Maltusiano Beneficio de una Guerra Económica

El clérigo anglicano Roberts Malthus llegó a la convicción de que de que no existe mal alguno que por bien no venga, con esas mismas u otras palabras.

Incluyó entre tantos males, propios de las sociedades clasistas, las guerras a muerte entre países, vecinos o no, mismas que mientras más desastrosas fueran más abrían nuevos y renovados mercados.

Tuvo el tupé de afirmar que la pobreza crecía en progresión geométrica mientras las empresas capitalistas apenas lo hacían en una aritmética; que, en consecuencia, a la humanidad (proletaria , debió decirlo y lo silenció) la amenazaba constantemente una hambruna general.

Fue incapaz de observar que lo que realmente crecía logarítmicamente era (hoy no tanto porque el capitalismo se halla en extinción) la riqueza acumulativa de los terratenientes y capitalistas, mientras la pobreza, si bien ha seguido creciendo, en los países apegados al sistema burgués, esa pobreza frente a la acumulación capitalista, decimos, se queda corta porque buena parte de los trabajadores muere en el intento.

En frío, a ese dogma demográfico suyo Malthus le atribuyó grandes oportunidades económicas para la renovación plena de mercados, con nueva sangre proletaria, cosas así.

Bien, sobre esas bases filosóficas y especulativas, por supuesto ajenas a las verdaderas fuentes de la riqueza y de la verdadera forma de acabar con la pobreza engendrada por los ricos de otrora y de hoy[1], la presente guerra económica que sufrimos los trabajadores no pequeños burgueses, está dejándonos positivos y nuevos hábitos de consumo.

Se está regulando el despilfarro de agua, de aceite, de gasolina, de pasta dental, de jabones, de los cepillos de dientes, de la ropa exterior e interior, del calzado; se ha reducido el consumo de bebidas etílicas, ninguna buena para la salud ni para el bolsillo.

Se ha optado por la reparación casera de muchos artefactos eléctricos que antes simplemente se renovaban más por razones estéticas y vanidosas que como valores de uso.

Efectivamente, por ejemplo, el cepillo de dientes puede durarnos más simplemente cortándoles un milímetro a sus cerdas. Asimismo, el jabón nos rendirá más en jaboneras que lo mantengan seco, y se puede cortar en pequeños y funcionales trozos, en lugar de pastillas enteras en cada baño; el tubo de pasta dental se puede usar al máximo exprimiéndole su contenido: basta aplanar sus envases; las ropas pueden coserse al menor daño o roto, etc., etc.

Se trata de volver a viejos tiempos donde, más que por pobreza de bolsillo o por precios encarecidos, las familias eran consumidoras y en paralelo un tanto productoras caseras.



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Manuel C. Martínez


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