ANC ser gobierno, o no serlo

Desarmemos la mercancía.

Las ediciones de El Capital, de Marx, Libro I, de los países hispanos no socialistas se lee:

La riqueza de las naciones en las cuales reina el modo de producción capitalista se presenta como una "inmensa acumulación de mercancías".

Mientras, en la edición cubana se lee:

La riqueza de las naciones en que impera el régimen capitalista se nos aparece como un "inmenso arsenal de mercancías"; negrillas mías.

Sin embargo, si a ver vamos, decir mercancías es decir armas por cuanto esos productos son elaborados por unos asalariados a quienes se les ha desempoderado de todos los medios de producción. Se trata de la cruenta expropiación que hicieron los primeros capitalistas posmedievales que desde entonces vienen ostentando la indebida[1] propiedad privada de dichos medios. Eso, por una parte, y por otra, los trabajadores, asalariados o no, se ven obligados a recibir su paga en dinero como única forma práctica de adquirir los diferentes bienes de sus cestas básicas por cuanto el propio sistema capitalista se ha encargado de dividir al máximo la producción de todos los productos que, por tal razón, se convierten en mercancías.

De allí que esas últimas sean una dupla de valores de uso trabajados con la fuerza de trabajo asalariado, y por tanto cargados de valores de cabio usualmente diferentes entre sí. De perogrullo, resulta cuesta arriba adquirir por trueque todos lo diferentes bienes de dicha cesta básica.

Luego, por tratarse de valores de cambio-para el cambio monetario-los consumidores de toda la producción quedan en manos de largas y onerosas cadenas de comerciantes; quedan a expensas del mal o buen servicio de estos, del mayor o menor costo de transporte y del grado de especulación de cada miembro o comerciante de las cadenas que suelen formarse, una menos necesarias que otras.

No suelen instalarse fábricas en los diferentes estados o municipios bajo una elemental distribución radial a fin de que los costes de transporte resulten parecidos entre sí(desarmar las mercancías). La tendencia concreta ha sido montaje de auténticos monopolios fabriles que con dos o tres fábricas quedan ocultos, no obstante que una elemental inspección ocular a los registros de comercio revelarían que tales tripolios [2] serían de los mismos socios. La tendencia es al montaje de centros capitalinos de distribución en las principales ciudades y desde allí redistribuir hacia las de menor población con los correspondientes incrementos de precios y una sobrepoblación de comerciantes mayoristas.

En razón de esa dependencia de los consumidores de la pésima, regular o mala voluntad de los fabricantes e intermediarios, los primeros se han visto en la necesidad de organizarse para frenar y hasta acabar con semejante dependencia, leonina per se, para los cual suelen depender también de los "buenos" o malos gobiernos; buenos o malos en el sentido de ser auténticos defensores de los intereses y patrimonio de los capitalistas, o gobiernos que se arriesgan timoratamente a intervenir en el sacro libre mercado.

La injerencia en el libre mercado opera de cara suavizar las especulaciones comerciales, a regular las tasas de ganancias, a pechar con pesados o blandos impuestos, a defender los derechos del trabajador o a no dejar al arbitrio de los patronos el monto de los salarios mínimos[3], a velar por la calidad de los productos de la cesta básica y la defensa de otros derechos pedagógicos, las más de las veces, sin contar hasta ahora con eficaces y efectivos controles en la aplicación de tales regulaciones.

Digamos que el asalariado vive sujeto a contar con un gobierno protector de los trabajadores, activos o no, o sufrir la mala praxis de burócratas que dejan de ser gobierno. Por ejemplo, en la Venezuela de la 4ta. República sufrimos malos gobierno que existieron sólo para bajarse los pantalones ante la burguesía nacional e internacional, y ahora se está viendo la necesidad de contar con verdaderos gobernantes, debidamente empantalonados, y dejar a un lado sus atávicas alienaciones o complejos subliminales de inferioridad frente al poderoso gobernante económico de fábricas, comercios, tierras y edificaciones varias.


[1] Los pioneros de esas expropiaciones se encargaron de validar jurídicamente dichas expropiaciones que luego y hasta ahora se ha venido teniendo como legítimas o bien habidas porque jurídicamente ha quedado obviado el delito del "aguantador" o alcahueta de ladrones por comprarles objetos robados o de dudosa procedencia.

[2] Esos tripoplios y dúopolios no aparecen taxativamente prohibidos. Las Constituciones hasta ahora puestas en vigencia se limitan a monopolios, en perfecta simetría con ese desaguisado propio de empíricos-abogados e Ing.-quienes han regulado los precios. Por ejemplo, regulan el arroz a secas, y con ello han facilitado la diversificación del arroz con mil y un arroces saborizados para evadir dichas regulaciones y así esa mercancía termina a precios especulativos, mientras el arroz a secas tiende a bajar su oferta con lo cual también termina encarecido en el mercado con un Estado de gobiernos elástico en sus controles regulatorios. Igual ha pasado con la harina de trigo y sus derivados edulcorados y "cachitos".

[3] A propósito, resulta curioso el silencio de los empresarios venezolanos; no dicen ni pío a través de su poderosa mediática privada cuando el gobierno de turno les regula los salarios mínimos, con lo cual, de perogrullo, el gobierno resulta culpable de los bajos salarios imperantes, y así los patronos evitan las potenciales discusiones obrero-patronales y su merecido desprecio como explotador.



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Manuel C. Martínez


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