¡Alef !...

Una parábola bonita sa-cada del Talmud, libro de las antiguas tradiciones judías, cuenta que en el momento de la creación del mundo, Dios sacó de debajo de su trono las 22 letras del alfabeto hebreo. Examinó cuidadosamente cada una de ellas, una tras otra, empezando por la última. Finalmente, Dios creó el mundo con la letra beth, la secunda, que significa "casa", "morada"...

pero también "conflicto", "dialéctica", "dualidad". Beth: ¡ahí va reflejada toda la vida humana, hecha de convivencia y guerra! Pero la parábola añade que no fue esta letra, sino la primera, alef, letra muda, la que se transformó en residencia propia del Señor. Alef es el soplo misterioso de Dios, que no se ve ni se oye, pero que está allí. En esa letra sin sonido, Dios descansa y esconde su presencia en lo más profundo del mundo incipiente. Sin alef, viento y fuerza invisible de Dios, beth ­la casa­ estaría sin habitantes. Los arquitectos de Aceras y Brocales lo saben, ellos que procuran que nuestras ciudades ­y en especial Caracas­ tengan, por fin, alma. Pues, ahí está: para que la casa sea luminosa, que el jardín tenga olor a jazmín, hay que reunir las dos primeras letras del alfabeto: alef, el silencio, el alma, el espíritu escondido, la luz primordial; y beth, la materia, la dureza ¿protectora? de la casa. Beth y alef: el duro cuerpo de la vida que busca respirar y cantar.

Alef, discreto y secreto, nos salva de todas las noches o barbaries del mundo.

¿Quién, sin él, nos salvará de la tragedia de la insensatez, de la locura de la muerte, de la impaciencia y la intolerancia? La vida en la urbe deshumanizada, la visión espantada de todas las violencias sintomáticas de la demencia, la incapacidad de plantear la misma pregunta del por qué (¿por qué la vida y la muerte? ¿Por qué la fascinación de la muerte, aun sin odio, como en la actuación de los sicarios?...), el conflicto sin fin entre quienes tienen vocación de vivir como hermanos, todo nos da de pensar que... nos falta una brisa, ¡un soplo de alef ! Mañana, los cristianos celebran esplendorosamente la invasión de la Tierra por el soplo de Dios. ¡Ah, si todos los cristianos reconocieran este santo alef !

Sacerdote de Petare


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Bruno Renaud


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