La revolucionaria musicalidad

Creo haber expresado alguna vez, en algún artículo, que uno de los antecedentes de la Revolución Bolivariana fue la estupenda, sensible y visionaria iniciativa del maestro Abreu, de sembrar la semilla del Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela. Iniciativa que contó con el apoyo inicial de la bordada frivolidad adeco-copeyana (y de cierta iniciativa privada más sensiblera que sensible) quizá más por su innegable tenor caritativo, que por la posibilidad de llegar a convertirse en una esencia eminente, que, ellos allá, con su privativa mirada excluyente, le podían presagiar. Ellos seguro pensaron, sí, el proyecto nos hará lucir indulgentes y por eso no le podemos negar el apoyo oficial, pero sabemos que seguro no pasará de ser algo marginal… Como siempre consideraban y consideran ellos al pueblo que se empeñaron incluso, con tozudo ahínco, en descarriar.

Pero el maestro Abreu pensaba, dentro de su dócil silencio socarrón, en que el suyo era un proyecto social y que no por ello dejaría de perseguir siempre la excelencia. Y que si era bueno, se esparciría por todas partes, porque si no entonces no resultaba tan así. Vaya qué desafío tan bien meditado el que se imponía el “majadero”. Y así ha venido viendo crecer su designio, y hoy aún sin límites, sobre todo luego del apoyo recibido por la Revolución, puesto que si en 30 años se crearon 89 núcleos, a partir de 2003 se han creado 230, y luego también de haber presentado al mundo un característico producto de su sistema: el hoy también muy respetado maestro Gustavo Dudamel, cuya consigna es que en los sectores de la penuria, y de la estrechez, hay que instaurar el saber musical y artístico a la vez que la suficiencia y la conciencia ciudadana…

Vale decir, que lo que hoy se ha convertido en un sacudón musical a nivel mundial, nació hace 35 años en aquella desamparada y desvalida Venezuela neoliberal y cuartarrepublicana, por la iniciativa de un ser decepcionado de la política tradicional y que, con su férrea voluntad de revolucionario verdadero, cambió esa fallida política tradicional en el campo musical, mediante la promoción de su gran revolución signada por la esclavitud del placer de servir a los demás y, en especial, a los más desabrigados.

Y es que además advierto un gran paralelismo entre las dos Revoluciones: que ambas inculcan el gran valor de la humildad en la mayoría de los que se consagran dentro de ellas. Así vemos como el maestro Abreu, siendo una celebridad mundial, se empeña en pasar desapercibido y que, habiendo sido el preceptor de la otra celebridad mundial, que es Dudamel, supo inculcarle también el sentido de la humildad y fidelidad a los principios creadores del Sistema, que, en éste por cierto, resultan descollantes. Y la humildad me deriva por tanto como un atributo de lo que debe ser nuestro Socialismo del Siglo XXI, porque la humildad impulsa a transmitir conciencia atesorada a través del esfuerzo personal, de la invalorable experiencia, y del estudio, contrario a la soberbia capitalista que impulsa al egoísmo personalista para fines puramente crematísticos, y hasta ignominiosos. Y tanto es así, que el maestro Simón Rattle ha dicho que, dentro de la concepción capitalista, con el don, con el talento y con los laureles de Dudamel, lo hubieran convertido desde hace rato en un monstruo ego maníaco…

Habiéndose podido observar entonces, cómo cuando otro venezolano de excepción se empeña en algo y lo consigue con excelencia, y además, lo ensancha, ¿pudo convertirse esto en la intensa razón para que el capitalismo mundial, decadente hoy, le tema tanto a Chávez?


canano141@yahoo.com.ar


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Raúl Betancourt López


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