La negociación

Muchas veces los matices son determinantes. Y esto se nota cuando queremos escoger las palabras más precisas para describir lo que vemos. Esto es así en el tema de las negociaciones que se desarrollan en México entre el gobierno de Maduro y el de los Estados Unidos, con la mediación de algunos dirigentes de la oposición. Y ya en esta formulación introduje un matiz importante. Alguien podría ripostarme que entonces el gobierno de Maduro representa a China y a Rusia (y hasta a Cuba). Esto tiene su parte de verdad; pero el asunto es que Maduro logró llegar hasta aquí manteniendo su fuerza interna: el apoyo militar, una institucionalidad aparente y hasta un respaldo de masas, reducida al mínimo, cierto, pero…allí está. Como veremos, no es la misma situación de la oposición, como ya veremos.

Otro matiz que hay que tomar en cuenta para entender lo que ocurre es que ambas partes tienen la necesidad de negociar o, dicho de otra manera, más del gusto de los economistas, los dos actores tienen incentivos para negociar. La necesidad de la oposición le viene de su más reciente derrota. Ya lo han dicho sus dirigentes, encabezados por Capriles: la "estrategia" del gobierno interino de Guaidó, fue derrotada. Todo lo del "mantra" no sólo no funcionó, sino que colocó al conjunto de la oposición en una situación peor a la que tenía antes. Mucho peor: se venía de un pico de popularidad y de movilización, cuando Guaidó se proclamó como presidente de la República y un montón de gobiernos de América Latina y Europa, lo reconocieron como tal, comenzando, por supuesto, por el de los Estados Unidos. Ese fue un momento culminante: las encuestas y la convocatoria demostrada en varias movilizaciones, sobre todo la inicial de la proclamación, así lo indicaban. Pero luego de varios incidentes lamentables (sobre todo el "golpecito de Estado" del 30 de abril, sin dejar atrás la "entrega de material humanitario sí o sí" en la frontera, y los rumores, después confirmados, del despilfarro de recursos y marramucias alrededor de Monomeros, para no hacer más extensa la lista de desatinos), la oposición perdió su fuerza en el país y las pugnas de liderazgos y políticas volvieron a fragmentar lo que ya estaba astillado. La oposición G4-Guaidó quedó colgando de la brocha de Trump que pronto se separó del techo. Sólo le quedaba el "apoyo externo" que adquirió características vergonzantes: demasiado evidente que esos dirigentes eran agentes del gobierno de Estado Unidos, quisieran o no.

La situación del gobierno de Maduro es muy diferente. Y aquí hay que afinar la descripción. No sólo dispone de apoyo militar: este gobierno es, en gran parte, un gobierno de los militares, que no es lo mismo que decir que es un gobierno militar. Es un matiz importante y exige una explicación. Este gobierno no cuenta únicamente con los cañones para mantenerse, como sería lo propio de un gobierno militar. Tiene apoyo popular, en descenso, pero existente. De hecho, formalmente, ha resultado de repetidas elecciones. Tal vez en decadencia, pero la hegemonía chavomadurista sigue allí, como un dinosaurio después de los sueños repetidos de su derrumbe. Y, sabemos desde Gramsci, lo que significa hegemonía: dirección intelectual y moral de una sociedad.

Por otro lado, el asunto no se queda en que haya una gran cantidad de ministros de extracción militar. Entre los cambios introducidos en el Estado, ya por Chávez, pero profundizados por Maduro, se encuentra la transformación de las Fuerzas Armadas en una corporación con intereses económicos propios. Así lo atestigua la creación de una corporación, cuya presidencia la ejerce el ministro de Defensa, para la explotación de petróleo y minas (CAMIMPEG). Ya desde Chávez venía la consigna de la "Unión Cívico Militar", inventada por Douglas Bravo para caracterizar una concepción insurreccional, nunca como una alianza de fuerzas sociales para un nuevo Estado. Esa frase ha venido adquiriendo consistencia ideológica, que no es lo mismo que consistencia teórica ¡Ojo! Esta se basa en la lógica, aquella en mecanismos y extorsiones simbólicas. Se trata de la construcción de un sistema de justificaciones, chantajes simbólicos, alegaciones y afirmaciones machacadas como dogmas, que constituyen hoy un "cemento" de la institución armada. Y en el centro de ello, el "Partido", no como lo imaginó Lenin, la Tercera Internacional o Rómulo Betancourt, sino como un aparato de control de masas, sembrado en todos los espacios sociales, confundido con el Estado, comandado por una oligarquía de líderes políticos que retroalimentan el consenso que los sustentan con mecanismos perversos: cooptación y amenazas.

Por el otro lado, ya hemos dicho que la oposición se ha reducido a ser la expresión del gobierno de Estados Unidos. Esto no niega que busque representar los intereses de las clases desplazadas del poder, sustituidas por otra burguesía, surgida de la expropiación fraudulenta de la renta. Así mismo, la oposición se presenta como adalid de la democracia representativa, de la eficacia calificada y hasta del sentido común. Pero sabemos de hace tiempo ese principio metodológico de descreer de lo que dicen los actores de sí mismos. Siempre representan un personaje. Por supuesto que tiene un respaldo de masas de importantes dimensiones, pero a estas alturas no está claro si ese seguimiento es por sus rasgos específicos o por simple rechazo al gobierno. De modo que la oposición no puede seguir con el desgaste al que han sido llevados por sus desatinos. Incluso si asumimos que son solo políticos a sueldo de Washington, necesitan mostrar algún avance en esa inversión.

Si vamos a la representación de clase, es decir, los alcances o límites (es lo mismo, según se vea) de su pensamiento y acción de unos representantes respecto a la masa de una clase social, hoy el gobierno de Maduro y la oposición se disputan ser la expresión de la burguesía. Digámoslo más general, pero también más claro: la representación del capital. Tanto uno como el otro se proponen estimular la inversión extranjera, lograr eventualmente nuevos e inmensos préstamos para "relanzar" (palabrita desgastada, muy del gusto de Maduro) o "reactivar" las "fuerzas productivas", privatizar lo que fue estatizado con tan malos resultados, acumular capital, etc. La diferencia está en que unos vienen de destrozar, con políticas improvisadas, gerencia ineficiente, corrupción criminal, la economía del país. Los otros, vienen de promover como casi única política unas sanciones que han impactado igualmente la economía y la sociedad venezolana. Ambos tienen responsabilidades muy grandes en este desastre, que nos ha puesto, como país, en un callejón sin salida. De hecho, la salida que están planteando ambos lados, es la misma: incorporarnos al capitalismo global en calidad de periferia de donde se extraen materias primas. Nada nuevo en realidad.

Otro asunto es que ambos hablan a nombre de la Constitución, las leyes y la institucionalidad. Más allá de la cuestión moral, de si son hipócritas los dos, de si cada uno puede acusar al otro (con base) de violar la Constitución y las leyes, está el hecho de que quieren hacer la pantomima de representar los valores de la democracia y la Constitución. Otro incentivo más para negociar: cada uno quieren aparecer como demócrata, cobrar ese "capital simbólico".

No sé si las negociaciones llegarán "a buen término". Aspiro a que sí, porque aprecio como ganancia para todo el pueblo, recuperar el funcionamiento de la Constitución. Incluso, pienso que, para la situación desesperante de la economía y la sociedad venezolana actual, con hiperinflación, decrecimiento, destrucción de servicios públicos, de colapso de la educación a todo nivel, crisis de la salud, en fin, lo que hasta en los medios académicos se ha caracterizado como "crisis compleja", no viene mal atraer capitales, reactivar lo que se pueda reactivar, tomar medidas al fin eficaces contra la hiperinflación y la caída. ¿De dónde? Pues, de afuera, sea de Europa, Norteamérica o Eurasia ¿De dónde más?

Pero lo que sí es correcto, conveniente, justo y deseable, es que se posicione una opción política, claramente diferenciada, del desastre a que nos han conducido tanto el chavomadurismo como la oposición teledirigida desde Washington. Allá ellos con su negociación. Ojalá hasta que salga "bien". Pero eso sí: no tenemos nada que ver con ellos, somos otra cosa.



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Jesús Puerta


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