Pedagogía petrolera

A 80 años de la Gran Huelga petrolera de 1936 (IV)

Jesús Faría

En 1936, cuando arrecian las luchas de los obreros petroleros, Jesús Faría tiene 26 años; había llegado de las sabanas del estado Falcón cuando tronaban las entrañas del “Barroso II”, era un niño para ese entonces y había experimentado las primeras amarguras de un campo petrolero en Mene Mauroa cuando aún no salía de la pubertad. Analfabeto, rústico, ingenuo, hecho para el trabajo manual en la ruralidad “coriana”, estuvo siempre dispuesto para las duras faenas, por ello destacó siempre en las labores que se le encomendaban: cavar zanjas, cortar árboles, echar machete, pintar cualquier artefacto, cargar tubos, aserrar madera…A la muerte de Gómez se enrola, apenas despunta el mes de febrero de 1936, en una célula comunista, y simultáneamente se inicia como forjador de las luchas obreras petroleras. Siempre presente en la primera fila de los combatientes, de quienes reclaman reivindicaciones para sus compañeros de faena.

Fue uno de los principales forjadores de las luchas petroleras, quien con el tiempo destacó como dirigente obrero, sindicalista, comunista, político y jefe reconocido nacional e internacionalmente de las luchas clasistas de los trabajadores al servicio de las compañías, fue un fiel testigo de las vicisitudes que se vivieron en los campos en los albores de esta industria. Su ascenso vertiginoso en la asunción de responsabilidades organizativas lo obligó a buscar la ayuda de compañeros capaces de leer periódicos, folletos, volantes y, ya en 1938, lee, escribe y redacta manifiestos y proclamas.

Venido de lo más profundo de las áridas y desérticas tierras falconianas, del campo mísero y abandonado, ayuno de todo tipo de atenciones de carácter social, tanto en lo sanitario, como en lo educativo, infraestructura y cultural, llegó, con los años, a ser Diputado, Senador de la República y Secretario General del Partido Comunista de Venezuela. Ya en su madurez, llegó a ser políglota y hasta escribió su autobiografía.

Jesús Faría narra, con la pasión del protagonista que vivió el sufrimiento y angustia de los trabajadores de los años de las décadas de 1920 a 1950 y siguientes, todo ese proceso histórico, y lo describe como alimento nutriente para el conocimiento de las siguientes generaciones. Nacido en 1910 en las entrañas, como se mencionó anteriormente, de la sierra falconiana, llega a Cabimas poco después del reventón de El Barroso, siendo un adolescente, analfabeta e ignorante por completo de la cultura con la que hace contacto. Con los años se hizo, como autodidacta, de una vasta cultura, aprehendida en sus largos años de calabozo en el país –estuvo en las mazmorras del perezjimenato desde 1950 hasta enero de 1958-, en el destierro y en varios países donde estuvo en su calidad de dirigente político y sindical.

En su autobiografía, Faría (2007), en un lenguaje llano, sencillo, directo, va relatando que después de un largo camino que le tomó días a él y su hermano mayor en su viaje para la zona petrolera del estado Zulia, fechando su arribo en el año 1922, escribe:

“(…) En las haciendas de café, cacao, caña de azúcar, maíz y de otros productos, las condiciones de vida eran peores que en los campos petroleros. En el campo, el analfabetismo pasaba de noventa por ciento. El pago del mísero jornal se efectuaba en “fichas” (sic) que sólo tenían valor en la oscura bodega del patrón, donde se ponían a la venta ocho a diez artículos (café, papelón, azúcar, maíz, sal, alpargatas. aguardiente, liencillo y quinina) a precios abusivos“(Faría: 2007: 37.

Faría continúa explicando la forma de vida que desarrolló mientras fue un campesino sometido a las más extremas de las penurias:

“…La peonada vivía endeudada y las deudas pasaban de padres a hijos. El pueblo ignorante y hambriento vivía bajo el signo del terror impuesto por los agentes de ‘La Sagrada’, policía política del régimen de Juan Vicente Gómez. A la juventud masculina se le cazaba literalmente, como en los tiempos de la esclavitud, para enviarla fuertemente amarrada a servir en el ejército. Pero una vez ingresada a esta institución, eran utilizados como soldados-peones en las haciendas de los gobernantes (…) Aquellos jóvenes reclutados casi nunca regresaban a sus hogares porque morían de paludismo o de otras enfermedades, aparte de que no se producían licenciamientos“(Faría: 37-38).

La descripción de la opresión ejercida por la autoridad policial, y hasta de los patrones gringos, es descrita por Faría en una especie de parodia de los relatos de angustia y opresión de Frank Kafka. Tanto los peones de las haciendas, la soldadesca de Gómez, como los obreros petroleros, remedan a los personajes de alguna de las obras de este autor austrohúngaro. Y no es que tenga la influencia literaria de este autor, sino que es la viva realidad de lo que se vive en estos escenarios venezolanos de las cuatro-cinco primeras décadas del siglo XX.

“(…) La jornada diaria de trabajo -reflexiona Faría-, era interminable, hasta que el capataz se cansaba de ver trabajar a sus peones. El trabajo durante horas nocturnas, horas extras, se pagaba como si fuera diurno y a menudo no lo pagaban, porque –según decían- el listero no había podido comprobar si habían realizado el trabajo. Como no existía Ley del Trabajo ni habíamos oído hablar que en otros países la hubiera, no había ni horario fijo ni empleo seguro. Sólo después de terminar la agotadora jornada diaria se podía decir que habíamos ganado el salario –concluye Faría“(Op. cit.: 38).

Y qué decir de las organizaciones. Ni partidos políticos, ni sindicatos o gremios que agruparan las diferentes clases de trabajadores, ni de profesionales, ni de técnicos, ni de empleados ni obreros. Nada que reivindicara a la clase trabajadora. En tal sentido, explica Faría:

“…No sabíamos nada de partidos políticos ni de libertades ni de prensa libre ni de derechos de ninguna naturaleza. En materia de gremios, había dos o tres sociedades de auxilio mutuo. En éstas, los miembros pagaban una cuota mensual y cuando alguno moría, la sociedad ayudaba para los gastos de enterramiento. Era todo. Y parecía mucho para quienes nada teníamos“(Op. cit.: 38).

Y como si lo siguiente fuese extraído de un relato de una novela de lo real maravilloso, o de una mente fantasiosa, Faría describe situaciones increíbles hoy día, distantes 80-90 años de esos sucesos, en pleno siglo XX, cuando el período de conquista y colonización de la América mestiza había quedado para la historia:

“…Las compañías petroleras (Lago Petroleum Company, Venezuelan Oil Concessions, Gulf Oil Company y la British Oil Field) eran presentadas como benefactores. Los superintendentes y demás funcionarios de las transnacionales gozaban de fueros y privilegios especiales. A menudo, los capataces extranjeros insultaban a los peones y hasta les propinaban palizas a trabajadores “nativos”, en particular a los venezolanos negros. Al tirano Juan Vicente Gómez –llamado el “Benemérito”- se le endiosaba, lo mismo que a su camarilla de ladrones y desalmados asesinos a sueldo de los patronos imperialistas“(sic). (Op. cit.: 39).

Refiere Faría que, a partir de 1936 se vio envuelto en un torbellino de acontecimientos. Mi estrella subía –confiesa- en flecha en “el firmamento de la política, no porque me lo propuse, sino a pesar de que no lo hice. Todo estaba por hacer en aquella Venezuela que amanecía a las luchas por la libertad”. El tirano se había derrumbado, pero faltaban los hombres y los partidos para construir la sociedad democrática.

En Cabimas​​ ​removimos “la simiente del sindicato que habíamos sembrado el día 23 de diciembre de 1935 y la represión mantuvo soterrada. El día 27 de febrero por la noche, en el cine “Variedades”, realizamos una concentración obrera para elegir la Junta Directiva y formalizar los trámites para legalizar el sindicato” (Op.cit: 79).

Los primeros dirigentes eran empleados socialdemócratas, pero su anticomunismo no apareció sino más tarde, mientras que la consigna principal era: “organizar a todos los obreros y empleados para hacer una huelga y reclamar nuestros derechos conculcados durante toda la vida”. Ya estaba claro en la conciencia de los trabajadores petroleros la necesidad de una Ley del Trabajo y, en lo más inmediato, contra algunos capataces muy odiados, empeño que, convertido en objetivo, lo cumplimos de inmediato, aunque no mediante huelgas, sino con multitudes de trabajadores protestando en las puertas de las empresas, dando muestras de una porfiada combatividad.

Entre los oradores políticos había matices perceptibles. A nosotros nos gustaban sobre todo los discursos de Manuel Taborda, Max García, Domingo Mariani, Pedro Millán, José Martínez Pozo, Isidro Valles, Olga Luzardo, Carlos Augusto León, Antonio Valera. Más adelante comprobamos que eran comunistas o estaban en la línea política del PCV. Entre los dirigentes de este partido: Gustavo Machado, Salvador de La Plaza, Miguel Otero Silva, Ernesto Silva Tellería, Jorge Saldivia Gil, Rodolfo Quintero y otros que habían vivido años en otros países, inclusive en la URSS, y aunque habíamos oído hablar de ellos, estaban presos perseguidos.



Referencias: Jesús Faría, 2007. “Mi línea no cambia, es hasta la muerte”. Editor: Jesús Germán Faría Tortosa. Caracas.


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César Eulogio Prieto Oberto

Profesor. Economista. Miembro de Número de la Academia de Ciencias Económicas del Estado Zulia. Candidato a Dr. en Ciencia Política.

 cepo39@gmail.com

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