La suegra y la bombona de gas

—Bueenas, ¿cómo está suegra? —A mundo, yerno. ¿Cómo está usted? Yo aquí, cuando no me duele por la izquierda me duele por la derecha, sin alusiones políticas. Si llegó temprano. Le hiciera un cafecito, pero y que está a 25 millones el kilo y cómo hace uno para comprarlo; yo tengo tiempo que ni lo veo ni lo huelo, creo que desde que se murió el eterno. Dígame usted.

—Si le dijo que hay agua le miento, porque esa llega cada ocho días, cuando menos. Usted sabe que todo es una calamidad en este estero. Mire como están las maticas sequitas, cómo se riegan. Cuando el agua llega eso es a medianoche y eso un ratico. Cómo se para uno a esa hora, a echarle una aguita a las matas; ya los topochos se acabaron. —¿Y cómo está haciendo para bañarse, suegra? —La voy tazando con un balde, menos mal que usted me regalo ese tanque de agua, porque no sé que haría.

—¿Qué le pasó al bombillo? ¿Se quemó? —No yerno, es que no hay luz desde la madrugada. Usted sabe que la luz y el agua están compitiendo para ver cuál es la que más falta. En un rato llega, y ahí mismo empiezan los bajones a cada rato; uno no sabe que es mejor o que llegue o que no. Porque se le pueden quemar los coroticos que tenga uno enchufado. —Y hablando de enchufados, ¿y su hijo?

—Por ahí anda cayéndose a embuste el mismo. Yerno, le voy a montar una arepa para que se desayune. Usted sabe que el requesón ya está a millón y medio el kilo, y una yema no baja de los 200 mil; no le estoy diciendo esto para que se sienta mal sino que es la pura realidad. —Suegra, yo le traje unas cositas que le mando su hija. —Dios le page a los dos, sin esas ayudas no sé dónde estaría. Porque la pensión eso es agua y sal. Si uno va al banco lo que le dan se le va en pasajes y en comprarse algún ungüento para quitarse los dolores de estar haciendo esa cola.

—A Dios ¿qué le habrá pasado a esta cocina? Ya se apagó. Esa es la bombona que se acabó, seguro. Hágame el favor, yerno, y vea a allá atrás. —Listo, suegra, ya abrí la otra bomba. ¿Cuánto tiempo tenía esa bombona? Unos ochos meses desde que la compro. —No, que va. Eso hace dos meses, se imagina. Esas son bombonas de las grandes, porque ahora con la guarandinga esa del clap gas o comunal eso es un relajo.

—Para comprar las benditas bombonas hay que esperar un operativo o un censo, no sé. Antes uno llamaba y al otro día le traían la bombona a la casa, se la instalaban y chao. Ahora eso es un vía crucis. Tengo yo, que no puedo ni con mi alma, que desconectarlas sacarlas hasta la calle, llevarlas hasta donde las reciben y al otro día, con suerte, esperarlas y hacer el mismo recorrido. Además, de ir a pagar por allá. La otra vez, me ayudo el hijo de la vecina.

—Fíjese yerno, esa bombona la compre hace dos meses y ya se acabó. Una bombona de 42 kilos. Lo que se rumora, y ahí está la prueba, es que no las llenan completas; eso es para cogerse la plata. A la vecina le pasó lo mismo y a la de más allá también. Es que por todos lados lo roban a uno, además del trabajo que tiene uno que pasar. —En eso me fui deslizando hacia el patio, para alejarme un poco. Y allá en la cocina dejé a la suegra que se lamentaba y se lamentó.

obeddelfin@yahoo.es

 

 



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Obed Delfín


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