Revolución ad hoc

Alguien identificado con la democracia liberal, muy molesto con mí último artículo, rechazó la afirmación allí contenida, esa de que la derecha, a diferencia de la izquierda, no es incoherente sino mentirosa. Insistió en verla al revés. Evitando polemizar sobre convicciones personales, no le contesté. Sin embargo, cuando otro lector, también molesto pero identificado con el marxismo, recrimina mí generalización en torno a las incoherencias de la izquierda; decidí apelar al pensamiento crítico, en el entendido que me estoy refiriendo a las esencialidades que, en general, mueven a esas tendencias políticas.

Aunque pareciera innecesario caracterizar los sustantivos incoherencia y mentira, resulta cierto que mientras el primero queda claramente definido como la ausencia de una adecuada relación lógica; con la mentira el asunto se complica. La Real Academia Española la imagina de la siguiente manera: expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente... bueno, las academias son así. Tamaña subjetividad sólo sirve para acrecentar las convicciones que tomamos como verdades indiscutibles. A partir de ahí los mentirosos siempre serán los "otros".

La única manera de evitar tan veleidoso, antojadizo o caprichoso razonamiento, acomodador de la realidad a lo que se quiera, es a través de la observación, la indagación y el contraste. Lo cual requiere prestar atención a estos tres verbos: percibir, reconocer y comprender. Sólo es posible pillar la mentira jurungando algo tan crucial para la humanidad como eso de que la producción masiva sólo es posible gracias al financiamiento del millón de ricos y la fuerza de trabajo de los miles de millones de pobres. De ahí la patología inevitable que sufren los políticos que defienden el sistema del libre capital. Aunque en el caso de María Corina -y sus iguales- tal asunto sea estructural, pues ha sido criada y entrenada en su defensa.

Por el lado de lo que parece ser una congénita incoherencia de las izquierdas, vemos su evidencia en el irrefrenable desdén que mantiene con aquella afirmación de Maneiro: todo lo que somos y proponemos tiene que poder deducirse de nuestra conducta diaria... Pero cuando hablamos de la gestión gubernamental -de todas ellas, incluyendo la china- el asunto puede ser más grave, pues es de esa gestión que surgen las llamadas "razones de Estado". Ellas, con demasiada frecuencia, no pasan de ser coartadas hipócritas. Obligada como está, toda revolución, a avanzar sin titubeos ni pérdida del rumbo, en contra del viento de miles de años; la espera de vientos propicios para retomar sus esencialidades, la convierte en un híbrido como el chino o en un disimulo como la bolivariana.



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José Manuel Rodríguez


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