Murió un monstruo al que se quiso convertir en mito

El primero de julio, a los 80 años, moría Marlon Brando. La noticia sólo se conoció al día siguiente. Los cables se encargaron de resaltar el carácter conflictivo del astro, sus problemas de faldas, el juicio contra su hijo por asesinar al amante de su hermana Cheyene, el suicidio de ésta, el acoso económico al que lo tenían sometido dos de sus mujeres, sus penurias económicas, en fin todo aquello que tiene que ver con lo que se lee en las revistas del "corazón", se ve en los programas de televisión dedicados al "cotilleo", y alimenta esa sección de los noticieros en los que se reniega del periodismo y se exaltan los anti-valores.

Y al abordar su filmografía, de primero se mencionaba "El último tango en París". No por el descomunal monólogo con el cadáver de la esposa, o la patética masturbación en un rincón de la sala de baile, sino como para avivar la memoria en torno a la escena de la penetración anal que desató las iras de la censura y el morbo de un público que no vio en esa película otra cosa que no fuera esa secuencia. Después se mencionarían "El Padrino", "Un tranvía llamado Deseo", "La ley del silencio", y hasta "Apocalipsis now".

Pero qué poco se ha hablado de "¡Viva Zapata!", de "Queimada".

No podía ser de otra manera.

"Queimada (1969)" y "La batalla de Argel" (1965), dirigidas ambas por Gilo Pontecorvo, son dos monumentales películas en las que se pone al desnudo el imperialismo. "La batalla de Argel" presenta la lucha armada del Ejército de Liberación Nacional de Argelia dando su gran batalla contra Francia. Quien vea la película hoy en día no podrá menos que traspolar lo que en ella se muestra a lo que está sucediendo en Bagdad, o en Faluya. Mientras que "Queimada tenía por telón de fondo la guerra de Vietnam, pero tuvo la gran virtud de presentar de manera premonitoria lo que poco después habría de suceder en Centro América. "Queimada" buscaba poner al descubierto lo que el Imperio es capaz de hacer por garantizarse materia prima barata y una mano de obra esclava. En ella Marlon Brando escenifica al enviado del Imperio que llega a una isla situada en El Caribe, a poner orden, a cortar cabezas tanto de blancos como de negros, para que los intereses del Imperio queden bien atados. Es una película premonitoria porque años después en El Salvador y Nicaragua los Negroponte, Shapiro, Oliver North y los Otto Reich, habrán de interpretar el papel de Marlon Brando. Aunque, para infortunio del mundo, esos personajes no terminaron ajusticiados por quienes asumieron el relevo de los inmolados, como sí es el caso con el Sir William Walker interpretado por Marlon Brando. Tampoco nos extrañe el silencio en torno a ¡Viva Zapata! ¿Acaso no es una película que exalta a un líder agrario, un campesino que lucha por reivindicar el derecho a la tenencia de la tierra? Por lo que, mejor silenciarla. Tanto más que estos son tiempos en los que un Comandante Marco, un Movimiento de los Sin Tierra, un Evo Morales, o un Hugo Chávez Frías, andan por allí reivindicando a Emiliano Zapata.

Y como a la "gran" prensa lo que le interesa es resaltar el escándalo, pero eso sí, preferiblemente un escándalo "ligth", pues nada mejor que hacer mención a su renuncia al Oscar, y a Sacheen Littlefeather, una indígena Apache, para algunos de esos "grandes" medios una actriz disfrazada de "india", que leyó ante la Academia las razones que tuvo Brando para no asistir al acto de la entrega del premio. El expediente se resolvía de una manera expedita al señalarse que protestó por el trato que Hollywood les daba a los indígenas norteamericanos. Pero qué poco se ha dicho, y se habrá de decir, del compromiso político de Marlon Brando.

Y traduzco esto, tomado de "Le Monde" del sábado 03 de julio de 2004.

"El actor siempre sostuvo a los Indios (sic, así con mayúsculas a pesar del plural), notablemente después de la confrontación mortal, en 1973, con agentes federales en Wounded Knee (un lugar de Dakota del Sur en el que el 19 de diciembre de 1890 fueron asesinados por los "cara pálidas" mujeres, ancianos y niños; como después lo harían el 16 de marzo de 1968 en el poblado vietnamita de My Lai. Nota del traductor). La causa de los aborígenes norteamericanos fue una de la batallas del activista Marlon Brando, quien desde los años sesenta participó en el movimiento en pro de los Derechos Civiles, luchó contra la guerra de Vietnam y contra cualquier forma de opresión. Rindiéndole homenaje este pasado viernes (2 de julio), el reverendo afroamericano Jesse Jackson afirmaba: "Como Frank Sinatra y Harry Belafonte, fue mucho lo que él nos ayudó durante los años 60."

Cómo entonces nos ha de extrañar que en 1959 fuese uno de los que en Hollywood fundase el grupo antinuclear SANE, auspiciado por actores negros entre los cuales estaba Harry Belafonte. Que en agosto 1963, al lado del escritor afroamericano James Baldwin participara en la marcha histórica sobre Washington en defensa de los Derechos Civiles, y manifestase en el Sur, al lado de Paul Newman y de los "Freedom Riders", en contra de la segregación racial. Ni que en marzo de 1964 estuviese al lado de los amerindios, cuando estos desafiaron la ley y pescaron en el río Puyallup, para de esa forma reivindicar la aplicación de sus derechos tribales, por lo que Marlon Brando y todos los manifestantes terminaron siendo arrestados e inculpados de haber pescado sin permiso en ese río. Ni que hubiera sostenido y financiado la causa de los Black Panthers.

Es por ello que Marlon Bando nunca pudo ser insertado en el seno del "Star system", para el cual no dejaba de ser un monstruo, por no decir su bestia negra. Siendo esa la razón por la cual se le trató de mistificar, de convertirlo en un mito, a lo que también se negó, prefiriendo llevar una vida ajena a las convenciones impuestas por Hollywood, y también por una gran mayoría de la sociedad estadounidense, a los que triunfan; a los que por causa de ese éxito, que el sistema estimula, no queda más remedio que tolerar.

Acaba pues de morir Marlon Brando, un hombre que desafió al sistema, pero al que el sistema no pudo doblegar.

Y que mejor manera de recordarlo sino como el Don Corleone de "El Padrino". Pero no como un "padrino" más de la "Cosa nostra", sino en la autentica dimensión que le da Mario Puzzo a ese personaje, la que no es otra que la del defensor de una comunidad dotado de autoridad porque una sociedad, y las leyes en las que ella se ampara, acosan, vejan y discriminan a los que no tiene por iguales.



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Juan Vicente Gómez G. Diario Vea


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