Manuela La Mujer (XIX)


Los combatientes llevan 5 días trepando la angosta cintura de aquella elevadísima y extensa meseta andina, el viento y la densa neblina no se cansan de galopar, el aire que se respira es ácido y el frio es como la hoja de una espada   enemiga que atraviesa sus cuerpos, la mitad de la tropa anda en harapos despedazados, muchos heridos por las caídas y otros enfermos con los trastornos que produce el soroche. Bolívar, Sucre, Córdoba, Necochea y Manuela, arengan a los revolucionarios todo el tiempo, reconfortan los ánimos  y remueven las conciencias asegurándoles que obtendrán el más rotundo triunfo sobre el adversario a quienes vencerán para siempre.

Necochea, en un pequeño descanso le comenta al General Sucre:

-Cada vez mas me impresiona Manuela, es toda una mujer, pero a veces la veo como una mariposa en medio de una tempestad de la cual sale airosa porque lleva pegada a su corazón la espada que lucha por la libertad de nuestra  América.

-No se equivoca General, -responde el General Sucre sonriendo- es toda una mujer, y mujer bella, acostumbrada a las fantasías de los ricos salones y a las extravagantes comodidades de las ciudades capitales, es refinada y elegante, pero aquí es una combatiente revolucionaria, mujer sencilla, dispuesta a entregar su vida por esta justa causa. También la admiro como una mujer que le ha entregado su amor a nuestro Libertador de una manera profunda y sincera y podría asegurar que para siempre.

Córdoba, que los ha escuchado calla y piensa que eso no puede ser si una locura. Entre este general y Manuela se suscitaron enormes problemas, pues Manuela lo tenía en la lista de los traidores a la causa y no se equivocó.

Llega el momento esperado, se inicia el descenso y todo debe hacerse en secreto, atrás van quedando los frailejones y los espesos pajonales crecidos en aquella tierra negruzca, a distancia se comienzan a divisar las casas de Pasco, un pequeño pueblo el cual estaba señalado por Bolívar como primera meta de este casi imposible esfuerzo.

“Sucre, para hacer menos penosa la situación de las tropas, con una admirable actividad había organizado, en donde le fue posible, secretos depósitos de víveres  y de forraje, ocultándolos en las cavernas, dejando también de trecho en trecho depósitos de leña, de turba, de sal, de carne curada, de patatas y de cebada y organizando, algunas veces, ranchos grandes para que las tropas descansaran en su larga marcha y para que repusieran las fuerzas perdidas en las penosas jornadas en que, careciendo de mucho, habían tenido que vencer obstáculos y dificultades, en el más áspero y montañoso sector del Perú” (1).

Amanece, es el día dos de agosto (1824). Todo los combatientes están en la planicie de la población en perfecta formación, Manuela, les avisa a los generales que el Libertador se va a dirigir a las tropas para decirles lo que América espera de todos.

Bolívar está al frente de todos y comienza diciéndoles: “¡Soldados! ¡El Perú y la América toda aguardan de vosotros la paz, hija de la victoria, y aun la Europa liberal os contempla con admiración, porque la libertad del Nuevo Mundo es la esperanza del universo. ¿La burlareis? No, no y no ¡Vosotros sois invencibles ¡”.

Entre desertores y muertos las bajas eran ya de setecientos hombres, Manuela sabe que ese sacrificio es el origen de la victoria total. Muy cerca de allí, a cuarenta leguas al sureste, se encuentra la población de Jauja, donde el general  español Canterac, es informado de la presencia de Bolívar, no puede creerlo, se apresura a reunir ocho mil hombres, recoge todos los batallones dispersos, se organiza, controla personalmente su caballería la cual considera su arma suprema y se dispone a marchar a Pasco para enfrentar a los revolucionarios.

Manuela está ansiosa de que comience la batalla, se siente emisora, intermediaria de ese mensaje bolivariano, ella sabe que la vida de los combatientes no es nada fácil, la ha vivido, por eso el mejor resultado de todos estos sacrificios está en la gloriosa batalla que hay que dar hasta vencer, habla, dialoga con los generales, le pregunta a Bolívar ahora como soldado de la causa que le informe los planes. Bolívar la mira fijamente y le responde: 

-Mujer vamos en busca del enemigo y le presentaremos batalla donde esté. ¡A eso hemos venido!

Pero, los pobladores no son patriotas, son hostiles a los revolucionarios, no colaboran, menos proporcionan información o alimento, hay que tomarlo a la fuerza; se han acostumbrado a la omnipotencia española en cuyas filas militan las mayorías peruanas, ellos los respaldan y le sirven con obediencia y buena voluntad.

Manuela trata en vano de convencerlos teóricamente, ellos tienen respuestas prácticas, por eso le responden: Solo sabemos que llegó la guerra, le tememos y la detestamos, corren peligro nuestras cosechas, nuestros animales, ahora se nos obligará a transportar cargas, a curar y  buscar heridos a padecer hambre en nuestras propias casas. Ellos ven a Manuela y la maldicen, no pueden aceptar que una mujer se entrometa en asuntos que solo conciernen a los hombres,  a menos que se trate de un marimacho o de una perdida. Se lo gritan al pasar por los caminos o se lo dan a entender con las miradas, con los gestos y esas palabras que hablan entre los dientes. Manuela los entiende y solo les promete que pronto serán libres, sin cadenas oprobiosas, sin la tortura de ese yugo que si lo tiene doblados por no luchar.

La caballería patriota continua su marcha, igual la infantería, es un río humano que se desborda por esos valles quebradizos, la meta es aniquilar al enemigo, a un lado ya se divisa el lago de Junín, al otro los farallones del macizo, atrás queda la historia de una hazaña hecha por un genio y un puñado de hombres, adelante el nuevo futuro de América.

El cuerpo de inteligencia revolucionario trabaja afanosamente van y vienen con las informaciones que se necesitan para entablar la batalla. Bolívar tiene ya en sus manos toda la acción que se va a desarrollar. Manuela está a su lado, viste uniforme oficial, su cabello suelto juega con el aire, sus ojos encendidos, una espada cuelga detrás de su pierna izquierda y su mano derecha la mantiene en disposición para empuñar el arma que defenderá la causa.   

(1).-A.I. Chiriboga  N. op.  cit., pág. 180.

(Continuará…) 

vrodriguez297@hotmail.com



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Víctor J. Rodríguez Calderón


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