América Latina no gira a derecha

Una controversia opone a quienes aseguran que América Latina ha iniciado un período de desplazamiento hacia la derecha y quienes niegan que la región asista a un fin de ciclo.

Doble error, que suma confusión a la compleja coyuntura latinoamericana. Sí: el fin del ciclo está a la vista y fuera de discusión. No: el cambio de período no supone un giro conservador y reaccionario de los pueblos involucrados en el vertiginoso proceso que llevó a la creación del Alba, Unasur y Celac, más la ampliación de Mercosur.

No es el apoyo a propuestas y dirigencias reaccionarias la causa de resultados electorales que debilitan o directamente reemplazan gobiernos calificados como “de izquierda”. Por el contrario, es la ineficacia, la inconsecuencia o directamente la traición de algunos gobiernos a la participación democrática como medio para abolir la opresión y construir una sociedad socialista.

No hay un solo líder reaccionario con aval de masas. Por todo un período no lo habrá. El riesgo no reside en una tendencia definida de las masas hacia la derecha, sino en la frustración de su voluntad de cambio. Gobiernos considerados “de izquierda” decepcionaron a las masas y las empujaron hacia las garras de dirigentes prefabricados por consultoras y medios de difusión. En ausencia de instancias revolucionarias reconocidas la crisis económica, inexorable, provoca desagregación social y confusión política. Allí está el riesgo a afrontar.

Diferencias
Casos especiales son los resultados electorales en Venezuela el 6 de diciembre de 2015 y en Bolivia el 21 de febrero. Baste decir aquí que la mayoría de la población respalda a los gobiernos de Nicolás Maduro y Evo Morales y en ambos países existen estructuras políticas con arraigo y capacidad de conducción. Tal como estas páginas expusieran en su momento, fueron otras razones las que llevaron a circunstanciales derrotas electorales, que en sí mismas no significan nada trascendental, aunque dadas ciertas condiciones podrían ser punto de partida para una dinámica inversa a la dominante en estos países.

En cambio el juicio político a Dilma Rousseff resulta de un fenómeno de otra naturaleza. Más diferenciado aún es el caso de Argentina. En este país ganó las elecciones un presidente ultraconservador con base en una estructura partidaria socialdemócrata. Y en una primera fase logró el respaldo pasivo de una mayoría significativa, básicamente como expresión de rechazo al gobierno anterior. Algo análogo ocurrió en Perú, donde la conducta de Ollanta Humala empujó a la ciudadanía a dar respaldo mayoritario a dos expresiones de ultraderecha.

Diferenciados en otro sentido también están los gobiernos de Uruguay y Chile, los cuales no traicionan promesas que jamás hicieron pero tampoco avanzan un programa capaz de consolidar y proyectar el respaldo de las mayorías que los llevaron al poder.

En los comienzos del período de la convergencia latinoamericana hubo un abuso conceptual en la identificación de procesos que, con excepción de los países integrantes del Alba, carecían de programa, estrategia e ideología comunes. Ese exceso, dictado en ciertos casos por la ingenuidad, reaparece ahora al final del ciclo bajo la forma de infundado pesimismo.

Una y otra actitud distan de la base conceptual que permita comprender lo que está en juego. No es dable esperar piedad política del imperialismo. Washington tiene todo al alcance de su mano para que un mínimo error sea pagado muy caro. En la aplicación de un programa de revolución los errores son inevitables.

En cambio la ausencia de estrategia antimperialista, la negativa a la organización y participación de las masas, la defensa del capitalismo, desemboca necesariamente en la victoria de las fuerzas reaccionarias.
Además, la corrupción no es un error ni un invento del imperialismo. Si bien es propia de una sociedad mercantil, jamás puede anidar en las máximas figuras de un proceso político que se pretende transformador. La ciudadanía en todas sus clases los rechazará.

Estas obviedades deberían ser suficiente para reivindicar la teoría como base para la acción. Revalidar la moral revolucionaria. Y promover el más grande esfuerzo por rescatar, difundir y aplicar conceptos forjados al calor de la lucha de clases internacional.

Eso podrá hacerse sólo sobre la base de los gobiernos del Alba articulados en los demás países con Partidos y movimientos sociales dispuestos a acordar un programa de acción, una organización regional y una estrategia de emancipación.

Allí está el aspecto más relevante del fin de ciclo: ya no rige una dinámica de convergencia de las burguesías de la región, sino todo lo contrario; ya no es la acumulación parlamentaria el ámbito de interés principal; ya no queda espacio para el reformismo fuera de sus alianzas con fuerzas conservadoras.

En la sostenida esperanza de las mayorías por cambios definitivos, en su compromiso actuante o expectante con direcciones revolucionarias de masas, está la realidad de la coyuntura. Y la posibilidad de convertir el retroceso a la vista en contraataque continental.



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Luis Bilbao

Escritor. Director de la revista América XXI

 luisbilbao@fibertel.com.ar      @BilbaoL

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