No estaba muerto ni de parranda

Así lo quise, me fui a más de 14 mil kilómetros de la covacha en que me encontraba, al desierto. A cruzarlo. No diré dónde. A ver a mi país como ese grano de maíz que mienta José Martí. A llenarme de silencio, de ausencias, de vaguedades... A Callar. A no escribir. Meditar y sonreír. Sin rehuir nada. Sin poder meterme en internet, sin teléfono (lo perdí). Oyendo voces que no conozco, comunicándome únicamente con señas. Entre gente y rostros milagrosos. Diré además que dormía en ocasiones en un monasterio milenario. Entre monjas y sacerdotes franciscanos. Yo, el Sant Roz autor del libro “Obispos o Demonios”; yo, el excomulgado por la iglesia católica de occidente. (Debe saberse que la única iglesia católica verdadera está en oriente. Todo lo demás es pura adulteración y falacia.) Vivía yo en un cuarto sin televisión y sin computadora, y con un ventilador que giraba su nuca ronroneadora las 24 horas del día. Me hubiera gustado quedarme allí para siempre. Hacerme franciscano sin vestir hábito alguno. Con mi Venezuela escociéndome las entrañas. Con mi América Latina estragándome los sesos. A mí en mi patria casi nunca me han dejado hacer nada. Cuando hablo salta la jauría, cuando opino estallan las alarmas. Toda la vida he sido un execrado. A mí país todavía le falta valor y coraje para aceptar a tipos malditos. En Venezuela jamás se habría tolerado a un Baudelaire, a un Rimbaud, a un Poe, a un Francisco Umbral, a un Eduardo Haro Teglen…, y por eso se burlaban de Reverón y del sabio José Francisco Torrealba y los llamaban locos; por eso se suicidaron los poetas Ramos Sucre y Argenis Rodríguez. En Venezuela, con revolución bolivariana y todos los temblores que por doquier crujen por tratar de que surja otro mundo, hay mucho miedo todavía para decir verdades y para pensar con criterio propio. Falta carácter en la gente. Falta seriedad y determinación. En esencia, mucha honestidad. Casi todo el mundo piensa en el cargo, en el bono extra, en la ganancia individual. Sin socialismo en el alma sino en los labios. Y mientras a mí me cuesta escribir mis verdades hay quienes se me acercan para pedir mi nombre y expresarlas por mí. Absurdo. Insólito. En mi soledad pienso en una guerra, enrolarme en una gran conflagración, todavía. Y así andaba cuando un día escuché en una voz (romance), que ya se me hacía extraña, que habían derrocado al Presidente Zelaya en un golpe declaradamente por mampuesto contra Chávez, y apenas lo oí, me dije que los golpistas no durarían en el poder ni tres días. Que sobrevendría un estremecimiento similar a nuestro 11-A. Aunque me decía que Zelaya a lo mejor no tenía a nadie que le apoyara en el Ejército. Y de pronto la revelación monstruosa de que en verdad nada hemos avanzado y que nos encontramos en la era de las Enmiendas Platt. Que Somoza sigue vivo, que los Pinochets rondan nuestras casas de gobierno, que las cuerdas se tensan poco a poco alrededor de nuestros cuellos, y que seguimos apacibles y confiados con nuestro papel de pequeñas criaturas esclavizadas y serviles.

Y seguí en el monasterio, confiando como cualquier otro pendejo mortal a la espera de una solución favorable a la revolución bolivariana. Entonces entré en el agobio de querer saber más. Y reconstruía todo lo que pasaba mirando el techo y oyendo el ronronear del ventilador: todos los medios a favor del golpe, Obama haciéndose el sueco mientras deja a la deriva que los golpistas se afiancen en el poder; la OEA jugando a los escarceos democráticos con cartas y barajadas, y todo muriendo en la pamplinas del fuego de artificio de los discursos y las esperanzas de los ángeles del cielo... Pasmada la realidad eterna de nuestras revoluciones. Pasmados nosotros por determinaciones que debieron tomarse hace cien siglos. Acojonados, encallejonados, mientras que a los asesinos los dejamos que se vistan de santos, y bien trajeados de demócratas se dirigen a Washington para mejor acorralarnos con sus gritos y con sus metrallas. Y no veo otra salida que ir a una guerra: si ellos dicen que el golpe se dio para salvar a Honduras del comunismo de Zelaya, entonces empuñemos los fusiles para que se comiencen a respetar las decisiones soberanas de los pueblos. Ahogado en las perplejidades del silencio y de la incomunicación, con la imaginación bamboleando al son de mil temores y terrores... Pasmado yo, pasmado todo lo demás. Antes me conformaba colocando cómodamente el dedo en el gatillo de mi pluma, pero a fin de cuentas, quién te escucha; a lo mejor da igual escribir que no hacerlo, porque todo lo que no sea acción termina en onanismo. El tiempo detenido en la nada eterna del desierto que me rodea. Prefiero una guerra a seguir como vamos, es lo que me dicen los fuegos de la brisa de levante. En una guerra todo es más limpio, más directo y humano que vivir en el chapoteo eterno de este pantano, buscando justificaciones hasta para tirarnos un peo, todavía de rodillas ante la jauría, ante los criminales, ante los Obamas, los Insulza o las Condolezza o las Clinton. Es preferible, digo.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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