Mito o posibilidad

Aceptación de lo diverso (III)

Decía Tamara, la lectora cubana: “Me encanta leer sobre estos temas, es bochornoso, triste, horroroso, ver como el Hombre está acabando con el todavía hermoso Planeta Azul y como está a muy poco de extinguir su propia especie… pero, yo me pregunto, ¿es que no hay manera de detener esto? Como lo prometido es deuda, dedicaré este espacio a las fórmulas para intentar hacer que un mundo mejor sea posible.


No por gusto eludo las fórmulas, sino porque pienso que a los problemas hay que dejarlos madurar, como a las frutas, hasta que den de sí el néctar que nutre a la semilla y se produzca el milagro de la planta nueva. Ocurre, sin embargo, en este caso, que hay unos tenebrosos vigilantes que apenas intuyen un posible fruto paradisíaco, le declaran guerra sin cuartel, por todos los medios le combaten, aún sin siquiera ser retoño, y casi siempre muere el fruto -¿el paraíso?- sin haber tenido ocasión siquiera de nacer. La Biblia lo previó:


“Dios el Señor hizo ropas de pieles de animales para que el hombre y su mujer se vistieran, y dijo: “Ahora el hombre se ha vuelto como uno de nosotros, pues sabe lo que es bueno y lo que es malo. No vaya a tomar también del fruto del árbol de la vida, y lo coma y viva para siempre.”

“Por eso Dios el Señor sacó al hombre del jardín del Edén, y lo puso a trabajar la tierra de la cual había sido formado. Después de haber sacado al hombre puso al oriente del jardín unos seres alados y una espada ardiendo que daba vueltas hacia todos lados, para evitar que nadie llegara al árbol de la vida.” (9 Génesis 3,4)


Y he aquí la primera, o más bien las tres primeras cosas que hay que hacer -y que no hacemos-, para rescatar el paraíso, -que están prohibidas terminantemente, que se van a dificultar por todos los medios-. En primer lugar, hay que repensar a Dios, crear una nueva religión, para que no se cumpla la profecía. Al decir de José Martí: “La libertad es la religión definitiva. Y la poesía de la libertad el culto nuevo.” (OC T13 P135) y “Creando, desde el taburete del obrero una religión nueva de amor activo entre los hombres” (18 T2 P279). En Martí encontramos todas las pistas necesarias para esta tarea. Y esta ciclópea labor es imprescindible porque “El hombre es esencialmente religioso” (OC T22-210)


Sería bien diferente el mundo si, para variar, al menos cumpliéramos con algunos preceptos de las religiones viejas. Si, por ejemplo, fuese mandato religioso no matar, en cualquiera de sus formas, si la vida fuese el primer valor. Si amaramos al prójimo –a cualquier prójimo, sin importar el color, la cuenta bancaria, el sexo etc.- como a nosotros mismos, o al menos como a nuestros hijos. Entonces muchos religiosos se negarían a participar en las guerras imperiales, ayudarían activamente a los pobres, -y no con limosnas simbólicas-, no maltratarían a los niños ni a las mujeres, no habría pena de muerte ni torturas etc.


Si, al menos junto a Dios, hubiese una Diosa femenina, si hubiese una Luna acompañando al Sol, el equilibrio del mundo podría restablecerse, la violencia fuese menos y más hubiese de comprensión y de ternura. La vida sería mucho mejor, más justa, humana y disfrutable, si junto al padre celestial estuviese una madre compensatoria.


En segundo lugar, habría que repensar -y re actuar- el trabajo. Verlo no como castigo, explotación y sufrimiento sino como don, hermandad y placer. Buscar activa y experimentalmente, las fórmulas empresariales que permitan realizar este anhelo, constituye una necesidad del mundo nuevo. La producción con fines mercantiles, para la obtención de plusvalía y ganancia, -sustentadora de privilegios y desigualdades, de egoísmos e injusticias- sigue primando. En este aspecto -como en todos- existen antecedentes para el cambio. Los utópicos de todos los tiempos, comenzando por Saint Simon, Fourrier y sobre todo Owen, -quién fundó New Lanark, comunidad que fue famosa en su tiempo, por el aumento de la productividad y la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores-. Y por último José Martí, quién sintetizó y definió este propósito “un estado de pleno decoro en que, una vez guardados los útiles de la labor de cada día, sólo se distinguiera un hombre de otro por el calor del corazón o por el fuego de la frente.” OC T1 P320


Sin embargo, a los tres primeros gigantes (Saint Simon, Fourrier, Owen), de los que Carlos Marx opinó que eran tres de las mentes más preclaras de la humanidad, se les etiquetó como “Socialistas Utópicos” y casi nadie conoce sus obras -por supuesto menos se repiten sus experimentos-. Y José Martí, “ese misterio que nos acompaña” espera aun por que el misterio sea totalmente develado, aunque ya se observan los primeros resultados, gracias a la Revolución Cubana del 59, que como una de sus acciones creó el Centro de Estudios Martianos, con el objeto de estudiar y divulgar su pensamiento.


En tercer y último lugar se hace necesario repensar y revivir a la sexualidad y la familia. Igual, ni se hace ni se piensa en esto como debiéramos. Los intentos de rescatar la vida en comunidades, -forma de convivencia sexual de los cristianos primigenios-, incluso de seguir los consejos de Jesús a sus discípulos en relación con el matrimonio, son por todos los medios ocultados, negados, tachados de inmorales, deformados, en fin, dificultados.


A pesar de que todos los indicadores estadísticos indican el rechazo de los más sensibles habitantes del mundo de hoy -las mujeres-, a la familia patriarcal, no hay alternativas posibles y viables al matrimonio, -monogámico y patriarcal- que sigue entronizado como única forma de convivencia entre los sexos. El movimiento universal liberador de la década de los 60, -uno de cuyos hechos fue la Revolución Cubana-, incluyó la vida en comunas y una nueva forma de vivir la sexualidad. El consumo de drogas -introducidas o generado desde dentro por un lamentable error- permitió el triunfo de las fuerzas conservadoras. El SIDA se encargó del resto.


Pero, por supuesto, aunque estas tres manifestaciones de la vida son esenciales, no basta aún, para un mundo nuevo, el transformarlas profundamente. La relación de los seres humanos entre sí y con el entorno, hasta hoy basadas en la intolerancia de todo tipo -racial, sexual, económica, social, política etc.- y por la más burda y despiadada destrucción del entorno natural, -por una competencia absurda y un consumismo loco- han de ser sustituidas por otras que se sustenten en la hermandad, la camaradería, la inclusión, la igualdad y el compromiso.


A veces veo la actual crisis, igual que Einstein, como algo positivo. Ya que no existen acciones prácticas suficientes, viables e inteligentes por parte de la gente, a favor de un mundo nuevo. Que sus propias leyes destruyan el antiguo. Esta por verse una huelga de los trabajadores de una fábrica contaminante, no por mejoras salariales, sino por la defensa del planeta. Igual una huelga de soldados que se nieguen a matar. O una huelga sexual de mujeres explotadas o maltratadas, en fin, una defensa activa de la felicidad, la vida, el disfrute y el amor. También está por aparecer el primer Owen, propietario piadoso y sabio, que se dedique no a promover la explotación, el saqueo, la estafa, el egoísmo y la soledad, sino que busque activamente las formas de promover la felicidad de sus asalariados. O las primeras cooperativas de producción, basadas en un nuevo concepto del trabajo en el que lo subjetivo y espiritual ocupe el lugar central, cooperativas capaces de enfrentar con éxito el modo burgués y enajenante de vivir y producir, basado en el privilegio y la explotación.


Por todas partes se percibe el peligro y el hastío. Hemos llegado los humanos del planeta todo a una situación insostenible e intolerable, tanto para los ricos -que sienten como se le deshacen en las manos sus propiedades y prebendas, como crece su soledad, como aumenta la posibilidad de perecer en una cada vez más posible catástrofe- como los pobres -cuyas filas se incrementan día a día, junto a su desamparo, a su miseria, a su abandono, su hambre y sus enfermedades- Los indicadores estadísticos señalan, cada vez con más claridad y nitidez que la presión aumenta y aumenta en las calderas ¿del infierno?, sin que se encuentren las fórmulas para disminuirla y apaciguar la ira de lo natural ¿de dios o de los dioses?. Ira que seguimos fomentando con la frustración, la terquedad y la ceguera de no querer cambiar las bases -en primer lugar espirituales- que sustentan nuestras vidas y nuestras decisiones.


Tanto para la lectora que provocó este artículo, como para este utópico e ingenuo escritor y para muchas otras gentes, el sentimiento de urgencia aumenta día a día. Sin que nos lleguen aun alternativas viables. El foro social mundial, debía declararse en sesión permanente, las utopías debían sacarse a la luz, el Socialismo Americano avanzar más deprisa -comenzar a derrumbar fronteras, a unir países, a realizar el sueño de Bolívar ya mismo-, los soñadores a tomar la ofensiva, resucitar a Lennon, crear Utopiland ahora, aunque sea con cien habitantes, hacer el amor y no la guerra, como cuando Vietnam. En fin…


Estamos obligados a salir del letargo, a dar el salto salvador. A pesar del peligro y de los miedos. La tierra y la cabeza se nos están quemando a los habitantes del mudo de hoy. Y la vida verdadera ¿el paraíso? espera por nosotros. A ver que se le ocurre a cada cual. ¿Quién sabe donde estará la solución? A este autor se le ocurrió escribir -ya va por cinco libros y más de treinta artículos sobre el tema- y sigue soñando. Otros hacen política nueva, otros actúan en las empresas, otros en la nueva religión que va naciendo, otros trabajan por la paz, en la ciencia etc. Es verdad que todavía el poder hegemónico y ¿diabólico? sigue prevaleciendo, -al menos en lo aparente- y que amenaza suicidarnos, pero estamos vivos. Y a ti ¿Qué se te ocurre hacer para participar activamente en este definitivo esfuerzo por la vida?

Cuenta conmigo.


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Orlando Licea Díaz


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