La revolución rusa: 100 años

Hace 100 años, una marea humana teñida de rojo llevó a cabo una tarea que hasta ese momento jamás se había llevado a cabo. Durante más de 5.000 años de historia el campesino estuvo subyugado por el señor y el asalariado por el propietario. Sin embargo, hace un siglo, en el país más dependiente y atrasado de Europa, donde las condiciones eran más duras y el antiguo régimen más poderoso, un grupo de obreros fabriles (la Guardia Roja) tomaron la capital de su imperio, arrebatándosela al "Rockefeller Ruso" (1), a los burócratas, nobles y capitalistas.

Hace 100 años, un grupo de "milrublistas" (2), con los zapatos ajados y tras varios días sin dormir, hicieron algo que nunca antes la humanidad había visto: destruir, de forma efectiva, el poder de la oligarquía y de su Estado e iniciar la creación de una sociedad donde, por primera vez, no hubiera opresores ni oprimidos.

En las trincheras de la guerra, con los pies ajados y tras varios días sin comer ni dormir, los soldados del frente preguntaban a la retaguardia "¿Han traído algo para leer?". En los barrios, los comités locales electos por los vecinos se encargaban, por su propia mano, de la vida de la ciudad. En medio de la revolución, los obreros decidían mano a mano si apoyar o no a los bolcheviques. En cada aliento, las ideas ametrallaban las calles. Los pobres empezaron a apoyarse entre sí, dándose cuenta de que tenían más poder del que habrían pensado.

Hace ya 100 años, la burguesía rusa, democrática e ilustrada, no pudo matar de hambre la revolución. En las colas del pan, extraños hombres susurraban el miedo al judío y al bolchevique, ambos agentes alemanes. Pero las amas de casa no hicieron caso.

Mientras izquierdistas peleaban por asientos en el continuismo monárquico y atacaban a las masas con argumentos leguleyos, a su margen fue creciendo el río humano de la auto-organización local y nacional. Un Estado paralelo, controlado por el pueblo, fue naciendo en las entrañas podridas del capitalismo zarista.

Finalmente los trabajadores, cansados y hambrientos, entraron en el Palacio de Invierno. En los pasillos aún puede oírse "¡Disciplina revolucionaria! ¡Propiedad del pueblo!" Pronto, los trabajadores montaban guardia para asegurarse de que ningún tesoro del Palacio era robado. Todo pertenecía al pueblo.

Hace 100 años, los funcionarios y burócratas pasaron a cobrar lo mismo que los obreros, y los comités de fábrica entregaron la propiedad de la gran industria al pueblo. En el decreto sobre la nacionalización de los bancos podía leerse cómo se acababa la especulación financiera, para emancipar de forma completa a todo el pueblo de la explotación del capital bancario. El primer sistema extensivo de educación y sanidad pública se ponía en marcha.

Al enterrar a sus muertos tras la lucha, en las banderas sólo podían leerse consignas de hermandad: "¡Viva la fraternidad de los obreros del mundo entero!" y también "A los mártires de la vanguardia de la Revolución socialista mundial". El pueblo ruso sabía que no luchaba sólo por él mismo. Por primera vez en la historia, un movimiento social genuinamente obrero adquiría carácter universal, mundial. Incluso en las banderas de los soldados se leía "¡Exigimos una paz general, justa y democrática!". La lucha era por todos. Es por todos.

El 30 de noviembre se publicaron los resultados de la Asamblea Constituyente en Petrogrado. De las 19 listas, dos grandes partidos darían paso a un nuevo mundo, más allá de las fronteras: los bolcheviques y los eseristas, con más de 500.000 votos entre los dos. Así, la primera gran alianza entre los obreros y los campesinos marcaría el destino de todo el siglo XX, y de las luchas futuras que están por venir.

La URSS fue derrotada, al igual que la Revolución Francesa con la Restauración o la Comuna de París con los ejércitos reaccionarios. Pero por primera vez en la historia, demostró que los obreros, las masas asalariadas, podían, de facto, tomar el poder y echar a los capitalistas, e iniciar un nuevo capítulo en la gran marcha histórica de la humanidad. Y que, por lo tanto, nada estaba predeterminado o establecido. Todo sistema podía cambiarse. Todo sistema podía derrocarse.

Larga vida a la lucha emancipadora del pueblo. Larga vida al socialismo.

NOTAS

* Los entrecomillados y la información general proceden del libro Diez días que estremecieron al mundo (J. Reed).

(1) Stepán Gueórguievich Liánozov, gran capitalista ruso. Era partidario de que las tropas extranjeras contra las que el pueblo ruso luchaba intervinieran para frenar la revolución.

(2) El sueldo medio de un obrero no pasaba de 35 rublos al mes. Un par de zapatos bien podían costar 100 rublos o más.

 

 



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Teodoro Santana Nelson


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