Azote implacable durante el siglo XX y los primeros años del XXI fue el analfabetismo. Lo concebimos en su abismal tripartición: 1) Absoluto. Agrupa a quienes no saben leer ni escribir. 2) Funcional. A quienes leen, pero no comprenden lo leído. 3) Académico. Leen y comprenden muy bien. Pero distorsionan la realidad que captan, en función de intereses económicos y políticos propios y extraños. Se les recluta en el área de los partidos neoliberales, de tendencia derechista y, en muchos casos, fascista. A esa categoría pertenecen profesionales universitarios de diversa índole; especialmente a quienes eufemísticamente se conocen como comunicadores sociales: son los periodistas. Gremio ancilarmente unido a la peores corrientes de la anti-patria.
Para el año 1971 la legión de analfabetos y analfabetas diseminados por toda nuestra geografía, asciende a un millón trescientos cuarenta y dos mil novecientos veintiuno. El 28 de octubre de 2005, aniversario del natalicio de don Simón Rodríguez, pedagogo revolucionario y socialista, Venezuela es Territorio Libre de Analfabetismo. Se dispone así de una herramienta eficaz para vencer el subdesarrollo
Nuestros maestros, aquellos de mi muy lejana infancia, se desvivían, no obstante la pobreza que los agobiaba y el peso anonadante de los vejámenes dictatoriales, en la búsqueda del hombre ideal como objetivo fundamental de la educación; y en el perfeccionamiento de ese muchacho de carne y hueso que emergía de la policarente estrechez de nuestros hogares. En esa Venezuela rural y aún comprimida por la imagen del látigo de los más recientes gamonales, había atisbos de los fines primordiales del proceso educativo. Un pensador y educador latinoamericano, Luis Reissig, ha expresado así lo que yo destaco como una vivencia emocional: “Si en algo pueden distinguirse las filosofías educativas de estos últimos siglos, es que unas conciben un ser ideal al cual el hombre debe aproximarse, y otras trabajan sobre el ser real para mejorarlo en todo lo posible, teniendo en cuenta sus condiciones de vida, tratando de desarrollar en él aptitudes para comprender su mundo, y para el papel que debe desempeñar en ese mundo.” Se imponía, como dice Reissig, el quehacer educativo en el segundo de los sentidos destacados, y más aún si apreciamos el intelecto pragmático que siempre ha caracterizado al venezolano, poco constructor de fantasías. Sin olvidar al hombre ideal, que nuestros pensadores, incluyendo al Libertador, siempre han concebido en función de lo útil. Recordemos a nuestro Cecilio Acosta quien, no obstante su conservadurismo, adhiere a los postulados de don Simón Rodríguez y de otros pedagogos de avanzada. Decía don Cecilio en sus Cosas Sabidas y Cosas por Saberse: ”Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea útil, enséñese a todos; y eso es todo”. De estructura pragmática y social era el pensamiento educativo de nuestro Simón Rodríguez; buscaba la formación de ciudadanos que construyeran patria como lo clamaba Bolívar. Decía Rodríguez en sus Sociedades Americanas en 1828: “No esperen de los Colejios (sic) lo que no pueden dar…están haciendo Letrados…no Ciudadanos.” Procuraba “…formar la conciencia Republicana (sic), para que los pueblos se sientan capaces de dirijirse (sic) por sí”. Luchaba Rodríguez por “Una Educación social.”
Pues bien, esa preocupación del maestro venezolano, a veces amorosamente folclórico, también fue sepultada por los incubadores del bipartidismo puntofijista. La vieja tendencia pedagógica de trabajar con el hombre para perfeccionarlo, de adecuar la enseñanza y la escuela al medio, es aherrojada por los artífices del difunto sistema quienes ofrecen, como sustituto, un antivalor, que busca en el hombre posturas de sumisión que hagan posible la permanencia de los detentadores de riquezas y poder. El ser, en esa concepción, deviene, como decían los romanos, en una máquina parlante que sólo sirve para votar, que sufraga y ayuda a edificar la gran mascarada de la democracia representativa. Proponen la formación libresca, de hojarasca. Insípida, memorística. Alejan al educando de cualquier tendencia cuestionadora, inquisitiva. Recurren al test, a la respuesta fácil, sugerida. Son instructores que prenden en el sujeto la ansiedad de riquezas y nada más. Cuando algo anda mal, alejado de los requerimientos del neoliberalismo, culpan al propio sistema educativo; proceden a reformarlo, banalizándolo. Mariátegui los llamaba educacionistas.
Los llamados padres de la democracia y sus secuaces, prohijaron deliberadamente la destrucción de los valores éticos culturales tradicionales, de esos valores que sí conformaron el alma de la real y cierta sociedad civil, es decir, los de la integridad familiar, la defensa permanente de la patria como condición existencial del ser humano; la solidaridad, el respeto y amor hacia los semejantes, la fidelidad a la palabra empeñada, la exaltación del trabajo como único origen honesto de la propiedad y ropaje fundamental de la convivencia digna, que fueron vivas nociones paradigmáticas que integraron la vida del venezolano. La permanencia de esos valores era un obstáculo para los proyectos de personalismo, egocentrismo, neorriquismo, rastacuerismo y vandalismo concebidos por aquellos hombres que sólo lamentaron la dictadura de la década del cincuenta porque vieron en ella un como despojo de sus bienes hereditarios: el territorio, la riqueza y los hombres de Venezuela. Por ello atornillaron el bipartidismo como una herramienta de dominación, de permanencia de una clase depredadora, enemiga de todo proceso y bienestar populares. Fueron los antilíderes, si concebimos al líder como el conductor que se integra y dirige a la comunidad para beneficio de ésta. No para satisfacer sus ambiciones personales y las de su clase o las de la clase a la que se unen ancilarmente. Destáquese que después del derrocamiento del perezjimenato se procrea una dirigencia sindical magisterial grotescamente perversa, atrapada por el sistema acogido voluntariamente por los llamados conductores. Son seudoinstructores que se especializan en la muy bien retribuida profesión sindical; que se amarran a los intereses de la clase gobernante, del superestrato, para golpear y escamotear las verdaderas reivindicaciones de los educadores. ¿ Cómo viven nuestros dirigentes magisteriales? Recordemos, sin aplaudirlo, a Revel: “Los sistemas poseen un impulso propio y despliegan inexorablemente sus implicaciones sin que las buenas voluntades humanas tengan algo que ver con las consecuencias que necesariamente se desprenden de un principio, cuando éste ha sido planteado.” Entre nosotros, ni siquiera ese principio ha sido insinuado, y cuando lo han hecho, insaculan tales enunciados y promesas en los morrales de la oligarquía.
Esa dirigencia magisterial puede hacer suyos estos versos de Jorge Luis Borges;
“todo se lo robamos,
No le dejamos ni un color, ni una sílaba.”
Después de la muerte de Juan Vicente Gómez el sistema educativo, en lo que tiene de escolaridad dirigida y formal, y en el marco de su manifestación legal, asiste a varios momentos que lo definen históricamente y que se reflejan en los instrumentos legales que lo tutelan:
a.- La Ley de Educación de 1940.
Fue promulgada el 15 de julio de 1940. Recoge en gran parte el proyecto presentado por la oposición al Congreso Nacional en 1936. Se le conoció y conoce como la Ley Uslar, porque fue hechura de Arturo Uslar Pietri (1906-2001) y otros intelectuales, tomando en consideración el aporte antes indicado. Tiende a la formación de una élite ilustrada; sin embargo, sus fines, en relación a la legislación anterior, denotan la existencia de criterios progresistas, aunque divorciados de la necesidad del cambio social, reclamado por un país que acaba de salir de las tinieblas del medioevo gomecista. Esa Ley entra en vigencia en 1941.
b.- Ley Orgánica de Educación de 1948.
Producto del trienio accióndecomocratero que se inicia en 1945 y fenece en 1948, y en cuya elaboración tuvo definitiva participación inspiradora Luis Beltrán Prieto (1902-1993), el Maestro Prieto, posteriormente desacreditado y combatido por la mafia de ¿educadores? adecos que él contribuyó a “formar”. Decía Prieto que su objetivo era sustituir una educación de élites por una educación de masas; manifestaba que era necesario evolucionar de una educación de castas a una educación de masas. Propósito que él mismo frustró, porque ya en situación de gobernante se dejó entrampar por el macartismo rabioso de Rómulo Betancourt y partidizó sectariamente al gremio de educadores. En todo caso, Prieto no hacía más que recoger el desesperado grito de Cecilio Acosta, quien en el siglo XIX clamaba que “La educación debe ir de abajo para arriba, y no al revés, como se usa entre nosotros, porque no llega a su fin que es la difusión de las luces. La luz que más aprovecha a una nación no es la que se concentra, sino la que se difunde.” Fines trascendentes se proponía el cuerpo legal de 1948: desde el desarrollo integral de la personalidad hasta el aprovechamiento sensato de nuestras riquezas y la reafirmación de la solidaridad y la nacionalidad. Fines que se estancaron en simples elucubraciones verbales, pues sus mismos proponentes, en sucesivos ejercicios de dictaduras neoliberales, se encargaron de negarlos y corromperlos. En ella plasma Prieto su concepción del Estado Docente, estructurada sobre la base ideológica del iuspublicista alemán Herman Heller, quien enunciaba de esta manera su concepción del Estado Social: “La determinación de la función social del Estado, como aseguramiento de la convivencia y de la cooperación entre hombres, es la clave inmediata para comprender los fenómenos estatales que más problemas plantean, como la soberanía, la supremacía territorial, el monopolio coactivo, etc. La función de decisión y ordenación de un grupo social…” Entre esos fenómenos estatales que más problemas plantean está, sin duda, el de la intervención del Estado en el proceso educativo, lo que se ha denominado el Estado docente. Don Simón Rodríguez, hombre amarrado al naciente socialismo americano, asomaba esa idea; decía así, en su peculiar estilo escritural:
“…siempre serán poco satisfactorios los efectos de la Instrucción: aún confiando la dirección de los Estudios a sujetos sapientísimos.
Asuma el Gobierno las funciones
de PADRE COMUN en la educación
JENERALICE la instrucción
y el arte social progresará, como progresan todas las artes que se cultivan con esmero.”
Dicho concepto, combatido y aprovechado por el fascismo internacional para detener las ideologías progresistas, lo enunciaba así Luis Beltrán Prieto: “Todo Estado responsable y con autoridad real asume como función suya la orientación general de la educación. Esa orientación expresa su doctrina política y, en consecuencia, conforma la conciencia de los ciudadanos.” Esa idea del Estado Docente estaba ya establecida en Constituciones anteriores; así, la admiten las de 1904,1909, 1914, 1922, 1925, 1928 y 1931. La retoman las Constituciones de 1947 y 1961 y la desarrolla la Ley Orgánica de Educación que venimos comentando, cuando en su artículo 2º expresa: “La educación es función primordial e indeclinable del Estado.”
Tímidamente, la Constitución de 1961 en el único aparte de su artículo 80º, esboza tal figura así: “El Estado orientará y organizará el sistema educativo para lograr el cumplimiento de los fines aquí señalados.” Frente a la textura contemporizadora de la norma transcrita, la Constitución de 1999, impregnada de un contenido social progresista, en su artículo 102 le da a la educación el carácter de derecho humano: “La educación es un derecho humano y un deber social fundamental, es democrática, gratuita y obligatoria. El Estado la asumirá como función indeclinable y de máximo interés en todos sus niveles y modalidades, y como instrumento de conocimiento científico, humanístico y tecnológico al servicio de la sociedad.”
Sorprende la timidez conceptual de la Constitución del 61, habida cuenta que en ella tuvo participación extrema el maestro Prieto. Y sorprende más cuando hasta la Constitución colombiana, expresión del quehacer político de estamentos sociales de tendencia conservadora, muy apegados a la telaraña ideológica que atrapa a la Iglesia Católica de ese país, tiene un enunciado más positivo: “Corresponde al Estado regular y ejercer la suprema inspección y vigilancia de la educación con el fin de velar por su calidad, por el cumplimiento de sus fines y por la mejor formación moral, intelectual y física de los educandos; garantizar el adecuado cubrimiento del servicio y asegurar a los menores las condiciones necesarias para su acceso y permanencia en el sistema educativo.”
c.- Ley de Educación de 1955.
Corresponde a la dictadura perezjimenista. En forma genérica, y sin definición histórica, tiene como objetivo la formación intelectual, moral y física de los habitantes, pero sin ninguna referencia a los frustrantes y todavía actuantes problemas sociales de la educación.
d.- Ley Orgánica de Educación de 1980.
Es la ley vigente hasta el 15 de agosto año 2009 . Cierra el ciclo de los abortos legales de la democracia representativa y represiva. Sin duda, tal instrumento legal es la resurrección del Proyecto elaborado en 1966 por Prieto Figueroa (Acción Democrática); Adelso González Urdaneta. (Acción Democrática. Posteriormente adherido a la fórmula de la soberbia cristiana de Rafael Antonio Caldera Rodríguez, de quien fue comisionado anticorrupción); Vicente Guerra, menguado educador, abogado frustrado, portavoz de las enseñanzas del fallecido propietario del extinto partido URD, Jóvito Villalba; Humberto Rivas Mijares, factor del FND, agrupación política administrada por Arturo Uslar, copartícipe del corrupto gobierno de ancha base y, Alberto Armitano, miembro del equívoco MDI.
Los fines de la educación, en conformidad con la Ley de 1980, objetivados en su artículo 3, son realmente encomiables. Dice, entre otras cosas, lo siguiente: “La educación tiene como finalidad fundamental el pleno desarrollo de la personalidad y el logro de un hombre sano, culto, crítico y apto para convivir en una sociedad democrática, justa y libre…consustanciado con los valores de la identidad nacional y con la comprensión, la tolerancia…” Programación teleológica que recoge el contenido del artículo 2º del proyecto de 1966. Después, se olvidaron de la construcción del hombre sano, culto y crítico; y le obstruyeron el acceso a una sociedad democrática justa y libre, por la que aún clamamos y luchamos. El bipartidismo puntofijista para asegurar su eterna presencia como dueño de la superestructura gobernante y sojuzgar también eternamente a la infraestructura gobernada ideó, en los laboratorios que emergieron de su conciencia absolutista, una educación de calidad ínfima; la escuela como un simple recinto aislado, abandonado, infradotado, desvinculada de las exigencias vitales del país, de espaldas al hombre, como fin primordial del sistema educativo, . Concibieron la escuela como colegio; como hacinamiento de seres que se aburren; el hecho educativo más trascendente era cortar la cinta de un bahareque recién vaciado. Incurrieron, precisamente, en lo que el maestro Gallegos condenaba como taras nulificantes de la educación del venezolano: “Nada más incongruente, más inadecuado, que los métodos de enseñanza que en públicas y privadas escuelas se practican. Un poco para la escuela, nada para la vida, como no sea una noción absurda y una norma extraviada; sobrecargar la inteligencia rudimentaria del niño, con un pesado fardo de cosas inútiles o extemporáneas, entenebrecer de prejuicios su conciencia; ahogar la libre iniciativa de su espíritu, desde que comienza a ensayarse para el vuelo, matar en él todo lo que es noble y vigoroso, en nombre de una odiosa moral de histriones o esclavos, no tener en cuenta para nada el cultivo de la voluntad ni el conocimiento de sí mismo, centro aquélla del círculo de una vida, ciencia ésta que pone en las manos del niño, escudo y arma con los cuales pueden marchar sin zozobra hacia las futuras luchas del hombre.”
Llevaron la educación pública a un estado exasperante de mediocridad, tanto que, como erupción volcánica, irrumpieron masivamente las casas de educación privada, movidas más por un afán dolarizado que por nobles fines pedagógicos, olvidando el mandato constitucional del artículo 103 de la Constitución de 1999 de dar a todos una educación integral, de calidad, permanente. Galpones, patios techados, estacionamientos e inmuebles destartalados simularon colegios, dirigidos por manos inescrupulosas, buhoneros de la mala instrucción, acumuladores de riquezas que apresuradamente remitieron a sus países de origen. Institutos privados que jamás fueron movidos por la seriedad y voluntad creadora de los viejos educadores. Y ahora, cuando sienten que sus arterias mercantiles pueden ser intervenidas por el Estado, que actúa en uso de prerrogativas constitucionales y de la preservación de la integridad y salud mentales de los educandos, crean falsas situaciones y especulan con la desinformación de los padres y representantes, después que los han estafado hasta la saciedad con la venta de una instrucción de precarísima calidad. El Estado, dice el artículo 102 de la novísima Carta Magna, asumirá la educación como función indeclinable y de máximo interés, pues es una superestructura permanente al servicio de la sociedad, lo que la lleva a ser considerada como un servicio público eminente. El padre Gazo, sacerdote de avanzada, enjuicia a los auspiciadores del mercantilismo docente con dialéctica severidad al afirmar: “Los fariseos abiertos están en el otro lado. Pongamos el ejemplo de la sociedad civil ante el decreto 1011. Aparecen los fariseos pontificando con cara de ángel. Se aprovechan de la sensibilidad de los padres católicos para con sus hijos y les llenan las cabezas de fantasmas tales como que el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes con este decreto intenta acabar con la educación privada, con la educación religiosa, con el derecho de los padres en la educación de sus hijos. Ellos saben que esto es falso pero logran cuestionar y desacreditar el proceso de Chávez al mismo tiempo que se levantan un pedestal para aparecer como figuras públicas abiertas a cualquier posibilidad política.” Es decir, se arriesgan a ejercer los comercios educativo y político y se deciden a aumentar el número de los grupúsculos electorales, de ingresar al negociote del pluripartidismo. Piénsese, por ejemplo, en la Asamblea de Educadores y Queremos Elegir. Hacen daño y están preparados para ello, “…un solo maestro de vicios dicen que basta para corromper a un gran pueblo”, decía el autor de La Celestina.
No reclaman, estos nuevos fariseos, un cambio positivo en los contenidos de la educación, en el rumbo de ésta; no abogan por la instauración de una enseñanza científica porque ello implicaría la aparición de un maestro capaz, dotado de los instrumentos éticos y culturales indispensables para rechazar la presencia mercantil de los seudodirigentes, portavoces de los más oscuros intereses de los superestratos. Una enseñanza científica, disciplinada, forjadora de hombres, requiere trabajo y no es eso, precisamente, lo que buscan estos mafiosos enquistados en sindicatos y federaciones; ya lo han dicho pedagogos revolucionarios, como Constantinov: “El principio que proclama que los conocimientos impartidos han de ser científicos, es claro e indiscutible; pero su cumplimiento en la escuela y en el quehacer educativo no es fácil. Obliga a cada maestro a trabajar incesantemente para elevar su formación, a exigir mucho de sí mismo y a mantener siempre una actitud autocrítica. La enseñanza que responde a este principio ha de relacionar la teoría con la práctica. La ciencia desligada de la práctica se hace sin objeto e inútil.” ¿Cuándo estos sindicaleros alcaponizados han evidenciado preocupaciones por la formación científica de los maestros, como garantía de la más idónea formación de los educandos? Nunca.
Hasta la gran burguesía clerical, esa oligarquía pútrida que navega con la complicidad de las sotanas, unida a lo más equívoco y rancio de esa nauseabunda etiqueta de moda que es la sociedad civil, trata de confundir con campañas edificadas sobre la mentira. Actuando más como facción política que como conductores espirituales olvidan la trascendente lección del Papa Bueno: “…la educación no es otra cosa que el respeto a los valores del hombre, que va lentamente formándose, pero que puede también ser deformado por las inclinaciones pecaminosas si no está suficientemente defendido . Esta educación según el antiguo y siempre válido concepto socrático, es un sacar hacia fuera la intimidad del espíritu humano para llevarlo a la luz, a la vida, a la perfección; y, por consiguiente, no deberá ser introducirle dentro veneno, un solicitar conscientemente las malas inclinaciones, un contribuir a ofuscar, más aún, a oprimir y envilecer la dignidad humana.” Pensemos en el veneno que han introducido en mentes venezolanas un reducido grupo de monseñores que actúan más como ruines politiqueros que como representantes de la Iglesia. ¿Pueden esos prelados diferenciarse de las mafias políticas?.
e.- Ley Orgánica de Educación del 15 de agosto de 2009. Después de años de debates, consultas y precisiones la Asamblea Nacional aprobó la nueva Ley Orgánica de Educación el 14 de agosto de 2009; un día después, el Presidente de la República Bolivariana de Venezuela la promulgó. Este instrumento contiene cambios sustanciales. Se adapta al espíritu y propósito de la Constitución de 1999. Incorpora elementos que fueron objeto de aguerridas luchas ideológicas; de aspiraciones pedagógicas científicas, divorciadas del formato mental del neoliberalismo que anarquizó la educación hasta convertirla en el privilegio de las castas, de las élites. La concepción del Estado Docente se robustece al abandonar la timidez de su enunciado, que fue un carácter definidor de las leyes precedentes. Hace suya la idea del Libertador: “El Gobierno debe ser Maestro”. Dice la ley: “El Estado Docente es la expresión rectora del Estado Venezolano en la educación”. Extiende analíticamente los ámbitos de competencia de ese Estado rector, con enunciados no taxativos, pero sí congruentemente definidos. Enfatiza el carácter laico de la educación, principio que ya vivía en cuerpos legales precedentes. En su artículo 13 desarrolla los fines de la educación dialécticamente.Destaquemos como se inserta con insistencia la noción de trabajo como un valor fundamental del proceso educativo, dirigido al logro del fin primordial como lo es la elevación de la conciencia para alcanzar la suprema felicidad social. La exaltación del trabajo como uno de los elementos definidores de la nueva axiología pedagógica, nos acercan al ideario del maestro Anton Makarenko, vertido, entre otras obras, en su Poema Pedagógico. La ley, insistimos, conceptúa al trabajo como “liberador”, capaz de impulsar “la integración latinoamericana y caribeña”. No estamos ante la verborrea legal que siempre ha caracterizado a nuestros legisladores; no olvidemos que hoy nuestro país lideriza con seriedad el proceso de integración que se vive en este continente.
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