La revolución contra las podredumbres: El camino más duro de la utopía bolivariana

Para decirlo desde la perspectiva bíblica, la tentación de la carne y la tentación del espíritu, bordean desde siempre, casi genética y genésicamente, la existencia social del ser humano. Ubicado en la primera de dichas tentaciones, el homo sapiens edificó la actual civilización científico-técnica, basada en la materialidad de la vida, la reificación de las relaciones humanas y el consumismo desenfrenado. Bajo el control de la clase burguesa y su concepción mercantilista de la vida, la sociedad moderna está concebida y estructurada como un solo y gran mercado, en el cual todo tiene un precio, según la óptica capitalista. A excepción del placer sexual (concebido en condiciones de equilibrio, de buena salud psíquica y relaciones afectivas sanas), los valores de la tentación materialista están asociados a la inmoralidad, al mal, al crimen y al pecado. En el Lado opuesto, la tentación espiritual ha estimulado el desarrollo de una conciencia más profunda y elevada que busca la trascendencia en la fe, en la grandeza, en la gloria, en la paz, en el sosiego y la tranquilidad del alma. Por esa razón, el lado espiritual del ser humano se alimenta de la integridad moral, el bien, la vida y el perdón. Sus valores más preciados son el amor al prójimo o la solidaridad humana, la convivencia pacífica, el respeto, la honestidad, el trabajo, la dignidad.

Sin embargo, es necesario reconocer que dentro de este marco dicotómico, blanco y negro, antagónico y excluyente, tiene lugar todo un amplio espectro, complejo y dinámico, de interacciones, actitudes, conductas e ideas filosóficas, políticas y de carácter ético, moral y estético, cuyas consecuencias han sido muy poderosas e influyentes en la lucha eterna entre El Bien y El Mal. En definitiva, no existe un absoluto material y otro espiritual. Ambos se cruzan dialécticamente, interactúan, dialogan, se retroalimentan incesantemente. Pero, cuando estamos frente a la realidad de la lucha social y cuando, en última instancia, la historia nos llama, nos emplaza y nos convoca para empujar los cambios fundamentales para alcanzar la felicidad del ser humano, en cada uno de nosotros se impone necesariamente una definición existencial, una opción ética, una convicción moral, una creencia espiritual, una praxis política, una visión filosófica y un sentido de la responsabilidad en relación directa con nuestra propia persona y con el colectivo social. Quizás hoy, en la coyuntura actual de la gran crisis del capitalismo imperialista, sea éste uno de esos momentos en que las condiciones objetivas para el cambio están dadas y se combinan con la madurez de la conciencia para producir el salto cualitativo que la historia reclama.

Lo dicho sirve de referencia conceptual para decir que el mundo capitalista moderno en el cual vivimos, es, en esencia, un mundo revolucionario fundado en la capacidad racional e irracional y la imaginación de la conciencia del ser humano para romper con lo viejo y crear lo nuevo, independientemente de la orientación socio-política o clasista. Por esa razón, la modernidad burguesa la experimentamos como un constante presente acosado por un pasado que muere y no muere; y a la expectativa de un futuro por venir que no termina de llegar. Esa es la paradoja de la modernidad capitalista, medida en el tiempo que es la medida del devenir humano. Para los explotados y desposeídos, la consecuencia lógica de esa dinámica ha sido la frustración, la desilusión y el desengaño; no así para los explotadores y dueños del capital. La base del modo de producción capitalista es la permanente transformación de la naturaleza y el ser humano en mercancía. Su ley suprema es la ganancia; y sus valores están determinados por la dinámica del mercado.

En consecuencia, para el capitalismo los valores morales, éticos, espirituales, filosóficos, no existen. Todo es materialidad, cosa útil o inútil, susceptible o no de ser convertida en mercancía para obtener ganancia y acumular riqueza y poder. El resultado de esta lógica capitalista es una forma de vida dual: una aparente decencia llena de confort, lujo y ostentaciones; tras la cual se esconde una cruel y miserable realidad llena de podredumbre moral, ética y espiritual. La burguesía, como clase rectora de la modernidad capitalista, es una clase social corrompida, perversa y criminal en lo moral, en lo ético, en lo económico, lo político y lo cultural.

Para los revolucionarios y pueblos de nuestra América es necesario tener claro que la burguesía nace dentro de la cultura europea, se desarrolla más allá de sus propios mares, triunfa sobre el feudalismo y se consolida en el poder, apropiándose de toda la herencia espiritual y material de la humanidad. De esa manera, su sistema capitalista ha generado las mayores tensiones entre lo material y lo espiritual que hoy caracteriza a la civilización tecno-destructiva, hegemonizada globalmente por el capitalismo imperialista europeo-norteamericano.

Si nos ubicamos en la perspectiva de las mejores tradiciones populares de nuestro continente, el capitalismo es un sistema extraño y perverso que todo lo corrompe y lo daña. Los conquistadores españoles, como primeros emisarios del capitalismo naciente de la vieja Europa, llegaron, corrompieron y destruyeron los sistemas económicos-socio-culturales aborígenes de nuestro suelo continental. Posteriormente, a comienzos del siglo XX, el capital petrolero norteamericano llegó a Venezuela e inició una nueva era de corrupción, podredumbre y perversión, conocida en nuestra historia como la cultura del petróleo que hoy domina y reina en todas las instancias del Estado burgués venezolano, independientemente de la existencia de diez años de gobierno revolucionario bolivariano. Y más allá del Estado, el capitalismo y la cultura parasitaria, rentista, dependiente y apátrida de la burguesía venezolana, domina la estructura económica y casi todas las instancias de la superestructura política, jurídica, ideológica y cultural de nuestra sociedad. En definitiva, la estructura capitalista, la ideología y la cultura burguesa, rentista, parasitaria, perversa y podrida se ha convertido en la Quinta Columna del proceso bolivariano. Desde adentro viene actuando, corroyendo, carcomiendo y matando la esperanza, como un cáncer que es necesario extirpar antes de que acabe con el cuerpo joven y tierno de la revolución bolivariana.

En el marco de esta realidad histórica concreta, hoy está planteada una gran confrontación moral, ética, política, existencial. El problema de la corrupción, estigmatizado y popularizado con la palabra podredumbre, obliga a profundizar el rumbo de la verdadera revolución bolivariana. Es obligante una posición radical y categórica frente a los dos casos emblemáticos que están en el centro del escenario político y la coyuntura electoral del próximo 26 de septiembre: los alimentos vencidos en PDVAL, que toca la sensibilidad moral y la exigencia ética del proceso bolivariano, por un lado; y, por el otro, la estafa a los ahorristas del banco Federal, que desenmascara a la burguesía más apátrida y criminal de nuestro país.

Vistos los dos casos como hechos sin parcialidad política, es indudable que se trata de una misma podredumbre moral. Pero, es necesario advertir que los contextos son diferentes. PDVAL es una corporación creada por el gobierno revolucionario, a través de nuestra principal empresa petrolera, PDVSA, para atender parte de las necesidades alimentarias de los sectores populares de nuestro pueblo, como en efecto se ha cumplido ininterrumpidamente, aun, con todos los miles de contenedores de alimentos perdidos, lo cual habla de la seriedad del compromiso del presidente Chávez para no fallarle a su pueblo, independientemente de los funcionarios corruptos de PDVAL. En cambio, el banco Federal es una institución capitalista, propiedad de un burgués perverso, apátrida y ladrón, que se valió de un medio informativo de su propiedad compartida, para engañar y estafar al público, particularmente a sus seguidores ideológicos.

Sin embargo, los hechos resultan bien interesantes para el proceso revolucionario. Independientemente de las investigaciones legales y sus resultados judiciales, lo que está planteado para la revolución es el combate moral, ético, cultural, político, filosófico que contribuya a fortalecer la esperanza del cambio anti-imperialista y anti-capitalista. Los hechos replantean con fuerza el problema de los valores, la confrontación de los nuevos valores del socialismo bolivariano del siglo XXI con los viejos valores de la civilización capitalista.

No se puede soslayar el hecho saludable de que se ha puesto en evidencia pública y notoria, la presencia de la podredumbre burguesa en las nuevas estructuras de la revolución. Lo viejo ha penetrado lo nuevo. Los sueños están heridos, la esperanza está estremecida; pero la voluntad y la fuerza revolucionaria se alza y se yergue con toda su hidalguía de patria y de dignidad para no dejarse doblegar, ni vencer. Sabemos muy bien de qué lado están los enemigos del pueblo y de la patria. Hemos llegado a la hora de la revolución contra la podredumbre y estamos plenamente conscientes de que es el camino más duro de la utopía bolivariana, pero es el camino. Queremos ratificar nuestra confianza en el liderazgo del Comandante Chávez en esta lucha fundamental, en la que no le debe temblar el pulso para enfrentar por igual a los corruptos de afuera y los de adentro, para que la utopía libertaria siga así su rumbo indetenible hacia la construcción de un mundo nuevo y posible: el socialismo, la independencia y la soberanía integral de la patria.

AMÉRICA LATINA, UN SOLO DESTINO: ¡PAZ Y LIBERTAD!

¡FUERA LAS BASES MILITARES!

YANKYS, ¡GO HOME!

¡PATRIA SOCIALISTA O MUERTE. VENCEREMOS!


chfariasa@hotmail.com


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Christian Farías

Licenciado en Educación. Docente universitario.

 chfariasa@hotmail.com

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