Las *Aldeas* Universitarias potencian nuestra subestima

El concepto de aldea y de sus derivados semánticos son irreversibles. Son expresión de incultura, de rusticidad o de marcado atraso. De tal manera que no deja de asombrarnos la viabilidad conque el Ministerio de Educación Superior (MES) ha asumido este tratamiento para las comunidades universitarias venezolanas, siendo cierto que disponemos de Facultades y Escuelas universitarias de vieja data e indiscutible prestigio

Creemos que se trata de influencias exógenas, que se trata de una de las más descaradas y bizantinas burlas que nos hacen los países dominantes a través de nuestros aldeanos gobernantes.

La subestima de nuestros propios valores no es nada nuevo, ni una cualidad caracterizante de nuestra cultura. Si memorizamos bien, todo arrancó con la elaboración de la Historia Patria que inicia los estudios de nuestros infantes e imberbes. Una recopilación de anécdotas, citas y descripciones del venezolano precolombino, del arribo del invasor europeo a estos territorios y la correspondiente cisma civilizatoria que privó entre esos europeos y nuestros aborígenes.

Si nos fijamos bien en esos libros de Primaria, veremos un invasor a caballo, bien vestido, bien armado y hasta eróticamente bien dotado. Al lado de ese *civilizado* vemos un timorato, pequeñito, sumiso y semidesnudo aborigen que casi nos exhiben besándole las sucias manos a semejantes recién llegados.

El proceso de minimización de la estima del venezolano continua abierto en los liceos, donde su pensum se recrea con prioridad en coloridas lecturas de pinturas, esculturas y arquitecturas europeas que nos venden como prototipos de belleza, sin que para nada se respete la autoría de nuestros propios artistas, ni de nuestro propio grado civilizatorio.

Luego rematamos con la Educación Universitaria en la cual casi todo el material informante y bibliográfico del los pensa ahora están saturados de hallazgos, inventos, metodologías y procedimientos cognoscitivos tecnocientíficos extranjeros, en un intento bien logrado por modelarnos a la imagen del europeo, del norteamericano.

Hacemos un llamado a las autoridades universitarias, docentes y profesionales con alguna pizca de honrilla para que reconsideren esta peyorativa denominación, reservada ahora para los máximos centros de estudio en una Venezuela que cada día parece retroceder civilizatoriamente luego de tantos años de su bicentenaria y gloriosa independencia.


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Manuel C. Martínez M


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