Cuando Antonio Pérez Esclarín propone "recuperar a Simón Rodríguez", no está haciendo un simple llamado nostálgico a desempolvar un nombre ilustre del pasado. Está señalando, con la claridad ética que lo caracteriza, una deuda viva y urgente con el pensamiento más radical y humanista que ha parido esta tierra: el de aquel maestro que se atrevió a decir "O inventamos o erramos". En tiempos donde la educación pública venezolana necesita replantearse para servir verdaderamente para la vida, recuperar a Rodríguez no es una opción: es una obligación moral y política.
Al igual que el poeta José Martí, que afirmaba que "Educar (…) es hacer a cada hombre resumen del mundo viviente, hasta el día en que vive: es ponerlo a nivel de su tiempo, para que flote sobre él, y no dejarlo debajo de su tiempo, con lo que no podrá salir a flote, es preparar al hombre para la vida", Simón Rodríguez entendía la educación como el proceso más sublime de transformación humana.
Para Simón Rodríguez, enseñar no era llenar cabezas, sino despertar conciencias. No se trataba de instruir súbditos obedientes, sino de formar ciudadanos libres, capaces de pensar, producir y convivir con dignidad.
Simón Rodríguez no fue un pedagogo de escritorio. Fue el primero en decir que la educación debía ser popular, abierta a todos, especialmente a los que la sociedad despreciaba: los pobres, los indios, los negros, los hijos "de la inclusa". En su tiempo, eso era una blasfemia. Hoy, en pleno siglo XXI, sigue siendo una tarea pendiente.
Pérez Esclarín acierta al recordarnos que la independencia no puede ser solo política o militar. La verdadera emancipación, decía Rodríguez, solo se logra cuando un pueblo es capaz de pensar por sí mismo, de trabajar con sus manos y de vivir en república. De nada sirve haber roto las cadenas del coloniaje si seguimos presos de la ignorancia, la dependencia cultural o la corrupción moral.
Lo que Rodríguez soñó fue una escuela que formara ciudadanos críticos, trabajadores dignos y seres humanos solidarios. Su proyecto educativo no se limitaba al aula: buscaba transformar la sociedad desde la raíz. En sus talleres enseñaba a leer y escribir, pero también a producir con las manos. Soñaba con una escuela que enseñara a vivir y convivir, donde el trabajo no fuera castigo, sino fuente de dignidad.
Pero quizás el punto más urgente —y donde Pérez Esclarín pone el dedo en la llaga— es el del maestro.
Simón Rodríguez exigía que los educadores vivieran con dignidad, que no fueran limosneros, que no tuvieran que "pesar menos cuando los lleven a enterrar". La miseria del maestro es la miseria del país. Si queremos una educación transformadora, debemos empezar por garantizar condiciones dignas para quienes sostienen el alma de la nación.
El maestro venezolano lleva hoy una carga heroica: trabaja en condiciones adversas, con bajos salarios, sin recursos y, muchas veces, sin reconocimiento. Lidia con la desconsideración, el autoritarismo, las arbitrariedades y las injusticias.
Tiene razón Pérez Esclarín al afirmar que "si queremos que la educación contribuya a acabar con la pobreza, debemos primero acabar con la pobreza de los educadores y con la pobreza de la educación".
Recuperar a Simón Rodríguez no significa recitar sus frases en actos escolares ni colocar bustos en las plazas. Significa asumir su rebeldía creadora, su pedagogía activa, su defensa de los pobres y su exigencia ética hacia los maestros. Significa volver a poner la educación en el centro del proyecto nacional.
Por algo su más célebre discípulo, Simón Bolívar, le escribió con gratitud: "Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso… No he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que usted me ha regalado".
Simón Rodríguez nos dejó un legado, pero también una advertencia que sigue retumbando: "El hombre que atraviesa la vida pensando solo en sí mismo muere en la infancia, aunque haya vivido cien años".
Venezuela no puede seguir muriendo en la infancia de su historia. Es hora de crecer, de inventar, de educar para la conciencia, la libertad, la democracia verdaderamente participativa y protagónica.
Esa es la invitación que nos hace Antonio Pérez Esclarín, y que, desde aquí, con plena convicción, hago mía: recuperar a Simón Rodríguez es recuperar la esperanza.
GRACIAS AL MAESTRO ANTONIO PÉREZ ESCLARÍN POR RECORDARNOS, CON LUCIDEZ Y COMPROMISO, QUE EN SIMÓN RODRÍGUEZ AÚN PALPITA EL PROYECTO EDUCATIVO Y MORAL QUE PUEDE SALVAR A NUESTRA REPÚBLICA.
"Enseñen a los niños a ser preguntones, para que, pidiendo el por qué de lo que se les mande hacer; se acostumbren a obedecer a la razón, no a la autoridad como los limitados, no a la costumbre como los estúpidos"(Simón Rodríguez)