por las faltas de libertades políticas y de expresión existentes. A partir de 1986, ya se empezaban a dar protestas aisladas en las universidades, pero la chispa que encendería el movimiento no llegaría hasta 1989.
El 15 de abril de 1989, el fallecimiento de Hu Yaobang, ex secretario general del Partido Comunista Chino —quien, junto con Deng Xiaoping, promovió reformas económicas, aunque era percibido como representante de una corriente más liberal dentro del régimen—, provocó un resurgimiento de las movilizaciones protagonizadas principalmente por estudiantes, trabajadores e intelectuales. Estas movilizaciones, que iniciaron como un acto de luto, rápidamente se convirtieron en protestas más amplias contra el régimen. Demandaban mayores libertades políticas y denunciaban tanto la corrupción como las políticas económicas de corte capitalista aplicadas por Deng Xiaoping y su primer ministro Li Peng.
El 17 y 18 de abril miles de estudiantes se congregan frente al Gran Salón del Pueblo, pidiendo reformas políticas, libertad de expresión, de prensa y el fin de la corrupción. También se iniciaron otras marchas en ciudades importantes como Shanghái y Cantón. El 22 de abril, en el Funeral oficial de Hu Yaobang, más de 100,000 personas se congregaron en la Plaza. Algunos estudiantes intentan entregar una carta con demandas al gobierno, pero son ignorados, lo que incrementa la tensión. Entre el 23 y el 24 de abril se forma la Federación Autónoma de Estudiantes de Pekín, desafiando el control del Partido Comunista sobre los sindicatos estudiantiles. El 26 de abril, Deng Xiaoping, el líder supremo del régimen, escribe un editorial fuerte en el Diario del Pueblo, bajo el título "Es necesario adoptar una postura firme contra la agitación" en donde califica a las protestas como una "agitación anti-Partido y anti-socialista" y con ello, determina su ilegalidad. En respuesta, el 27, miles estudiantes desafían la prohibición y salen masivamente a las calles. La brutal represión y ataque del régimen chino a las protestas juveniles despertó la simpatía entre los trabajadores. Los días transcurren con una enorme intensidad, propia de quienes ven por delante la necesidad de transformaciones profundas.
A lo largo de mayo, la protesta se extendió a miles de estudiantes y trabajadores que se congregaron en la Plaza de Tiananmen, en el centro de Pekín. Las demandas incluían la libertad de expresión, la democratización del sistema político y mayor transparencia gubernamental. A pesar de las conversaciones con funcionarios del gobierno, las autoridades comenzaron a ver la protesta como una amenaza al orden estatal.
El 4 de mayo, en la Conmemoración de los setenta años de las protestas estudiantiles anti japonesas y por la modernización de China, más de 100,000 personas, incluidos intelectuales y periodistas, participan en marchas y protestas que se extienden a más de 100 ciudades. El 13 de mayo inicia una huelga de hambre masiva en la Plaza de Tiananmén. Miles de estudiantes participan para presionar al gobierno. Con la llegada de Gorbachov a Beijing, un millón de personas tomaron las calles. El gobierno no pudo utilizar el Gran Salón del Pueblo debido a la ocupación de la Plaza. Con presencia de medios internacionales, se expone al mundo la magnitud de las protestas.
Plaza de Tiananmen, 17 de mayo de 1989
La presión fue tal que se tuvo que pactar una reunión entre estudiantes y el primer ministro Li Peng, sin resultados. El 19 de mayo Zhao Ziyang, el secretario general del PCCh, visitó la plaza por última vez, diciéndole a los estudiantes presentes en la manifestación: «Ustedes todavía son jóvenes. No se arrepientan toda la vida", intentando convencer a los jóvenes insurrectos de levantar la medida y siendo consciente de que el régimen del PCCH, optó por la línea dura para frenar la protesta cueste lo que cueste, antes de que fuera tarde para evitar el triunfo de la revolución.
El 20 de mayo, el gobierno chino declaró la Ley Marcial, destituyó y puso bajo prisión domiciliaria a Zhao Ziyang y comenzó a movilizar el ejército para sofocar la protesta. Sin embargo, los manifestantes se mantuvieron firmes, bloqueando las calles y creando barricadas para impedir el acceso a la plaza. Los militares se repliegan temporalmente. Mientras, el mundo observaba con atención, y las tensiones aumentaban.
El ‘Hombre del Tanque’. Foto de Jeff Widener
El 4 de junio, el gobierno dio el golpe final. Desplegó al ejército para aplastar la protesta. La represión dejó miles de muertos y heridos —según estimaciones de participantes de las protestas, hasta 10.000 personas—, y marcó el inicio de un silenciamiento sistemático de lo ocurrido.
La violenta represión que puso fin a ese masivo levantamiento protagonizado por estudiantes y jóvenes chinos —quienes desafiaron abiertamente al régimen autoritario del Partido Comunista— marcó un punto de quiebre. Tal fue la magnitud de las manifestaciones ocurridas durante la primavera de 1989 en la Plaza de Tiananmen, que hoy continúan siendo un tema prohibido en China, bajo el pobre título de "Convulsión política entre la primavera y el verano de 1989".
Las distintas demandas sociales convergieron en la vasta Plaza de Tiananmen, ubicada en el centro de Pekín y rodeada por la Ciudad Prohibida, el Parlamento chino y el Museo Nacional. Durante aproximadamente seis semanas, se transformó en el centro simbólico y físico de una protesta masiva contra las reformas de mercado promovidas por el régimen.
Este movimiento no fue un episodio aislado. Fue parte de una oleada global que cuestionó a los regímenes estalinistas, aunque en China la burocracia logró consolidar su poder. La derrota de Tiananmén facilitó la transformación del país en una potencia capitalista autoritaria, dirigida por una élite que al día de hoy conserva el control político férreo.
Recordemos que, en los años previos, el país experimentaba una profunda transformación económica. Bajo la conducción de Deng Xiaoping, se adoptaron reformas de mercado que generaron desigualdades crecientes y descontento popular. Las protestas de estudiantes a finales de los años 80 fueron el reflejo de un deseo de cambio que atravesaba a toda una generación, que se inspiraba en movimientos que reclamaron mayores libertades democráticas y que recorrían Europa del Este.
La restauración del capitalismo en China estuvo acompañada por un fuerte auge económico, impulsado por enormes inversiones de monopolios extranjeros que aprovecharon el bajo costo de la mano de obra china. Este desarrollo lejos estuvo de traer mejoras para la mayoría de la población en el país asiático, sino que acentuó las desigualdades sociales, implicó la pérdida de logros obtenidos durante la revolución, provocó un grave deterioro ambiental que convirtió al país en uno de los más contaminados del mundo. A la par, encabezado por Xi Jinping, el aparato burocrático conserva un régimen autoritario de partido único.
En una muestra más del intento de ocultar la Masacre de Tiananmen, este año el gobierno chino intensificó la represión y el control social, especialmente sobre el grupo de las Madres de Tiananmen, al punto de aislarlas totalmente durante su conmemoración en el cementerio Wan’an, prohibiendo teléfonos y cámaras. A pesar del silencio impuesto, 108 familiares firmaron una carta abierta exigiendo justicia, verdad y reparación por las víctimas de 1989. "La represión continua", como expresó con dolor Zhang Xianling, madre de Wang Nan, una de las víctimas. El régimen del PCCh demuestra su resistencia a cualquier forma de memoria colectiva que pueda reactivar el espíritu de protesta y cuestionamiento social.
Pero, a pesar por sus intentos de tapar el sol con las manos, el espíritu de 1989 no fue sepultado. En un mundo polarizado, donde el orden mundial está cuestionado, este gigante resurge. Las protestas en China no cesan, y miles de personas, a pesar de la represión, desafían al régimen de forma transversal: estudiantes, trabajadores, en aldeas, ciudades y provincias. Cada vez, con menos miedo. El "fantasma de Tiananmén" sigue vivo, porque encarna la esencia viva de la rebelión de un pueblo que, aún bajo la sombra del autoritarismo, sigue peleando por un mundo digno de ser vivido.