Como el avestruz

Flaco favor hace el ministro Carreño al gobierno que representa y más aún a todo el país, cuando soslaya la gravedad de la inseguridad personal, y descalifica a quienes siendo afectos al proceso de cambios que lidera Chávez, advierten la ineficacia de la gestión (no sólo la suya) en materia de prevención y combate del delito. Cerrar los ojos ante una realidad que golpea a todos y aún con más fuerza a los sectores populares - donde el presidente tiene más apoyo - aparte de ser un desacierto político, simplemente luce absurdo. El pueblo venezolano, como consecuencia lógica de un nivel de conciencia en aumento, está aprendiendo a ser crítico y autocrítico, y sabe que el fanatismo y la incondicionalidad no son precisamente atributos revolucionarios.

En cambio, es muy cómodo de parte de Carreño, descalificar las denuncias atribuyéndolas exclusivamente a la manipulación mediática. Nadie niega el interés de los canales privados de TV por desacreditar al gobierno, y por eso en años recientes comienzan sus noticieros con un despliegue detallado de las páginas rojas, lo cual no ocurría en la Cuarta. Hay que entender que frente al sostenido éxito de Chávez en otras áreas, ellos aprovechen las grietas para hacer su trabajo político. Eso no tiene nada de extraordinario. Pero el asunto es que aún los pocos diarios nacionales o regionales que no pueden tildarse de opositores, sino que mantienen una posición más objetiva, destacan casos cotidianos de asesinatos, secuestros, violaciones y robos a mano armada, por sólo señalar los más conspicuos, tanto en Caracas como en el interior del país. Ya no se puede hablar sólo de violencia urbana, el fenómeno abarca incluso las zonas rurales hasta las fronteras. Si es que existe alguna tasa de asesinatos que en las sociedades modernas pueda considerarse como “normal” yo no lo entiendo, porque de por medio está el derecho humano mas sagrado, y en todo caso porque la búsqueda de la seguridad ciudadana es la aspiración más elemental de cualquier comunidad.

Al margen de lo que digan o no los medios, ya se ha vuelto rutina presenciar con una mezcla de rabia e impotencia, cómo las colas en las autopistas de Caracas y La Guaira así como en la carretera Panamericana, son aprovechadas por los delincuentes para despojar de sus pertenencias a quienes viajan en vehículos públicos o particulares, y en varios casos también para asesinar, independientemente de que las víctimas ofrezcan o no resistencia. Para la huida, los choros pueden emplear motos o simplemente corren.

También se ha vuelto rutina semanal, leer sobre personas y mayormente de las clases populares, que mueren atrapadas en fuegos cruzados de bandas delictivas. Para nadie es un secreto que las empresas de herrería y las de vigilancia privada viven una época dorada, y sin embargo ¿cuántos vehículos amanecen desvalijados a diario en los estacionamientos de edificios caraqueños? ¿Cuánta gente que se desplaza a pie o como pasajeros de camioneticas, es atracada en las vías públicas? ¿Acaso esos eventos figuran en las estadísticas delictivas que lee el ministro? ¿Se evalúa la eficacia del CICPC y otros cuerpos policiales en el cumplimiento de sus funciones? ¿Alguna institución se ocupa de supervisar a las empresas de seguridad privadas para que cumplan sus compromisos? ¿Son beneficiosos para la comunidad los operativos en las principales avenidas de la capital, donde se concentran a veces decenas de funcionarios conversando? ¿No sería más útil distribuirlos en grupos más pequeños a fin de cubrir más área? ¿En qué quedó la amplia consulta que hizo el ministro anterior del MIJ sobre posibles soluciones al problema de la inseguridad? ¿Acaso ninguna propuesta resultó válida? ¿Se perdió entonces esa inversión? La negligencia o incompetencia oficial en la materia no sólo da dividendos políticos a una oposición patética, sino que estimula la solución personal de los problemas, lo cual no es conveniente en ninguna parte, y menos en un país donde tanta gente dispone de armas.

La inseguridad limita las horas de circulación de la gente por las calles afectando muchas actividades económicas, y estimula el consumo de ciertos bienes de utilidad dudosa. Por ejemplo, los papeles ahumados en parabrisas y ventanas de autos, que fueron utilizados masivamente en tiempos de los adecos para proteger la actividad de funcionarios de cuerpos represivos, tristemente célebres, ahora son de empleo común también en carros particulares, por la creencia de que ofrecen más seguridad a quienes se movilizan en ellos. El problema es que también los delincuentes pueden usarlos y que los vidrios oscuros reducen al menos en ciertas horas, la visibilidad del conductor. La confianza de la gente en los cuerpos policiales, y la credibilidad del despacho de Interior y Justicia sólo se recuperarán cuando se observen resultados evidentes, constatables por los vecinos y transeúntes en sus ámbitos de acción, y no sólo en números que subestiman la realidad.

charifo1@yahoo.es


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Douglas Marín


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