La comuna, ¿puede parir el individualismo?, y por qué la familia es una oferta burguesa

Ya Carlos Marx nos señaló el dañino potencial clasista que se encerraba en la unidad familiar[1]. De poco valdría una conciencia socialista y solidaria en teoría, si en el propio seno de nuestro hogar, de nuestra intimidad familiar, sólo somos solidarios desde un punto de vista consanguíneo, por lazos de herencia biológica, por amor natural de los padres a los hijos, de algunos hermanos entre sí, en el mejor de los casos.

Necesitamos amar a los miembros de otras familias, pero mientras cultivemos a los nuestros con prioridad y prácticamente nos baste amarlos, cada familia tenderá a andar por su lado, no se hará solidaria, sino amiga, conocida o compañera de trabajo en los talleres del explotador clasista o, en lo peor, como compañera de farra y en acciones antisociales o antifamiliares.

Así se ha desenvuelto la familia clasista; necesitamos una familia que considere a todos los hijos cnomo si fueran suyos, que considere a su vecino como un familiar o pariente en grado menor, pero hasta allí en su potencial desprendimiento familiar.

Posiblemente, la idea y el pregón cristianos de amarnos los unos a los otros, de que somos hermanos de un mismo padre, de una misma pacha mama, descanse en el hecho de que de poco servirán nuestros buenos deseos de vivir en comunidad, si al salir del trabajo nos aislamos entre 4 paredes. Si nos desentendemos de la familia cuyo padre quedó sin trabajo, del enfermo de al lado, del hambre ajena.

Porque la sociedad clasista así es como nos ha educado: el dinero de la sociedad es privado, o sea, el dinero es ajeno y también el hambre que implica su carencia.

Por eso, ser solidario y comunitario es vivir en una gran familia: No puede seguirse usando una cocina para cada familia porque de esa manera nadie se entera de cuánto comemos, ni de qué comemos, ni de que carecemos, como no podemos seguir usando un vehículo de 5 pasajeros para que vayamos solitos al trabajo y a otras diligencias.
 

Esos disparates son el resultado que la sociedad mercantil burguesa que nos ha vendido el peor de los consumismos, más allá de las modas superfluas y repetitivas: nos ha inculcado la idea de que ternemos que tener una cocina propia, unos cubiertos propios y personalísimos.


[1]Esta unidad familiar es una de las categorías sociológicas más antiguas y que menos ha evolucionado, desde los mismos tiempos del cavernícola, salvo en modificaciones técnicas de algunos medios hogareños de trabajo. La piedra de machacar nos recuerda y nos muestra la permanencia de la edad de piedra usada por nuestros bastante remotos antepasados. La unidad familiar que nos ha vendido el Cristianismo, por ejemplo, lleva sus buenos 2.000 años sin cambio alguno en cuanto a conducta extrafamiliar. La conseja de amarnos los unos a los otros no ha sido extendida al resto de las familias: en nuestros semejantes sólo hemos visto competidores en el trabajo, en el juego, en la tenencia de dinero, amigos de un mismo ejército y enemigos en el bando adversario,cosas así.

 



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Manuel C. Martínez


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