Pantaleón censurado por las visitadoras

 El autor de Pantaleón y las visitadoras siempre se soñó centro de una historia como la de Alexander Solyenitzin. Para ello necesitaba una dictadura que lo convirtiera en “disidente”. El genial inventor de la Maizina Americana, marca El Aguila, se la puso de oro. Lo convenció de que en Venezuela existía esa “tiranía”, contra la cual podría desatar una tenaz lucha sin los peligros de un archipiélago Gulag o algo parecido. La oferta era tentadora, pero pidió que la invitación no se la hiciera la factoría de la tal mazamorra americana –sería demasiado fu-, sino un organismo con caché académico. “También lo tengo”, respondió el maizino, “se llama Cedice y es una especie de Escuela de Francfort a la orilla del Guaire”.

 El “disidente” Mario Vargas Llosa no disimuló su contrariedad cuando arribó a Maiquetía y nadie lo molestó. Extrañó el acoso de los terribles “Círculos Bolivarianos”, los  mismos  que ahuyentaron al pobre Carmona Estanga, y la embestida  de las temidas milicias revolucionarias. El fastidio lo habría matado de no haber sido por las preguntas de una joven periodista –Erika Ortega-, quien se salía del libreto colectivo de bobadas de un periodismo complaciente y complacido con el gran capital.  Ese fue el mayor “peligro” que confrontara el perseguido escritor en su epopeya caraqueña.

 En esta particular y atípica guerra del fin del mundo, se dio la paradoja bélica de que no fue el “dictatorial” gobierno de Hugo Chávez el que censurara al sobrino de la Tía Julia, sino sus propios anfitriones. El dueño de la maizina lo rodeó casi hasta la asfixia. Lo sometieron a algo que habría sido la delicia de Hitler: una rueda de prensa sin prensa, o mejor dicho, sin preguntas, que viene a ser casi lo mismo. Lo llevaban misteriosamente de un lugar a otro sin que nadie se enterara. Nunca la censura resultó tan demencial y enigmática, tanto, que el invitado añoró a las atentas visitadoras que amenizaban los sofocantes mediodías del meticuloso y veraneado Pantaleón.

 En los traslados clandestinos, sin posible conversación en la catedral, Vargas Llosa  pensaba en el destino de su hijo, Alvaro, quien había sido retado a un debate, duelo o  atajaperros por un peligroso personaje conocido como Joselo. “¿Qué sería de Alvarito”, se preguntaba con incertidumbre, mientras un cortejo de marchitas exponentes de la “jai” lo morboseaban con sus ojillos decimonónicos de retinas remotas y fuegos extinguidos. Alguna de ellas, incontinente, se atrevió a pellizcarlo, sin que el escritor se inmutara, hombre de hielo y éter. Pero aquella pre-anciana, por unos segundos, se sintió Afrodita ingrávida ante Júpiter y hasta se olvidó de Chávez en esa  ardorosa fugacidad.

 Bajo el sopor amazónico y en una inversión de roles, las visitadoras censuraron a Pantaleón. Tal hicieron los medios con Mario Vargas Llosa, a la sazón su invitado.  La historia autoheroica del novelista estaba a punto de fracasar. No lo dejaban hablar, no lo dejaban declarar, no lo dejaban disentir. Y la dictadura brillaba por su ausencia. El colmo fue que la “tiranía” lo invitara, a él y su séquito, a debatir con los intelectuales amigos del Presidente. Huyó por la derecha y al igual que la oposición criolla, repitió el estribillo: “me quieren hacer una emboscada”, versión madrileña de “yo temo que me siembre evidencias”. Lo mismo espetaron, luego de pedir la palabra y ser complacidos, Yon en la Asamblea Nacional y la rectora en la esquina de El Chorro. De Vargas Llosa, Nadie se enteró cómo ni cuándo salió por Maiquetía, en un insulso final de show indigno de sus novelas.

P.S: En el momento en que el escritor estrella de la derecha internacional defendía en Cedice al neoliberalismo y la mano invisible del mercado, el gobierno de Estados Unidos nacionalizaba, nada menos y nada más, que   la mismísima General Motor. ¡Qué manera de llegar siempre tarde a la parada!


earlejh@hotmail.com


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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

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