Gianfranco La Grassa como teórico de la transición al comunismo

Por el colectivo Le Gauche.

Traducción Carlos Javier Blanco

El libro escrito por Gianfranco La Grassa y Maria Turchetto Del capitalismo a la sociedad de transición es un buen ejemplo para investigar al comunista La Grassa que todavía puede aportar ideas interesantes para razonar sobre el problema de la transición a otro modo de producción. La Grassa y Turchetto se inspiran en el intento de sectores del movimiento obrero de la época de dejar de lado las experiencias del socialismo que se habían producido en el mundo. Parece que esta historia debe ser barrida bajo la alfombra y que, en cualquier caso, el movimiento obrero occidental no cometerá los mismos errores. Se trata de una actitud de avestruz que impide analizar las lecciones aprendidas de los países que han iniciado la transición socialista. Los autores rechazan categóricamente esta actitud y tratan de contribuir al problema criticando las ideas predominantes sobre el tema. El principal objetivo a atacar es el economicismo que se basa en la idea de la centralidad del desarrollo de las fuerzas productivas, provocado por un progreso tecnológico en última instancia neutro y adaptable para construir el socialismo. Esta tesis se apoya en la neutralidad del aparato estatal cuyo desarrollo puede ser utilizado para la planificación económica orientada a la máxima satisfacción de las necesidades de las masas. Las técnicas de producción capitalistas y las técnicas de control estatal, orientadas a satisfacer las necesidades de la comunidad, expresarían todo su potencial inherente a la socialización de la producción que han generado, conduciendo a un desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas inicialmente obstaculizadas por la propiedad privada de las medios de producción. El desarrollo de las fuerzas productivas así logrado aliviaría el trabajo de los obreros, reduciendo las horas de trabajo y creando las condiciones para una educación y una cultura de masas cada vez mayores. Esto conducirá a la posibilidad de que la comunidad gestione los asuntos del Estado y a la formación del hombre nuevo. De tesis como ésta es fácil llegar a conclusiones como que el Estado obrero degeneró debido a las condiciones de atraso en que se encontraba debatiendo el primer Estado socialista.
Estas reflexiones típicamente trotskistas complementan las tesis de Kautsky sobre la inmadurez de la revolución en países atrasados como Rusia. El libro se opone a todo esto, atacando también teorías supuestamente alternativas a las de la Tercera Internacional pero hoy absolutamente inútiles, como el trotskismo. Tampoco debemos aceptar conclusiones según las cuales los problemas del socialismo pueden resolverse con una mayor democracia porque esto implicaría la renuncia a cualquier enfoque clasista típico del marxismo. La idea detrás de este disparate es que el modo de producción puede seguir siendo esencialmente capitalista, con los trabajadores en su lugar en la organización específica de los procesos de trabajo que ve al capital al mando del trabajo, pero más democracia puede cambiar las cosas porque entonces los trabajadores tendrán mayor sindicalización. y reclamar poder y las instituciones estatales funcionarían mejor. Esto es una estupidez pura que hay que superar.

1. Cómo funciona la expropiación real de los productores
No se puede abordar la cuestión de la transición del capitalismo al comunismo sin hablar del proceso de expropiación real de los productores que se produce por la génesis y desarrollo del modo de producción capitalista. Este proceso tiene lugar a nivel de reproducción de las relaciones de producción capitalistas. Para Marx, dentro del modo de producción capitalista, al mismo tiempo, se generan las condiciones para el nacimiento de una formación social basada en la libre asociación de los productores y en su control real de los medios de producción y por tanto del producto. La transición al comunismo es la inversión del proceso de expropiación que conduce a un proceso de reapropiación real, según formas colectivas, del producto por los productores con la posibilidad y capacidad concretas de decidir su destino. Como resultado, hay un control efectivo del complejo de producción social. La expropiación y la reapropiación son procesos que afectan a los productores, es decir, a los sujetos de la actividad destinada a apropiarse de la naturaleza para satisfacer sus propias necesidades sociales. Esta actividad es la base de todo el desarrollo material e ideal de la sociedad. La Grassa y Turchetto subrayan la materialidad de todo proceso social de producción para evitar las trampas de la ideología humanista que elogia sólo las virtudes creativas del trabajo humano mientras que en realidad el proceso de apropiación de la naturaleza tiene como fundamento tanto el trabajo humano como el intelectual que es la naturaleza misma, indispensable para la existencia del hombre y para la creación y realización de las condiciones objetivas de producción. Sin embargo, tomar en consideración sólo la objetividad natural del proceso de producción es un error porque también existe la objetividad social, bajo cuyo paraguas tiene lugar la subsunción de la apropiación de la naturaleza como un proceso históricamente determinado e influido por el modo de producción específico de un determinado sistema social de producción social.
La humanidad es capaz de apropiarse de la naturaleza en una forma particular de sociedad con sus relaciones sociales. Las principales son las relaciones de producción basadas en relaciones entre los hombres mediadas por condiciones objetivas de producción que pueden ser controladas por toda o parte de la sociedad. En el último caso tenemos una sociedad dividida en clases antagónicas y las relaciones de producción se convierten en relaciones entre clases productoras y relaciones de explotación de la clase productora por la clase no productora, que sin embargo posee los elementos materiales para la producción.
No debemos pensar que las relaciones de producción son lo mismo que las relaciones de propiedad, porque estas últimas son una cuestión jurídica y, a lo sumo, las relaciones de producción pueden encontrar su sanción en la ley. Por propiedad debemos entender la disponibilidad real y de este modo hacemos de la apropiación de los medios de producción que es el fundamento de todo proceso concreto de producción entendido como proceso de apropiación de la naturaleza. Sin embargo, no basta afirmar un concepto de propiedad en general. Toda formación social ha conocido una forma específica de propiedad en la base de un modo específico de producir y al mismo tiempo esto reproduce un sistema de relaciones sociales dentro del cual sólo los hombres pueden apropiarse de la naturaleza, reproduciendo simultáneamente el sistema de relaciones en cuestión como presupuesto. .de la continuidad y desarrollo de la apropiación de la naturaleza. La fuerza de trabajo humana, sin embargo, no puede transformar la naturaleza sin el apoyo de las condiciones objetivas de producción. La pregunta crucial, entonces, es si estas últimas están o no disponibles para quienes realmente producen. En la formación social burguesa surge la propiedad capitalista de los medios de producción, en cuya base está la producción y reproducción de relaciones específicas. Esta propiedad permite a los capitalistas, dentro del proceso de producción inmediato, apropiarse del plustrabajo de los productores en forma de plusvalía. La propiedad acaba otorgando a las condiciones objetivas de producción el carácter de medios de extracción de plusvalía. En el modo de producción capitalista, la ley fundamental que guía el desarrollo de los procesos de trabajo se convierte en la ley de valorización del capital, que sólo puede desarrollarse gracias a la reproducción continua de la relación de producción capitalista. Su formación surge de la separación de los productores de las condiciones objetivas del trabajo. Esta expropiación real se obtuvo mediante un sistema de violenta coerción extraeconómica por parte del poder político que creó el proletariado moderno. El proceso de trabajo se establece en la relación entre este polo y los propietarios de los medios de producción. Este proceso conduce a la reproducción de ambos polos y de todo el sistema de relaciones sociales de producción capitalistas. Una vez que el modo de producción capitalista ha adquirido una cierta extensión y su poder de autorreproducción, la coerción extraeconómica se vuelve superflua y el desarrollo capitalista parece basarse únicamente en la apariencia de un intercambio mercantil equivalente entre capital y fuerza de trabajo. De esta manera se oculta la explotación capitalista. Esta expropiación no garantiza en sí misma la irreversibilidad de la transformación que ha tenido lugar y, de hecho, durante un cierto período histórico sigue existiendo un desajuste entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, entre el proceso de trabajo y el modo de producción en su sentido más amplio, es decir, las condiciones sociales en las que se desarrolla el proceso de trabajo y que en las relaciones capitalistas permiten su valorización.
En la sumisión formal del trabajo al capital, el proceso de trabajo debe adaptarse siempre a las características del lado subjetivo de las fuerzas productivas, es decir, al trabajador con habilidades profesionales de tipo artesanal. Por esta razón Marx señala que las primeras manufacturas capitalistas son simples talleres artesanales ampliados. Ya en este período, sin embargo, está en funcionamiento la ley de la valorización creciente del capital, que impone cambios en la organización del proceso de trabajo, como la obligación para el productor de respetar ciertas normas de trabajo impuestas por la gestión del capital, y se produce una fuerte intensificación de los ritmos de trabajo con tendencia a reducir los diferentes tiempos de trabajo individuales a un tiempo de trabajo medio efectivo socialmente necesario. La ley de valorización en el tiempo actúa más radicalmente sobre los procesos de trabajo, produciendo una fragmentación del trabajo y por tanto la sumisión real del trabajo al capital, que se perfecciona con la introducción del sistema de máquinas en la fábrica. De esta manera el productor se adapta al proceso de trabajo dirigido por el capital pero también por la ciencia y la tecnología incorporadas en él. El dominio del capital sobre el trabajo ya no depende únicamente de las condiciones sociales de producción, porque se vuelve inherente a una organización específica del proceso de trabajo y a un desarrollo particular de las fuerzas productivas materiales que terminan por vaciar la capacidad de trabajo del productor de cualquier valor determinado y por lo tanto se vuelve incapaz de trabajar fuera de la organización capitalista del trabajo. La expropiación del obrero es también subjetiva y las fuerzas intelectuales de la producción, separadas del trabajo manual, quedan alienadas del productor para oponerse como fuerzas del capital. Ahora las relaciones de producción y las fuerzas productivas vuelven a una posición de correspondencia y puede decirse que el modo de producción capitalista está completo y constituido porque el proceso de trabajo no puede sino tener lugar en la forma técnico-organizativa capitalista específica. En este punto La Grassa y Turchetto nos hablan del proceso de reapropiación que está vinculado al problema de la transición. Cualquier discusión sobre el tema no puede dejar de partir de la idea de Marx según la cual el modo de producción capitalista desarrolla sus contradicciones y crea las condiciones para el nacimiento de una nueva formación social y, por tanto, de un nuevo modo de producción llamado comunismo. Es necesario aclarar los presupuestos objetivos y subjetivos de la transición a esta forma superior de sociedad creada por el propio capitalismo. En primer lugar encontramos la socialización de las fuerzas productivas materiales del proceso de externalización de la capacidad de trabajo humana. En el modo de producción capitalista hay un enorme desarrollo cuantitativo y cualitativo de las fuerzas productivas pero también un acelerado progreso técnico y científico que va acompañado de una continua expansión de la cooperación de los productores dentro de los procesos de trabajo individuales de dimensiones cada vez mayores y con una mayor interconexión estrecha y dependencia mutua entre los procesos de trabajo y las diversas ramas de producción.
Si tomamos estos aspectos, el capitalismo es sin duda un modo de producción superior a los anteriores porque desarrolla los medios materiales de producción y hace social todo proceso de trabajo, yendo más allá de los límites de la producción individual. Este progreso, sin embargo, adquiere un carácter antagónico porque el desarrollo concierne sólo a aquellos elementos del proceso de trabajo de los cuales el trabajador es expropiado, como los medios de producción y las fuerzas intelectuales de producción, y se traduce en una mayor expropiación real del trabajador mismo. La socialización del proceso de trabajo es un hecho externo y opuesto al trabajador; es una característica de la organización y dirección capitalista que preexiste a la manifestación de la fuerza de trabajo por los productores. Consideraciones similares se hacen para el presupuesto subjetivo del proceso de reapropiación y, por tanto, de la transición al comunismo. El capitalismo, al expropiar al trabajador de toda profesionalidad, crea las condiciones para un desarrollo diferente del hombre como productor. De esta manera se afirma el hombre nuevo con la personalidad multilateral de la sociedad comunista. El desarrollo del capitalismo elimina la idiotez del comercio que antes ataba a los productores a un solo oficio, limitando la posibilidad de crecimiento global de la personalidad humana, pero con la expropiación de la capacidad humana de trabajo de todas sus cualidades crea una nueva forma de idiotez porque nos hace perder la comprensión del significado del ciclo de producción y del complejo proceso social. Así pues, sin duda Marx consideraba al capitalismo una etapa necesaria para avanzar hacia una forma superior de sociedad, pero el progreso que encarna no es neutral respecto de las relaciones sociales capitalistas. Se trata de un progreso que se produce en forma capitalista y tiene como objetivo la reproducción de las relaciones de producción capitalistas. El desarrollo capitalista no puede sino reproducir constantemente esto último. El capitalismo es sin duda un modo de producción superior a los anteriores porque desarrolla los medios materiales de producción y socializa todo proceso de trabajo, superando los límites de la producción individual.
La socialización del proceso de trabajo es un hecho externo y opuesto al trabajador; es una característica de la organización y dirección capitalista que preexiste a la manifestación de la fuerza de trabajo por los productores. Consideraciones similares se hacen para el presupuesto subjetivo del proceso de reapropiación y, por tanto, de la transición al comunismo. El capitalismo, al expropiar al trabajador de toda profesionalidad, crea las condiciones para un desarrollo diferente del hombre como productor. De esta manera se afirma el hombre nuevo con la personalidad multilateral de la sociedad comunista. El desarrollo del capitalismo elimina la idiotez del comercio que antes ataba a los productores a un solo oficio, limitando la posibilidad de crecimiento global de la personalidad humana, pero con la expropiación de la capacidad humana de trabajo de todas sus cualidades crea una nueva forma de idiotez porque nos hace perder la comprensión del significado del ciclo de producción y del complejo proceso social. Así pues, sin duda Marx consideraba al capitalismo una etapa necesaria para avanzar hacia una forma superior de sociedad, pero el progreso que encarna no es neutral respecto de las relaciones sociales capitalistas. Se trata de un progreso que se produce en forma capitalista y tiene como objetivo la reproducción de las relaciones de producción capitalistas. El desarrollo capitalista no puede sino reproducir constantemente esto último.


2. La perspectiva china para entender los problemas de la transición
Ya hemos dicho en el pasado que este período del pensamiento de La Grassa coincide con su cercanía al maoísmo pero el libro que analizamos se publicó en un período convulso para China que desembocó en la derrota de la Revolución Cultural que el economista veneciano intenta explicar para hacer un balance de la situación en relación al problema de la transición al comunismo. Para La Grassa, la concepción maoísta de la continuación de la lucha de clases en la fase de transición del capitalismo al comunismo, junto con la irreversibilidad de este último, es ciertamente un gran avance teórico en comparación con la elaboración marxista y leninista anterior de la construcción socialista. Sin embargo, siguen existiendo algunas limitaciones teóricas que, si se describen correctamente, pueden proporcionar información importante sobre el problema de la transición. La Grassa logra esto analizando dos de los textos más avanzados en la elaboración maoísta sobre los problemas de la fase de transición al comunismo. Este es el artículo de Yao Wenyuan La base social de la camarilla antipartido de Lin Piao y la dictadura total sobre la burguesía por Chang Chun-chiao. La reflexión parte de la afirmación maoísta según la cual el sistema de propiedad en China había cambiado y la base económica socialista se estaba consolidando y desarrollando. Así, la base económica de China era esencialmente socialista porque la propiedad de todo el pueblo y la propiedad colectiva eran las formas mayoritarias de propiedad de los medios de producción en todas las ramas de la producción. En conclusión, China era un país socialista, pero a pesar de ello los maoístas eran plenamente conscientes de que durante un largo período histórico tanto la burguesía como el proletariado sobrevivirían y la lucha entre estas clases no tenía un resultado predeterminado e irreversible. En ambos textos queda perfectamente claro que la esperanza de restaurar el capitalismo no viene sólo de los terratenientes y la burguesía, sino también de la nueva burguesía generada por la propia sociedad socialista. Además, el crecimiento de los factores capitalistas en las ciudades y el campo es tan inevitable como el surgimiento de nuevos elementos burgueses. En el largo viaje de la transición no hay que quedarse a mitad de camino, dicen los maoístas. La única manera de alcanzar este objetivo es ejercer una dictadura total sobre la burguesía para continuar la revolución bajo la dictadura del proletariado hasta la abolición de todas las diferencias de clase, de todas las relaciones de producción basadas en estas diferencias, de todas las relaciones sociales que corresponden a estas relaciones de producción y a todas las ideas producidas por estas relaciones sociales. El objetivo es hacer imposible que la burguesía y todas las clases explotadoras puedan existir o resurgir. Para La Grassa es esencial discutir dónde nacen o renacen los nuevos elementos burgueses. En los artículos maoístas considerados se hace a menudo referencia a la frase de Lenin sobre la persistencia de la pequeña producción privada de mercancías que regenera incesantemente el capitalismo cada día, cada hora, espontáneamente y en gran escala. También se hace referencia a la influencia de la burguesía, el imperialismo y el revisionismo como fuentes políticas e ideológicas de los nuevos elementos burgueses. Para La Grassa en estas referencias maoístas hay demasiado énfasis en cuestiones importantes pero secundarias. No hay que subestimar la ideología y la cultura burguesas, pero no son factores decisivos para la involución hacia el capitalismo. La superestructura ideológica no cae repentinamente tan pronto como se transforma la base económica, pero una transformación radical y efectiva de las relaciones de producción elimina la base objetiva para la regeneración de la ideología y la cultura de la vieja formación social. La interacción entre la base y la superestructura no es una relación entre entidades distintas y mutuamente externas, porque están profundamente conectadas e integradas orgánicamente. Por lo tanto, la influencia de la superestructura sobre la base está inscrita en las relaciones sociales de producción que forman la base económica de una determinada forma de producción. En lo que se refiere a la producción de mercancías simples, el problema no debe sobreestimarse. La derrota del socialismo en la URSS no puede explicarse por la permanencia de este tipo de producción. Desde un punto de vista general, la producción mercantil de los pequeños productores privados e independientes, es decir, propietarios de los medios de producción con los que trabajan, puede convertirse en un marco social favorable a la restauración del capitalismo, pero por sí sola no puede generar tal resultado. La producción simple de mercancías ha sido siempre, en todas las formaciones sociales históricamente concretas, una forma productiva subordinada a un modo de producción dominante diferente, como el feudalismo o el capitalismo, pero nunca ha sido el impulso decisivo para llegar a un modo de producción específico. La Grassa dice que sería como pensar la transición del feudalismo al capitalismo como marcada por esta forma socioproductiva y no por la manufactura como primera forma de desarrollo del modo de producción capitalista. Aun si admitimos que el comercio ha permitido la acumulación de dinero y de una parte de los medios de producción en manos de una determinada clase social, generando así una condición previa para la construcción de un modo capitalista de producción social, no debemos olvidar que Marx indicó en la separación del trabajo el factor decisivo son las condiciones objetivas de su realización. De hecho, la clase fundamental en la transición al capitalismo no fueron los comerciantes y por tanto su transformación en capitalistas-manufactureros sino la transformación de los artesanos en capitalistas tras diversos procesos de expropiación de los productores que bajo esta apariencia comenzaron a dirigir la manufactura gracias a la propiedad del dinero y de los medios de producción en la fase de sumisión formal del trabajo al capital. En conclusión, en la transición al comunismo, la producción mercantil simple no tiene un papel relevante en la reconstitución de una forma capitalista de producción, mientras que junto con las ideologías burguesas representa un obstáculo a la transición que sólo puede mostrar sus efectos deletéreos si las relaciones de producción no se han transformado. Puede convertirse en un marco social favorable a la restauración del capitalismo, pero por sí solo no puede generar tal resultado. La producción simple de mercancías ha sido siempre, en todas las formaciones sociales históricamente concretas, una forma productiva subordinada a un modo de producción dominante diferente, como el feudalismo o el capitalismo, pero nunca ha sido el impulso decisivo para llegar a un modo de producción específico. La Grassa dice que sería como pensar la transición del feudalismo al capitalismo como marcada por esta forma socioproductiva y no por la manufactura como primera forma de desarrollo del modo de producción capitalista. Aun si admitimos que el comercio ha permitido la acumulación de dinero y de una parte de los medios de producción en manos de una determinada clase social, generando así una condición previa para la construcción de un modo capitalista de producción social, no debemos olvidar que Marx indicó en la separación del trabajo el factor decisivo son las condiciones objetivas de su realización.
De hecho, la clase fundamental en la transición al capitalismo no fueron los comerciantes y por tanto su transformación en capitalistas-manufactureros sino la transformación de los artesanos en capitalistas tras diversos procesos de expropiación de los productores que bajo esta apariencia comenzaron a dirigir la manufactura gracias a la propiedad del dinero y de los medios de producción en la fase de sumisión formal del trabajo al capital. En conclusión, en la transición al comunismo, la producción mercantil simple no tiene un papel relevante en la reconstitución de una forma capitalista de producción, mientras que junto con las ideologías burguesas representa un obstáculo a la transición que sólo puede mostrar sus efectos deletéreos si las relaciones de producción no se han transformado.
Este problema resurge continuamente en las reflexiones de La Grassa. Por ejemplo, en la URSS Stalin había asumido posiciones regresivas respecto de algunos planteamientos de Lenin, llegando a identificar totalmente las relaciones de producción con las relaciones de propiedad en un sentido formal, jurídico. El maoísmo superó estos límites al destacar el peligro de la restauración del capitalismo a partir de los sectores estatizados y colectivizados. No es casualidad que Yao y Chang hablen de una nueva burguesía y de factores capitalistas que se generan continuamente en la sociedad socialista y no son simplemente residuos del pasado. También sostienen que al abordar el problema de las relaciones de producción, hay que prestar atención no sólo a la forma sino también al contenido real. Es una intuición formidable, porque hay que dar la debida importancia al papel decisivo del sistema de propiedad en las relaciones de producción, pero es un error no dar importancia al hecho de que este problema ha sido resuelto sólo formalmente o también en la realidad. En el maoísmo hay un esfuerzo constante por distinguir las relaciones capitalistas de producción de las simples relaciones formales de propiedad, aunque siguen existiendo elementos de ambigüedad e indecisión a la hora de continuar el camino de un replanteamiento radical del problema de la transición. De vez en cuando sale a la superficie la escoria del estalinismo. Por ejemplo, se sostiene que en la sociedad socialista hay dos tipos de propiedad socialista, a saber, la propiedad de todo el pueblo y la propiedad colectiva. Esto daría lugar a un sistema basado en el intercambio de bienes que se practicaría en China. En consecuencia, la forma mercancía ya no es una forma específicamente capitalista del producto del trabajo humano porque podría existir incluso cuando la propiedad ya no es capitalista. El intercambio mercantil no capitalista, entonces, sería capaz de regenerar el capitalismo, si no se lo controla. Ya hemos criticado este punto hace un rato. La Grassa añade que la forma mercancía no tiene existencia real si no es valor, pero la mercancía no es valor a menos que se cree un plusvalor, no simplemente un plusproducto sino una adición de valor con respecto al valor del capital adelantado. A esta adición se suma el proceso de reproducción del capital como reproducción del sistema de sus relaciones peculiares de producción y de las relaciones sociales capitalistas en general, en cuya esfera únicamente los medios de producción y el dinero se convierten en capital y, por lo tanto, en propiedad de una clase especial de sociedad. El intercambio de mercancías presupone la existencia de un intercambio entre capital y trabajo y este intercambio es intrínseco al proceso de producción inmediato como proceso de producción y reproducción del capital, y por tanto de la relación capitalista. La propiedad de todo el pueblo y la propiedad colectiva no pueden determinar un intercambio verdaderamente mercantil, ni siquiera un intercambio de bienes en una forma que pueda poner de nuevo en pie al capitalismo. La circulación de mercancías requiere una explicación más profunda que se sitúa a nivel de las relaciones de producción heredadas de la sociedad capitalista e inscritas en los procesos de trabajo.
Es necesario explicar por qué la relación entre capital y trabajo permanece en el proceso de producción inmediato. No el intercambio entre capital y trabajo que puede ocultarse mediante la planificación central. Otro aspecto central del maoísmo es el resurgimiento del análisis marxista y leninista de la existencia de la ley burguesa en la primera fase de la sociedad comunista, es decir, el socialismo. En esta etapa se aplica el principio de que cada persona obtiene aquello por lo que trabaja. Se trata de un principio igualitario aplicado a sujetos desiguales y, por tanto, sólo aparentemente igualitario. Todavía estamos ante un principio burgués y por eso, como dice Lenin, en la fase de transición el Estado ligado a este principio sigue siendo esencialmente burgués incluso sin la burguesía. Este principio, reconocido por el propio Mao, también existía en la China maoísta y merece un análisis cuidadoso. Yao sostiene que la ley burguesa es una base económica importante para la degeneración capitalista y revisionista de un país socialista. Para La Grassa, el error se produce al situar el derecho en la base económica y es consecuencia de la manera incorrecta de considerar las relaciones de producción. Estas últimas, para los maoístas, contienen tres aspectos: el sistema de propiedad, las relaciones de distribución y las relaciones mutuas entre los hombres. En cuanto al primer aspecto, el régimen de propiedad estaría, en principio, ya transformado en sentido socialista porque hay propiedad social de los medios de producción. No todo está resuelto porque aún quedan pequeñas cuotas de propiedad privada y de las dos formas de propiedad social que ya hemos visto. Sin embargo, la base económica, es entendida como el régimen de propiedad. Ya sería un factor del socialismo. Los problemas más graves provienen de los otros dos aspectos de las relaciones de producción. La distribución y el intercambio están regulados por la ley burguesa expresada en el principio "a cada uno según su trabajo". Este principio, como toda ley burguesa, sólo puede eliminarse después de una larga y compleja lucha. Lo mismo se aplica a las relaciones interpersonales de las diversas jerarquías que se han establecido o se están estableciendo en la fábrica como en el resto de la sociedad. En consecuencia, para los maoístas, el control de la dirección de la línea política e ideológica por parte del proletariado o la burguesía decide qué clase es realmente propietaria de la fábrica. Para La Grassa no es correcto mezclar producción, distribución y relaciones interpersonales. Para Marx, de hecho, el modo de distribución está enteramente determinado por el modo de producción, es decir, los miembros de una sociedad dada distribuyen el producto de su trabajo según ciertas formas que corresponden a la forma de las relaciones que existen entre los hombres agrupados en clases sociales en el proceso de producción social. La forma de las relaciones de clase en la producción no es un problema que se resuelva con la simple propiedad jurídica, sino con el poder efectivo concreto de disponer o no de los medios de producción y de las consecuencias del producto del trabajo. Si la distribución está regulada por formas que todavía son fundamentalmente capitalistas, se hace necesario comprender qué relaciones de producción hay detrás de estas formas. Estas formas son una simple apariencia fenomenal que debe ser analizada en sus conexiones sustanciales internas, es decir, las relaciones de producción. La Grassa nos dice que sostener un simple desdoblamiento entre ésta, ahora esencialmente transformada, y las formas distributivas, que son en cambio un residuo de la sociedad pasada aún no transformada, sólo es posible bajo dos condiciones. La primera es que la distribución es burguesa sólo en su forma jurídica pero que en la realidad su carácter se modifica sustancialmente. Lo cual está en contradicción con todos los clásicos del marxismo. La segunda es que el derecho de propiedad ha sido modificado no sólo en su forma jurídica, pasando de la propiedad privada a la propiedad de todo el pueblo o colectiva, sino también en su sustancia con relaciones de producción que expresan generalmente una apropiación verdaderamente colectiva de la naturaleza a través de la utilización de medios de producción propiedad de toda la sociedad. Sin embargo, este punto debe ser cuestionado y en este sentido debe superarse la distinción maoísta entre propiedad, distribución y relaciones interpersonales. La Grassa propone la distinción entre relaciones de propiedad. relaciones de producción y fuerzas productivas.
En relación con este último concepto, se dice a menudo que las fuerzas productivas son el contenido material y las relaciones de producción son la forma de un modo de producción dado. La Grassa aclara esta afirmación para evitar malentendidos. Las fuerzas productivas están formadas por los elementos subjetivos, es decir, la capacidad de trabajo humana, y los elementos objetivos, es decir, los objetos y medios de trabajo, de todo proceso de trabajo real como proceso de apropiación de la naturaleza por la humanidad. Las fuerzas productivas expresan sólo el nivel cuantitativo de esta apropiación y representan su base material inmediata. Las fuerzas productivas, sin embargo, nunca existen como tales, sino siempre dentro de una formación social específica con un modo de producción específico que la caracteriza. El aspecto empírico de las fuerzas productivas oscurece las relaciones sociales de producción en las que se basa el modo de producción en cuestión.
Las relaciones de producción surgen entre clases en el proceso de producción inmediato y se articulan en torno al poder de las clases para determinar las condiciones objetivas del trabajo. Además, influyen en una serie de relaciones entre clases dentro de la organización social del proceso de producción y reproducción del conjunto de las relaciones sociales. Hablamos de relaciones como las de distribución, intercambio, circulación de bienes y de relaciones superestructurales como las políticas, jurídicas, ideológicas, religiosas y culturales.
Las relaciones de propiedad, por otra parte, son la expresión jurídica de las relaciones de producción y, por tanto, cumplen la función de conexión entre la base económica y la superestructura. La expresión jurídica nunca debe confundirse con su fundamento socialmente objetivo, porque en las relaciones jurídico-políticas las apariencias pueden fácilmente inducir a error respecto del contenido real de la base económica.
El Estado sirve para garantizar la propiedad legal y el cumplimiento de las reglas de circulación comercial que en el capitalismo permiten la distribución del producto en forma de diversas rentas. Sin embargo, el poder político e ideológico en el capitalismo no tiene necesidad de intervenir directamente en el proceso de producción donde tiene lugar la explotación de los productores por parte de las clases dominantes para obtener el excedente del producto. Sólo la organización capitalista del proceso de producción inmediato es capaz de garantizar la valorización del capital, obteniendo el plustrabajo en forma de valor. El proceso de producción capitalista implica la circulación generalizada de mercancías y la circulación del capital como mercancía y valor. Además, la valorización del capital tiene lugar externamente al proceso de producción como competencia entre capitales y, por tanto, entre capitalistas que compiten en la esfera económica pero se constituyen como clase en el Estado. El Estado garantiza la propiedad privada de los capitalistas y asegura la circulación de la mercancía esencial para la existencia del modo de producción capitalista, es decir, la fuerza de trabajo. Es pues el Estado el que defiende los intereses fundamentales de los capitalistas y evita la transformación de su conflicto competitivo en la desintegración de toda la sociedad. El Estado lleva a cabo todas estas funciones sin intervenir inmediatamente en la esfera de la producción entendida como reproducción de la relación capitalista sino, sobre todo en las primeras etapas del desarrollo del capitalismo, con la regulación jurídica de la propiedad, del intercambio, de la circulación y con la creación de represivos e ideológicos. De esta manera resulta fácil identificar las relaciones de propiedad con las relaciones de producción, mientras que el capital aparece inmediatamente como un vasto conjunto de capitalistas individuales que compiten entre sí.
Terminamos considerando el nivel de circulación de mercancías como el fundamento de toda la constitución del modo de producción capitalista cuando en realidad es la reproducción de la forma capitalista de relaciones de producción la que constituye el fundamento de la perpetuación y consolidación real de este modo de producción. De ello se desprende que debemos analizar más de cerca el problema de las relaciones de producción capitalistas. Son relaciones entre la clase de productores y la clase de no productores en el proceso de producción. No se trata de relaciones meramente interpersonales, sino que están mediadas por cosas, es decir, por las condiciones objetivas del trabajo. Esta mediación se constituye en referencia a la propiedad o no de los medios de producción, lo que conduce, en el capitalismo, a la escisión entre los no productores -capitalistas propietarios de las condiciones objetivas de trabajo- y los productores -no propietarios pero vendedores libres de sus propias condiciones-. La capacidad de trabajo como mercancía. Para evitar concepciones formales y jurídicas de la propiedad debemos analizar la articulación entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas en la base de los procesos de trabajo subordinados a la producción y al capital.
La materialidad de las relaciones de producción capitalistas reside en la íntima conexión con las condiciones objetivas de producción y con la peculiar articulación de los elementos subjetivos y objetivos de las fuerzas productivas en los procesos de trabajo, lo que proporciona también la conformación técnico-organizativa específica. Conectadas a las relaciones de producción capitalistas están la propiedad privada y las fuerzas productivas. Dentro de estas últimas residen las relaciones capitalistas de producción y representan su materialidad, configurada de tal manera que reproduce continuamente dichas relaciones. Es evidente que para transformar revolucionariamente las relaciones de producción capitalistas es necesario modificar completamente la forma específica de organización y tecnología de los procesos de trabajo que el capital ha subordinado con la subsunción real del trabajo al capital y que son heredados por todas las fuerzas sociales. y movimientos políticos que apuntan al modo de producción comunista. La Grassa sostiene que en las sociedades en transición al comunismo la persistencia de la circulación de mercancías y la distribución desigual del ingreso no son un residuo del capitalismo, ni son el efecto producido por la existencia de diferentes formas de propiedad, sino que señalan más bien la transformación del sistema capitalista, sus relaciones de producción que son el tejido interno de las fuerzas productivas en desarrollo y de esta manera atribuyen a los diversos procesos de trabajo una racionalidad específica que es la de la reproducción continua, en escala ampliada y con una creciente profundización y una mayor intensificación de la expropiación real de los productores, de las relaciones de producción capitalistas. Ellos dan una dirección precisa a la organización del propio proceso de producción en sus complejas conexiones sociales.
La toma del poder político por el proletariado con la destrucción de la máquina estatal burguesa, la lucha de clases para transformar las diversas superestructuras político-ideológicas heredadas del capitalismo son momentos esenciales de la transición al comunismo y estas actividades revolucionarias en la superestructura son importantes porque el Estado en el capitalismo, aparentemente separándose de la sociedad civil, es más eficaz que en las sociedades precapitalistas en desarrollar su acción de represión y dirección para asegurar la reproducción de las relaciones de producción capitalistas. Sin embargo, La Grassa advierte que tomar el poder estatal, limitándose a utilizar sólo o predominantemente este instrumento, no es suficiente para revertir el proceso de reproducción de las relaciones sociales capitalistas que han caracterizado todo el desarrollo del modo de producción capitalista. El Estado permite considerar nulas las relaciones jurídicas de propiedad burguesa, intervenir en la esfera de la circulación comercial mediante la planificación o limitar la acción del derecho burgués en el campo de la distribución.
El Estado, sin embargo, no es por su naturaleza el aparato adecuado para intervenir en las relaciones de producción. Cuando hablamos de intervención estatal en la producción olvidamos decir que ésta puede ser útil para asegurar el desarrollo y la estabilidad de las bases materiales de la producción, es decir, las fuerzas productivas, pero no puede modificar la forma de la articulación técnico-organizativa impresa por las relaciones de producción todavía capitalistas durante un largo período de la transición al comunismo. El Estado, aunque sea la dictadura del proletariado con todos los nuevos aparatos que ha logrado crear, no es el órgano a través del cual el proletariado puede convertirse en una clase para sí mismo. El Estado sólo puede ejercer esta función respecto de la burguesía que, dentro de la sociedad civil, gracias a la organización del proceso social de producción capitalista, es un agregado de individuos en feroz competencia entre sí. El proletariado se enfrenta a un problema diferente porque debe recomponer la desintegración atomística de la sociedad en la base del conflicto interindividual general. Por eso debe pasar por etapas sucesivas que van desde la socialización de los procesos de trabajo hasta la conexión más orgánica entre los diversos aspectos del proceso global de producción social, que no es la simple interacción mecánica entre los diversos sectores y los diversos procesos de producción. Unidades que se lograrán mediante una planificación centralizada impuesta desde arriba. El Estado proletario, siempre en vías de extinción, puede ser utilizado para reprimir a la clase contraria, para ganar hegemonía y dirección, con su aparato ideológico, de una serie de clases sociales intermedias o puede servir para llevar a cabo las tareas más inmediatas de reorganizar la economía y reconstruir un nuevo tejido social. Sin embargo, si pasamos de las relaciones de propiedad a la transformación de la conexión sustancial interna, a relaciones reales de explotación, debemos intentar nuevos caminos. Las relaciones capitalistas no son un concepto puro, sino que están arraigadas en la tecnología y la organización de las fuerzas productivas. Para transformar estas relaciones es necesario experimentar nuevas formas de producir y nuevas tecnologías, pero esto sólo puede ocurrir en medio de la lucha de clases, dado que las relaciones de producción son la base material de la reconstitución continua de nuevos núcleos de agentes del capital. Por eso el Estado corre siempre el riesgo de asumir la función que más le conviene, dice La Grassa, la de mediador de intereses entre los agentes capitalistas e instrumento para la constitución de la nueva burguesía como clase, con la consecuencia de ver la acción represiva y dirección hegemónica sobre la clase trabajadora recientemente subalterna y explotada. El proletariado, por tanto, debe utilizar su Estado, pero al mismo tiempo luchar contra él, en la medida en que en el Estado, debido a las propias ambigüedades de sus funciones, la lucha de clases entre el proletariado y la nueva burguesía en ascenso se refleja en una concentración formal. El proletariado puede constituirse verdaderamente como clase sólo a través de otras instituciones como el partido pero también otros organismos que conducen la lucha de clases dentro del proceso de producción inmediato sin cumplir funciones simplemente económicas sino políticas y de clase para transformar las relaciones de producción capitalistas y su conexión con la forma de desarrollo de las fuerzas productivas. Sólo así la transformación podrá conducir a una verdadera reapropiación colectiva de los medios de producción y surgirá irreversiblemente un nuevo modo de producción. Lo que dijo La Grassa ayuda a aclarar otro problema. Las relaciones mutuas entre los hombres son el resultado de una conformación específica del modo de producción y de las relaciones capitalistas de producción que no pueden revolucionarse de un día para otro y que reproducen continuamente una determinada forma de la división técnica y social del trabajo o la separación entre trabajo manual e intelectual. La lucha ideológica y política de esta división capitalista del trabajo es fundamental pero nunca debemos olvidar cuál es el lugar real donde el proletariado puede conquistar su victoria definitiva en la lucha contra la burguesía y por tanto contra el capital y sus leyes de desarrollo. En los textos maoístas, no puede escapar a los lectores más atentos que hay demasiada ideología en el énfasis que se pone en la lucha en el campo de la superestructura para producir cambios en las relaciones interpersonales. Incluso cuando argumentan que en las fábricas chinas el poder ha quedado en manos de la burguesía, se da más importancia a la ideología de los individuos que ocupan los diferentes roles en la jerarquía de la empresa en lugar de analizar las bases materiales de la ideología que se quiere implantar y transformar, es decir relaciones de producción inscritas en una técnica o en una organización específica de los procesos de trabajo. Esto puede llevar a errores en la conducción de la lucha de clases, por ejemplo sobreestimar la importancia de la rotación entre gerentes y trabajadores en los diversos roles de la organización productiva como medio para superar la división entre trabajo manual e intelectual. Se trata de prácticas sin duda loables pero que sólo pueden tener una función consoladora, cristalizando los mismos roles. En cambio, debería darse mayor importancia a la experimentación con nuevas organizaciones del proceso de producción que apunten a cuestionar la división entre roles de gestión y ejecución o entre trabajo manual e intelectual. Un último punto analizado por La Grassa se refiere a la idea del socialismo como primer paso en la transición al comunismo. Para el economista veneciano, el socialismo no es una verdadera forma de sociedad históricamente determinada con su propio modo de producción dominante que asegura el funcionamiento de mecanismos específicos de reproducción de las relaciones de producción dominantes. El socialismo no es una etapa de la construcción social que pueda considerarse irreversiblemente alcanzada y desde la cual iniciar el salto hacia el comunismo. Si consideramos el socialismo como la fase inferior del comunismo, deberíamos considerar las sociedades socialistas como sociedades sin clases y, por tanto, sin lucha de clases, pero en las que, por extraño que parezca, persisten la ley burguesa y un Estado burgués sin burguesía. El socialismo debe entenderse como una larga fase de transición del modo de producción capitalista al comunista en la que las clases y la lucha de clases siguen existiendo debido a la permanencia de las relaciones de producción capitalistas que no pueden transformarse completa e irreversiblemente durante mucho tiempo, única garantía para la desaparición de las clases y la conclusión positiva de la transición. La existencia de la distribución burguesa, de la circulación de mercancías y del Estado son la prueba más clara de que el modo de producción capitalista aún no ha sido modificado radicalmente y que las relaciones capitalistas de producción continúan reproduciéndose con una estructuración particular de las fuerzas productivas en desarrollo. La sociedad de transición es un amasijo de diferentes formas socio-productivas y político-ideológicas, muy heterogéneas entre sí y cuya conexión no permite asegurar la irreversibilidad de la transformación hacia una reproducción ampliada de las relaciones de producción comunistas.

3. La transición al comunismo según La Grassa
Retomando la conclusión del párrafo anterior, La Grassa considera al socialismo como una larga fase de transición durante la cual se desarrolla la lucha de clases entre una burguesía que ha perdido el poder político en el aparato fundamental del Estado y el proletariado. Lo que está en juego en esta lucha es el mantenimiento o la transformación continua de las relaciones de producción reproducidas dentro de una formación social que, en sus estructuras socioproductivas y en sus valores culturales e ideológicos, todavía está dominada por el capital. La preservación de las relaciones de producción con algunas ligeras modificaciones debidas a los nuevos niveles de la lucha de clases y la reproducción de estas relaciones dentro de las nuevas condiciones creadas por el poder proletario, corre el riesgo de producir el derrocamiento de este último por una nueva burguesía. Alternativamente, la clase obrera en el poder, gracias a una incesante actividad de transformación revolucionaria de las bases reales de la dominación del capital, deja el camino abierto para el fortalecimiento de los elementos del comunismo. En resumen, continúa la transición hacia el predominio del modo de producción comunista, lo que hará irreversible la constitución de una nueva formación social que ya no se base en la explotación y el antagonismo de clases. En este punto La Grassa cuestiona la existencia de una ley de transición diferente de la ley de valorización del capital, es decir, la reproducción de la relación capitalista, capaz de garantizar el desencadenamiento y la continuación, en todo caso no lineal y gradual, de una proceso de reapropiación de las condiciones objetivas de trabajo por parte de todos los productores. Finalmente, es necesario aclarar si la transición al comunismo es una fase de desajuste entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas que explica la inestabilidad de la formación social transicional y los diferentes mecanismos de su funcionamiento. En la transición del feudalismo al capitalismo se produjo un avance de las relaciones de producción con respecto a las fuerzas productivas. La formación de las relaciones de producción capitalistas condujo a la subsunción, para su reproducción, de procesos de trabajo con fuerzas productivas esencialmente del modo de producción feudal. La ley de la valorización del capital, es decir, el fundamento real de las relaciones de producción capitalistas y esencial para su reproducción, implica, sin embargo, la conexión inmediata y profunda entre las relaciones y las fuerzas productivas, por la que las primeras están inmediatamente dentro de las segundas y comienzan a reestructurarlos de acuerdo con las necesidades de su reproducción a mayor escala. Para La Grassa, la acumulación originaria de capital es una acumulación de nuevas relaciones de producción como condición para la transformación de las fuerzas productivas objetivas y subjetivas con el fin de producir un desarrollo impetuoso dando a la reproducción de las relaciones de producción capitalistas un impulso imparable. En la transición al comunismo hay que pensar en algo similar, con una acumulación de nuevas relaciones de producción y la refundación de las fuerzas productivas sobre la base de estas relaciones de producción. También aquí podemos hablar de una anticipación de las relaciones con las fuerzas productivas heredadas del capitalismo. La dificultad radica en identificar el lugar real donde se forman las nuevas relaciones de producción. Es necesario verificar si estas relaciones de producción permanecen en una posición de exterioridad a lo largo de la transición con respecto a los procesos de producción todavía caracterizados por una estructura capitalista de las condiciones objetivas y subjetivas de su desarrollo. Estas tesis chocan con una tendencia siempre presente en el marxismo que reduce las relaciones de producción a relaciones de intercambio y, en consecuencia, confunde las relaciones de producción capitalistas con las de circulación mercantil generalizada, precisando a lo sumo que las relaciones fundamentales de intercambio son las que se dan entre el capital y el trabajo. La producción, con su particular articulación de fuerzas productivas, es vista como algo neutral respecto del problema de la transformación de la organización social. La tecnología se considera un hecho social pero en el sentido de un proceso por el cual se adquieren continuamente nuevos conocimientos, nuevos métodos de producción o nuevos productos gracias a que cada generación humana añade algo a los niveles alcanzados por la anterior. Aun cuando se admita que la tecnología está históricamente condicionada por una organización específica de las relaciones sociales dentro de las cuales se desarrolla, las relaciones de intercambio, y por tanto la división social del trabajo, se consideran la causa fundamental de una conformación particular de la estructura de las fuerzas productivas. En este caso la formación de nuevas relaciones sociales está ligada a la eliminación de las relaciones de circulación mercantil y a la superación de la anarquía del mercado, de la ley de la competencia entre las fracciones individuales del capital. Esto se traduce en la nacionalización de la propiedad de los medios de producción y de la planificación bajo la autoridad del Estado. Se plantea entonces el problema del Estado y de la clase que ocupa su aparato decisivo. Un punto similar nos lleva a las reflexiones de La Grassa sobre el Estado. El economista veneciano habla de la tendencia a considerar obsoleta la afirmación de Marx de que el aparato político, incluido el Estado, es un instrumento de las clases dominantes. Esta concepción es acusada de ser simplista y burda con el objetivo de establecer la autonomía relativa de la política como una esfera social particular separada de otras instancias de formación social y conectada a estas por relaciones especiales capaces de convertirla en una esfera relativamente independiente con su propia dinámica. y su historia no puede reducirse al movimiento de la base económica. Marx o Lenin nunca habían pensado en el Estado como un sujeto único y unitario con una voluntad unificadora de organización social. El concepto de instrumento sirve para indicar el fin que persigue el aparato político de una formación social dada y que está vinculado a la garantía de la reproducción de las relaciones de producción. Esta función debe, pues, estar vinculada a la estabilidad y seguridad del funcionamiento de la ley específica relativa a un modo de producción dado en el seno del cual se reproducen las relaciones en cuestión, y sobre las que se basa la dominación y la explotación de una clase sobre otra. No es casualidad que el núcleo central del Estado sea el aparato represivo, efectivamente unitario y compacto. Cuando se desintegra nos enfrentamos a la dificultad de reproducir las relaciones específicas de ese modo de producción y se sigue la explosión abierta de los conflictos de clases y la lucha descubierta entre las diversas fracciones de la clase dominante por la conquista de ese aparato. Los aparatos hegemónicos, por otra parte, son importantes para la dominación de clase y para la reproducción de las relaciones de producción capitalistas, pero sólo pueden llevar a cabo su función si están protegidos por el escudo del aparato de coerción. Incluso la acción del gobierno, órgano fundamental de la dirección del Estado burgués, tiene como última y suprema garantía, cuando las mediaciones hegemónicas ya no funcionan, el aparato represivo. Los aparatos hegemónicos no deben confundirse con los niveles sociales en los que surgen las relaciones económicas sino que están conectados con ellos. Al igual que en la esfera de la circulación, en los aparatos ideológicos del Estado la clase burguesa no puede lograr una unidad de clase efectiva sino que permanece dividida en una lucha competitiva que se desarrolla tanto en la ideología como en el mercado. La base común de todas estas ideologías burguesas es el principio fundamental de la igualdad entre todos los individuos, según el cual el éxito de uno sobre otro en la lucha de cada uno contra todos está ideológicamente vinculado al mérito o la virtud del individuo. El éxito de estas ideologías y del capital en su acción hegemónica sobre las clases subalternas se demuestra cuando devuelve la lucha de clases antagónica al redil de la competencia por la venta de la mercancía de la fuerza de trabajo. Esto reduce la lucha por el poder político a una contienda electoral cuyo objetivo, como máximo, es mejorar la organización de las relaciones sociales y políticas capitalistas o su reproducción más orgánica. La Grassa, sin embargo, sostiene que además de esta ideología unificadora básica en los diversos aparatos hegemónicos de la sociedad burguesa, se abre espacio para una lucha antagónica entre las clases por la hegemonía política y la afirmación de valores ideales que apuntan a derrocar al sistema de relaciones sociales capitalista, pero sin olvidar nunca la presencia del aparato coercitivo que representa el fundamento real y la garantía última de la reproducción ordenada de las relaciones capitalistas. El riesgo es confundir el aparato represivo del Estado y los aparatos hegemónicos, llegando a la conclusión errónea según la cual el proletariado puede modificar paulatinamente la relación de poder gracias a una conquista progresiva de la hegemonía en los diversos aparatos político-ideológicos y en de esta manera, la transición al comunismo comenzaría antes de la "conquista efectiva del poder" y de la transformación de las relaciones de producción capitalistas. Las críticas de La Grassa apuntan evidentemente al virus nocivo del eurocomunismo, que hace de la transición una cuestión puramente superestructural que pospone la destrucción del aparato represivo burgués a un tiempo indefinido, lo que está en abierta contradicción con el pensamiento de Lenin que creía que su ruptura era el elemento decisivo de la toma originaria del poder por el proletariado con el que se iniciaría la transformación revolucionaria del modo de producción y de sus relaciones de producción, siempre marcada por la lucha de clases. Para ello el proletariado necesitará una nueva armadura coercitiva, pero la acción del proletariado no se desarrollará sólo en la esfera político-institucional. Así, la toma del poder realizada contra el aparato de coerción y de dirección político-administrativa de la burguesía es el primer acto de la clase oprimida con el que se invierte el equilibrio de poder entre las clases y se conquista el dominio en el sistema global de relaciones sociales y comienza la transformación hacia el comunismo. Es necesario ver si esta toma del poder, que permite la declaración de la propiedad colectiva, pero en realidad estatal, de las condiciones objetivas de producción, se configura como una reapropiación formal, exactamente como la primera fase de la transición al capital vio la sumisión formal del trabajo a la propiedad capitalista de los medios de producción con la garantía del poder estatal. La sumisión formal surge en un sistema social donde ya estaba presente la propiedad privada de las condiciones objetivas del proceso de trabajo. La disolución del orden corporativo feudal y la creación de las primeras fábricas crearon inmediatamente la competencia intercapitalista como ley coercitiva externa del movimiento profundo del modo de producción capitalista. La expropiación de los productores condujo a su separación de los medios de producción y creó así la base para la modificación del proceso de trabajo que permitió su subsunción bajo el objetivo de la valorización del capital y la reproducción de las relaciones de producción capitalistas. La dominación del capital sobre el trabajo se manifiesta en un sistema multifacético de división social del trabajo dentro del cual cada productor colectivo individual está separado de los demás pero conectado por la ley impersonal del mercado. De este modo, el proceso social de producción se coordina sólo ex post y el fondo total del trabajo social se distribuye entre los diferentes sectores y las diferentes unidades de producción capitalistas. Por esta razón se pensó que la transición al comunismo, después de la toma del poder estatal y la abolición formal de la propiedad privada de los medios de producción, debería realizarse con una coordinación a priori de la distribución de las diversas partes del trabajo social entre los Unidades de producción. De esta manera, la planificación económica tomó forma como una modalidad específica de distribución y circulación de productos bajo el socialismo y en oposición al mercado. La Grassa nos advierte que la cuestión es mucho más compleja porque el poder estatal proletario y la planificación no pueden superar rápidamente la organización capitalista del proceso de producción y el comando del capital sobre el trabajo que ello implica. La separación del trabajo de las condiciones objetivas de su realización ha producido un proceso de continua complicación y diferenciación de la división social del trabajo con la consiguiente creación de innumerables centros de combinación técnica de diferentes factores productivos de provisión de trabajo. La característica esencial del proceso social de producción del capitalismo es su articulación en una multitud de empresas y la planificación socialista no puede eliminar todo esto sino, a lo sumo, coordinar su conexión. Puede, por ejemplo, establecer precios políticos que no correspondan a las situaciones reales de costos de las diferentes empresas en las diversas ramas productivas con el fin de estimular el crecimiento de ciertos sectores estratégicos o acelerar el ritmo de acumulación de capital y el desarrollo productivo de la sociedad en su conjunto. Alternativamente, la planificación puede dejar mayor autonomía a las distintas empresas para que puedan fijar precios a partir de su situación de producción y así utilizar el beneficio como índice de eficiencia del trabajo con técnicas que apunten a maximizar el producto obtenido con unos recursos de producción dados. En ambos casos, la planificación no cuestiona el papel de la empresa y las relaciones capitalistas de producción que la sustentan. La forma mercancía no puede ser superada mediante un cálculo a priori de los costos laborales porque cada cálculo se basa en la unidad productiva típica del capitalismo. El debate sobre las reformas de planificación que se desarrolló en las décadas de 1960 y 1970 en las democracias populares de Europa del Este demuestra muy bien que no existe antagonismo entre valor y planificación. Ahora sabemos que la existencia del mercado no es esencial para identificar un sistema de precios necesario para el cálculo económico porque es suficiente conocer las tasas de transformación entre los productos definidos por un cierto número de técnicas disponibles y las tasas de sustitución entre los bienes identificada a partir de una suma de valoraciones individuales, lo que hace que la economía política del socialismo sea similar a la teoría neoclásica de la producción y el consumo. En estos casos ni siquiera tiene sentido permanecer anclados en la teoría del valor trabajo. Marx nos dijo que en la organización capitalista del proceso de producción social no hay valor constituido sino un movimiento constitutivo de valor que está representado por la competencia. Es la ley de manifestación fenoménico del movimiento profundo del capital y está vinculada a su valorización. El valor como trabajo incorporado no puede medirse directamente porque no tiene existencia empírica independiente de su forma fenomenal, es decir, el valor de mercado, que es de hecho la entidad medible. Sobre la base del intercambio, el valor se manifiesta como precio y por ello en la planificación, el cálculo económico requiere la utilización de valores expresados en dinero que no sean ficticios porque aun cuando el dinero no circule efectivamente, es el dinero el que representa el valor de mercancías o de trabajo abstracto realizado bajo el dominio de una forma específica de relaciones de producción, es decir, las capitalistas. El dinero nos dice que la organización de la producción heredada del capitalismo y aún no transformada prevé la conexión de los productores a través de un movimiento externo al proceso de producción, es decir, la circulación mercantil. Sigue existiendo como circulación generalizada de mercancías, aunque esté oculta por la planificación. El dinero no es sólo un medio de circulación y pago, sino también una medida y un medio de acumulación de valor. El dinero, concluye La Grassa, nos dice que las relaciones de producción capitalistas no se han transformado y siguen reproduciéndose con su movimiento de profundización, es decir, una división técnica cada vez mayor del trabajo y un crecimiento del plusvalor relativo, de la intensidad del trabajo y por ende de plusvalía relativa y expansión, por ende de una creciente división social del trabajo bajo el mando de la tecnología. Las cosas no mejoran cuando se afirma que la planificación permite orientar la producción hacia la satisfacción efectiva de las necesidades crecientes de la comunidad. La producción no se realizaría con el objetivo de obtener el mayor valor de cambio posible, y por tanto el mayor plusvalor posible, sino una cantidad cada vez mayor de valores de uso que nos hacen afirmar la superación o el deterioro de la forma mercancía y valor. El valor de cambio, sin embargo, no está vinculado a la producción privada, sino que depende de la organización del proceso de producción, donde la socialización del trabajo se produce a través de su condensación en una serie de unidades de producción, las empresas, y se produce gracias a un doble movimiento compuesto por un profundo conexión y entrelazamiento de los diferentes trabajos dentro de las empresas y por la conexión externa entre éstas que se asegura de manera impersonal por el mercado o por el intercambio mercantil oculto bajo la forma circulatoria de la planificación. Este doble movimiento surge de la socialización del trabajo a partir de su división técnica, y por tanto de la clara separación entre trabajo ejecutivo y trabajo de gestión. La Grassa nos recuerda, por tanto, que es muy erróneo hablar de una satisfacción creciente de las necesidades de la comunidad porque las clases y su lucha antagónica permanecen y no hay una comunidad indiferenciada sino un sistema de clases a analizar. Incluso con el proletariado en el poder, éste permanece en una posición de inferioridad en el proceso de producción que está organizado de manera capitalista y, por lo tanto, el trabajo muerto, incluida la tecnología y la ciencia encarnadas en él, continúa dominando al trabajo vivo. No se puede salir de este problema ni siquiera afirmando que el Estado socialista representa al proletariado organizado como clase dominante y, en consecuencia, todo decreto desde arriba sobre las necesidades de las masas son las necesidades reales del proletariado. Se trata de un simple artificio verbal porque cualquier organismo que dirige y coordina la producción no es capaz de identificar otras necesidades que las relativas a la necesidad de reproducir las condiciones objetivas y subjetivas de la producción y su articulación recíproca. Toda producción se basa en una forma específica de relaciones sociales a las que están fuertemente ligadas las diversas necesidades. Si durante la transición al comunismo los proletarios desean satisfacer necesidades que van más allá del marco de la reproducción de las relaciones inherentes a la organización del proceso de producción capitalista, deben fijar como objetivo primordial la transformación de estas relaciones. Si, por el contrario, los aceptan como tales y fijan como objetivo primordial el desarrollo cuantitativo de las fuerzas productivas, significa que han caído bajo el dominio de las necesidades funcionales a la reproducción de la forma capitalista de las relaciones de producción. En este punto La Grassa comienza a sacar algunas conclusiones iniciales. No podemos hablar de reapropiación formal como momento inicial de la transición al comunismo. La expropiación formal en el capitalismo, de hecho, no era cuestión tan solo del aspecto político-jurídico de la separación de los productores de los medios de producción, sino que implicaba también la ley de valorización del capital y sus mecanismos que conducían a la subordinación real del trabajo al capital. Además, la valorización estaba vinculada a la estructura de realización basada en la circulación mercantil entre productores colectivos, autónomos e independientes para ser entendidos como unidades de socialización de los diferentes tipos de trabajo. Después de la sumisión real ya no hay posibilidad de una reapropiación que no parta de este hecho ahora realizado. Se podría hablar de reapropiación formal sólo si la toma del poder por el proletariado desencadenara una ley diferente y opuesta a la valorización del capital dentro del proceso de producción que en la transición tiene las fuerzas productivas estructuradas según la forma de las relaciones de producción capitalistas. Esto es imposible porque Marx sostiene que la reproducción ya no puede ser otra cosa que la reproducción de la estructura de las fuerzas productivas que contienen las relaciones capitalistas de producción. Sólo si pensamos en la reproducción como un fenómeno que concierne a los capitalistas individuales, o a la circulación generalizada de mercancías, y por tanto una esfera dominante en el modo de producción capitalista, o si pensamos que la forma de la politicidad es decisiva para la reproducción, podemos imaginar el funcionamiento de la una ley en el contexto de la circulación opuesta a la del mercado. Hay que criticar la idea de la planificación como ley cardinal de la transición, incluso cuando se apoya en la democracia en la esfera social útil para la construcción de una hegemonía proletaria en los aparatos de circulación. Esta ley no se opone a la de la valorización del capital. Sólo aquellos que confunden valorización con simple realización o relaciones de producción con relaciones de intercambio piensan lo contrario. No hay, pues, un problema de reapropiación formal y el de la reapropiación real es un proceso de largo plazo que pone de relieve el factor político del proceso de transición. Sin embargo, no se trata de los aparatos coercitivos, ni de los aparatos hegemónicos o de las instancias próximas a la circulación. El problema decisivo de la transición para La Grassa es la transformación de las fuerzas productivas, es decir, la demolición progresiva de la forma fundamental de existencia de las relaciones de producción capitalistas y la invención de nuevas formas del proceso productivo útiles para poner en cuestión la escisión entre el trabajo de gestión y el de producción, trabajo técnico-científico y ejecutivo que es un elemento clave del capitalismo y un factor decisivo en la dominación, incluso ideológica y cultural, del capital. La organización del proletariado en clase dominante exige el descubrimiento de formas organizativas destinadas a conducir la lucha de clases contra el capital allí donde se encuentra su poder decisivo sobre el trabajo. Requiere actividades prácticas que sean funcionales a la modificación de roles, dentro de la conformación técnico-organizativa específica que impone el capital a los procesos de trabajo, que están en la base de la reproducción de las relaciones de producción capitalistas. Esto no significa que el problema del poder estatal sea de importancia secundaria porque el ataque directo y preliminar de la clase obrera al aparato represivo y gobernante del capital es decisivo. El proletariado necesitará entonces su armadura coercitiva para poder repeler los intentos de la clase dominante de recuperar el poder. Incluso en los aparatos hegemónicos la burguesía mantendrá un dominio ideológico y cultural durante mucho tiempo. La transición está marcada por una dura lucha contra esta estructura de poder burgués para crear una verdadera hegemonía del proletariado. Todo esto no debe hacernos olvidar que la batalla por la hegemonía sólo puede ganarse con el uso de un escudo protector estatal proletario y con la identificación de la instancia social en la que se reconstituyen las relaciones capitalistas de producción, lo que conduce a la formación de una nueva clase de agentes del capital. Sin un conocimiento correcto del proceso de reproducción de las relaciones capitalistas y si nos dejamos engañar pensando que sólo existen residuos de las antiguas relaciones sociales, el uso del aparato coercitivo en presencia de nuevas contradicciones, cuyo carácter antagónico no es adecuadamente entendida porque se remonta a la sola acción de fuerzas externas, produce graves errores que desgastan el poder proletario cortando progresivamente sus vínculos con las masas populares y esto le impide resistir el ascenso de la nueva clase burguesa formada en el seno del proletariado en el mismo proceso social de producción coordinado por el Estado proletario pero no transformado en la estructura fundamental de sus fuerzas productivas. El Estado, por tanto, no es el órgano a través del cual la clase obrera puede convertirse efectivamente en una clase para sí misma, es decir, capaz de adquirir conocimiento científico de la organización social en la que actúa contra su propia opresión y expresa una visión del mundo y una estrategia política para transformar la organización social. El proletariado se constituye en clase a través del partido y libra su batalla en el sistema productivo y en los aparatos hegemónicos de la formación social capitalista para acumular energías útiles para el salto revolucionario que consiste en la demolición del aparato represivo y del gobierno político de la burguesía. Después de este salto el proletariado se encuentra con un poder estatal y una disciplina y unidad de su vanguardia, es decir, el partido, incapaz de impedir la reproducción de las relaciones capitalistas de producción y de los nuevos agentes del capital, aunque éstos desempeñen funciones esenciales en la transición. Si la lucha de clases se debilita y si no se identifica correctamente la ubicación del enemigo de clase, esta nueva burguesía puede recuperar progresivamente el poder en los aparatos cruciales del Estado y transformar la naturaleza de clase del partido proletario, especialmente si este se ha fusionado profundamente con la burguesía y con el aparato estatal. La burguesía, por tanto, puede recuperar el poder sin desplegar una contrarrevolución violenta, demostrando que la sociedad de transición no puede seguir fundada durante mucho tiempo sobre un modo de producción esencialmente capitalista. El proletariado, aunque controle un número importante de aparatos estatales, debe ejercer continuamente su acción revolucionaria para transformar las relaciones de producción capitalistas en relaciones de producción comunistas. Esta transformación es el proceso de reapropiación real que conduce a la imposibilidad de reproducir las relaciones de producción que implican la existencia, materialmente inscrita en la organización de los procesos de producción y en sus fuerzas productivas, de la clase antagónica de la burguesía y el proletariado. Hay que recomponer la división entre trabajo intelectual y trabajo manual, entre gestión y ejecución, afirma La Grassa, mientras que los roles vinculados a ellos deben desaparecer. La división técnica del trabajo no es, de hecho, un producto de la ideología burguesa, sino que es técnicamente inherente a las fuerzas productivas entendidas como formas de existencia de las relaciones de producción capitalistas. Para La Grassa, sin embargo, la lucha de clases no puede limitarse a la única estructuración del proceso de producción capitalista entendido como un proceso del capital en su forma general ordenado a la valorización del capital. Este proceso de producción está fragmentado en muchas unidades de producción y, por tanto, en muchos procesos de producción inmediatos realizados por fracciones individuales de capital conectadas entre sí por la circulación en su forma mercantil generalizada. En estas condiciones, limitar la lucha de clases al proceso de producción en sentido estricto significa luchar, como máximo, por una forma de autogestión obrera. Establecer como objetivo de la lucha la organización del trabajo y de la tecnología en la fábrica capitalista, dejando de lado las tareas de organización global del proceso de producción social capitalista basado en la separación de los productores colectivos individuales, tiene como resultado garantizar la supervivencia de muchos sectores de la clase obrera que compiten entre sí porque la clase obrera sigue fragmentada e incapaz de superar la organización capitalista del trabajo. En este punto llegamos a las conclusiones del análisis de La Grassa. La ley específica de la transición al comunismo es la reapropiación real de los productores que implica una síntesis del trabajo intelectual y manual, del trabajo de gestión y de ejecución a través de una reestructuración de la articulación técnica y organizativa de los procesos de trabajo. ¿Debe esta ley desarrollarse durante la transición al comunismo a través de mecanismos intrínsecos al proceso de producción inmediato, así como la expropiación real de los productores en la transición al capitalismo fue resultado de la ley de valorización del capital? La respuesta es no, porque no existe un proceso formal de reapropiación que imprima inmediatamente al proceso de producción una estructura capaz de poner en marcha un verdadero mecanismo de reapropiación. Por el contrario, la expropiación formal había impreso a la producción su movimiento tendiente a la expropiación real. Esta tesis se deriva del modo en que se desarrolló el capitalismo, es decir, introduciendo la explotación desde el exterior en el proceso de producción. El capitalismo pudo desarrollarse en los intersticios del feudalismo porque su tipo de explotación es diferente al de las clases feudales. La explotación interna de la producción durante un cierto período de tiempo no parece contrastar con la explotación externa del feudalismo. En la transición al comunismo, las cosas son diferentes porque todo el cuerpo social está atravesado por una densa red de relaciones económicas mercantiles entre unidades de producción independientes pero no autosuficientes. Su existencia depende de la de un número indefinido de otras unidades que realizan todo tipo de actividades, incluso ideales. Esta red de relaciones mercantiles es un producto necesario y exclusivo del sistema de relaciones de producción capitalistas que han configurado las fuerzas productivas de un modo adecuado para su reproducción continua. Modificar los mecanismos de explotación interna de la producción, es decir, modificar las fuerzas productivas que contienen sus relaciones de producción, es una acción que debe desarrollarse desde fuera de esta producción. Ese afuera no es el Estado ni el partido, aunque son fundamentales en este proceso. Esto abre el camino a la reflexión sobre organismos políticos que no pertenecen inmediatamente a la esfera económico-productiva y son capaces de trabajar por la transformación de las relaciones de producción.
https://www.sinistrainrete.info/marxismo/29713-collettivo-le-gauche-gianfranco-la-grassa-come-teorico-della-transizione-al-comunismo.html
Traducción: Carlos X. Blanco
En el blog "Socialismo y multipolaridad".

Primera parte: https://socialismomultipolaridad.blogspot.com/2025/02/gianfranco-la-grassa-como-teorico-de-la.html
Segunda parte: https://socialismomultipolaridad.blogspot.com/2025/02/gianfranco-la-grassa-como-teorico-de-la_8.html
Tercera parte: https://socialismomultipolaridad.blogspot.com/2025/02/gianfranco-la-grassa-como-teorico-de-la_59.html



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Carlos Javier Blanco

Doctor en Filosofía. Universidad de Oviedo. Profesor de Filosofía. España.

 carlosxblanco@yahoo.es

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