Discurso del General Simón Bolívar, en Angostura, al Congreso de Venezuela (I)

Sin ninguna exageración, fue inmensa la erudición que poseía nuestro paisano venezolano, Simón Bolívar, ello, para poder concebir en su mente una tan extraordinaria pieza oratoria en la cual expone magistralmente el pasado, presente y su deseo por el porvenir de nuestra muy querida patria; Venezuela. Sucede el 15 de febrero de 1819, cuando nuestro héroe independentista se paró, en la Ciudad de Angostura, actualmente Ciudad Bolívar, para la época capital del país en la llamada Tercera República, frente a las altas personalidades representativas de las diversas Provincias, en que estaba dividido el territorio nacional, con motivo de la instalación del Congreso Constituyente de Venezuela. En el discurso de Angostura, el Libertador toca una muy variada temática, lo que hace el discurso dure unas tres horas y esté su manuscrito contenido en unos 150 folios del tamaño regularmente usado para esos casos, razón por lo que en los escritos que se publicarán en @aporrea.org será la selección de algunos párrafos con la intensión de ahorrar espacio en la web y tiempo en lectura al usuario, sin embargo, trataré de atinar en las cosas que crea tiene mayor importancia para exponerlas. Entonces, comencemos la labor de transcripción del Discurso de Simón Bolívar en Angostura, ante el Congreso Nacional Constituyente.

"Señor. ¡Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando ha convocado la Soberanía Nacional para que ejerza su voluntad absoluta! Yo, pues, me cuento entre los seres más favorecidos de la Provincia Divina, ya que he tenido el honor de reunir a los Representantes del Pueblo de Venezuela en este augusto Congreso, fuente de la autoridad legítima, depósito de la voluntad soberana, y árbitro del destino de la Nación. Cuando transmito a los Representantes del Pueblo el poder supremo que se me había confiado, colmo los votos de mi corazón, los de mis conciudadanos y los de nuestras futuras generaciones que todo lo esperan de nuestra sabiduría, rectitud y prudencia. Al cumplir con este dulce deber, me liberto de la inmensa autoridad que me agobiaba; como de la responsabilidad ilimitada que pesaba sobre mis débiles fuerzas. Solamente una necesidad forzosa, unida a una voluntad imperiosa por parte del Pueblo, me habría sometido al terrible y peligroso encargo de Jefe Supremo de la República. Pero ya respiro, devolviéndoos esta Autoridad que con tanto riesgo, dificultad y pena he logrado mantener en medio de las tribulaciones más horrorosas que pueden afligir a un Cuerpo Social. No ha sido la época de la República que he presidido, una mera tempestad política, ni una guerra sangrienta, ni una anarquía popular, ha sido, sí, el desarrollo de todos los elementos desorganizadores; ha sido la explosión de un torrente infernal que ha sumergido la tierra de Venezuela. ¡Un hombre y un hombre como yo! ¿Qué podría oponer al ímpetu de estas devastaciones? En medio de este piélago de angustias no he sido más que un vil juguete del huracán revolucionario que me arrebataba como una débil paja.

Yo no he podido hacer, ni bien, ni mal: fuerzas irresistibles han dirigido la marcha de nuestros sucesos; atribuírmelos no sería justo, y sería darme una importancia que no merezco. ¿Queréis conocer los autores de los acontecimientos pasados y del orden actual? Consultad los anales de España, de América, de Venezuela: examinad las Leyes de Indias el régimen de los antiguos mandatarios: la influencia de la Religión y el dominio extranjero: observad los primeros actos del Gobierno Republicano: la ferocidad de nuestros enemigos y el carácter Nacional. No me preguntéis sobre los efectos de estos trastornos para siempre lamentables, apenas se me puede suponer simple instrumento de los grandes móviles que ha obrado sobre Venezuela. Sin embargo mi vida, mi conducta, todas mis acciones públicas y privadas son del dominio del Pueblo. ¡Representantes! vosotros debéis juzgarlas. Yo someto la historia de mi mando a vuestra imparcial decisión, y nada añadiré para excusarla; ya he dicho cuanto puede hacer mi apología. Si merezco vuestra aprobación, habré alcanzado el sublime título de buen ciudadano, preferible para mí al de Libertador que me dio Venezuela; al de Pacificador que me dio Cundinamarca; y a los que el Mundo entero me puede dar. Legisladores: yo deposito en vuestras manos el mando Supremo de Venezuela. Vuestro es ahora el sublime deber de consagraros a la felicidad de la República, en vuestras manos está la balanza de nuestro destino, la medida de nuestra gloria: ellas sellarán los Decretos que fijen nuestra Libertad. Este momento el Jefe Supremo no es más que un simple ciudadano y tal quiere quedar hasta la muerte. Serviré, sin embargo, en la carrera de las armas mientras haya enemigos en Venezuela. Multitud de beneméritos hijos tiene la Patria capaces de dirigirla: talentos, virtudes, experiencia y cuanto se requiere para mandar a hombres libres, son el patrimonio de muchos de los que aquí representan el Pueblo, y fuera de este augusto cuerpo se encuentra ciudadanos que en todas épocas han mostrado valor para arrostrar los peligros, prudencia para evitarlos, y el arte en fin de gobernarse y de gobernar a otros. Estos ilustres varones merecerán sin duda los sufragios del Congreso, y a ellos se encargará del Gobierno que tan cordial y sinceramente acabo de renunciar para siempre.

José M. Ameliach N. Diciembre de 2018



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