Crónica Detroit 2

Cómo rompí con la Religión: dedicado a Pilar, mi madre, a Ligia y Gerardo

Cuando tenía 18 años rompí con la religión. Es decir, rompí no sólo con la práctica de la religión, sino con la idea que existía un Dios. Desde entonces soy ateo, estoy huérfano de Padre celestial. Y quiero explicar cómo sucedió.

Mi padre era ateo. En cambio mi madre era y es creyente. La influencia de ambos ha sido importante. Cuando era niño, mi padre respondía a mis preguntas sobre el principio del universo con que siempre existió. A mí no me cabía en la cabeza. Entre los 10 y los 15 años fui a un colegio de curas, los Salesianos, que me llenaban la cabeza de temores, de odio hacia los comunistas, hacia los ateos. Mi padre era pues uno de ellos, aunque no fuera comunista. No lo odiaba, pero lo temía y no lo entendía. Luego lo entendí y amé.

Mi mamá fué quien decidió que fuera a los Salesianos. Para ella la educación que podía recibir allí era la mejor. Aunque le costara bastante dinero. Ella quería lo mejor para sus hijos. Pero la educación religiosa que recibí me vacunó contra la religión, contra la idea de Dios. Entre los padres salesianos había de todo: bueno y malo. Pero predominaba lo último. La influencia de un buen maestro, Don Juan, que había sido misionero en África, me hizo la ruptura más difícil, porque lo quería. Yo durante un tiempo casi que creía que también podría ser misionero. Era como una vida aventurera. Pero cuando pensé que no podría estar con ninguna mujer, se me quitaron las ganas. En cambio Don Pedro, un cura gordo que renegaba siempre de los comunistas porque le habían ametrallado un pié durante la revolución española ( ¡a saber por qué!), me mostró lo peor. Aparte de dar tortazos a diestro y siniestro, tocaba a los niños que se dejaban, era un pederasta. Y lo hacía en la clase, a la vista de todos. ¡Qué no haría a escondidas!

Yo formaba parte de un grupo de Boy Socuts. Estaba ligado a la iglesia católica. Los locales nos lo dejaban los curas parroquiales. Entré con ellos en el colegio salesiano, a los 10 años. Siempre cumplíamos con la asistencia a misa los domingos. Era parte de “ser bueno”. Cuando el grupo fue creciendo en edad, empezamos a tener charlas cada vez más críticas con la sociedad, con el régimen fascista. Y, de forma natural, críticas hacia la iglesia que siempre dio apoyo al régimen y a una sociedad bien conservadora. Ahí empezamos a distinguir entre la voluntad de “estar siempre a punto” de servir al pueblo, con la hipocresía y “buenos modales”, lo que más adelante se diría, lo “políticamente correcto”. Lo uno se daba patadas con lo otro en nuestra sociedad atrasada y aislada de Europa.

Yo no fui de los primeros en criticar la religión ni la idea de Dios. Pero sí fui el primero, una vez llegué a la convicción de que todo aquello era una impostura para preservar un orden injusto, en liderar la rebelión del grupo. Propuse que dejáramos de ir a misa. Lo dije un domingo, un poco antes de entrar a la iglesia. Me sentía asqueado, haciendo algo que yo estaba en contra, que era una mentira, y que los demás también sabían que era así. Hubo discusión. Nuestro guía, unos pocos años mayor que los demás, nos había enseñado mucho y había liderado la crítica, pero decidió que tomáramos la decisión después de otro debate. Yo ya no aguanté y esa mañana me pasé toda la misa haciendo lo contrario de los movimientos que se hacían: sentarse, arrodillarse, levantarse. Algunos me siguieron. Todo lo hacíamos mal. El cura, un cura joven, se enojó mucho. Pero a partir de aquel día ya no fuimos nunca más a misa. Aunque alguno siguió yendo, de vez en cuando, por quedar bien ante sus papás o los de su novia. Después recuerdo que se casó por la iglesia. La mayoría rompimos definitivamente.

Pero romper con la religión no fue sólo un acto de rebeldía. En el fondo todos tenemos una cierta necesidad de tener una explicación, una seguridad, un sentido de la vida. Desapareciendo, o negando, el Dios que hasta entonces habíamos creído, era quedarse como solo y huérfano. ¿Cómo soportarlo? ¿Qué explicación al principio de la vida? ¿Qué sentido tiene la vida si sólo es nacer, vivir y morir, como cualquier animal? ¿Y qué moral?

Me hice mi propia teoría: el ser humano éramos la parte más avanzada de la naturaleza, la más evolucionada. Primero habían nacido los microorganismos, las plantas, los animales y, muy al final, de ellos había surgido un animal capaz de evolucionar más rápidamente, con un cerebro mejor, capaz de entender las propias leyes de la naturaleza, de aplicarlas para su disfrute y uso. Y ahí ví que la religión había sido como algo necesario, útil, durante mucho tiempo. Era algo para explicarnos a nosotros mismos un sentido a nuestra propia evolución. Era un cuento que nos lo creímos. Pero ya no era necesario.

Después he estudiado algo más el tema, leí a Darvin y otros, pero básicamente creo que estaba en lo correcto. Y comprendí lo que Marx decía sobre la religión como “opio del pueblo”. También del porqué en el movimiento obrero en Cataluña fue bien pronto anticlerical, empezando por la quema de iglesias en la “Semana trágica” en 1909, por su complicidad con la guerra colonial contra el norte de Marruecos (1). Y cómo el poder de la iglesia y los partidos conservadores se vengaron, fusilando personas, entre ellos al librepensador y famoso pedagogo anarquista Francesc Ferrer y Guardia, fundador de la Escuela Moderna (2). Mi evolución, como obrero catalán, ha seguido pues un curso ya hollado por las generaciones obreras que me precedieron.

Desde entonces no creo en Dios ni en nada celestial, ni eterno. Y sigo siendo un huérfano en la tierra que pisamos. Pero lo que calma mi sed de buscar una explicación a la vida es la lucha por el comunismo. Es decir, la convicción de que el ser humano es, en sí mismo, capaz de crear la sociedad que quiere. De que es capaz de hacerlo en armonía con la naturaleza, como parte de ella, sin violentarla, sin romper los ritmos y equilibrios vitales.

¿Es esa idea un imposible? No lo creo. Los medios para lograr una sociedad donde las necesidades materiales, culturales, espirituales, sean cubiertas, existen. Basta ver la cantidad de alimentos que se generan, y hasta se tiran. Basta ver la cantidad de literatura, de música, de pintura, de arte...¡y de qué calidad!, que se genera en el mundo. Basta ver la cantidad de dinero, que es riqueza acumulada, que se genera. Tanta... que hasta engendra crisis, guerras, epidemias, por no poder convertirse en mercancías y en beneficio privado. Sólo existe un pequeño problema...que hay que arrebatar el poder a un 1% muy poderoso y para ello hay que organizarse y tener conciencia política. Y eso es duro. En ello sigo desde mis 19 años...

Creo pues en el paraíso. El paraíso existe. Está en este planeta.

Al viajar por América, en el Sur y el Norte, encuentro muchas personas religiosas. O creyentes, como me dice alguna de ellas. Aunque, para mí, el creyente en Dios es religioso también aunque no vaya a misa. Lo respeto profundamente. Mi mamá lo es a su manera también. Muy simpática, con sus 89 años y bien hermosa. Ella cree que existen los ángeles. Pero yo sé cómo consigue esos ángeles. Por ejemplo, cuando va caminando hacia el pueblo -ya que apenas hay transporte público desde mi urbanización- y pasa un coche, lo para y le pide si va hacia el pueblo. El hombre, o la mujer, se apiadan de ella y la hacen subir. ¡Esos son sus “ángeles”!. Y, efectivamente, ese es el paraíso y los ángeles en los que yo creo. Es fruto del azar...¡y de las personas!

No escribo esta crónica para tratar de convencer a nadie. Es simplemente que quiero que nos entendamos, creyentes y no creyentes. El día que todos y todas nos demos una explicación común de cómo hemos llegado hasta aquí, seguramente nos entenderemos aún mejor. Pero, por ahora, podemos y tenemos que ir juntos, podemos tratar de construir juntos un mundo mejor. Luchar juntos por él, por el futuro de nuestras próximas generaciones y la preservación de la naturaleza con sus ciclos vitales, la Pacha Mama.

La moral vendrá de cumplir con ese deseo, ese trabajo, esa lucha. Y del goce común, por supuesto. Nadie más tiene derecho a imponernos otra moral. La moral religiosa fabricada por las iglesias es hipocresía social al servicio de los poderosos. La moral que necesitamos es personal, intransferible, la que cada uno quiere y necesita: de cada cual según su necesidad, a cada cual según su posibilidad.

Termino recomendando un libro que es un Best seller en Estados Unidos. Se llama “The Atheist's Bible”. Se trata de frases de personajes históricos y famosos ateos o agnósticos recogidos por Joan Konner. Ahí se pueden encontrar pensamientos, por ejemplo, de Napoleón, Ghandi, Catherine Hepburn y muchas más personas que nunca hubiéramos dicho que fueran ateas. Pero sus reflexiones invitan a pensar, a ver el mundo a partir de una visión laica, no dogmática y crítica con la realidad, con el poder, con los ricos. Es un buen libro que regalar. Y su inglés es de muy fácil lectura (3). Para gozar leyéndolo y aprendiendo. Para ir compartiendo y entendiéndonos mejor como humanos.

(1) http://es.wikipedia.org/wiki/Semana_Tr%C3%A1gica_(Espa%C3%B1a)

(2) http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_Ferrer_Guardia

(3) http://store.kobobooks.com/en-us/books/Title/i86EfHRy_km67kqRGj30CQ?MixID=i86EfHRy_km67kqRGj30CQ&PageNumber=1&utm_source=shopping.com&utm_medium=cpc&utm_campaign=title-The+Atheist%27s+Bible



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Alfons Bech

Militante obrero, y revolucionario marxista. Miembro de de la CCOO, la federación sindical más grande de España. Activista político de L?Aurora y EUiA.

 albech12@gmail.com      @alfonsbech

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