El compromiso histórico de un Ministerio del Poder Popular para la Cultura

Al examinar las definiciones que la Real Academia Española de la Lengua asigna a la palabra “cultura”, lo primero que salta a la vista es que para los académicos el vocablo no hace alusión exclusiva al campo artístico. Veamos: 

Cultura (Del lat. cultūra).

    2. f. Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.

    3. f. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.

    4. f. ant. Culto religioso.

~ popular.

    1. f. Conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo.

    Solamente la tercera de las acepciones alude directamente al campo de la creación artística. Lo hace considerando otros espacios a través de los cuales se desarrolla la vida humana en sociedad. Las definiciones de la Academia otorgan  a la palabra cultura un ámbito –imposible hablar de marco-  realmente amplio: modos de vida, costumbres, conocimientos, juicios críticos, arte, ciencia, industria, manifestaciones de vida, tradiciones. Este gran ámbito, integrado por espacios categoriales tales como el conocimiento, la ciencia, los modos de vida y otros, es correlacionado, además, con dos factores para nada casuales: época y grupo social. Es importante observar que se lo concatena con otros factores que no se nombran pero se sugieren, mediante la advocación latina “etcétera”, la cual, según el mismo diccionario, significa “y lo demás”. Cabe preguntarse cuáles factores adicionales entran en ese “y lo demás” o “etcétera”.

    Es necesaria la  revisión de estos significados porque determinados grupos de élite económica, fundamentalistas, muy poderosos, intentan por todos los medios establecer dominio hegemónico sobre los pueblos del planeta, precisamente en espacios categoriales como el conocimiento, los modos de vida, la economía, la religión, la industria, el arte, las costumbres, la educación y por ende la ciencia, los juicios y con ellos los valores… intentan, pues, imponer marcos culturales creados según sus particulares necesidades, economía, juicios de valor, manifestaciones de vida, conocimientos. Pretenden que el resto de la humanidad asuma un patrón cultural único. Han escondido ese patrón cultural bajo un eufemismo comercial muy bueno como gancho publicitario: Globalización. No voy a abundar en ello porque me saldría del tema fundamental de este artículo; pero ciertamente, si “cultura” es lo que dice la Academia Española de la Lengua, entonces una muy minoritaria, exclusiva, selectiva, fundamentalista y poderosa cultura de élite,  está literalmente empujando con fusiles y propaganda a los pueblos del mundo hacia un destino cultural único, homogéneo, pragmático, miserable y ajeno a esos pueblos. En eso consiste la dominación hegemónica, especialmente si se la ejerce bajo la percepción cultural de que es lícito, éticamente correcto, oprimir a los demás para uno conseguir los fines que se ha propuesto.

    Y así las cosas, si se tiene claro, por ejemplo, que determinadas culturas de élite venidas desde Europa destruyeron, aniquilaron, trasplantaron y “actualizaron” a las culturas abya-yalenses (nuestramericanas) durante el siglo XVI (Ribeiro, 1972); si se posee consciencia acerca de que hoy en día pequeñas élites culturales europeas y particularmente estadounidenses intentan establecerse como únicas potencias hegemónicas en escala planetaria, y por lo tanto una vez más aniquilan, aterrorizan, juzgan y someten a pueblos enteros tanto al desaprendizaje cultural propio como al aprendizaje forzado del marco cultural establecido por dichas élites como única vía para poder vivir en este mundo (si es que a eso puede llamársele “vivir”); si se tiene claro todo eso, se pregunta uno ¿cuál debería ser el papel de un ministerio DEL PODER POPULAR PARA LA CULTURA en un país donde varias naciones culturales han convergido alrededor de un líder para proclamarse libres y soberanas, antiimperialistas, gestoras de un mundo multipolar, e irreductiblemente socialistas?    

      Rosa Tristán, en un artículo muy reciente donde se plantea cuestiones similares, señala de manera categórica que “…esa cultura que necesitamos es la que nos prepara para ser Socialistas, nos inculca los valores de la fraternidad, de la armonía con la naturaleza. Y combate los valores del egoísmo, del mercantilismo, de la explotación del hombre por el hombre.” El propio presidente Chávez ha manifestado que la revolución bolivariana es una revolución cultural. Las vanguardias revolucionarias chinas, encabezadas por Mao Zedong, a un momento dado, llamaron al proceso de cambios económicos, políticos y sociales emprendido por el pueblo chino a mediados del pasado siglo, “Revolución Cultural”. Posiblemente, ellos como nadie antes en el mundo, comprendieron y otorgaron a la palabra cultura la dimensión política que le corresponde. Y las herramientas de la revolución cultural no sólo fueron los instrumentos musicales, el vestuario, la cámara cinematográfica, el poema, la plástica, la danza; esas manifestaciones e instrumentos hubieron de llenarse de  particular contenido político. Por el contrario, el espectacular desarrollo de la llamada Revolución Cultural China nos da cuenta de herramientas como la tecnología, la organización social en diferentes unidades productivas para la constitución de una nueva economía, herramientas políticas e ideológicas, y así sucesivamente. La Revolución China es una revolución cultural porque se planteó un radical cambio cultural del pueblo chino.

      En Venezuela, el presidente Chávez ha declarado, como se señaló líneas arriba, que estamos en medio de una revolución cultural. Se están proponiendo cambios tan dramáticos como el abandono colectivo de patrones nocivos de trabajo y de consumo; la organización de nuevas estructuras para la producción; el desmontaje y nuevo diseño de las instituciones del estado para lo social con signos de justicia, inclusión y participación protagónica del pueblo; la transformación radical de las instituciones políticas; la denuncia valiente, firme, continua, acerca de los atropellos y agresiones a nuestra nación, a las naciones de Abya-Yala y del resto del mundo, por parte de las culturas minoritarias de élite que residen fundamentalmente en los Estados Unidos, Europa Occidental y unos pocos países asiáticos. El propio presidente Chávez y su equipo de ministros han venido haciendo uso de las más diversas herramientas culturales con la finalidad de lograr los altos objetivos que esta revolución se ha propuesto, y que están más que bien expresados en el primer plan socialista de la nación venezolana, el Plan Simón Bolívar. Herramientas políticas, jurídicas económicas, ideológicas, artísticas y de muchos otros géneros han venido siendo usadas por el Presidente a lo largo de estos últimos once años. ¿Alguien podrá cuestionar que se trata de herramientas culturales en los sentidos que la propia Academia Española de la Lengua asigna a la palabra cultura? Yo creo que como los líderes chinos de hace cincuenta años, el Presidente Chávez comprende muy bien que no habrá verdadera revolución en Venezuela –y en Abya Yala toda- mientras no acontezca una profunda revolución del pensamiento que nos lleve a construir por convicción, desde el mismísimo sentido común, nuestra vida en lo personal y lo social de manera distinta a como nos la han obligado a construir las culturas de élite primero europeas y luego estadounidenses. La soberanía consiste en ser culturalmente libres, esto es, en pensar, diseñar, construir y hacer la vida según nuestros propios intereses sociales y no de acuerdo con las imposiciones-disposiciones de otras culturas. Es una verdadera sentencia cultural acerca de la soberanía aquella de nuestro padre político Bolívar: “…El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce la mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”. 

      Aunque estas ideas luzcan obvias, dista mucho la soberanía de ser un asunto fácil de alcanzar, pues las cadenas empleadas por los actuales opresores son tan sutiles como eficaces. Apuntan hacia la concepción ideológica de cada ser humano conformante del grupo social dominado o por ser sometido, acerca de la vida, la realidad, la existencia, los demás, la tierra y la sociedad, con todo lo que cabe dentro, a los lados, por encima y por debajo de esas cuestiones tan importantes. El propio Bolívar declaraba a través del mismo documento, el sin par discurso ante el Congreso Constituyente de Angostura, que moral y luces son los polos de una república, y que un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción. Más tarde, y permítaseme que abuse del pensamiento de otros, declaraba Freire que “…el hombre no podrá ejercer su derecho a la participación a menos que haya salido de la calamitosa situación en que las desigualdades del subdesarrollo le ha sometido”

      De manera que estamos obligados a reconocer el terrible impacto cultural que ha tenido en nosotros la brutal represión cultural de la cual hemos sido objeto como pueblo desde principios del siglo XVI con la llegada de Colón, el gran mercenario de las élites culturales españolas, hasta el presente con la Doctrina Monroe ejercida de manera fanática, obsesiva y peyorativa por la cultura de élite estadounidense, contra los pueblos de Abya-Yala.

      Y todo esto se ha dicho para hacer clara la visión acerca del papel que debería jugar un ministerio para la cultura en un país como Venezuela, que está en plena revolución cultural. Muy lejos de avocarse de manera reduccionista, simplista, al cultivo de las manifestaciones creativas o evocativas con vocación artística producidas por nuestro pueblo –lo cual es bastante, pero para nada suficiente en el marco de una revolución cultural-, un ministerio de la Cultura en la Venezuela actual debería avocarse al debate inclusivo, al diálogo de saberes, y eventualmente a la concreción de la decisión colectiva acerca de la cultura, de los distintos parámetros culturales que como nación de seres humanos libres, soberanos, decidamos adoptar y construir en los múltiples contextos vitales a los que nos obliga la existencia en esta tierra. Y debería adoptar el diálogo de saberes como principalísima herramienta cultural “para una nueva cultura”, pues estamos hablando de un ministerio revolucionario socialista, pero además, para remarcar todavía la obligación ética a la consulta y el diálogo, hablamos de un ministerio DEL PODER POPULAR.

      Ningún ministro al frente del Ministerio del Poder Popular para la Cultura en esta Venezuela socialista y revolucionaria, debería tomar decisiones y mucho menos imponer su personal visión acerca de la cultura a un pueblo que es el legítimo dueño del ministerio. Vale lo mismo para todos los ministerios DEL PODER POPULAR, pero particularmente para el Ministerio DEL PODER POPULAR para la Cultura, que tendría que ser el abanderado en la siembra y ejemplo de las nuevas tradiciones culturales: Uno no se adueña del Ministerio y hace desde él lo que le viene en gana, sino que consulta al legítimo y legal dueño del Ministerio –el pueblo venezolano- acerca de lo que desea se haga desde allí. Uno, amparado en el poder,  no acapara los espacios de opinión y amenaza, persigue, reprime, sataniza y eventualmente echa del ministerio a quien opina otra cosa, sino que propone el diálogo, el debate crítico en igualdad de condiciones, para encontrar la verdad y actuar en consecuencia, con rigor revolucionario, pero también con justicia y respeto. Uno no toma decisiones fundamentales como el despido o la compulsión a la renuncia de personas, la transformación radical de programas ministeriales, y otras, sin antes haberlas sopesado y consultado públicamente. Uno no desprestigia y criminaliza a quienes le antecedieron (típico síntoma de una enfermedad cultural llamada Politiquería; muy usual antes del advenimiento de la Revolución Cultural Socialista Bolivariana, y que lamentablemente todavía tiene arraigo en algunos personeros y espacios gubernamentales), sino que realza lo poco o mucho que de positivo se haya hecho y hace énfasis en lo que falta por hacer. Uno, en definitiva, lejos de comportarse como un déspota mercenario al servicio de determinados  grupos de poder político, actúa como un verdadero demócrata revolucionario, convencido de que el Ministerio no le pertenece a uno, sino al pueblo.

      Esas son propuestas para una nueva cultura política que deberían ser debatidas, a lo mejor ensayadas, de manera inicial desde un ministerio DEL PODER POPULAR para la Cultura. Otros ministerios ya vienen trabajando, con muchísimos tropiezos, más nacidos de nuestras enfermedades culturales inoculadas por  culturas exógenas, que de la dificultad técnica en sí para la implementación de cambios, en profundas transformaciones culturales. No es poca cosa lo que trata el Ministerio del Poder Popular para las Comunas, por ejemplo, al intentar forjar comunidades organizadas, participativas, capaces de autoadministrarse, en asentamientos poblacionales en los que el dominador cultural sembró hábilmente desconfianza, competencia, desorganización, individualismo, miedo… para recoger sumisión, traición, clientelismo, indiferencia ante el otro y hacia todo, derrotismo, dependencia, anomia. Ni es menos lo que se intenta desde las misiones. Y así sucesivamente. Casi cada ministerio es, hoy por hoy, expresión de cambios culturales profundos; en algunos casos, radicales. En cada uno de esos espacios tendría que estar interviniendo el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, precisamente como especialista y a la vanguardia del cambio cultural, como un verdadero facilitador-catalizador del proceso. Un ministerio para el diálogo acerca de nuestra “situación” cultural actual, así como para el diseño-acuerdo popular  sobre nuestra nueva cultura; para la asunción de la vanguardia revolucionaria a favor de los cambios, a favor de los oprimidos y oprimidas, sujetos protagónicos de esta revolución.

     Un ministerio, además, para la revisión crítica de nuestras tradiciones y manifestaciones culturales: hasta hace muy poco ensalzábamos a Colón como a un prohombre. Alguien tuvo que propinarnos una verdadera “cachetada cultural” para que nos diéramos cuenta de que ensalzábamos a un miserable operador político de un imperio genocida. Siendo que nuestras manifestaciones más antiguas y tradicionales provienen de lo culturalmente permitido –con desdén, pero permitido- por las culturas opresoras dominantes: ¿no valdría acaso la pena someterlo a revisión crítica antes que cultivarlo como valor cultural incuestionable y como reliquia histórica de lo que fuimos? Un ministerio, también, para el fomento de las nuevas manifestaciones creativas –de vocación artística o no- en los más diversos campos abiertos a la vida humana, al quehacer humano, en esta nueva época: la de revolución cultural, segunda independencia y posiblemente definitiva independencia, sí y sólo sí los hombres y mujeres de esta generación logramos transformar nuestra cultura espuria, tan contaminada de antivalores por culturas dominantes opresoras, en una nueva cultura libre de cadenas, soberana, adherida de manera irrevocable a los valores del socialismo, del bolivarianismo, a las ideas de Zamora, Miranda, Rodríguez y demás mujeres y hombres revolucionarios(as) que nos legaron esta patria. Un ministerio para la forja consensual de una cultura socialista, humanista, solidaria, respetuosa de la Pacha Mama, rescatante de los valores culturales que nos legaron los pueblos ancestrales de nuestras madres Abya-Yala, África y Europa (la Europa profunda y también agredida por las élites culturales). Para el cultivo de una cultura orgullosamente mestiza, crítica, libre, sabia, soberana, justa… capaz de perdurar con éxito en el tiempo y el espacio. Un ministerio para el fomento dialógico de una cultura para la paz y el alcance de lo que el Che definió como el escalón más alto al que puede aspirar alcanzar la especie humana: el SER REVOLUCIONARIO.

     ¿Las herramientas para la construcción de esa nueva cultura, es decir, de la nueva vida o manera de vivir? Todas. Pero esencialmente el diálogo de saberes, el debate crítico respetuoso-inclusivo-solidario, y la construcción colectiva para lo colectivo. O a decir de nuestro sabio padre Simón Rodríguez “…piense cada uno en TODOS, para que TODOS piensen en él”.

     Un ministerio para esas cosas no sentiría escozor por el hecho de que surjan nuevas figuras políticas, nuevas ideas, propuestas y realizaciones. De hecho su éxito estribaría en lograr que surjan. ¿O es que acaso no estamos hablando de un verdadero cambio estructural, radical y holístico, de las culturas venezolanas? ¿Puede cambiarse por completo a un país sin que cambien las personas que lo habitan? ¿Acaso puede pedírsele, para mencionar solo un ejemplo, a las mujeres de la Misión Cultura que se están organizando en unidades productivas socialistas por todo lo largo y ancho del País, que no generen liderazgo político a través de sus acciones?  Las revoluciones llevan en sí mismas el impulso a través del cual se desenvuelven en el espacio y el tiempo. Es necio –posiblemente síntoma de inseguridad o cobardía- convocarlas, enarbolarlas como bandera, y luego tratar de refrenarlas. ¡Si somos revolucionarios(as) es con todas las consecuencias que ello implica, entre ellas la vorágine de los cambios! Y esos cambios no son “de mentirita”, o “unos pedacitos sí, pero otros pedacitos no”. Que sepamos, el Presidente Chávez no nos ha convocado a una etapa histórica de reformas populistas, sino a una completa, radical y eterna revolución socialista.  

     Hago, pues,  votos desde esta tribuna, por un Ministerio DEL PODER POPULAR para la Cultura, que entienda la importancia histórica de su existencia en el aquí y ahora de Venezuela y Abya-Yala, como gestor y miliciano a muerte por la nueva cultura que deberemos construir entre todos(as) para poder ser socialistas, libres, soberanos(as). Cultura expresada en todos los ámbitos de la vida –aunque resulte un pleonasmo, es necesario recalcarlo-, sin miedo ante los cambios, y más bien con verdadero horror hacia la inerte estabilidad, pues esa estabilidad inerte no es otra cosa que el perfume de muerte con el que nos ungen las culturas imperialistas.

     Ya no basta decir, como lo hizo nuestro padre filósofo y educador Don Simón Rodríguez “inventamos, o erramos”. Con tantos perros de presa lanzados sobre nosotros, tanta tecnología por ahí al servicio de la maldad y tanta manera de embromar para siempre a la gente, es necesario decir: CAMBIAMOS RADICAMENTE NUESTRA CULTURA, O ESTAREMOS MUERTOS. Es el guante que la historia de Venezuela, más bien de Abya-Yala, lanza sin miramientos a un Ministerio DEL PODER POPULAR para la Cultura. ¿Lo recogerá ese ministerio…?     

     .      .      .

     Escrito en La Dolorita, TIERRA DE DIGNIDAD Y REVOLUCIÓN, recuperada de la Burguesía pro-imperial “petit-yanky”, por nuestros padres oprimidos para nosotros, los descendientes legítimos del pueblo abya-yalense Kariná-Mariche y de otros pueblos abya-yalenses, africanos y blancos pobres, trasplantados de manera opresiva a estas tierras. ¡TAMANACO VIVE, CARAJO!      

Referencias:

Bolívar, S. Discurso ante el Congreso Constituyente de Angostura, 1819.

Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. [Puede verse en: (http://buscon.rae.es/draeI/ SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=cultura)] .

Freire, P. “Cartas a Quien Pretende Enseñar”, 2002.

Guevara E. “El Socialismo y el hombre en Cuba”, 1965.

Ribeiro, D. “Las Américas y la Civilización”, 1972.

Rodrígez, S. “Sociedades Americanas”, 1828.                     

Tristán, R. “La Cultura en Dos Aguas”, 2010.


julioruiz633@yahoo.com



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Julio César Ruiz Guevara


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